Rob y Christine estaban sentados en la tetería cercana al estanque de Abraham. Las delicadas piedras de la mezquita de Mevlid Halil brillaban con la luz de la mañana y sus suaves tonos se reflejaban plácidamente en el agua del estanque de peces.
Habían pasado la noche anterior investigando la teoría del Edén por separado, Christine con su ordenador portátil en su apartamento y Rob en el cibercafé, dividiéndose el tiempo para conseguir la máxima información posible más rápidamente. Y ahora se habían reunido para intercambiar opiniones. Habían ido allí en busca de anonimato. Se sentían más seguros sentados entre la gente. Los amigos que paseaban y los soldados fuera de servicio, los niños que comían albóndigas de cordero fritas con una mano mientras sus madres miraban a las carpas. La única nota discordante era un coche de policía aparcado discretamente junto a los jardines de té.
Rob recordaba cómo había llegado a su conclusión. Hablaron del Génesis cuando estuvieron en Sogmatar y Harán. Y Christine había mencionado también la leyenda de Adán y Eva. Rob se dio cuenta de que esa combinación debió de dispararle los recuerdos de su padre recitando la Biblia; así es como vio que los números podrían ser leídos. Capítulo x, versículo y. Dígito por dígito. Pero ahora tenían que examinar esa teoría con más profundidad y comparar las notas según la lógica subyacente.
– De acuerdo -dijo, dando un sorbo al té-. Repasémoslo de nuevo. Sabemos que la agricultura comenzó aquí. El primer lugar del mundo. En la zona que hay justo alrededor de Gobekli. En algún momento en torno al año 8000 antes de Cristo, ¿no?
– Sí. Y sabemos aproximadamente cuándo y dónde se comenzó a criar animales…
– Por las pruebas arqueológicas, «la domesticación provoca una sacudida en el sistema». Lo leí en uno de los libros de tu apartamento. Los esqueletos de las personas cambian, se vuelven más pequeños y menos sanos…
– Sí -asintió Christine dubitativa-. Mientras el cuerpo humano se adapta a una dieta más pobre en proteínas y a un estilo de vida más arduo, es cierto que hay un cambio en el tamaño de los esqueletos, en la fortaleza del físico. Lo he visto en muchos yacimientos.
– Así que el comienzo de la domesticación supuso una dificultad. Del mismo modo, los animales recién domesticados se volvieron más escuálidos.
– Sí.
– Pero… -Rob se inclinó hacia delante-. Cuando esta domesticación tuvo lugar, en el 8000 antes de Cristo, fue también el momento en el que el paisaje de la zona comenzó a cambiar. Por aquí, ¿no?
– Sí. Los árboles fueron cortados, el suelo se fue desecando y la zona se volvió muy árida. Como lo es ahora. Mientras que antes, era… paradisiaca. -Sonrió meditabunda-. Recuerdo a Franz hablando de cómo debió de ser Gobekli. Dijo que fue un prachtvolle Schafferegion, una espléndida zona de pastoreo. Se trataba de una región de bosques y praderas, rica en caza y en plantas silvestres. Pero cambió el clima, mientras la agricultura se afianzaba. Y entonces se convirtió en un lugar agotador. Tenían que ser trabajadas aún más.
Rob sacó su libreta y leyó en voz alta:
– Como Dios le dice a Adán: «La tierra será maldita por tu causa; con fatiga comerás de ella todos los días de tu vida». Génesis, capítulo 3, versículo 17. Tres dicesiete.
Christine se frotó las sienes con los dedos. Parecía cansada, lo cual era poco habitual en ella. Pero después se sacudió y siguió adelante.
– Ya he oído esta teoría antes, que la historia de Edén es una leyenda popular, una alegoría.
– ¿Quieres decir como una metáfora?
– Según algunos, sí. Si lo miras de este modo, la historia del Edén describe nuestro pasado de cazadores-recolectores, cuando teníamos tiempo para deambular entre los árboles, recoger la fruta y recolectar hierbas silvestres…, como Adán y Eva, desnudos en el paraíso. Y después pasamos a cultivar y la vida se hizo más difícil. Y así fuimos expulsados del Edén.
Rob miró a dos hombres que, agarrados de la mano, cruzaban el puente por encima del pequeño arroyo; el puente que llevaba a la tetería.
– Pero ¿cuál es el verdadero motivo de que comenzáramos a criar animales?
Christine se encogió de hombros.
– Nadie lo sabe. Es uno de los grandes misterios. Pero lo cierto es que comenzó aquí. En este rincón de Anatolia. Los primeros cerdos fueron domesticados en Cayonu. Eso está a cien kilómetros de aquí. El ganado vacuno se domesticó en Catalhóyük, al oeste.
– Pero ¿exactamente cómo encaja esto con Gobekli?
