– ¿Diez Lilt o Purdeys? -reflexionó Ashling-. No lo sé.
– Pues decídete rápido -dijo Trix con el bolígrafo suspendido sobre la libreta de espiral-. Si no te das prisa van a cerrar la tienda.
Aunque llevaban menos de dos semanas trabajando juntos, el equipo de Colleen ya había establecido una rutina. Dos veces al día bajaban a la tienda, por la mañana y por la tarde. Independientemente de la incursión de la hora de comer y la incursión para remediar las resacas.
– Oh, oh… -dijo Trix-. Ya viene Heathcliff.
Jack Devine entró a grandes zancadas en la oficina, despeinado y con gesto atribulado.
– No sé, no me decido -se lamentó Ashling sin saber qué bebida elegir.
– Pues claro que no te decides -le espetó Jack sin detenerse-. ¡Eres una mujer!
Cerró la puerta de su despacho de un portazo. Los compañeros de Ashling sacudieron la cabeza, solidarizándose con ella.
– La comida de reconciliación con Mai no ha surtido efecto -observó Kelvin meneando un dedo con varios anillos.
– Qué hombre tan atormentado. -Shauna Griffin interrumpió la corrección de pruebas del ejemplar de aquel verano de Punto Gaélico y, con voz temblorosa, añadió-: Tan guapo y sin embargo tan inalcanzable, tan desgraciado.
Shauna Griffin era una rubia altísima con un asombroso parecido con el Honey Monster. Siempre sobrepasaba la dosis recomendada de Mills & Boons.
– ¿Desgraciado? -ironizó Ashling-. ¿Jack Devine desgraciado? Lo que pasa es que tiene mal genio.
– Es el primer comentario malvado que te oigo -exclamó Trix con voz quebrada-. Felicidades. ¡Sabía que podías! Ya lo ves, se trata simplemente de proponérselo.
– Diez Lilt -repuso Ashling-. Y una bolsa de botones de chocolate.
– ¿Blancos o marrones?
– Blancos.
– La pasta.
Ashling le dio una libra, Trix lo anotó todo en su lista y pasó al siguiente.
– ¿Y tú, Lisa? -preguntó con adoración-. ¿Te apetece algo?
– ¿Hummm? -Lisa dio un respingo. Estaba en la luna.
Jack se había enterado de que todavía no había encontrado casa, y después del trabajo iba a llevarla a ver la de un amigo suyo que estaba en alquiler. Lisa temía que Jack volviera con Mai después de comer, pero al parecer el camino estaba despejado… -¿Cigarrillos? -preguntó Trix-. ¿Chicle sin azúcar?
– Sí, cigarrillos.
La puerta volvió a abrirse y salió Jack, con aspecto un tanto consternado. Trix volvió de un salto a su mesa y, con un estudiado movimiento de la muñeca, abrió su cajón, guardó en él sus cigarrillos y volvió a cerrarlo. Jack se paseó entre las mesas, sin que nadie se atreviera a mirarlo. Los que pudieron escondieron sus paquetes de cigarrillos empujándolos despacio y tapándolos con algo. Lisa tenía una cajetilla de Silk Cut abierta junto al ratón del ordenador, pero aunque Jack vaciló un momento y parecía que iba a detenerse, volvió a acelerar y pasó de largo. Todos se estremecieron. Entonces Jack llegó junto a Ashling y se detuvo, y el resto de los empleados suspiraron disimuladamente. Estaban a salvo, al menos durante un rato.
Contra su voluntad, Ashling levantó la cara y miró a Jack. Él inclinó la cabeza, sin decir nada, señalando el paquete de Marlboro de Ashling. Ella asintió con cautela, maldiciendo su docilidad. Jack era muy antipático con ella, y sin embargo solo a ella le gorreaba cigarrillos. Era evidente que llevaba la palabra «gilipollas» escrita en la frente.
