Capítulo 41

Lee Sawyer miró las placas de mármol blancas y negras que revestían el suelo y las paredes con dibujos triangulares asimétricos. Pensó que pretendían transmitir una sofisticada expresión artística, pero a él le producían un formidable dolor de cabeza. A través de las puertas de abedul y cristal sostenidas por columnas corintias de imitación, se filtraba el ruido de los platos y la cubertería procedente del comedor principal.

Se quitó el abrigo y el sombrero y se los dio a una joven muy bonita vestida con una minifalda negra y una camisa ajustada que realzaba un busto que no necesitaba más realce. A cambio recibió una contraseña acompañada por una sonrisa muy cálida. Una de las uñas de la joven se había deslizado de una forma deliciosa sobre la palma de su mano cuando le entregaba la contraseña, arañando la piel la medida justa para producirle un cosquilleo en las partes más discretas. Ganaría una fortuna en propinas, pensó.

Apareció el maitre, que miró al agente del FBI.

– El señor Fran Hardy me espera.

El hombre volvió a mirar el aspecto desastrado de Sawyer.

El agente no pasó por alto el repaso, y se tomó un momento para subirse los pantalones, un gesto muy habitual y repetido muchas veces a lo largo del día por las personas corpulentas como él.

– ¿Qué tal son las hamburguesas aquí, compañero? -le preguntó. Sacó una tableta de goma de mascar, le quitó el papel y se la metió en la boca.

– ¿Hamburguesas? -El hombre parecía a punto de tener un soponcio-. Aquí servimos cocina francesa, señor. La mejor de la ciudad. -Su acento rebosaba indignación.

– ¿Francesa? Estupendo, entonces las patatas fritas serán cojonudas.

El maitre optó por cerrar la boca y guió a Sawyer a través del inmenso comedor, donde los candelabros de cristal iluminaban a una clientela que casi igualaba el resplandor de las luces.

Frank Hardy, elegante como siempre, se levantó en uno de los reservados para recibir a su amigo. Una camarera apareció en el acto.

– ¿Qué bebes, Lee?

Sawyer acomodó su corpachón en el reservado.

– Bourbon y saliva -gruñó sin alzar la mirada.

– ¿Perdón? -dijo la camarera.

Hardy se echó a reír al ver el asombro de la camarera.

– A su manera un tanto burda mi amigo le ha pedido un bourbon solo. A mí tráigame otro martini.

La camarera se marchó con una expresión resignada.

Sawyer se sopló la nariz y después echó una ojeada al salón.

– Caray, Frank, me alegro de que hayas escogido este lugar.

– ¿Por qué?

– Porque si hubiera escogido yo, ahora estaríamos en Shoneys. Pero quizás es mejor así. Me han dicho que allí es dificilísimo reservar mesa en esta época del año.

Hardy festejó la salida de su ex compañero. Se acabó la copa.

– Eres incapaz de aceptar una migaja de la buena vida, ¿verdad?

– Coño, claro que la acepto, siempre que no me toque pagar. Calculo que cenar aquí me costaría lo que tengo en el plan de jubilación.

Los dos hombres se entretuvieron charlando hasta que volvió la camarera, les sirvió las bebidas y esperó que pidieran.

Sawyer miró la carta, que estaba escrita con toda claridad, pero lamentablemente sólo en francés. La dejó sobre la mesa.

– ¿Cuál es el plato más caro? -le preguntó a la camarera, que le dijo algo en francés.

– ¿Es comida de verdad? ¿No tiene caracoles ni porquerías de esas?

La joven, con las cejas enarcadas y una expresión severa, juró que los caracoles eran excelentes, pero que el plato mencionado no llevaba caracoles.

– Entonces, tomaré eso -dijo Sawyer, y le sonrió a Hardy.

En cuanto se fue la camarera, Sawyer se tragó la goma de mascar, cogió un panecillo de la panera y le dio un mordisco.

– ¿Has descubierto algo sobre RTG? -preguntó entre bocados.

Hardy apoyó las manos sobre la mesa y estiró el mantel de hilo.

– Philip Goldman es desde hace años el abogado principal de RTG.

– ¿No te resulta extraño?

– ¿Qué?

– Que RTG emplee a los mismos abogados que Tritón, y viceversa. No soy abogado, pero ¿eso no daría lugar a alguna trastada?

– No es tan sencillo, Lee.

– Vaya, no sé por qué no me sorprendo.

Hardy no hizo caso del comentario.

