16

Forrester se despertó bañado en un sudor casi febril. Miró con los ojos entrecerrados hacia las deslucidas cortinas de su habitación del hotel. Durante un momento, la pesadilla persistió, dando un palpable pero absurdo sabor de maldad a lo que le rodeaba: la puerta del armario estaba entreabierta mostrando la oscuridad del interior; la televisión estaba escondida, achaparrada y fea, en un rincón.

¿Qué había soñado? Se quitó el sueño de la cara frotándose los ojos y recordó que había soñado con lo de siempre, claro. Una niña. Un puente. Después las continuas sacudidas de los coches que pasaban por encima de un «neumático».

Una sacudida, otra y otra.

Una sacudida, otra y otra.

Se levantó, se acercó a la ventana y descorrió las cortinas. Para su sorpresa, había luz, mucha luz. El cielo estaba blanco y limpio y las calles llenas de gente. Iba a llegar tarde a la rueda de prensa.

Consiguió llegar a tiempo. La amplia estancia ya estaba animada. La policía local había ocupado la sala más grande del fuerte de Santa Ana. Un puñado de periodistas locales se habían unido a una docena de reporteros nacionales. Dos equipos de noticias con cámaras digitales, grandes auriculares y largos micrófonos grises merodeaban por la parte de atrás. Forrester vio una cabeza conocida de cabello rubio. Se trataba de la corresponsal de Londres para la CNN. La había visto antes en varias sesiones informativas.

¿CNN? Estaba claro que alguien le había dado el chivatazo a los medios de comunicación de Londres sobre la naturaleza macabra del asesinato. Desde la parte de atrás del vestíbulo, supervisó la sala. Había tres policías sentados delante: el subcomisario Hayden estaba en el centro flanqueado por una pareja de tipos más jóvenes. En una gran pantalla azul por encima de ellos se leía «Cuerpo de Policía de la isla de Man».

El subcomisario levantó una mano.

– Si podemos empezar… -Les habló a los periodistas sobre las circunstancias del crimen, mencionando el descubrimiento del cuerpo y describiendo lacónicamente el modo en que había sido enterrada la cabeza del hombre.

Un periodista dio un grito ahogado.

Hayden hizo una pausa, dando tiempo para que los detalles truculentos tomaran poso. Después hizo un llamamiento para que se presentaran los testigos. Terminó su presentación y miró hacia la sala.

– ¿Alguna pregunta?

Varias manos se elevaron de golpe.

– ¿La joven de atrás?

– Ángela Darvill, CNN. Señor, ¿cree que hay alguna relación entre este asesinato y el caso reciente de Covent Garden?

Aquello no se lo esperaba. Hayden se estremeció visiblemente y después dirigió la mirada a Forrester, el cual se encogió de hombros. El oficial de Scotland Yard no sabía qué aconsejarle. Si los medios de comunicación tenían ya noticia de la conexión, no había nada que se pudiera hacer al respecto. Tendrían que pedirle a los medios que lo mantuvieran en secreto para que los asesinos no supieran que la policía había relacionado los casos; pero no podía negar lo que resultaba evidente que alguien había dicho.

El subcomisario respondió con una señal al gesto de hombros de Forrester y después devolvió la mirada a la periodista americana.

– Señorita Darvill, existen ciertos detalles que comparten los dos. Pero aventurar algo más es mera especulación por ahora. No quisiera hacer más comentarios al respecto. Agradeceríamos su discreción en este asunto, que estoy seguro sabrán entender.

Dicho eso, miró por toda la sala buscando a un nuevo interrogador. Pero Ángela Darvill volvió a levantar la mano.

– ¿Cree que existe algún componente religioso?

– ¿Perdón?

– La estrella de David. La señal grabada en el pecho. En ambos casos.

Los periodistas locales se giraron para mirar a Ángela Darvill. La pregunta les había confundido; desconcertó a toda la sala. Hayden no había mencionado el «diseño» de los cortes.


La sala quedó en silencio cuando Hayden respondió.

– Señorita Darvill, tenemos un crimen brutal y muy serio que investigar. El reloj va avanzando. Así pues, creo que debería contestar preguntas de… otros. ¿Sí?

– Brian Delhi, The Douglas Star. -El reportero local especuló sobre posibles móviles y Hayden dijo que, por el momento, no tenían ninguno. Los dos hombres cambiaron algunas preguntas y respuestas más entre ellos. Entonces, un periodista de un diario de tirada nacional se levantó y preguntó sobre la víctima. Hayden les dijo que era un hombre de allí, muy apreciado, con esposa e hijos que vivían en la ciudad. Era un buen marinero. El subcomisario miró con atención por toda la sala, fijándose en cada una de las caras.

