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Para ser profesor, Hugo De Savary era muy elegante. Forrester se había esperado a alguien desaliñado: con coderas en la chaqueta y exceso de caspa en los hombros. Pero el catedrático de Cambridge era un hombre animado, alegre, jovial y verdaderamente esbelto que desprendía un aire de prosperidad y seguridad.

Posiblemente fuera porque sus libros, famosos ensayos sobre satanismo, sectas, canibalismo y una lista completa de temas góticos, habían tenido un gran éxito comercial. Esto había provocado que fuera rechazado por los miembros más serios de la comunidad académica, o eso es lo que Forrester había supuesto, a juzgar por las críticas que había leído.

Fue De Savary quien había sugerido que almorzaran en aquel restaurante japonés de moda cerca del Soho. Forrester le había pedido por correo electrónico que se reunieran la próxima vez que el profesor estuviera en la ciudad. De Savary había aceptado alegremente e incluso se había ofrecido a invitar, lo cual estaba bien, puesto que el restaurante que había elegido no era del tipo que Forrester solía frecuentar normalmente cuando solicitaba información, y con toda seguridad, era cinco veces más caro.

De Savary comía su pequeño plato de bacalao negro y miso con gran entusiasmo. Se habían acomodado en un banco de madera de roble, delante de una barra que rodeaba el espacio central de la cocina con una gran parrilla atendida por atareados cocineros japoneses de ceño fruncido que cortaban verduras de color oscuro con cuchillos aterradores y enormes. Miró a Forrester.

– ¿Cómo supieron sus forenses que el elixir era damu?

El profesor se refería al líquido de la botella de Castlerigg. Forrester trató de agarrar un trozo de calamar crudo con sus palillos, pero no lo consiguió.

– Hemos tenido varios asesinatos con mutilaciones en Londres. Sacrificios africanos de niños. Así que los chicos del laboratorio ya se habían encontrado antes con el damu.

– ¿El torso sin cabeza de aquel pobre niño encontrado en el Támesis?

– Sí. -Forrester dio un sorbo a su sake caliente-. Al parecer, esto del damu es la sangre concentrada de las víctimas de los sacrificios. Eso es lo que me dicen los de patología.

– Pues tienen razón. -Ante ellos un enorme cocinero japonés limpiaba, a gran velocidad, un pescado amoratado-. Las mutilaciones son un asunto verdaderamente desagradable. Cientos de niños mueren todos los años en el África negra. ¿Sabe qué les hacen exactamente?

– Sé que les cortan los miembros…

– Sí. Pero lo hacen cuando todavía están vivos. Y también les cortan los genitales. -De Savary dio un sorbo a su cerveza-. Se supone que los gritos de las víctimas vivas añaden fuerza a la mutilación. ¿Quiere que comamos un poco de ese filete de atún claro?

– ¿Perdón?

Lo normal en aquel restaurante tan rabiosamente de moda era, al parecer, pedir pequeños platos de comida. No lo pedías todo al principio; seguías comiendo hasta que te hartabas. Era divertido. Forrester no había estado nunca en un sitio así. Se preguntó quién podía permitirse esos precios. Sushi de cangrejo de caparazón blando traído desde Alaska. Toro con espárragos y caviar de esturión. ¿Qué era el toro?

– La tempura de gambas de roca está increíble -comentó De Savary.

– Le diré una cosa -dijo Forrester-. Elija usted. Después cuénteme lo que piensa de esta banda de criminales…

De Savary sonrió con gravedad.

– Por supuesto. Mi clase empieza a las tres. Démonos prisa.

– Entonces, ¿qué opina?

– Su banda parece obsesionada con los sacrificios humanos.

– Eso ya lo sabemos.

– Pero es una extraña mezcla de prácticas.

– ¿Cómo?

– Están realizando sacrificios de distintas culturas. La extirpación de la lengua es probablemente nórdica, el enterramiento de las cabezas, japonés o israelita. El afeitado, claramente azteca. La estrella de David es salomónica, como usted ha dicho.

Una joven camarera tailandesa se acercó a ellos y De Savary pidió la comida. La camarera hizo una pequeña reverencia y se fue. El profesor volvió a mirar a Forrester.

– Y ahora tenemos el damu, enterrado en un lugar dedicado al sacrificio. Eso es lo que hacen los hechiceros africanos antes de realizar una gran mutilación. Entierran el damu en suelo sagrado. Después realizan el sacrificio.

– Entonces…, ¿cree que van a volver a asesinar?

– Naturalmente. ¿Usted no?

Forrester suspiró y asintió. Por supuesto que la banda iba a actuar de nuevo.

– ¿Y qué pasa con lo del Fuego del Infierno? ¿Cómo encaja en todo esto?

– No estoy muy seguro. Es evidente que buscan algo que tenga que ver con los del Club del Fuego del Infierno. Lo que está menos claro es qué será.

Colocaron tres platos sobre la barra de roble delante de ellos. El aroma era delicioso. Forrester deseó que le permitieran usar cuchara.

– Lo que sí puedo decirle ahora es cómo funcionan estas sectas satánicas, la psicología del grupúsculo -continuó De Savary-. Suelen proceder de la clase media o incluso alta. Manson y sus seguidores no eran unos cabrones de los bajos fondos, sino niños ricos. Es el rico aburrido e inteligente el que comete la mayoría de los delitos. Puede verse un paralelismo con la banda Baader Meinhof de Alemania. Hijos e hijas de banqueros, millonarios y empresarios. Hijos de la élite.