Sin apartar sus penetrantes ojos del rostro de Ashling, Jack rodeó el filtro del cigarrillo con los labios, como hacía siempre, y extrajo lenta y suavemente el cigarrillo del paquete. Ashling, temblorosa, le pasó la caja de cerillas, cuidando de no tocarle la mano. Sin dejar de mirarla, él encendió una cerilla, acercó la llama al cigarrillo y luego la apagó. Inclinó el cigarrillo hacia arriba y dio una calada.
– Gracias -murmuró.
– ¿Cuándo piensas empezar a comprarte tabaco? -preguntó Trix, ahora que los suyos estaban a salvo, al menos de momento-. Es evidente que no puedes dejar de fumar. Y no es justo: tú debes de ganar muchísimo más que Ashling, y aun así no paras de gorrearle.
– Ah, ¿sí? -dijo él, sorprendido. Miró a Ashling, que se encogió en el asiento-. Lo siento. No me había dado cuenta.
– No pasa nada -murmuró ella.
Jack volvió a su despacho y Kelvin comentó con sequedad:
– Seguro que está ahí dentro dándose bofetadas por explotar a los trabajadores gorreándoles cigarrillos. Jack Devine, héroe de la clase trabajadora.
– Aspirante a héroe de la clase trabajadora, diría yo -le corrigió Trix con desdén.
– ¿Por qué lo decís? -Ashling no pudo contener la curiosidad.
– Porque le encantaría ser un humilde artesano, y ganarse el pan con el sudor de la frente. -El desprecio que Trix sentía por aquellas modestas aspiraciones era casi tangible.
– El problema -explicó Kelvin- es que nació en el seno de una familia de clase media, donde lo cargaron con todo tipo de ventajas. Estudios, por ejemplo. Luego se sacó un máster en comunicación. Más adelante -prosiguió bajando la voz- empezó a mostrar excelentes dotes para la dirección.
– Y eso lo atormenta -terció Trix exhalando un suspiro-. Estoy segura de que le corroen los remordimientos. Por eso siempre se ofrece para arreglar lo que sea. Y por eso tiene tantos hobbies de macho.
– ¿Qué hobbies de macho?
– Pues no sé… Hace vela, por ejemplo. No me dirás que eso no es de macho -contestó Trix.
– Sí, pero no es muy de clase trabajadora, ¿no? Beber cerveza, eso sí es de macho -aportó Kelvin-. Y tirarse a mujeres medio vietnamitas. Eso también es de macho.
Ashling se acercó sigilosamente a Lisa.
– ¿Puedo hacerte una pregunta?
– No, gracias -respondió Lisa sin levantar siquiera la cabeza-. Esta noche no quiero ir a tomar nada contigo y con Trix o con tu amiga Joy, ni con nadie más. Ni esta noche ni ninguna otra.
Hubo risitas generalizadas, para satisfacción de Lisa.
– No era eso lo que iba a preguntarte. -Ashling se puso colorada de vergüenza. Lo único que intentaba era ser simpática con una persona que acababa de llegar a Dublín, pero Lisa hacía que pareciera como si Ashling tuviera otras intenciones-. Es una pregunta relacionada con el trabajo. ¿Por qué no incluimos un consultorio diferente?
– Y ¿en qué consiste la diferencia, Einstein?
– Las preguntas podría contestarlas un vidente en lugar de un psicólogo.
Lisa se quedó pensativa. No era mala idea. Muy acorde con los tiempos, ahora que todo el mundo andaba buscando un elemento espiritual para solucionar sus problemas. Ella no creía en aquellas bobadas: era de la opinión de que su felicidad dependía de ella misma; pero no había ningún motivo para no vendérselo a las masas.
– No está mal -dijo.
El alivio calmó el dolor que a Ashling le había producido la brusca respuesta de Lisa. En el poco tiempo que llevaba trabajando en Colleen, la atormentaba una constante ansiedad respecto a su falta de ideas. Entonces Ted le sugirió que pensara en lo que a ella le gustaría encontrar en una revista, y de pronto se le disparó la imaginación. Cualquier cosa relacionada con el tarot, el reiki, el feng shui, la interpretación de los sueños, los ángeles, las brujas y los hechizos despertaba su interés.