– Puede que incluso alguno de ustedes conociera su barca, El Manatí. Solía salir a navegar con su hijo Jonny. -Sonrió con tristeza-. El chico tiene tan sólo diez años.

Durante unos segundos, nadie dijo nada.

Forrester pensó que el policía de Man estaba haciendo un buen trabajo. El descarado giro emocional había sido muy hábil. Así es como se consigue que los testigos acudan: apelando al corazón, no a la cabeza. Y realmente necesitaban testigos. Porque no tenían pruebas, ni ADN ni huellas. Nada.

Hayden se dirigió a un hombre con entradas vestido con un anorak.

– ¿El del rincón? ¿Señor…?

– Harnaby. Alisdair. Radio Triskel.

– ¿Sí?

– ¿Cree que el crimen está relacionado con la extraña historia de este edificio?

Hayden tamborileó con sus dedos en la mesa.

– No sé nada de una historia extraña.

– Me refiero al modo en que se construyó el castillo. ¿Es probable que sea importante? Ya sabe, todas esas leyendas…

El policía dejó de dar golpes con los dedos.

– Por el momento, señor Harnaby, estamos siguiendo todas las líneas posible de investigación. Pero espero que no estemos persiguiendo leyendas. Y eso es todo lo que puedo decirles. Por ahora. -Se puso de pie-. Tenemos trabajo por hacer, así que si nos disculpan, creo que hay café en la tienda de la entrada.

Forrester miró a su alrededor. Había sido una buena y profesional rueda de prensa, pero seguía desconcertado. Algo le preocupaba. Miró a Harnaby. ¿A qué se refería aquel tipo? ¿La historia «extraña» del edificio? Coincidía con los pensamientos de Forrester. Allí había algo raro. La arquitectura: el efecto pastiche del edificio. Había algo extraño.

Alisdair Harnaby estaba sacando de debajo de su asiento una bolsa azul.

– ¿Señor Harnaby?

El hombre se giró y sus gafas de montura fina brillaron con el reflejo de las luces.

– Soy el inspector Forrester, de la Policía Metropolitana. -Harnaby pareció desconcertado. Forrester siguió hablando-: Scotland Yard. ¿Tiene un minuto?

El hombre dejó en el suelo su bolsa de plástico y Forrester se sentó a su lado.

– Estoy interesado en lo que ha dicho sobre la extraña historia del edificio. ¿Puede explicármelo?

Harnaby asintió y sus ojos centellearon. Echó un vistazo al vestíbulo vacío.

– Lo que se ve hoy es una copia bastante burda del edificio anterior.

– De acuerdo, y…

– El fuerte original, el fuerte de Santa Ana, fue demolido en 1979. También era conocido como el Disparate de Whaley.

– ¿Y quién lo construyó?

– Jerusalem Whaley. Un calavera.

– ¿Un qué?

– Un cabrón. Un vividor. Un matón de clase alta. Ya sabe a qué me refiero.

– ¿Una especie de playboy?

– Sí y no -sonrió Harnaby-. Le estoy hablando de verdadero sadismo, a lo largo de varias generaciones.

– ¿Por ejemplo?

– El padre de Whaley fue Richard Chappell Whaley. Pero los irlandeses lo llamaban «Burnchapel» Whaley.

– ¿Y eso?

– Fue miembro de la aristocracia angloirlandesa. Protestante. Y solía quemar iglesias católicas irlandesas. Con los fieles dentro.

– Ha sido una pregunta tonta.

– Pues sí. -Harnaby se rió-. ¡Es muy desagradable! Y Burnchapel Whaley fue también miembro del club irlandés del Fuego del Infierno. Se trataba de una horrible caterva de vándalos, incluso para lo que se prodigaba en aquella época.

– Muy bien. ¿Y qué me cuenta de Jerusalem Whaley, su hijo?

Harnaby frunció el ceño. Había ahora tanto silencio en la sala que Forrester podía oír el golpeteo de la llovizna en los alargados marcos de las ventanas.

– ¿Tom Whaley? Ese fue otro cabrón georgiano. Tan bruto y cruel como su padre. Pero luego ocurrió algo. Volvió a Irlanda tras un largo viaje por Oriente hasta Jerusalén. De ahí su apodo: Jerusalem Whaley. Cuando regresó, parecía que el viaje le había cambiado. Lo destrozó.

Forrester hizo un gesto de sorpresa.

– ¿Cómo?