– Ésa es una pregunta difícil. Es un milagro que los cazadores crearan un lugar así. Pero demuestra que la vida antes de la agricultura era muy ociosa. Estos hombres, los cazadores, tuvieron tiempo de aprender las artes, esculpir, hacer relieves exquisitos. Fue un enorme salto adelante. Pero no sabían hacer vasijas. -El crucifijo de plata de Christine brillaba a la luz del sol mientras hablaba-. Es extraño. Y, por supuesto, la sexualidad también se desarrolló. Hay muchas imágenes eróticas en Gobekli. Animales y hombres con falos alargados. Relieves de mujeres, abiertas de piernas y desnudas…
– Quizá comieran el fruto del árbol de la ciencia -dijo Rob.
Christine sonrió cortés.
– Puede ser.
Guardaron silencio un momento. La arqueóloga se giró nerviosa a la izquierda, cuando pasaba un policía moreno y su radio emitió un zumbido. Rob se preguntó por qué estaban tan paranoicos. Ninguno de los dos había hecho nada malo. Pero el agente Kiribali se había comportado de un modo muy siniestro. ¿Y qué decir de los hombres que miraban hacia el apartamento? ¿Qué era todo aquello? Trató de alejar sus temores. Todavía quedaban asuntos de los que ocuparse.
– Después está la geografía.
– Sí -asintió Christine-. La topografía. Eso también es importante.
– No hay cuatro ríos cerca de Gobekli.
– No. Sólo uno. Pero es el Eufrates.
Rob recordó lo que había leído en el cibercafé.
– Y los expertos siempre han creído que el Edén, de estar en algún sitio, debe de ser en algún lugar entre el Tigris y el Éufrates. La media luna fértil. El emplazamiento más antiguo de la civilización. Y lo cierto es que se menciona al Éufrates en el Génesis, diciendo que nace en el Edén.
– Es verdad. Y también tenemos las montañas del mapa.
– El Taurus.
– El nacimiento del Éufrates, el este del Edén -afirmó Christine-. Hay leyendas muy sólidas de que el Edén está resguardado entre montañas en el este. Gobekli tiene el Taurus al este. -Sacó sus notas-. Muy bien. Aún hay más. En los antiguos textos asirios se hace mención a una Beth Edén, conocida como la Casa de Edén.
– ¿Qué es?
– Se trata, o más bien se trataba de un pequeño estado arameo. Situado en la curva del Eufrates, justo al sur de Charchemish, que está a ochenta kilómetros de Sanliurfa.
Rob asintió, impresionado. La investigación de Christine había sido mejor que la suya.
– ¿Has encontrado algo más?
– Tenemos noticias de Adán y Eva en Harán. Pero el Edén no sólo está descrito en el Génesis. También está mencionado en el Libro de los Reyes. -Hojeó una página de su cuaderno y leyó la cita-. «¿Acaso libraron los dioses a las naciones que mis padres destruyeron, esto es, Gozán, Harán y Resef, y los hijos de Edén que habitan en Telasar?».
– ¿De nuevo Harán?
– Sí. Harán. -Ella se encogió de hombros-. Y es posible que Telasar sea una ciudad llamada Rasafah, en el norte de Siria.
– ¿Está muy lejos?
– A trescientos veinte kilómetros al sureste.
Rob asintió entusiasmado.
– Lo que hace que Gobekli esté al este. Al este del Edén. ¿Y qué me dices del nombre? ¿De la misma palabra Edén? Significa placer en hebreo…
– Pero la raíz sumeria es, en realidad, eddin. Estepa, meseta o llanura.
– ¿Como… la llanura de Harán?
– Bastante parecido. Como la llanura de Harán, en la que se encuentra…
– Gobekli Tepe. -Rob sintió el cosquilleo del sudor por su espalda. Aquella era una mañana muy calurosa, incluso en el frescor de los jardines de la tetería-. Muy bien, el último hilo es el de la verdadera conexión con la Biblia.
– Se supone que Abraham había vivido aquí. Lo cierto es que está relacionado con Harán en el libro del Génesis. La mayoría de los mu-Niilmanes creen que Urfa es la Ur de Caldea. Y eso se menciona también en el Génesis. Esta pequeña región tiene más enlaces con el Génesis que ningún otro sitio de Oriente Medio.
– Entonces ya está. -Sonrió Rob con satisfacción-. Teniendo en cuenta las conexiones bíblicas, la historia y las leyendas, además de la topografía de la región, las pruebas de las primeras domesticaciones y, por supuesto, los datos del mismo yacimiento, tenemos la solución. ¿Correcto? Al menos, tenemos la solución de Franz… -Rob levantó las manos, como un mago a punto de hacer un truco-. ¡Gobekli Tepe es el Jardín del Edén!
Christine sonrió.
– Metafóricamente.
– Metafóricamente. Pero, aun así, es convincente. Aquí es donde tuvo lugar la caída del hombre. Desde la libertad de la caza al trabajo duro de la agricultura. Y ésa es la historia que se recoge en el Génesis.