La puerta del despacho de Jack volvió a abrirse, y todos se abalanzaron sobre sus paquetes de tabaco para protegerlos.
– Lisa -dijo Jack-. ¿Podemos hablar un momento?
– Claro. -Se levantó con elegancia de la silla, preguntándose de qué querría hablar Jack con ella. Quizá la invitaría a salir.
Su emoción aumentó cuando Jack le pidió que cerrara la puerta. Y se evaporó cuando, contrito, dijo:
– Tengo que darte una mala noticia. -Hizo una pausa; su hermoso rostro denotaba un profundo desasosiego.
Adelante -dijo Lisa fríamente.
– La publicidad no tira -dijo él sin andarse con rodeos-. Apenas tenemos anunciantes. Solo hemos conseguido… -consultó el memorándum que tenía encima de la mesa- un doce por ciento de lo programado.
Lisa sintió subir el miedo. Era la primera vez que le pasaba aquello. Cuando era directora de Femme, aunque siempre habían negociado los precios, los diseñadores de moda y las empresas de cosméticos siempre se mataban para conseguir anuncios a toda página. Y, como saben todos los que trabajan en revistas, los ingresos generados por la venta de anuncios superan con mucho los obtenidos por la venta de ejemplares. Al menos así es como debería ser. Si no se puede convencer a las empresas de que determinada publicación es el vehículo más adecuado para anunciar su producto, esta se viene abajo. El pánico la embargó. ¿Cómo iba a superar el fracaso de una revista que ni siquiera llegó a ver la luz?
– Estamos empezando -se aventuró a decir.
Jack no tuvo más remedio que sacudir la cabeza. No estaban empezando; ambos lo sabían. Antes de que llegara el personal de dirección de Colleen, Margie se había pasado más de un mes haciendo trabajos de preproducción: los anunciantes interesados habían tenido tiempo de sobra para contratar espacio para publicidad. Lisa se sentía humillada. Quería que aquel hombre la respetara y deseara, y en cambio no tendría más opción que considerarla una fracasada.
– Pero ¿es que no saben…? -dijo sin poder contenerse.
– No saben ¿qué?
Intentó replantear la pregunta, pero no pudo.
– ¿No saben que yo soy la directora?
– Tu nombre tiene mucho peso -comentó Jack con diplomacia, y Lisa se tranquilizó un poco al ver lo mal que también lo estaba pasando él-. Pero el mercado es nuevo, el público es nuevo, no hay trayectoria…
– Me habías dicho que Margie era un rottweiler. Que era capaz de convencer a Dios para que pusiera un anuncio. -En caso de duda, lo mejor era culpar a otra persona. Aquel era un lema que a Lisa siempre le había funcionado en su carrera.
– Margie es una fiera vendiendo publicidad a las empresas irlandesas. Pero la oficina de Londres está trabajando con empresas de cosmética y de moda internacionales: ¿Cómo estamos? ¿Qué artículos tenemos preparados? Tenemos que lanzarle un par de huesos a la oficina de Londres, para que ellos se los enseñen a los anunciantes en potencia.
Lisa adoptó una máscara de impasibilidad mientras rebuscaba en su mente. ¡Artículos preparados! No llevaba ni dos semanas en aquel maldito empleo, la habían metido en un berenjenal) y estaba en un país que no conocía. Se había dejado la piel intentando controlar la situación, ¡y ya querían saber qué artículos tenía preparados!
– Aunque sea por encima -añadió Jack con desgarradora sutileza-. Perdona que te haga esto.
– ¿Por qué no vamos todos a la sala de juntas y celebramos una reunión de análisis? -propuso Lisa, que notaba un ligero temblor en las piernas.