– Lo único que sabemos es que Jerusalem Whaley volvió siendo un hombre muy distinto. Construyó este extraño castillo, el fuerte de Santa Ana. Escribió sus memorias. Un sorprendente libro lleno de arrepentimiento. Y después murió, dejando atrás el castillo y un montón de deudas. ¡Pero una vida fascinante! -Harnaby hizo una pausa-. Perdone, señor Forrester, ¿estoy hablando demasiado? A veces me dejo llevar. Es un poco de pasión por mi parte, folclore de la zona. Tengo un programa de radio sobre historia local, ¿sabe?

– No se disculpe. Esto es muy interesante. La verdad es que sólo tengo una pregunta más. ¿Ha quedado algo del antiguo edificio?

– Pues no. No, no, no. Fue derruido por completo -suspiró Harnaby-. ¡Así eran los años setenta! De haber podido, habrían derribado la catedral de San Pablo. La verdad es que es una pena. Pocos años después el edificio habría sido conservado.

– Entonces, ¿no dejaron nada?

– No. Aunque… -El rostro de Harnaby se nubló-. Hay algo…

– ¿Qué?

– A veces me he preguntado… Hay otra leyenda. Muy rara, la ver dad.Harnaby agarró su bolsa de plástico-. ¡Se lo enseñaré!

El hombre caminó balanceándose hacia la puerta y Forrester le si guió hasta el jardín delantero. En mitad de la brisa, el frío y la 11o vizna miró a su izquierda. Pudo ver a Boijer junto a la carpa Policial. La chica de la CNN pasaba con su equipo. Forrester articuló los labios hacia Boijer señalándole a Ángela Darvill: «Habla con ella, descubre qué sabe». Su subalterno asintió.


Harnaby caminó lenta y pesadamente por la empapada hierba de la fachada, delante del edificio almenado. Cuando el césped dio paso a setos y muros, el hombre se arrodilló como si fuera a arreglar las plantas.

– ¿Ve?

Forrester se agachó a su lado y miró la tierra oscura y húmeda.

Harnaby sonrió.

– ¡Mire! ¿Lo ve? La tierra es más oscura aquí que aquí.

Era cierto. La tierra parecía cambiar un poco de color. El suelo del césped del castillo tenía claramente más turba y era más oscuro que el que estaba más apartado de la casa.

– No lo entiendo. ¿Qué es?

Harnaby negó con la cabeza.

– Es irlandesa.

– ¿Cómo?

– La tierra. No es de aquí. Puede que sea de Irlanda.

Forrester entrecerró los ojos. Estaba lloviendo de nuevo, y esta vez, con más fuerza. Pero no se dio cuenta. La relojería de aquel caso daba vueltas en su cabeza. Daba vueltas con bastante rapidez.

– Por favor, explíquese.

– El cabrón de Whaley era un hombre impulsivo. Una vez apostó con alguien a que podía saltar desde la ventana de un segundo piso sobre un caballo y sobrevivir. Lo hizo, ¡pero el caballo murió! -Harnaby se rió-. En cualquier caso, la historia es que se enamoró de una chica irlandesa, justo antes de mudarse aquí. A Man. Pero esto le planteaba un problema.

– ¿Cuál?

– Su contrato de matrimonio decía que ella sólo podría vivir en suelo irlandés. Pero aquello fue en 1786 y Whaley acababa de comprar esta casa. Estaba decidido a traer a su mujer aquí, a pesar de lo que dijera el contrato. -A Harnaby le brillaban los ojos.

Forrester pensó en ello.

– ¿Quiere decir que trajo toneladas de tierra irlandesa para vivir en ella, de forma que su mujer estuviera en suelo irlandés?

– En pocas palabras, sí. Transportó una gran cantidad de tierra hasta la isla de Man y, de ese modo, cumplió sus votos. O eso dicen…

Forrester apoyó la mano sobre la tierra húmeda y oscura que ahora se llenaba de manchas negras por la lluvia.

– Entonces, ¿todo el edificio está construido sobre esa misma tierra irlandesa? ¿Esta tierra de aquí?

– Es muy posible.

Forrester se puso de pie. Se preguntó si los asesinos conocían esa extraña historia. Tenía la fuerte sensación de que así era. Porque no habían prestado atención al edificio y, en su lugar, habían ido directamente a por el último vestigio auténtico posible del Disparate de Whaley. La tierra sobre la que fue construido.

Forrester tenía otra pregunta más.

– De acuerdo, señor Harnaby, ¿de dónde pudo proceder la tierra?

– Nadie lo sabe con certeza. Sin embargo… -El periodista se quitó las gafas para limpiar la lluvia de los cristales-. Sin embargo, tuve hace tiempo una teoría. Que procedía de Montpelier House.

– ¿Qué es?

Harnaby parpadeó.

– El cuartel general del club irlandés del Fuego del Infierno.

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