19

El tiempo seguía siendo espantoso. El cielo de color gris plomizo estaba tan sombrío como los verdes campos azotados por el viento que había debajo de él. Boijer, Forrester y Alisdair Harnaby iban en un coche grande y oscuro a toda velocidad con dirección al sur cruzando la isla de Man. Les precedía otro coche largo y negro que llevaba al subcomisario Hayden y sus colegas.

Forrester notaba la ansiedad. El tiempo pasaba, escapándose entre sus manos. Y cada minuto que perdían les acercaba más al siguiente horror. El siguiente e inevitable asesinato.

Dejó escapar un fuerte suspiro. Casi con rabia. Pero por fin se encontraban ya detrás de algo, siguiendo una buena pista. Un agricultor había visto algo extraño en un extremo remoto de la isla, hacia el sur, cerca de Castletown. Forrester había convencido de inmediato a Alisdair Harnaby para que les acompañara a la entrevista, porque pensaba que aquel hombre podía proporcionarles algo más de información. El punto de vista histórico. Parecía importante.

Pero Forrester quería saber primero qué había dicho la mujer de la CNN. Boijer estaba deseando contárselo. El sargento le explicó que Ángela Darvill había oído hablar del caso de Craven Street «a un periodista del Evening Standard».

– Así que los relacionó -dijo Forrester-. Es razonable.

– Sí, así es, señor. Pero añadió algo más. Al parecer, hubo un caso similar. En el estado de Nueva York y Connecticut. En Nueva Inglaterra.

– ¿Cómo de similar?

– El mismo tipo de tortura elaborada.

– ¿La estrella de David?

Boijer negó con la cabeza y luego siguió hablando.

– Pero los cortes en la piel, sí. Y las desolladuras. Dijo que fue uno do los casos más terribles que jamás había cubierto.


Forrester se reclinó en el asiento y miró por la ventanilla. Los rodeaban unas colinas húmedas y despejadas. El vacío rural era interrumpido por pequeñas granjas y diminutos árboles encorvados, con sus ramas peladas de forma brusca y extraña a causa de los vientos reinantes. La escena le recordó a unas vacaciones que había pasado una vez en Skye. Había una belleza melancólica en el paisaje, una belleza melancólica que se aproximaba bastante a la verdadera y evocadora tristeza. Forrester trató de hacer desaparecer el recuerdo de su hija de la mente.

– ¿Quién cometió esos asesinatos? -preguntó.

– Nunca lo descubrieron. Aunque es extraño. Me refiero al parecido…

Por delante de ellos, la carretera se redujo casi a un solo carril, que les llevaba a través de los setos azotados por el viento hasta una granja. Los cinco policías y el historiador aficionado caminaron por el sendero hacia una casa de campo blanca y de techo bajo. Boijer se miró los zapatos, que ahora estaban manchados de barro, y chasqueó con la vanidad de un hombre joven.

– ¡Maldita sea! Mira esto.

– Deberías haber traído botas de agua, Boijer.

– No sabía que íbamos de excursión, señor. ¿Se puede alegar en la solicitud de reembolso de gastos?

Forrester se rió de buena gana.

– Veré lo que puedo hacer.

Uno de los policías de casco blanco que acompañaba a Hayden llamó a la puerta de la granja y finalmente la abrió un hombre sorprendentemente joven. Forrester se preguntó por qué la palabra «granjero» siempre evocaba la imagen de un señor de mediana edad blandiendo un azadón o una escopeta. Aquel granjero era atractivo y no tenía más de veinticinco años.

– Hola, hola. ¿Comisario…?

– Jefe de policía -aclaró Hayden-. Sí. Y usted debe de ser Gary

– Sí, soy Gary Spelding. Hablamos por teléfono. Entren, señores. ¡Vaya día tan malo!

Se apiñaron en la cálida y acogedora cocina de madera de pino. Había galletas en un plato. Boijer cogió una con entusiasmo.

De repente, Forrester fue consciente de su número. Cinco eran demasiados, pero todos querían saber más sobre aquella pista. Lo que había visto Spelding. Tras dos teteras servidas por su sonriente esposa, Spelding contó su historia. La tarde del asesinato había estado arreglando una valla de su granja. Estaba a punto de volver a casa, después del trabajo, cuando vio «algo extraño». Forrester dejó que su té se enfriara mientras escuchaba.

– Era un cuatro por cuatro grande. Un Chelsea.

Hayden se inclinó sobre la mesa de la cocina, interesado.

– ¿Dónde exactamente?

– Por el camino al final de la granja. Balladoole.

Harnaby lo interrumpió.

– Lo conozco.

– Por supuesto, allí van turistas de vez en cuando. La playa está justo a continuación. Pero estos tipos era diferentes… -Spelding giró su taza de té y sonrió a Hayden-. Cinco jóvenes. Vestidos con uniformes de telecomunicaciones.

– ¿Cómo dice? -preguntó Boijer.

Spelding se giró para mirar al ayudante de Forrester.

– Todos llevaban grandes monos verdes con la insignia de telecomunicaciones de Manx. La compañía de teléfonos móviles.

Forrester volvió a tomar el control del interrogatorio.

– ¿Y qué estaban haciendo?

– Simplemente caminaban por mis campos. Y pensé que era raro. Bastante raro. Sí. -Spelding le dio un sorbo al té-. Sobre todo porque por aquí no tenemos antenas ni cobertura. Es una zona muerta para los móviles. Así que me pregunté qué estaban haciendo. Y todos eran jóvenes. Tipos jóvenes. Pero casi estaba oscureciendo y hacía trío, así que no eran surfistas.