Y pensar que todo el mundo creía que dirigir una revista era un trabajo de lo más sofisticado. Era un trabajo aterrador que te producía insomnio, en el que nunca había un respiro, y en el que nunca podías estar seguro de nada. Se trataba únicamente de hacer que te salieran los números cada mes. Y en cuanto lo habías conseguido, tras pasar unos nervios de muerte y quedar agotado, tenías que volver a empezar desde cero. Eras un vendedor con pretensiones, sencillamente. En un intento de demostrar dinamismo, salió del despacho de Jack, pero tenía las piernas entumecidas y el bigote perlado de sudor.
– ¡Todos a la sala de juntas! ¡Ahora mismo!
Los que no trabajaban en Colleen rieron por lo bajo, felices de haberse librado de una bronca.
– Muy bien. -Lisa ganó un poco de tiempo recorriendo la mesa de la sala de juntas con una sonrisa aterradora-. A Jack y a mí nos gustaría que nos explicarais qué habéis hecho estas dos semanas. ¿Ashling?
– He enviado comunicados de prensa a todas las casas de diseño y…
– ¿Comunicados de prensa? -repitió Lisa con sarcasmo-. ¿No da para nada más tu talento ilimitado?
Trix, Gerry y Bernard, conscientes de sus deberes, soltaron una risita.
– ¿Acaso van a pagar nuestros clientes dos libras cincuenta para leer los comunicados de prensa de Colleen? ¡Artículos, Ashling! ¡Estoy hablando de artículos! ¿Qué tienes?
Apabullada por aquella agresividad, Ashling presentó su informe sobre el club de salsa. Mientras describía la clase, al profesor y a los otros alumnos, Lisa se relajó un poco. Aquello ya estaba mejor. Animada por los movimientos afirmativos que Lisa iba haciendo con la cabeza, Ashling describió el ambiente que había en el club después de la clase.
– Era fantástico. Bailaban a la antigua, con mucho contacto físico. La verdad es que era muy… -Vaciló un momento; no estaba segura de que fuera oportuno utilizar aquella palabra estando presente Jack Devine. Jack la hacía sentir tremendamente incómoda-. Muy sexy -se decidió por fin.
– ¿Y el factor romance? -preguntó Lisa centrando el tema-. ¿Conociste a algún chico?
Ashling se moría de vergüenza, pero admitió:
– Bueno, bailé con uno…
Los demás se pusieron a chillar, peleándose por conseguir más detalles, mientras Jack Devine observaba a Ashling con los ojos entrecerrados.
– Solo fue un baile -protestó Ashling-. Ni siquiera me preguntó cómo me llamaba.
– Hiciste fotografías del club -dijo Lisa. No era una pregunta. Ashling asintió, y Lisa añadió- Haremos un artículo a cuatro páginas. Dos mil palabras, cuanto antes. Que sea distraído.
Un sudor frío se apoderó de Ashling; habría dado cualquier cosa por seguir trabajando en Woman's Place. Ella no sabía escribir. Su punto fuerte era el trabajo aburrido; era muy buena en eso, y esa era una de las razones por las que Co/leen la había contratado. ¿No podía escribirlo Mercedes, o algún colaborador freelance?
– ¿Algún problema? -preguntó Lisa torciendo la boca con sarcasmo.
– No -susurró Ashling. Pero se le retorcieron las tripas de angustia, y se dio cuenta de que estaba con el agua al cuello. Tendría que pedirle ayuda a Joy. O quizá a Ted: él tenía que redactar muchos informes para su trabajo en el Ministerio de Agricultura.
El siguiente punto del orden del día era la columna de Trix sobre la vida de una chica corriente. El primer artículo versaba sobre los peligros de la infidelidad. Sobre lo comprometido que era estar en la cama con un novio y que otro llamara a la puerta de tu casa y que tu madre lo dejara entrar. Era divertido, escandaloso y completamente verídico.
– Madre mía, Patricia Quinn -dijo Jack sacudiendo la cabeza, admirado-. Ahora me doy cuenta de que siempre he vivido protegido de la realidad de la vida.
