38

Gerlof había relatado la historia de la muerte de Nils Kant entre lentos susurros.

Julia tuvo que inclinarse hacia delante para poder oírlo. Escuchó todo hasta el final.

Estaba sentada y guardaba silencio junto a la cama. Miró a Gerlof.

– ¿Fue eso lo que pasó? -preguntó ella tras una larga pausa-. Ocurrió así, como me acabas de contar. ¿Estás seguro?

Gerlof asintió despacio.

– Bastante seguro -murmuró.

– ¿Por qué? -dijo Julia-. ¿Cómo puedes estarlo?

– Bueno… Ljunger dijo unas cuantas cosas… mientras esperaba a que me muriera de frío -respondió Gerlof-. Dijo que… que no todo se reducía a obtener dinero y terrenos de Vera Kant. Dijo que también se trataba de una venganza. Pero… ¿vengar a quién? ¿Y quién quería vengarse? He estado pensando en ello… y sólo se me ocurre una persona.

Julia negó con la cabeza.

– No -dijo simplemente.

– ¿Por qué razón iban a traer a Nils Kant a casa? -murmuró Gerlof-. A Gunnar Ljunger no le interesaba. Para él Nils era más valioso lejos, en América… Allí era inofensivo, y por cada año que pasara, Gunnar podría conseguir más terrenos de Vera… El botín de los soldados alemanes no tenía importancia comparado con todas las tierras que Gunnar podría adquirir. -Tomó aliento-. Pero había otra persona que quería que Nils volviera a casa… y que iba a dejarle llegar casi a la puerta de la casa de su madre para ajusticiarlo. Ése sería un buen castigo.

Julia negó con la cabeza de nuevo, pero esta vez la movió sin fuerza.

– Alguien les ayudó -continuó Gerlof-. Ayudó a Gunnar Ljunger y a Martin Malm a traer el féretro a Öland, y estuvo presente cuando se abrió e inspeccionó… Tenía que ser alguien que pudiera convencer a todos de que lo que había vuelto a casa era el cuerpo de Nils Kant. Un policía joven y digno de crédito.

Se hizo de nuevo el silencio. Gerlof giró un poco la cabeza y miró la puerta.

Julia se volvió.

Era Lennart. Había abierto la puerta sin que ella lo notara. Entró en la habitación como si no pasara nada.

– Bueno -dijo-, otra vez mi jefe. Han acabado la investigación en Marnäs, así que puedo empezar a trabajar cuando…

Lennart guardó silencio, se detuvo y advirtió que Julia y Gerlof le miraban con gravedad.

– ¿Ha pasado algo? -preguntó, y se colocó detrás de la silla de las visitas.

– Hemos estado hablando… de la sandalia, Lennart -dijo Gerlof-. La sandalia de Jens.

– ¿La sandalia?

– La que te llevaste prestada… ¿no te acuerdas? -dijo Gerlof-. ¿Has recibido alguna respuesta de los técnicos de la científica en el continente…? ¿Sabes si han encontrado algo?

Lennart miró a Gerlof en silencio durante un par de segundos, luego negó con la cabeza.

– No -dijo-. Ningún rastro… no han encontrado nada.

– Dijiste que la habías enviado -dijo Julia, y lo miró.

– Lo hiciste, ¿verdad? -preguntó Gerlof-. ¿Podemos comprobar si la recibieron?

– No sé… quizá.

Tenía la vista fija en Gerlof todo el tiempo, pero no parecía enfadado. Su mirada no expresaba ninguna emoción. Estaba pálido, y alzó lentamente las manos y las colocó sobre el respaldo de la silla.

– Me pregunto una cosa, Lennart… -dijo Gerlof-. ¿Cuándo viste a Gunnar Ljunger por primera vez?

Lennart bajó la vista a sus manos.

– No me acuerdo.

– ¿No te acuerdas?

– Sería en… el sesenta y uno o sesenta y dos. -El tono de su voz era monótono y débil-. Durante el verano, cuando me destinaron a Marnäs. Habían robado en su restaurante, en Långvik… y yo fui a tomar declaración. Charlamos un rato.

– ¿Sobre Nils Kant?

Lennart asintió. Seguía sin mirar a Julia.

– Entre otras cosas -dijo-. Ljunger sabía… se había enterado de que yo era el hijo del policía provincial asesinado. Un par de semanas después me llamó y me invitó a pasar por su oficina. Me preguntó si deseaba encontrar a Kant, atraerlo a casa y vengar la muerte de mi padre… Me preguntó si me interesaba el asunto.

Lennart guardó silencio.

– ¿Qué respondiste?

– Le dije que sí, que estaba interesado -respondió Lennart-. Yo le ayudaría a él y él a mí. Fue un acuerdo comercial.

Gerlof asintió lentamente.