– Goldman tiene reputación nacional y lleva muchos años con RTG. Tritón es casi un recién llegado al rebaño de Tylery Stone. Henry Wharton trajo la cuenta. En aquel momento, las dos empresas no tenían conflictos directos. Desde entonces, han surgido algunos temas espinosos a medida que las actividades de ambos se han ampliado. Sin embargo, siempre ha trabajado con garantías escritas y todos los papeles en orden. Tylery Stone es un bufete de primera fila, y creo que ninguna de las dos empresas quiere perder esa experiencia legal. Lleva tiempo establecer continuidad y confianza.

– Confianza. Vaya, es una palabra curiosa para emplear en un caso como éste. -Sawyer comenzó a jugar con las migas de pan mientras escuchaba.

– En cualquier caso, las negociaciones con CyberCom han planteado un conflicto directo -añadió Hardy-. RTG y Tritón quieren hacerse con CyberCom. Tylery no puede representar a los dos clientes porque se lo impide el código deontológico.

– ¿Así que optaron por representar a Tritón? ¿Cómo es eso?

– Wharton es el socio gerente de la firma. Tritón es su cliente. ¿Queda claro? No se iban a arriesgar a que las dos compañías se buscaran otros representantes en las negociaciones. Demasiado tentador para cualquiera.

– Supongo que Goldman se cabrearía un poco cuando dejaron a su cliente de lado.

– Por lo que sé, se subía por las paredes.

– Pero ¿quién puede decir que no esté trabajando entre bastidores para que RTG se lleve el premio?

– Nadie. Sin embargo, Nathan Gamble no es ningún palurdo; es consciente de ello. Y si RTG vence a Tritón, ya sabes lo que puede pasar, ¿no?

– Déjame adivinar. ¿Gamble se buscaría nuevos abogados?

– Así es. Además, tú lees los titulares. Están cabreadísimos con Sidney Archer. Creo que su empleo está un poco en el aire.

– Bueno, la dama tampoco se hace muchas ilusiones.

– ¿Has hablado con ella?

Sawyer asintió y se acabó la copa. Dudó un momento y después decidió no decirle nada a Hardy de la confesión de Archer. Hardy trabajaba para Gamble, y el agente tenía muy claro lo que Gamble podía hacer con esa información: acabar con Sidney. A cambio, ofreció un hecho como una teoría.

– Quizá fue a Nueva Orleans para reunirse con el marido.

– Supongo que eso tendría sentido. -Hardy se rascó la barbilla.

– Ahí está el problema, Frank, no tiene ni pizca de sentido.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó Hardy, sorprendido.

– Míralo de esta otra manera -contestó el agente con los codos apoyados en la mesa-. El FBI se presenta en su casa y le hace un montón de preguntas. Ahora bien, tendrías que ser un maldito zombi para no ponerte nervioso cuando eso ocurre. Sin embargo, ¿el mismo día se mete en un avión para ir a reunirse con el marido?

– Es posible que no supiera que la estaban siguiendo.

– Qué va. -Sawyer meneó la cabeza-. La dama es más lista que el hambre. Creía que ya la tenía pillada con la llamada que recibió la mañana del funeral del marido, pero se escabulló con una explicación muy plausible que se inventó en aquel mismo momento. Hizo lo mismo cuando la acusé de haber dado esquinazo a mis muchachos. Sabía que la seguían. Y, sin embargo, fue.

– Quizá Jason Archer no estaba enterado de la vigilancia.

– Si el tipo es capaz de sacar adelante toda esta mierda, ¿no crees que es lo bastante listo como para darse cuenta de que la poli podría estar vigilando a su esposa? Venga ya.

– Pero ella fue a Nueva Orleans, Lee. No te puedes saltar ese hecho.

– Ni lo pretendo. Creo que el marido se puso en contacto con ella y le dijo que fuera allí a pesar de nuestra presencia.

– ¿Por qué demonios iba a hacer eso?

Sawyer arregló su servilleta y no respondió. En aquel momento, les sirvieron la comida.

– Tiene buena pinta -comentó Sawyer.

– Es muy bueno. Te subirá el nivel de colesterol a niveles increíbles, pero morirás feliz.

Hardy estiró el brazo y dio unos golpecitos en el plato de su invitado con el cuchillo.

– No has contestado a mi pregunta. ¿Por qué haría Archer algo así?

Sawyer se engulló con fruición un buen bocado.

– Tenías razón con este plato, Frank. Y pensar que me disponía a ir a comer una hamburguesa cuando me llamaste.

– Maldita sea, Lee, contéstame.