– No se lo recomiendo a nadie -exclamó Trix-. Aquel desgraciado con mi madre en el salón, mirando Heartbeat, y yo atrapada en el dormitorio con el otro, inventándome excusas para no salir. Envejecí diez años.
– Entonces, ¿con cuántos te quedaste? ¿Con veinticinco? -dijo Jack riendo abiertamente.
Ashling lo miró con asombro y frustración. «¿Por qué siempre es tan antipático conmigo? -pensó-. ¿Por qué a mí nunca me ríe las gracias?» Llegó a la conclusión de que a lo mejor se trataba sencillamente de que ella no era graciosa; entonces se fijó en el rostro de Lisa. Una determinación que brillaba con luz tenue y una profunda admiración. Ashling se dio cuenta de que a Lisa le gustaba Jack, y se le hizo un nudo en el estómago. Si había alguien capaz de apartar a Jack Devine de la exótica Mai, esa era Lisa. ¿Cómo sentía una mujer que detentaba ese poder?
A continuación Lisa expuso el proyecto de un artículo que se le acababa de ocurrir. Un recorrido por las camas de hotel más sexy de Irlanda. Clasificadas según la frescura de las sábanas, la firmeza del colchón, el espacio para follar, y el «factor esposas» (lo mejor eran los cabeceros de hierro forjado o los postes de las camas con dosel).
– ¡Ostras! No sé cuánto te pagan, pero desde luego lo vales -comentó Trix con admiración.
– ¿Y tú, Mercedes? -prosiguió Lisa.
– El viernes vamos a Donegal para fotografiar en exclusiva la colección de invierno de Frieda Kiely -contestó Mercedes con aire de suficiencia-. Hemos calculado que saldrán unas doce páginas.
Frieda Kiely era una diseñadora irlandesa que vendía mucho en el extranjero. Sus creaciones eran magníficas, muy originales: mezclaba el rugoso tweed irlandés con el más liviano chiffón; el lino del Ulster con parches de seda tejida al crochet; mangas de punto que llegaban hasta el suelo. El resultado era romántico y atrevido. Demasiado atrevido para el gusto de Lisa. Puestos a pagar aquellos precios (cosa que ella jamás haría, por supuesto), prefería las líneas elegantes del señor Gucci.
– ¿No podríamos incluir una entrevista con la diseñadora? -sugirió Lisa.
Mercedes rió y dijo:
– Qué va. Está completamente chiflada. Solo dice tonterías.
– Precisamente por eso -le espetó Lisa-. Podría resultar una lectura interesante.
– No te imaginas cómo es esa mujer…
– Vamos a presentar su colección de invierno; lo mínimo que puede hacer es contarnos lo que toma para desayunar.
– Es que…
– Sorpréndeme -dijo Lisa con chispa, parodiando a Calvin Carteo. Quizá Mercedes lo hubiera encontrado gracioso, de haberlo sabido, pero como no lo sabía, se limitó a lanzarle una breve mirada de odio a su jefa.
– ¿Cómo va la portada? -preguntó Jack a Gerry.
Lisa los miró con inquietud. Gerry era tan callado que ella no le hacía ningún caso, de modo que no tenía ni idea de si era bueno en su trabajo. Pero Gerry sacó varios proyectos de portada: tres chicas diferentes recubiertas de texto en diferentes tipos de letra. El tono que había conseguido era considerablemente sexy y divertido.
– Excelente -dijo Jack. Luego miró a Lisa y añadió-: Y ¿qué tal va la columna del famoso?
– Estoy en ello -respondió Lisa sonriendo con soltura. Ni Bono ni The Coros habían contestado sus llamadas-. Pero tengo algo más interesante. Aunque nuestra revista es femenina y nuestro público lo forman en un noventa por ciento mujeres, creo que sería oportuno que Colleen tuviera una columna escrita por un hombre.
