Capítulo 39

Antes de salir del coche, Sidney recogió la correspondencia y se metió el Post debajo del brazo. Fuera de la vista de los agentes, se guardó el disquete en un bolsillo. Se apeó del Ford y miró la pistola que Jackson le había confiscado.

– Tengo permiso para llevar armas -dijo, y se lo mostró.

– ¿Le importa si la descargo antes de devolvérsela?

– Si así se siente más seguro… -replicó ella. Apretó el botón para cerrar la puerta del garaje, cerró la puerta del coche y se encaminó hacia la casa-. Pero no se olvide de dejar las balas.

Jackson la miró asombrado mientras los dos agentes la seguían.

– ¿Quieren tomar café? ¿Comer alguna cosa? Todavía es muy temprano -dijo Sidney con un tono acusador.

– Un café no nos vendrá mal -respondió Sawyer, sin hacer caso del tono. Jackson se limitó a asentir.

Sidney se ocupó de servir el café, y Sawyer aprovechó la oportunidad para observarla. El pelo rubio sin lavar le enmarcaba el rostro carente de maquillaje y que se veía más tenso y macilento que en su visita anterior. Las prendas le quedaban un poco holgadas por la pérdida de peso. Sin embargo, los ojos verdes no habían perdido ni una pizca de encanto. Advirtió el leve temblor de las manos mientras manejaba la cafetera. Era obvio que estaba en el límite. Reconoció a regañadientes que la mujer se enfrentaba de una manera admirable a una pesadilla que cada día se hacía más grande. Pero todo el mundo tenía un límite. Esperaba saber cuál era el de Sidney antes de que se acabara este caso.

Sidney puso las tazas en una bandeja junto con el azúcar y la leche. De la panera sacó un surtido de bollos, madalenas y rosquillas. Cogió la bandeja y la dejó en el centro de la mesa de la cocina. Dejó que los agentes se sirvieran a su gusto y mordisqueó una rosquilla.

– Buenas madalenas. Gracias. Por cierto, ¿siempre va armada? -Sawyer la miró, atento a la respuesta.

– Ha habido algunos robos en el vecindario. He tomado clases para aprender a usarla. Además, estoy habituada a las armas. Mi padre y mi hermano mayor, Kenny, estuvieron en el cuerpo de Marines. También son grandes cazadores. Kenny posee una magnífica colección de armas. Cuando era una adolescente, mi padre me llevaba al tiro al plato y al blanco. He disparado con toda clase de armas y son muy buena tiradora.

– Sostenía la pipa muy bien en el garaje -comentó Jackson. Vio el desperfecto en la culata-. Espero que no se le haya caído cuanto estaba cargada.

– Soy muy cuidadosa con las armas de fuego, señor Jackson, pero gracias por su preocupación.

Jackson miró la pistola una vez más antes de acercársela junto con el cargador.

– Un arma muy bonita. Liviana. Yo también uso munición Hydra Shok; excelente fuerza de impacto. Todavía queda una bala en la recámara.

– Está equipada con un seguro de cargador. No dispara si no tiene puesto el cargador. -Sidney tocó la pistola con un gesto precavido-. No me gusta guardarla en la casa, sobre todo por Amy, aunque la tengo descargada y metida en una caja cerrada con llave.

– Entonces, no le será muy útil en caso de robo -señaló Sawyer entre un mordisco a una madalena y un trago de café caliente.

– Eso si a una la pillan por sorpresa. Yo intento estar alerta. -Después de lo que acababa de ocurrir, intentó no pasar por tonta.

– ¿Le importaría decirme por qué hizo el viaje a Nueva Orleans? -preguntó Sawyer, que apartó el plato de pastas.

Sidney levantó el periódico y lo desplegó para que se viera el titular.

– ¿Por qué? ¿Se ha convertido en periodista y quiere información para su próximo artículo? Por cierto, gracias por destrozar mi vida.

Sidney arrojó el periódico sobre la mesa con una expresión airada y miró en otra dirección. Un tic muscular apareció sobre su ojo izquierdo. Se sujetó al borde de la vieja mesa de pino para controlar sus temblores.

Sawyer echó una ojeada a la primera página del periódico.

– No veo aquí nada que no sea verdad. Su marido es sospechoso de estar implicado en el robo de secretos a su compañía. Además, no estaba en el avión donde se suponía que estaba. Aquel avión acabó destrozado en la mitad de un campo. Su marido está vivito y coleando. -Al ver que ella no respondía Sawyer estiró una mano sobre la mesa y le tocó el codo-. Acabo de decir que su marido está vivo, señora Archer. Eso no parece sorprenderla. ¿Me hablará ahora del viaje a Nueva Orleans?