– ¿Habló con ellos?

Spelding se ruborizó un poco.

– Pues iba a hacerlo. Para empezar, estaban en mi granja. Pero por el modo en que me miraron cuando me acerqué…

– ¿Cómo fue?

– Desagradable. Simplemente… -El granjero se ruborizó aún más-. Algo desagradable. Sin duda. Así que pensé que la discreción sería la mejor opción. Un poco cobarde, lo siento. Y después vi su rueda de prensa en las noticias y empecé a preguntarme…

Durante la siguiente media hora escucharon el resto de la información de Gary Spelding. Descripciones minuciosas de los hombres, todos ellos altos y jóvenes. Descripciones del coche, un Toyota Land-cuiser, aunque Spelding no podía recordar el número de matrícula. Pero al menos era una pista. Un respiro. Forrester supo que probablemente ésos serían los hombres que andaban buscando. Hacerse pasar por trabajadores de una compañía de telecomunicaciones era una buena tapadera. Había antenas de teléfonos por todos lados; todos querían cobertura para sus móviles, veinticuatro horas al día, los siete días de la semana. Podías trabajar hasta avanzada la noche sin despertar sospechas, alegando que «ha habido una avería en la red».

Pero aquel grupo había venido a una zona sin ninguna cobertura para móviles. ¿Por qué lo habían hecho? ¿Es posible que ése fuera su primer error? Forrester sintió que sus esperanzas aumentaban. En este trabajo se necesitaba un poco de suerte. Éste podría ser su golpe de suerte.

La entrevista terminó. La tetera estaba vacía. En el exterior, las nubes grises se habían disipado en parte. Algún rayo de sol empezó a brillar sobre los campos húmedos. Los policías se levantaron los pantalones para no mancharse de barro mientras caminaban con el granjero hasta la carretera de Balladoole.

– Justo por aquí -dijo Spelding-. Aquí es donde los vi.

Todos miraron al campo irregular y embarrado bordeado por el pequeño camino vecinal. Una vaca de aspecto triste miró a Boijer. Detrás del animal había una larga curva de arena gris y, después, el mar glacial y grisáceo iluminado por los ocasionales rayos de sol.

Forrester señaló hacia el camino.

– ¿Adónde conduce?

– Al mar. Eso es todo.

Forrester se subió a la última valla seguido por Boijer y el resto, que mostraron bastante menos entusiasmo. Se detuvo exactamente donde había aparcado el coche. Era un extraño lugar para pararse si uno se dirige a la bahía. Estaba a algo menos de un kilómetro de la playa. Entonces, ¿por qué aparcaron allí? ¿Por qué no conducir esos últimos cientos de metros? ¿Les apetecía caminar? Estaba claro que no. Así que debían de estar buscando algo más.

Forrester volvió a subirse a la valla más próxima. Estaba a dos metros y medio de altura. Miró a su alrededor. Sólo campos, muros de piedra y praderas arenosas. Y el triste mar. El único punto de interés era el campo cercano. El cual, desde la posición estratégica de Forrester, mostraba algunos agujeros poco profundos y rocas sueltas. Se bajó de la valla y se dirigió a Harnaby, que estaba jadeando tras el paseo.

– ¿Qué son? -preguntó Forrester-. ¿Qué son aquellos pequeños hoyos?

– Pues… -Harnaby sonrió inseguro-. Iba a mencionarlo. No hay mucha gente que lo sepa, pero ése es el yacimiento de enterramientos de Balladoole. De los vikingos. Encontraron broches y cosas así. Y… también algo más…

– ¿Qué?

– También encontraron un cuerpo.

Harnaby se explicó. Les habló de la enorme excavación hecha durante la guerra, cuando los científicos de Inglaterra sacaron a luz un barco vikingo enterrado con joyas y espadas. Y el cuerpo de un guerrero vikingo.

– Y había también evidencias de sacrificios humanos. A los pies del guerrero, los arqueólogos encontraron el cuerpo de una chica adolescente. Probablemente fuera la víctima de un sacrificio.

– ¿Cómo lo saben?

– Porque fue enterrada sin ninguna solemnidad. Estrangulada. Los vikingos tenían bastante debilidad por los sacrificios. Mataban a jóvenes esclavas para honrar a los caídos.

Forrester sintió una sacudida reflexiva. Miró a Boijer y luego hacia las lejanas olas grises. Después volvió a mirar a Boijer.

– Sacrificios rituales -dijo por fin-. Sí. ¡Sacrificios humanos rituales, Boijer! ¡Eso es!

Boijer parecía perplejo. Forrester se explicó.

– Piénsalo bien. Un hombre enterrado vivo con la cabeza en la tierra. Un hombre con la cabeza afeitada y la lengua cortada. Cortes rituales en ambos cuerpos…

– Y ahora Balladoole -dijo Harnaby.

Forrester asintó enérgico. Saltando por encima de una segunda valla, cruzó hasta los agujeros y rocas del campo. Tenía los zapatos llenos de barro, pero no le importó. Podía oír el sonido de las olas de la playa; saborear la sal del océano. Debajo de él los vikingos habían enterrado a una mujer joven, una mujer que había sido asesinada de forma ritual. Y esos hombres, esos asesinos, se habían reunido allí antes de cometer su propia ejecución ritual; sólo unas horas antes.

La relojería se había puesto en marcha. La maquinaria había sido engranada. Forrester inhaló el aire húmedo y pesado. La llovizna de las nubes grises se acercaba rápida desde el turbio y picado mar de Irlanda.

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