– Y también está Bin Laden.

– ¡Exacto! Bin Laden es el listo y carismático hijo de un multimillonario famoso, pero se sintió atraído por el sector más nihilista y psicópata del islam.

– ¿Y ahí se ve el paralelismo con el Club del Fuego del Infierno?

De Savary agarró hábilmente con los palillos un poco de atún claro. Forrester a duras penas se las arregló para hacer lo mismo. Estaba increíblemente decilioso.

– Una vez más, tiene razón. El Club del Fuego del Infierno estableció las directrices para las sectas letales de los pijos de la actualidad.


Un grupo de aristócratas ingleses, muchos de ellos personas con mucho talento como escritores, hombres de estado y científicos, se vieron atraídos hacia actos deliberadamente transgresores. Para épater les bourgeois, quizá.

– Pero hay gente que dice que el Fuego del Infierno no era más que un club de borrachos. Una sociedad de vividores.

De Savary negó con la cabeza.

– Sir Francis Dashwood fue uno de los mayores expertos religiosos de su época. Viajó al Lejano Oriente persiguiendo arcanos intereses, los esoterismos religiosos. Ésa no es actividad propia de un diletante. Y Benjamín Franklin fue una de las mentes más privilegiadas del siglo.

– Entonces, no se reunían simplemente para tomar ginebra y jugar al Twister.

– No, no lo creo -respondió De Savary, riéndose entre dientes. El cocinero japonés que estaba delante de ellos estaba utilizando dos cuchillos a la vez, cortando en filetes y en dados una larga y escurridiza anguila. El cuerpo de la anguila bailaba sobre la tabla mientras la cortaba, como si estuviera viva. Quizá lo estuviera.

– La ocupación del club inglés del Fuego del Infierno es objeto de disputas. Sí que sabemos que el irlandés era tremendamente violento. Solían verter alcohol sobre los gatos y después prenderles fuego. Los gritos de los animales moribundos mantenían despiertos a la mitad del Dublín georgiano. Y asesinaron a un sirviente del mismo modo. Por una apuesta. -Hizo una pausa-. Creo que el Club del Fuego del Infierno y algunas de las otras sectas satánicas que vemos en Europa pueden ayudarnos a comprender cómo será la banda que usted busca. En cuanto a su jerarquía, motivaciones y psicología… Tendrán un líder definido, carismático y muy inteligente. Probablemente alguien de muy alta cuna.

– ¿Y sus seguidores?

– Amigos cercanos de personalidad más débil. Pero aun así inteligentes. Seducidos por el encanto satánico del líder de la secta. Probablemente tengan también una procedencia privilegiada.

– Eso se ajusta a las descripciones, las voces elegantes, etc.

De Savary cogió un plato de la barra. Durante un momento, estuvo pensando mientras miraba la comida.

– Sin embargo, creo que el líder de su banda está completamente loco -continuó.

– ¿Cómo?

– No olvide lo que está haciendo. La mezcla poco acorde con la historia de elementos de sacrificio. Está claramente loco. Si buscara algo relacionado con el Club del Fuego del Infierno podría haberlo hecho de una forma mucho más discreta. Y no recorriendo las islas Británicas y masacrando gente. Sí, los asesinatos de bandas son planeados y ejecutados con cierta delicadeza, ocultando sus huellas, como dicen ustedes, pero ¿por qué matar si la intención es principalmente recuperar, descubrir algo que está oculto? -De Savary se encogió de hombros-. Et voilà. No se trata de algo de mala reputación, aunque lógico, propio de Francis Dashwood, sino que se aproxima más a Charles Manson. Un psicópata. Genio, pero psicópata.

– Lo cual quiere decir…

– Usted es el detective. Creo que significa que llegará muy lejos. Cometerán un error en su escalada de crímenes. La pregunta es…

– ¿A cuántas personas asesinarán antes?

– Exacto. Ahora debe usted probar este daikon. Es una especie de rábano. Sabe a ambrosía.

De vuelta en Scotland Yard, Forrester revivió el almuerzo con un feliz eructo. Después, se sentó en su silla giratoria y dio varias vueltas, como un niño. Estaba algo borracho por el sake. Pero podía justificarlo. La comida había sido muy instructiva. Con su nuevo amigo Hugo. Forrester descolgó el teléfono y llamó a Boijer.

– ¿Sí, señor?

– Boijer, necesito que busque algo, que haga un rastreo.

– ¿Sobre qué?

– Llame a los colegios privados más caros.

– De acuerdo…

– Empiece por Eton, Winchester y Westminster. Nada que esté por debajo de Millfield. Y llame a Harrow. Compruebe la lista del consejo de rectores.

– Muy bien. Y… ¿sobre qué les preguntamos?

– Sobre chicos desaparecidos. Alumnos desaparecidos. Y pruebe también en las mejores universidades. Oxbridge, Londres, St Andrews, Durham… Ya conoce la lista.

– ¿Bristol?

– ¿Por qué no? Y Exeter. Y el Instituto de Agricultura de Cirencester. Tenemos que encontrar estudiantes que lo dejaran, de forma repentina y recientemente. Quiero chicos pijos. Con problemas.

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