Sidney se volvió lentamente para mirarle, con una sorprendente expresión de calma en el rostro.

– ¿Dice que está vivo?

Sawyer asintió.

– Entonces, ¿por qué no me dice dónde está?

– Iba a hacerle la misma pregunta.

Sidney se apretó el muslo con los dedos hasta hacerse daño.

– No he visto a mi marido desde aquella mañana.

– Escuche, señora Archer, corte el rollo. Usted recibió una llamada misteriosa y tomó un avión a Nueva Orleans, después de malgastar el tiempo en un funeral por su querido difunto, que resultó no ser tal. Dejó el taxi y se metió en el metro, sin preocuparse de la maleta. Les dio esquinazo a mis muchachos y se largó al sur. Se alojó en un hotel, donde estoy seguro que estaba citada con su marido. -Hizo una pausa para mirar a Sidney, que mantenía una expresión imperturbable-. Salió a dar un paseo, se hizo limpiar los zapatos por un amable limpiabotas que es el único al que he visto rechazar una propina. Hace una llamada, y entonces sale pitando de regreso a Washington. ¿Qué me dice de todo esto?

Sidney inspiró de una forma casi imperceptible y después miró a Sawyer.

– Dice que recibí una llamada misteriosa. ¿Quién se lo dijo?

Los agentes intercambiaron una mirada y Sawyer contestó a la pregunta.

– Tenemos nuestras fuentes, señora Archer. También comprobamos su registro de llamadas.

Sidney cruzó las piernas y se inclinó un poco sobre la mesa.

– ¿Se refiere a la llamada de Henry Wharton?

– ¿Me está diciendo que habló con Wharton? -No había esperado que ella cayera en la trampa con los ojos cerrados, y no resultó desilusionado.

– No, lo que digo es que hablé con alguien que dijo ser Henry Wharton.

– Pero habló con alguien.

– No.

– Tenemos un registro de la llamada. Usted estuvo al teléfono unos cinco minutos. ¿Se trataba de una llamada obscena o qué?

– No tengo por qué estar aquí sentada y aguantar que usted o cualquier otro me insulte. ¿Está claro?

– Está bien, perdone. ¿Quién era?

– No lo sé.

Sawyer se irguió bruscamente y descargó un tremendo puñetazo sobre la mesa. Sidney casi se cayó de la silla.

– Venga ya…

– Le digo que no lo sé -le interrumpió Sidney, furiosa-. Creía que era Henry, pero no era él. La persona no dijo ni una palabra. Colgué el teléfono después de unos segundos. -Sintió que el corazón se le subía a la garganta cuando se dio cuenta de que le estaba mintiendo al FBI.

– Los ordenadores no mienten, señora Archer -replicó Sawyer con un tono de cansancio. Pero por dentro hizo una mueca al recordar por un instante el fiasco con Riker-. El registro telefónico dice cinco minutos.

– Mi padre atendió el teléfono en la cocina y después lo dejó en el mostrador mientras iba a avisarme. Ustedes dos se presentaron más o menos en el mismo momento. ¿No cree que cabe la posibilidad de que se olvidara de colgarlo? ¿No justificaría eso los cinco minutos? Quizá quiere llamarle y preguntárselo. Puede usar el teléfono. Está allí. -Sidney señaló el teléfono instalado en la pared junto a la puerta.

Sawyer miró el teléfono y se tomó un momento para pensar. Estaba seguro de que la mujer le mentía, pero lo que decía era plausible. Se había olvidado de que estaba hablando con una abogada muy experta.

– ¿Quiere llamarle? -repitió Sidney-. Sé que está en casa porque llamó hace unos minutos. Lo último que le oí decir fue que pensaba presentar una demanda contra el FBI y Tritón.

– Quizá lo llame más tarde.

