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– No seré yo quien hable con Anders Hagman -le dijo Lennart a Julia mientras se dirigían a Borgholm en el coche de policía-. Un comisario de Kalmar experto en estos casos se encargará de él.

– ¿Será largo el interrogatorio? -preguntó Julia, y observó a Lennart.

Iba de uniforme, llevaba una chaqueta acolchada con el escudo de la policía en el brazo. Se había vestido para ir a la ciudad.

– No creo que a eso se le pueda llamar interrogatorio -respondió-. Será sólo una conversación, una charla. No está detenido ni arrestado. No hay pruebas. Pero si confiesa que entró en casa de Vera Kant y que guardaba viejos recortes de periódico, entonces seguro que tocarán el asunto de tu hijo. Y ya veremos cómo reacciona Anders ante eso.

– He intentado recordar si… si alguna vez mostró interés por Jens -dijo Julia-. Pero no recuerdo nada por el estilo.

– Eso te honra. No se puede ir por ahí sospechando cosas de la gente.


Lennart la había llamado el martes al mediodía mientras Julia tomaba café con Astrid. Habían encontrado a Anders Hagman en Kalmar y lo habían trasladado a Borgholm. Media hora después la recogió en el coche de policía. Julia estaba agradecida de que Lennart le permitiera asistir a esta investigación, o lo que fuera, desde el principio, pero al mismo tiempo la incertidumbre de lo que la esperaba la ponía muy nerviosa.

– No tendré que estar en la misma habitación, ¿verdad? -preguntó-. No creo que…

– No, no -la interrumpió Lennart-. Sólo estarán Anders y el comisario Niklas Bergman.

– ¿Tenéis espejos de ésos? -preguntó ella.

Al ver que Lennart se echaba a reír, se arrepintió de haber preguntado.

– No, qué va -respondió él-. Eso sólo ocurre en las películas americanas, cuando hay algún careo o una escena emocionante. A veces utilizamos vídeos, pero no es lo habitual. En Estocolmo hacen algunos careos, pero aquí no.

– ¿Crees que fue él? -quiso saber Julia al detenerse en la primera señal de tráfico de Borgholm.

Lennart negó con la cabeza.

– No lo sé. Pero tenemos que hablar con él.

La comisaría de Borgholm se encontraba en una calle transversal al acceso principal de la población. Lennart se detuvo en el aparcamiento y abrió la guantera. Julia lo vio revolver entre papeles, tarjetas de visita y paquetes de chicles.

– No puedo dejarla aquí -dijo-. No es que vaya a necesitarla, pero tengo que llevármela.

Cogió la pistola, que reposaba en una funda de cuero negra con el nombre GLOCK grabado. Lennart se la sujetó rápidamente a la cadera y esperó a que Julia saliera del coche y cogiera las muletas antes de conducirla hacia la entrada de la comisaría.


Julia tuvo que esperar en la sala de personal de la comisaría de Borgholm. Era como cualquier sala de personal, pero en un rincón había un televisor y acabó sentándose a mirar el mismo programa americano de teletienda que solía ver durante el día en su apartamento de Gotemburgo. Ahora le resultaba incomprensible. ¿Cómo podía haberle parecido interesante alguna vez?

Lennart regresó a la sala poco antes de las dos.

– Hemos acabado -comunicó-. Por ahora. ¿Quieres que vayamos a comer?

Julia asintió y no quiso que se le notara la curiosidad que sentía. Seguro que Lennart se lo contaría todo a su debido tiempo. Cogió las muletas y salió con él de la comisaría.

– ¿Anders sigue ahí dentro? -preguntó cuando emergieron a la fría Storgatan.

Lennart negó con la cabeza.

– Hemos permitido que se fuera al apartamento que tiene en Borgholm.

Caminaba despacio por la acera e iba al mismo paso que Julia. Ella intentaba saltar con las muletas lo más rápido posible, pero tenía los dedos entumecidos por el viento helado.

– Quizás es el apartamento de su madre, no lo sé -añadió Lennart-. Pero prometió no desaparecer, por si necesitamos hablar con él. ¿Te apetece un chino? Estoy cansado de comer pizza.

– Si no está lejos -aceptó Julia, y dejó que Lennart le mostrara el camino al restaurante chino que se encontraba junto a la iglesia de Borgholm.