Un momento, pensó Ashling, anonadada. Eso fue idea mía… Intentó articular algunos oh y ah, mientras Lisa continuaba hablando alegremente.
– Hay un cómico de micrófono que, según tengo entendido, está a punto de convertirse en una estrella. El caso es que se niega a hacer nada para una revista femenina, pero voy a convencerlo para que ceda.
Zorra, pensó Ashling. ¿Nadie se había dado cuenta?
– Yo… -consiguió decir Ashling al fin.
– ¿Qué? -saltó Lisa, mirándola con aquellos aterradores ojos grises, fríos y duros como canicas.
– Nada -balbuceó Ashling, pues no se le daba nada bien hacer valer sus derechos.
– Será un golpe maestro -añadió Lisa sonriendo a Jack.
– ¿Quién es él?
– Marcus Valentina.
– ¿En serio? Jack estaba muy animado.
– ¿Qui-quién? -preguntó Ashling, que todavía no se había recuperado del primer golpe.
– Marcus Valentina -repitió Lisa con impaciencia-. ¿Has oído hablar de él?
Ashling asintió con la cabeza. Jamás se le habría ocurrido pensar que aquel tipo lleno de pecas estuviera «a punto de convertirse en una estrella». Lisa debía de haberse equivocado. Pero parecía tan segura de lo que decía…
– Actúa el sábado por la noche en un local que se llama River Club -prosiguió Lisa-. Iremos tú y yo, Ashling.
– ¿En el River Club? -Ashling se había quedado casi tan ronca como Trix-. ¿El sábado por la noche?
– Sí -confirmó Lisa, exasperada.
– Mi amigo Ted también actúa allí el sábado -se oyó decir Ashling.
Lisa la miró entrecerrando los ojos.
– ¡No me digas! Estupendo. Así nos lo presentará después de la función.
– Suerte que no tenía ningún plan para el sábado por la noche -comentó Ashling, sorprendiéndose a sí misma con aquella pizca de rebeldía.
– Exacto -coincidió Lisa fríamente-. Suerte.
Mientras todos salían en fila de la sala de juntas, Lisa miró a Jack y le preguntó:
– ¿Qué? ¿Estás contento?
– Eres increíble -dijo él con toda sinceridad-. De verdad. Muchas gracias. Se lo explicaré a la gente de Londres.
– ¿Cuándo lo sabremos?
– Seguramente no antes de la semana que viene. Pero no te preocupes, has tenido unas ideas geniales; supongo que todo irá bien. ¿Te va bien que quedemos a las seis para ir a ver la casa?
Ashling volvió a su mesa dolida y furiosa por la injusticia de que había sido víctima. No volvería a ser amable con aquella zorra. Y pensar que había sentido lástima de ella, por estar sola en un país extranjero. Había intentado perdonarle a Lisa sus continuos y malvados desaires achacándolos a que debía de estar asustada y deprimida. Le avergonzaba reconocerlo, pero a veces Ashling hasta se había reído por lo bajo cuando Lisa insinuaba que Dervla estaba gorda, que Mercedes era peluda, que Shauna Griffin era retrasada mental, o ella misma una pesada. Pero ahora, por ella, Lisa Edwards podría morirse de soledad.
Pegado en su salvapantallas de George Clooney había un post-it con el mensaje de que la había llamado «Dillon». Lo despegó, y la pantalla del ordenador hizo un chisporroteo de electricidad estática. ¿Verdad que no estaban en octubre? Dylan llamaba a Ashling dos veces al año: en octubre y diciembre, para preguntarle qué podía regalarle a Clodagh por su cumpleaños y por Navidades.
Ahhling lo llamó.
– Hola, Ashling. ¿Podemos ir a tomar algo mañana después del trabajo?
– Lo siento, no puedo. Tengo que escribir un artículo muy difícil. Tendrá que ser otro día. ¿Por qué? ¿Qué pasa?
– Nada. Bueno, ya veremos. Tengo que ir a un congreso y estaré unos días fuera. Ya te llamaré cuando vuelva.