– Muy bien. Pero si lo llama ahora se ahorrará el acusarme después de haberme puesto de acuerdo con mi padre para que le mienta. -Su mirada se clavó en las facciones preocupadas del agente-. Y ya que estamos en eso, vamos a ocuparnos de sus otras acusaciones. Dice que les di esquinazo a sus hombres. Dado que no sabía que me seguían, es imposible que les diera «esquinazo». Mi taxi estaba metido en un atasco. Creí que perdería el vuelo, así que tomé el metro. Como hacía años que no viajaba en metro, me bajé en la estación del Pentágono porque no recordaba si tenía que hacer transbordo para llegar al aeropuerto. Cuando me di cuenta del error volví a subir al mismo tren. No cargué con la maleta porque no quería arrastrarla por el metro, sobre todo si tenía que correr para llegar al avión. Si me hubiese quedado en Nueva Orleans habría llamado para que me la mandaran en un vuelo posterior. He estado muchas veces en Nueva Orleans. Siempre me lo he pasado muy bien allí. Me pareció un lugar lógico, aunque últimamente no pienso con mucha lógica. Me limpiaron los zapatos. ¿Es ilegal? -Miró a los dos hombres-. Supongo que enterrar al cónyuge cuando no se tiene el cadáver es una experiencia por la que no han pasado.

Sidney cogió el periódico y lo arrojó al suelo, furiosa.

– El hombre de esa historia no es mi marido. ¿Saben cuál era nuestra idea de una aventura? Hacer una barbacoa en el jardín en el invierno. La cosa más arriesgada que le he visto hacer a Jason ha sido conducir demasiado deprisa sin llevar puesto el cinturón de seguridad. Jamás se hubiera involucrado en el sabotaje a un avión. Sé que no me creen, pero lo cierto es que me importa un pimiento.

Se puso de pie y caminó un par de pasos. Se apoyó en el frigorífico.

– Necesitaba marcharme. ¿Necesito decirles por qué? ¿Es necesario? -Su voz se convirtió casi en un grito y después apretó los labios.

Sawyer se dispuso a responder pero cerró la boca al ver que Sidney levantaba la mano para añadir algo más con un tono más tranquilo.

– Me quedé en Nueva Orleans sólo un día. De pronto se me ocurrió que no podría escapar de la pesadilla en que se ha convertido mi vida. Tengo una niña pequeña que me necesita. Y yo la necesito a ella. Es lo único que me queda. ¿Lo comprende? ¿Alguno de los dos lo comprende?

Las lágrimas rodaron por las mejillas de Sidney. Cerró y abrió las manos mientras intentaba no jadear. Entonces volvió a sentarse bruscamente.

Ray Jackson se entretuvo unos segundos con la taza de café y miró a su compañero.

– Señora Archer, Lee y yo tenemos familia. No puedo imaginar lo que está pasando usted en estos momentos. Tiene que comprender que sólo intentamos hacer nuestro trabajo. Hay un montón de cosas que no tienen sentido. Pero una cosa es segura. Han muerto todos los pasajeros de un avión y el responsable pagará por ello.

Sidney volvió a levantarse. Le temblaban las piernas y lloraba a moco tendido. Echaba chispas por los ojos y su voz era muy aguda, casi histérica.

– ¿Cree que no lo sé? Yo estuve allí. ¡En aquel infierno! -La voz subió un tono más, las lágrimas le mojaron la blusa, y los ojos parecían querer salirse de las órbitas-. ¡Lo vi! -Dirigió una mirada feroz a los dos agentes ¡Todo! El… el zapatito… el zapatito de bebé.

Sidney soltó un gemido y se desplomó sobre la silla. Los sollozos sacudían su cuerpo con tanta fuerza que parecía como si en la espalda estuviese a punto de hacer erupción un volcán que escupiría más miseria de la que ningún ser humano podría aguantar.

Jackson se levantó para ir a buscarle un pañuelo de papel.

Sawyer exhaló un suspiro, puso una de sus manazas sobre la de Sidney y se la apretó con dulzura. El zapatito de bebé. El mismo que él había tenido en su mano y que le había hecho llorar. Por primera vez se fijó en la alianza y el anillo de bodas de Sidney. Eran sencillos pero hermosos, y estaba seguro de que ella los había llevado con orgullo todos estos años. Jason podía o no haber hecho algo malo, pero tenía una mujer que le amaba, que creía en él. Sawyer se descubrió a sí mismo deseando que Jason fuese inocente, a pesar de todas las pruebas en contra. No quería que tuviera que enfrentarse a la realidad de la traición. Le rodeó los hombros con el brazo. Su cuerpo se estremeció y se sacudió con cada convulsión de la mujer. Le susurró al oído palabras de consuelo, en un intento desesperado para que volviera en sí. Por un instante, revivió la ocasión en que había abrazado a otro joven de esta manera. Aquella catástrofe había sido un baile de promoción que había acabado mal. Había sido una de las pocas veces en que había estado allí para uno de sus hijos. Había sido maravilloso rodear con sus brazos musculosos aquel cuerpo menudo, y dejar que su dolor, su vergüenza, se descargara en él. Sawyer volvió a centrarse en Sidney Archer. Decidió que ya había sufrido demasiado. Este dolor no podía ser falso. Con independencia de cualquier otra cosa, Sidney Archer les había dicho la verdad, o al menos la mayor parte. Como si hubiese intuido sus pensamientos, ella le apretó la mano.