Cuando entraron casi no quedaban clientes. Lennart y Julia colgaron sus abrigos y se sentaron a una mesa junto a la ventana. Ella miró el blanco edificio de la iglesia y recordó el cálido verano de su confirmación, cuando estaba enamorada de un chico del grupo de confirmandos que se llamaba… ¿Cómo se llamaba? Su nombre había sido importante en aquella época, pero ya no lo recordaba.

– Pero entonces, ¿qué hacía Anders en la casa? -preguntó Julia después de encargar la comida: cinco pequeños platos-. ¿Os lo ha contado?

– Sí… dice que estaba buscando diamantes -declaró Lennart.

– ¿Diamantes?

Lennart asintió y miró por la ventana.

– Es un antiguo rumor…, yo también lo he oído. Al parecer, los soldados alemanes a los que Nils mató llevaban un botín de guerra de los países bálticos. La gente dice que eran piedras preciosas. Anders pensó que Nils las había enterrado en el sótano antes de escapar. Así que cavó y cavó…, pero no las encontró -explicó, y añadió-: Al menos eso es lo que dice. No deja de ser un tipo bastante raro.

– ¿Y los recortes de periódico? -preguntó Julia.

– Estaban dentro de un armario; los encontró y los colgó. Anders cree que Vera los guardó. -Lennart la miró-. ¿Sabes qué más dice? Que ha sentido la presencia de Vera en la casa. Que se pasea por las habitaciones. Vamos, que la casa está embrujada.

– Vaya -fue la lacónica respuesta de Julia.

No quiso añadir que ella había sospechado lo mismo. Ni por un momento deseaba recordar la noche que había pasado en casa de Vera.

Julia tenía una pregunta más, pero no sabía cómo hacerla. Sin embargo, justo antes de que llegara la comida a la mesa Lennart le proporcionó la respuesta.

– Anders dice que no se encontró a tu hijo ese día de noviembre. Se lo han preguntado a bocajarro y ha contestado que no sabe nada. Ese día estuvo en casa; el tiempo era demasiado desapacible, había mucha niebla, y se enteró de lo ocurrido cuando pedimos que nos ayudaran a buscarlo -dijo-. Niklas Bergman se ha llevado la impresión de que Anders decía la verdad. Ha sido tan abierto al hablar sobre ese asunto como sobre el allanamiento de la morada de Vera.

Julia se limitó a asentir.

– Así que no creo que lleguemos muy lejos en esta investigación -prosiguió él-. A no ser que surja algo nuevo.

Julia asintió de nuevo. Bajó la vista hacia sus manos y dijo:

– He intentado salir adelante…, no enterrarme en vida. Hasta ahora no me ha ido demasiado bien, pero este otoño me he sentido mejor. Un poco mejor. He podido llorar su muerte; antes era incapaz. -Alzó la vista hacia Lennart y añadió-: Así que creo que me ha sentado bien venir a Öland… y ver de nuevo a papá. Y a ti.

– Me alegra oír eso -aseguró Lennart-. También yo he estado demasiado tiempo atrapado en el pasado. -Guardó silencio y continuó-: A veces me sentía fatal, hasta que comprendí que la venganza no trae la felicidad. Uno tiene que salir adelante como sea. Es difícil mirar hacia el futuro, pero creo que no tenemos otra opción.

– Sí -repuso Julia con voz queda-. Hay que dejar que los muertos descansen en paz.


Puerto Limón, julio de 1963


Nils abandona la cala conocida como playa Bonita, a las afueras de Limón, cuando se termina el vino y la fiesta casi ha finalizado. Ha bebido dos botellas de vino tinto chileno durante la noche; sin embargo, no se siente lo bastante borracho para enfrentarse a lo que le espera.

Hoy no ha ido mucha gente a playa Bonita, y hace un buen rato que la mayoría ha regresado a casa.

Sólo quedan dos hombres. Están sentados como dos sombras en la arena, junto a una pequeña hoguera. Pasan un brazo por encima del hombro del otro mientras cantan en voz baja y ríen, ebrios. Una de las sombras es el hombre que Nils conoce como Fritiof Andersson, el otro es la víctima de ambos. Unas veces Nils piensa en él como el tipo de Småland, pero generalmente lo llama Bonachón. [2]

Borrachón piensa que Costa Rica es mucho mejor que Panamá, no comprende cómo no ha ido mucho antes. Y Limón es una ciudad maravillosa. En realidad, no desea volver a casa.