– Que finalizó hace un par de días, ¿no? -murmuró-. En la comisaría de Marnäs, ¿verdad? ¿Tenías miedo de que empezara a contar cosas de ti a tus colegas? ¿Quién sujetó realmente la pistola, Lennart? Esa con la que Gunnar se disparó.

Lennart se miraba las manos.

– No importa -dijo.

– Un acuerdo comercial -apostilló Julia en voz baja.

Miró por la ventana. Vio el crepúsculo, pero su mente estaba ocupada en otras cosas.

Pensaba en que Martin Malm había conseguido dinero para nuevos barcos.

Y que Gunnar Ljunger había conseguido tierras a bajo precio que podía vender por mucho dinero.

Y que Lennart Henriksson, del que había creído estar enamorada, finalmente había podido vengarse de Nils Kant.

Todo por el precio de la vida de su hijo.

– Fue un acuerdo -dijo Lennart-. Yo tenía que echar una mano a Ljunger y a Martin Malm en una serie de asuntos… Y ellos me ayudarían a mí.

– Así que ese día os encontrasteis en el lapiaz envuelto en niebla -dijo Gerlof.

– Ljunger me llamó por la mañana y me dijo que estarían en el mojón -expuso Lennart-. Nos encontraríamos allí. Pero yo me retrasé, y cuando llegué todo era un caos… Martin Malm yacía en el suelo ensangrentado. Kant le había golpeado con una pala. Malm nunca se recuperó… Tuvo su primer derrame cerebral apenas unos días después.

– ¿Y Jens? -preguntó Julia en voz baja.

– Fue un accidente, Julia. No lo vi… -dijo Lennart con voz compungida, sin mirarla-. Cuando Kant murió encontramos… el pequeño cuerpo debajo del coche. No… no tuvo tiempo de apartarse cuando atropellé a Kant.

Guardó silencio.

– ¿Dónde lo enterrasteis? -inquirió Gerlof.

– Está enterrado en el cementerio, en la tumba de Kant -dijo Lennart. Hablaba como alguien que se ve obligado a recordar un sueño espantoso-. Allí llevamos, por la noche, los cuerpos del niño y de Kant. Colgamos una campanilla en la puerta del cementerio para que si alguien entraba pudiéramos oírlo. Retiramos la hierba y pusimos la tierra sobre una lona. Nos pasamos la noche cavando. Fue horrible.

Julia cerró los ojos.

«Junto a un muro», pensó. Jens estaba enterrado junto al muro del cementerio de Marnäs, asesinado por un hombre lleno de odio. Tal y como Lambert había dicho.

Respiró hondo.

– Pero antes de que enterrarais a Jens -dijo con un hilo de voz y los ojos cerrados-, viniste a Stenvik por la tarde y ayudaste a buscarlo. Tú organizaste la búsqueda del niño que habías matado… mi hijo. -Julia suspiró, agotada-. Y luego condujiste por el lapiaz simulando que lo buscabas, para poder borrar tus propias huellas.

Lennart asintió en silencio.

– No creas que ha sido fácil -dijo en voz baja, aún sin mirarla-. Sólo quería decírtelo, Julia, no ha sido fácil guardar silencio. Y este otoño, cuando regresaste… quise ayudarte de verdad. Lo intenté… quería olvidar todo lo ocurrido hacía veinte años, e intenté que tú también lo olvidaras. -Guardó silencio y añadió-: Creí que lo conseguiría.

– Así que Nils Kant está enterrado en su tumba -dijo Gerlof.

Lennart asintió y lo miró.

– No había hablado con Gunnar Ljunger desde hacía muchos años. Ni de esto ni de nada… No tenía ni idea de lo que pensaba hacer contigo, Gerlof.

Soltó el respaldo de la silla y se dio la vuelta lentamente. Parecía tan cansado como la primera vez que ella lo había visto en la cantera. O quizá más.

Se dirigió a la puerta y se volvió por última vez.

– Puedo decir que… que me sentí mejor al disparar a Ljunger que al vengarme de Nils Kant.

Lennart abrió la puerta y abandonó la habitación.

Gerlof resopló en la silenciosa sala del hospital.

Nadie aplaudió.

Miró a su hija.

– Lo… siento, Julia -susurró-. Lo siento muchísimo.

Ella asintió y lo miró con los ojos arrasados en lágrimas.

Y en ese instante vio cómo Jens habría sido de mayor. Lo vio en el rostro de Gerlof.

Pensó que el niño se habría parecido mucho a su abuelo. Jens habría tenido los ojos grandes y tristes, su ancha frente habría estado surcada por arrugas de preocupación y con su mirada inteligente y comprensiva podría ver tanto el lado oscuro como el claro de este mundo.

– Te quiero, papá.

Le cogió la mano y la sujetó con fuerza.

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