Jackson le alcanzó el pañuelo. Sawyer no vio la expresión preocupada de su compañero mientras Jackson observaba la gentileza de Sawyer en sus esfuerzos para que Sidney recobrara el control. Las cosas que le decía, la manera de protegerla con los brazos. Era obvio que Jackson no estaba nada satisfecho con su compañero.

Unos minutos después, Sidney estaba sentada delante del fuego que Jackson se había apresurado a encender en la chimenea. El calor era reconfortante. Sawyer miró a través del ventanal y vio que volvía a nevar. Echó una ojeada a la habitación y se fijó en las fotos sobre la repisa de la chimenea: Jason Archer, un joven en el que nada indicaba que pudiera ser el autor de uno de los crímenes más horrendos; Amy Archer, una de las niñas más bonitas que Sawyer hubiese visto, y Sidney Archer, preciosa y encantadora. Una familia perfecta, al menos en la superficie. Sawyer había dedicado veinticinco años de su vida a escarbar sin tregua debajo de la superficie. Esperaba con ansia el día en que no tuviese que hacerlo. El momento en que sumergirse en los motivos y las circunstancias que convertían a seres humanos en monstruos fuese la tarea de otro. Hoy, sin embargo, era su deber. Apartó la mirada de la foto y miró al ser real.

– Lo siento. Al parecer, pierdo el control cada vez que ustedes dos aparecen. -Sidney pronunció las palabras lentamente, con los ojos cerrados. Parecía más pequeña de lo que Sawyer recordaba, como si una crisis detrás de otra produjeran el efecto de que se hundiera sobre sí misma.

– ¿Dónde está la pequeña? -preguntó el agente.

– Con mis padres -contestó Sidney en el acto.

Sawyer asintió despacio. Sidney abrió los ojos por un segundo y los cerró otra vez.

– La única vez que no pregunta por su padre es cuando está durmiendo -añadió Sidney con un murmullo, los labios temblorosos.

Sawyer se frotó los ojos inyectados en sangre y se acercó un poco más al fuego.

– ¿Sidney? -Ella abrió los ojos y le miró. Se arregló sobre los hombros la manta que había cogido del sofá y levantó las piernas hasta que las rodillas le tocaron el pecho-. Sidney, usted dijo que fue al lugar del accidente. Sé que es verdad. ¿Recuerda haberse llevado a alguien por delante? Todavía me duele la rodilla.

Sidney se sobresaltó. Sus ojos parecieron dilatarse del todo y después volvieron al tamaño normal.

– Tenemos el informe de uno de los agentes que estaba de servicio aquella noche. ¿El agente McKenna?

– Sí, fue muy amable conmigo.

– ¿Por qué fue allí, Sidney?

Sidney no respondió. Se rodeó las piernas con los brazos. Por fin, levantó la mirada pero sus ojos miraban más a la pared que tenía delante que a los dos agentes. Parecía estar mirando a un lugar muy lejano, como si estuviese volviendo a las espantosas profundidades de un enorme agujero en la tierra, a una cueva que, en aquel momento según creía, se había engullido a su marido.

– Tuve que hacerlo -contestó Sidney, y cerró la boca.

Jackson comenzó a decir alguna cosa, pero Sawyer lo detuvo con un gesto.

– Tuve que hacerlo -repitió Sidney. Una vez más comenzó a llorar pero la voz se mantuvo firme-. La vi en la televisión.

– ¿Qué? -Sawyer se echó un poco hacia delante, ansioso-. ¿Qué vio?

– Vi su bolsa. La bolsa de Jason. -Le temblaron los labios al pronunciar su nombre. Se llevó una mano trémula a la boca como si quisiera contener el dolor concentrado allí. Bajó la mano-. Todavía veo sus iniciales en un lado. -Se interrumpió otra vez y se enjugó las lágrimas con el dorso de la mano-. De pronto pensé que quizás era la única cosa… la única cosa que quedaba de él. Fui a buscarla. El agente McKenna me dijo que no podía cogerla hasta que acabaran la investigación, así que regresé a casa con las manos vacías. Sin nada. -Pronunció estas dos últimas palabras como si fuesen un resumen de en qué se había convertido su vida.