Se quedaron en silencio un momento.
– Aunque un mejor modo de decirlo sería que Gobekli Tepe es… -dijo Christine- un templo en un paisaje edénico, más que el verdadero Jardín del Edén.
– Claro. -Se rió abiertamente Rob-. No te preocupes, Christine. La verdad es que no creo que Adán y Eva deambularan por Gobekli comiendo melocotones. Pero sí que creo que Franz pensaba que lo había encontrado. Alegóricamente.
Miró a los resplandecientes estanques sintiéndose mucho más contento. Hablar de ello le servía de ayuda. Y también estaba muy emocionado por las posibilidades periodísticas. Aunque fuera una historia extraña, resultaba sorprendente y, sin lugar a dudas, digna de ser leída. Un científico que creía estar excavando el Edén, aunque fuese de forma metafórica o alegórica, podría ocupar un titular a doble página. Fácilmente.
Christine no parecía estar tan contenta por el éxito de su hipótesis. Sus ojos se empañaron por un segundo, un momento de emoción que rápidamente se le pasó.
– Sí… Digamos que tienes razón. Probablemente la tengas. Es cierto que explica lo de los números. Y su comportamiento misterioso al final, excavando por la noche. Llevándose cosas. Debía de estar muy nervioso justo antes de… justo antes de que ocurriera.
Su estado de ánimo conmovió a Rob; se reprendió a sí mismo. Allí estaba él, pensando en su trabajo y, sin embargo, había un asesinato aún sin resolver.
Christine frunció el ceño.
– Todavía quedan muchas preguntas.
– ¿Por qué lo mataron?
– Exacto.
Rob pensó en voz alta.
– ¡Caray! Quizá… quizá unos evangelistas americanos descubrieron lo que estaba haciendo. Me refiero a excavar el Edén.
Christine se rió.
– ¿Y contrataron a un asesino a sueldo? Seguro. Esos metodistas pueden ser muy susceptibles. -Su taza de té estaba vacía. La agarró y la volvió a soltar. Luego dijo-: Pero hay otro problema, ¿por qué los cazadores enterraron Gobekli? Eso no se explica en la teoría del Edén. Debieron de tardar décadas en sepultar todo un templo. ¿Por qué hacerlo?
Rob levantó la mirada en busca de inspiración en el cielo de Urfa.
– ¿Porque fue el lugar de la caída del hombre? Quizá simbolizara incluso en aquella época primitiva el error de la humanidad. Caer en la agricultura. El comienzo de la esclavitud. Así que lo ocultaron por vergüenza, rabia, resentimiento o…
Christine hizo un gesto, demostrando no estar impresionada.
– De acuerdo. -Rob sonrió-. Es una teoría estúpida. Pero ¿por qué lo hicieron?
Ella se encogió de hombros.
– C'est un mystère.
Otro silencio se cernió sobre la pequeña mesa. Unos cuantos metros más allá, entre los arbustos de rosas, unos niños apuntaban excitados hacia los peces del estanque. Rob miró a una niña. Tendría unos once años y el cabello rizado, dorado y brillante. Pero su madre estaba envuelta en velos y túnicas negras. Un chador completo. Él se sintió triste. Pronto, esa niña sería ocultada como su madre. Encerrada para siempre en color negro.
Un destello de verdadera culpabilidad atravesó su mente. Un destello de culpabilidad por su hija. Por una parte, estaba disfrutando con este misterio. Sin embargo, en su interior, seguía queriendo volver a casa. Anhelaba irse a casa. Ver a Lizzie.
Christine abrió el cuaderno de Breitner y lo dejó sobre la mesa junto a sus propias notas. Las sombras de la luz del sol tachonadas por los limeros del salón de té parpadeaban encima de la mesa.
– Una cosa más. Hay algo que no te he contado. ¿Recuerdas la úl tima línea del cuaderno? -Señaló una línea escrita a mano girando el cuaderno para que Rob pudiera verlo. Se trataba de la línea de la ca lavera. Decía: «Calaveras de Cayonu, cf. Orra Keller»-. No te lo mencioné antes porque era muy ambiguo. No parecía importante. Pero ahora… En fin, echa un vistazo. Tengo una idea…
Él se acercó para leer, pero aquella línea le seguía pareciendo Incomprensible.
– Pero ¿quién es Orra Keller?
– ¡No es un nombre! -dijo Christine-. Supusimos que lo era porque está en mayúsculas. Pero creo que Franz simplemente estaba mezclando idiomas.
– Sigo sin entenderlo.
– Mezcla el inglés con el alemán. Y…
Rob miró de repente por encima del hombro de Christine.
– Dios mío.
Christine se puso tensa.
– ¿Qué?
– No mires. Es el oficial Kirbali. Nos ha visto y viene hacia aquí.