La radio de la policía instalada junto al volante había permanecido en silencio hasta que Lennar utilizó el micrófono para llamar a la central de emergencias de Kalmar. A partir de entonces comenzó a emitir respuestas chirriantes que a Julia le resultaban indescifrables.
Pero Lennart escuchaba muy concentrado.
– La patrulla canina tardará un rato en llegar -informó, y escudriñó la oscuridad a través del parabrisas-; además, está a punto de despegar un helicóptero.
– ¿Cuándo? -dijo Julia a su lado.
– Saldrá de Kalmar dentro de unos minutos -dijo Lennart, y añadió-: Y está equipado con cámara térmica.
– ¿Con qué?
– Cámara térmica. Registra el calor corporal. Una buena opción cuando es de noche.
– Muy bien -dijo Julia, pero eso no la tranquilizaba.
Miraba sin cesar por las ventanillas, pero fuera estaba muy oscuro. Eran las seis y media y casi había anochecido. Apenas sabía en qué tramo de la carretera nacional se encontraban.
Poco antes, en la residencia, Boel se había irritado al ver que Gerlof no había llamado.
– A este paso tendremos que encerrarlo -dijo, y suspiró-. No habrá más remedio.
Pero rápidamente comprendió la preocupación de Julia y organizó una patrulla con el personal nocturno para que comprobaran si Gerlof se había quedado sentado en alguna de las paradas de autobús.
Lennart no había perdido la calma, si bien entendió la gravedad del asunto. A través de la radio había dado el aviso al inspector de guardia en Borgholm.
Tras unas breves conversaciones telefónicas consiguió localizar al conductor del autobús, que al llegar a Byxelkrok había dado media vuelta y había regresado a Borgholm. Apenas recordaba a Gerlof, pero sí que había parado al menos en dos ocasiones antes de llegar a Marnäs y en tres entre Marnäs y Byxelkrok.
Eran poco más de las seis cuando Julia y Lennart se subieron de nuevo al coche y empezaron a buscar. Salieron junto a otros dos coches con personal de la residencia. Boel se quedó en su despacho junto al teléfono.
Aún llovía. Julia y Lennart se dirigieron hacia el sur de la residencia; aunque dudaban de que Gerlof se hubiera bajado allí, tal vez se había quedado dormido y se había apeado después de Marnäs. Tenían que empezar por alguna parte.
Lennart condujo despacio, a la velocidad de una motocicleta, y se detuvo en todas las paradas y aparcamientos que encontró por el camino.
– No se ve nada… -murmuró Julia.
No es que hubiera mucho que ver; la tarde era fría y lluviosa y no había nadie paseando por la carretera nacional. Sólo distinguía las oscuras cunetas y más allá arbustos y troncos grisáceos.
La radio de la policía comenzó a chirriar de nuevo. Lennart prestó atención.
– El helicóptero ha despegado -anunció-. Ahora se dirige a Marnäs.
Julia asintió.
Comprendió que no les quedaba otra que confiar en él.
– ¿Este comportamiento es propio de Gerlof? -preguntó Lennart después de un rato.
– ¿A qué te refieres?
– Quiero decir… ¿se ha comportado antes de forma irresponsable?
– No. -Julia negó con la cabeza, pero recapacitó y añadió-: Pero no me sorprendería… que se hubiera bajado del autobús para dar un paseo, o algo por el estilo. Creo que piensa demasiado.
– Lo encontraremos -dijo Lennart en voz baja.
Julia asintió.
– Cuando salió esta mañana llevaba el abrigo. Aguantará, ¿no?
– Con el abrigo aguantará fuera toda la noche -dijo Lennart-. Sobre todo si se protege contra el viento.
«En el lapiaz no había protección contra el viento», pensó Julia.