Sawyer se echó hacia atrás en la silla y miró a su compañero. La bolsa era un callejón sin salida. Dejó transcurrir un minuto entero antes de romper el silencio.

– Cuando le dije que su marido estaba vivo, no pareció sorprenderse. -El tono de Sawyer era bajo y sereno, pero también un poco cortante.

La respuesta de Sidney fue mordaz, pero la voz sonó cansada. Era obvio que se le agotaban las fuerzas.

– Acababa de leer el artículo del periódico. Si quería sorprenderme, tendría que haber venido antes que el repartidor de diarios. -No estaba dispuesta a contarle su humillante experiencia en la oficina de Gamble.

Sawyer permaneció callado un momento. Había esperado esta respuesta absolutamente lógica, pero de todas maneras le complacía haberla escuchado de sus labios. A menudo, los mentirosos se embarcaban en complicadas historias en sus esfuerzos por no ser descubiertos.

– Vale, de acuerdo. No quiero que esta conversación se eternice, así que le haré algunas preguntas y quiero respuestas sinceras. Nada más. Si no sabe la respuesta, mala suerte. Estas son las reglas. ¿Las acepta?

Sidney no respondió. Miró con ojos cansados a los agentes. Sawyer se inclinó un poco hacia ella.

– Yo no me inventé las acusaciones contra su marido. Pero con toda sinceridad, las pruebas que hemos descubierto hasta ahora no dan una figura muy buena.

– ¿Qué pruebas? -preguntó Sidney, tajante.

– Lo siento, no estoy en libertad de decirlo -respondió Sawyer-. Pero sí le diré que son lo bastante fuertes para justificar la orden de busca y captura de su marido. Si no lo sabe, todos los polis del mundo le están buscando ahora mismo.

Los ojos de Sidney brillaron al captar el significado de las palabras. Su esposo, un fugitivo buscado por todo el mundo. Miró a Sawyer.

– ¿Sabía esto cuando vino a verme la primera vez?

La expresión de Sawyer reflejó su incomodidad.

– Una parte. -Se movió inquieto en la silla y Jackson lo relevó en el uso de la palabra.

– Si su marido no hizo las cosas de que le acusan, entonces no tiene nada que temer de nuestra parte. Pero no podemos hablar por los demás.

La mirada de Sidney se clavó en el agente.

– ¿Qué ha querido decir con eso?

– Digamos que no hizo nada malo. Sabemos con toda certeza que no estaba en aquel avión. Entonces, ¿dónde está? Si perdió el avión por accidente, la habría llamado en el acto para avisarle de que estaba bien. Pero no lo hizo. ¿Por qué? Una parte de la respuesta sería que se involucró en algo que no era del todo legal. Además, el plan y la ejecución nos llevan a creer que actuaron otras personas. -Jackson hizo una pausa para mirar a Sawyer, que asintió-. Señora Archer, el hombre que creíamos autor material del sabotaje fue asesinado en su apartamento. Al parecer, tenía todo listo para abandonar el país, pero alguien se encargó de cambiar el plan.

Los labios de Sidney pronunciaron la palabra «asesinado» sin sonido. Recordó a Edward Page tendido en un charco formado con su propia sangre. Muerto inmediatamente después de hablar con ella. Se arrebujó en la manta. Vaciló, mientras decidía si decirle o no a los agentes que había hablado con Page. Entonces, por alguna razón que no podía precisar, decidió callar.

– ¿Cuáles son sus preguntas?

– Primero, le contaré una pequeña teoría que tengo. -Sawyer hizo una pausa mientras ponía en orden sus pensamientos-. Por ahora, aceptaremos su historia de que viajó a Nueva Orleans por un impulso. Nosotros la seguimos. También sabemos que sus padres y su hija dejaron la casa poco después.

– ¿Y? ¿Para qué iban a quedarse aquí? -Sidney echó una ojeada al interior de la casa que había querido tanto. ¿Que había aquí sino miseria?, pensó.

– Correcto. Pero verá, usted se fue, nosotros nos fuimos y también sus padres. -Hizo una pausa y esperó la reacción de Sidney.

– Si ese es el punto, me temo que no lo capto.

Sawyer se levantó y se quedó de espaldas al fuego con los brazos abiertos mientras miraba a Sidney.