– Cuando Sidney Archer se fue a Nueva Orleans, retiramos a todos los equipos porque teníamos que cubrir varias rutas. Así y todo, casi se nos escapa. De hecho, si no fuera porque casualmente la vi en el aeropuerto, no habríamos sabido nunca dónde había ido. Y ahora creo que sé la razón para el viaje: era una diversión.

Hardy le miró incrédulo.

– ¿Qué diablos quieres decir? ¿Una diversión para qué?

– Cuando dije que retiramos a todos los equipos, me refería a todos sin excepción, Frank. No había nadie vigilando la casa de los Archer cuando nos fuimos.

Hardy contuvo el aliento y se echó hacia atrás en la silla.

– ¡Mierda!

– Lo sé. -Sawyer lo miró, fatigado-. Una pifia enorme de mi parte, pero ahora es tarde para lamentarse.

– Entonces crees…

– Creo que alguien visitó la casa mientras la dama se paseaba por Nueva Orleans.

– Espera un momento, no creerás que…

– Digamos que Jason Archer estaría en mi lista de los cinco sospechosos principales.

– ¿Qué estaría buscando?

– No lo sé. Ray y yo revisamos el lugar y no encontramos nada.

– ¿Crees que su esposa está metida en el asunto?

Sawyer engulló otro bocado antes de contestar.

– Si me hubieras hecho esa pregunta hace una semana, te habría dicho que sí. ¿Pero ahora? Ahora creo que no tiene ni la menor idea de lo que está pasando.

– ¿Lo crees de verdad?

– El artículo del periódico la hundió. Tiene un follón de padre y señor mío con su bufete. El marido no se presentó y ella tuvo que regresar a casa con las manos vacías. ¿Qué consiguió excepto más problemas?

Hardy volvió a comer pero con una expresión pensativa. Sawyer meneó la cabeza.

– Caray, este caso es como una empanadilla. Cada vez que le das un bocado te chorrea el aceite.

Hardy se rió. Después echó una ojeada al comedor. De pronto, su mirada se centró en un punto.

– Creía que no estaba en la ciudad.

– ¿Quién? -preguntó Sawyer, que siguió la mirada de su amigo.

– Quentin Rowe. -Hardy señaló con discreción-. Está allí.

Rowe se encontraba al otro lado del comedor, en un reservado casi junto a un rincón. La luz de las velas daba a la mesa un ambiente de intimidad en medio del salón abarrotado. Vestía una americana de seda, camisa sin cuello abrochada hasta arriba y pantalones de seda a juego. Su coleta se movía de un lado a otro mientras conversaba animadamente con su compañero de mesa, un joven veinteañero vestido con un traje a medida. Los dos jóvenes estaban sentados lado a lado, y no dejaban de mirarse a los ojos. Hablaban en voz baja y la mano de Rowe rozaba cada tanto la mano del otro.

Sawyer miró a Hardy con las cejas enarcadas.

– Forman una bonita pareja.

– Cuidado. Comienzas a sonar políticamente incorrecto.

– Eh, vive y deja vivir. Ese es mi lema. Por mí el tipo puede salir con quien más le guste.

– Quentin Rowe tiene unos trescientos millones de dólares, y al paso que va, tendrá los mil millones antes de cumplir los cuarenta -apuntó Hardy sin apartar la mirada de la pareja-. Yo diría que es un soltero muy codiciado.

– Estoy seguro de que hay mil mujeres dándose de hostias para ver quién lo pilla.

– Y que lo digas. Pero el tipo es un genio. Se merece el éxito.

– Sí, me acompañó en una visita por la compañía. No comprendí ni la mitad de lo que me dijo, pero era muy interesante. Sin embargo, no puedo decir que vea claro dónde nos está llevando tanta tecnología.

– No puedes detener el progreso, Lee.

– No quiero pararlo, Frank, sólo quiero escoger mi parte en el mismo. Si le hago caso a Rowe, al parecer no tendré esa oportunidad.

– Sí, asusta un poco, pero, desde luego, ganas un pastón.

Sawyer volvió a mirar hacia la mesa de Rowe.

– Y ya que hablamos de parejas. Rowe y Gamble forman una muy extraña.

– Vaya, ¿por qué lo dices? -Hardy sonrió-. Ahora, en serio, se cruzaron en el momento oportuno. El resto es historia.

– Es lo que me han dicho. Gamble tenía el dinero y Rowe el cerebro.

– No te equivoques con Nathan Gamble -replicó Hardy-. No es fácil ganar tanto dinero en Wall Street. Es un tipo brillante y un gran empresario.

Sawyer se secó los labios con la servilleta.

– Fantástico, porque el tipo no saldrá adelante sólo con el encanto.

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