Nils le ha dicho que puede quedarse todo el tiempo que quiera.

Ha sido él quien ha traído a Borrachón de Panamá. Se ha encargado de disiparle un poco la niebla del alcohol, para que consiguiera un pasaporte provisional en la embajada de Ciudad de Panamá que reemplace el que se dejó a bordo de su último barco. Después ambos han tomado el tren hacia el norte, en dirección a San José. Nils le ha procurado una habitación en un hotel barato junto a la estación central, le ha dado a Borrachón algo de dinero para que compre vino y comida y después ha aguardado la llegada de Fritiof Andersson.

Borrachón se ha mostrado muy agradecido, agradecido hasta decir basta. Ha encontrado un nuevo amigo, alguien que le comprende. Alguien por quien dar la vida.

Nils ha asentido y sonreído a Borrachón, pero en su interior ha deseado todo el tiempo que Fritiof regresara tan pronto como fuera posible para ayudarle. «Aquí llega Fritiof Andersson…» Nils no desea trabar amistad con este sueco reprimido que se parece a él, sólo desea regresar a casa, a Öland. Fritiof le ha prometido ocuparse de eso, y todo lo que desea a cambio…


Hola, no tienes más que decirlo,

y nos vamos a casa…


«Lo que Fritiof quiere son las piedras preciosas escondidas.»

Eso es lo que Nils sospecha. Siempre que Fritiof le visita, las saca a colación en varias ocasiones. Sabe lo que le sucedió a Nils en el lapiaz al acabar la guerra.

– ¿Te dijeron esos alemanes de dónde venían? -le ha preguntado Fritiof-. ¿Es cierto que cuando llegaron a Öland tenían un botín de guerra? Y si lo tenían…, ¿dónde fue a parar? ¿Qué hiciste con él, Nils?

Son muchas las preguntas que formula, pero él sospecha que este hombre que se hace llamar Fritiof ya conoce la respuesta de la mayoría.

Las respuestas de Nils siempre son lacónicas, pero jamás ha revelado dónde esconde las piedras preciosas. Sea cual sea su valor, ese tesoro es suyo. Ha vivido tantos años sin dinero, que se lo merece.

Pronto, Borrachón comenzó a impacientarse en su cuartito de San José, pero Nils debía mantenerlo allí hasta que Fritiof llegara. Después de tres días todos los temas de conversación se habían agotado, y tras una semana sólo tenían el vino en común. Permanecían en silencio en la habitación del hotel, rodeados de botellas vacías. Fuera, el sol abrasaba la calle.

Por fin el avión de Fritiof aterrizó en el aeropuerto y éste apareció en el hotel con gafas de sol y la mejor de sus sonrisas. Borrachón se despertó de su embriaguez sin comprender realmente quién era ese sueco y qué quería, pero Fritiof encargó nuevas botellas de vino y la fiesta continuó. Fritiof cantaba y reía pero se mantuvo sobrio mientras estudiaba a Borrachón con su mirada incisiva.

Al día siguiente de la llegada de Fritiof, Nils viajó con antelación en tren a Limón. Regresó a su pequeño apartamento, pagó el último alquiler a la encargada, madame Mendoza, y se cortó el pelo al estilo de Borrachón. Después fue al bar del puerto y saludó con la cabeza a los pobres diablos que nunca abandonarían Limón. Bebió vino y procuró ser visto por las embarradas calles de la ciudad unas cuantas noches seguidas, visiblemente borracho.

– Epa -dijo. Dio las gracias a todos.

Y les contó a madame Mendoza y a varios camareros que pronto se iría de excursión al norte, por la costa, pasando por playa Bonita, pero que regresaría al cabo de pocos días, pues un amigo sueco iba a visitarlo.

– Epa -dijo simplemente-. Hasta pronto. [3]

El amanecer de su último día en Limón se levantó, dejó algo de dinero en el cajón de la cocina y la mayor parte de sus pertenencias, cogió un poco de ropa y comida, el monedero y la carta de Vera, y abandonó el apartamento. Pasó por el mercado, donde los viejos vendedores de pescado, ya en sus puestos, presenciaron en silencio el inicio de su vuelta a casa. Pasó de largo la estación de tren y abandonó la ciudad sin volver la vista atrás por el norte para encontrarse con Fritiof Andersson.

Esta vez no huye, sino que regresa a casa.

Por primera vez en casi veinte años, Nils vuelve a Öland.

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