– No había nada aquí, Sidney. La casa estaba sin vigilar. Da lo mismo la razón que la llevara a Nueva Orleans; la cuestión es que nos alejó de aquí. Y no quedó nadie vigilando su casa. ¿Lo ve ahora?

A pesar del calor del fuego, Sidney sintió que se le helaba la sangre. La habían utilizado de cebo. Jason sabía que el FBI la vigilaba. El la había utilizado. Para conseguir algo de esta casa.

Sawyer y Jackson miraban a Sidney como halcones. Casi veían los procesos mentales mientras reflexionaba sobre lo que acababa de decir el agente.

Sidney miró a través del ventanal. Después miró la chaqueta sobre la mecedora. Pensó en el disquete guardado en el bolsillo. De pronto deseó acabar con la entrevista cuanto antes.

– Aquí no hay nada que le interese a nadie.

– ¿Nada? -La voz de Jackson sonó escéptica-. ¿Su marido no guardaba ningún archivo o expedientes aquí? ¿Nada de eso?

– Nada relacionado con el trabajo. En Tritón son un poco paranoicos con esas cosas.

Sawyer asintió. Después de su experiencia personal en Tritón, era un comentario muy acertado.

– Sin embargo, Sidney, quizá quiera pensarlo. ¿No ha visto si faltaba alguna cosa o que hubieran tocado algo?

– La verdad es que no me he fijado.

– Bien, si no tiene inconveniente, podríamos revisar la casa ahora mismo. -Miró a su compañero, que había fruncido el entrecejo al escuchar la petición. Después miró a Sidney a la espera de su respuesta.

Al ver que ella no decía nada, Jackson se acercó.

– Siempre podemos pedir una orden del juez. Sobran motivos. Pero nos ahorraría un montón de tiempo y problemas. Y si es como usted dice y aquí no hay nada, entonces no tendrá ningún problema, ¿verdad?

– Soy abogada, señor Jackson -dijo Sidney con un tono frío-. Conozco el procedimiento. Adelante, ustedes mismos. Por favor, perdonen la suciedad, no he tenido tiempo para hacer las tareas domésticas. -Se levantó, dejó a un lado la manta y se puso la chaqueta-. Mientras ustedes se ocupan de eso, iré a tomar un poco el aire. ¿Cuánto tardarán?

– Unas horas.

– Muy bien. Si quieren comer algo, busquen en el frigorífico. Registrar es un trabajo que da mucha hambre.

En cuanto Sidney salió de la casa, Jackson se volvió hacia su compañero.

– Es toda una tía, ¿no?

Sawyer miró la figura que caminaba hacia el garaje.

– Sí que lo es.

Sidney regresó al cabo de varias horas.

– ¿Han encontrado alguna cosa? -Miró a los dos hombres despeinados.

– Nada de interés -replicó Jackson con un tono de reproche.

– Ese no es mi problema, ¿no?

Los dos agentes se miraron durante un momento.

– ¿Tienen más preguntas? -preguntó Sidney.

Los dos agentes se marcharon al cabo de una hora. En el momento que salían de la casa, Sidney puso una mano sobre el brazo de Sawyer.

– Es evidente que usted no conoce a mi marido. Si le conociera, nunca habría pensado que él… -los labios de Sidney se movieron, pero por un momento no se escuchó sonido alguno-. El nunca se hubiera complicado en el sabotaje del avión. Con toda esa gente… -Cerró los ojos y se apoyó en la puerta cuando le fallaron las piernas.

La expresión de Sawyer reflejó su malestar. ¿Cómo podía nadie creer que la persona que amaban, con la que habían tenido un hijo, podía ser capaz de algo así? Pero los seres humanos cometían atrocidades cada minuto del día; eran los únicos seres vivientes que mataban con malicia.

– Comprendo cómo se siente, Sidney -murmuró el agente.

Jackson pateó una piedra en el camino hacia el coche y miró a su compañero.

– No lo sé, Lee, las cosas no cuadran con esa mujer. Nos oculta algo.

Sawyer se encogió de hombros.

– Si yo estuviese en su posición, haría lo mismo.

– ¿Mentirle al FBI? -Jackson le miró sorprendido.

– Está pillada en el medio, no sabe hacia qué lado ir. En esas circunstancias, yo también me guardaría cartas.

– Supongo que tendré que confiar en tu juicio -dijo Jackson con un tono poco convencido mientras subía al coche.

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