– Es ese de ahí, el alto. -Ashling señaló entre el gentío del River Club.
– ¿Ese es tu novio? -dijo Clodagh, incrédula-. Qué guapo es. Se parece un poco a Dennis Leary.
– Bah, no tanto -objetó Ashling, encantada.
De repente se sentía casi tan fantástica como Clodagh. De acuerdo, era evidente que Clodagh necesitaba gafas, pero ¿y qué? ¡Y eso que todavía no había visto actuar a Marcus!
Era sábado por la noche y en el River Club había un reparto estelar. Además de Marcus y Ted, actuaban Bicycle Billy, Mark Dignan y Jimmy Bond.
– Rápido, deja tu chaqueta y tu bolso ocupando todas las sillas que puedas.
Ashling se lanzó hacia una mesa vacía. Los cómicos les iban a hacer el honor de sentarse con ellas, y también iban a venir Joy y Lisa. Hasta Jack Devine había dicho que quizá pasaría por allí.
Ted, que estaba en el otro extremo de la sala, vio a Clodagh y se acercó presuroso.
– Hola -exclamó con patético entusiasmo-. Gracias por venir.
– Estoy deseando verte actuar -dijo ella, siempre tan elegante.
Ted acercó una silla a la de Clodagh, dejando claro que eran algo más que amigos.
Ashling contemplaba su interacción con nerviosismo. Todo el mundo estaba enterado de que a Ted le gustaba Clodagh, pero ¿y Clodagh? Ella se había empeñado en asistir a aquella actuación sin Dylan.
Ted se puso a charlar animadamente hasta que de pronto sintió ganas de vomitar. Los nervios que siempre lo destrozaban antes de una actuación se habían agravado por la presencia de Clodagh. Pálido, se disculpó y corrió al lavabo.
Ashling prestó atención. Clodagh no siguió a Ted con la mirada mientras él se alejaba de la mesa haciendo zigzag. Menos mal. Ashling consiguió dominar su ridícula ansiedad. ¿Clodagh y Ted? ¡Qué barbaridad!
– Hola-. Joy llegó y saludó con recelo a Clodagh.
– Hola.
Clodagh, nerviosa, esbozó una torpe sonrisa. Joy la hizo sentirse más incómoda de lo habitual. Pero según le había contado Ashling, a Joy acababa de dejarla su novio, así que había que tratarla con cariño.
Entonces reparó en otra persona que se acercaba a su mesa. Una mujer tan reluciente y espléndida, tan moderna y elegante, que Clodagh se sintió completamente inepta. Le había costado muchísimo decidir qué ponerse aquella noche con ocasión de aquella tan deseada invitación, y había quedado bastante satisfecha con el resultado, pero bastó que echara un vistazo a la estupenda ropa y los extravagantes complementos de aquella mujer para que Clodagh se sintiera patética. Como si su atuendo fuera inocentón e inconsistente. Y por lo visto, aquella mujer iba a sentarse con ellos. Se estaba quitando la chaqueta, estaba saludando a Ashling… ¡Mierda! Tenía que ser…
– Te presento a mi jefa, Lisa -dijo Ashling.
Clodagh solo alcanzó a saludarla con un movimiento de la cabeza; luego contempló, celosa, cómo Lisa saludaba a Joy como si fueran íntimas amigas.
– Michael Winner, el príncipe Eduardo o Andrew Lloyd Webber. ¡Toma ya!
– Supongo que el príncipe Eduardo -dijo Joy, afligida-. David Copperfield, Robin Cook o Wurzel Gummidge.
– Puaj. -Lisa arrugó la frente y reflexionó en voz alta-. ¡Wurzel Gummidge, qué asco! Robin Cook… no. David Copperfield… no, no podría. Me temo que tendría que quedarme con Wurzel Gummidge. ¡Horror!
Clodagh, que se moría de ganas de participar en la conversación, desafió a Ashling:
– Brad Pitt, Joseph Fiennes o Tom Cruise. ¿Con cuál de ellos te acostarías?
Lisa y Joy se miraron. Por lo visto, Clodagh todavía no había entendido en qué consistía el juego.
Clodagh comprendió que había metido la pata, pero demasiado tarde.
– Oh -admitió, atormentada por su propia estupidez-. Tienen que ser poco atractivos, ¿no? ¿Alguien quiere una copa?
En ese momento Marcus se acercó a la mesa.
– Clodagh -dijo Ashling-, te presento a Marcus. Marcus, esta es Clodagh, mi mejor amiga.
Cuando Marcus le estrechó la mano, Clodagh se sintió un poco mejor. Marcus era simpático y amable, no como aquellas dos brujas, Joy y Lisa.
– Iba a pedir una ronda -dijo sonriéndole a Marcus-. ¿Te apetece algo?
– Un Red Bull, por favor. Nunca bebo alcohol antes de subir al escenario -explicó.
– De acuerdo. Después de la actuación te invitaré a una copa de verdad. -Clodagh se volvió hacia Joy y, con fría formalidad, le preguntó-: ¿Qué quieres?
– Un Red Square.
– Un Red… ¿qué? -Era la primera vez que oía aquel nombre.
– Vodka con Red Bull -aclaró Ashling-. Yo también me tomaré uno.
– Y yo -dijo Lisa.
Pues yo también, decidió Clodagh. Donde fueres, haz lo que vieres, ¿no? Ostras, ¿y aquel quién era? Un individuo alto y desaliñado acababa de llegar y se había quedado junto al grupo, con aire indeciso. ¡Qué guapo! No era exactamente su tipo (excesivamente desaliñado), pero de todos modos… Entonces vio que Lisa se le pegaba como si tuviera ventosas.
– ¿Le traigo algo al novio de Lisa? -preguntó Clodagh a Ashling.
– ¿A quién? Ah, ese. No es el novio de Lisa. Es nuestro jefe.
– Vale. ¿Le traigo algo a vuestro jefe?
Ashling contuvo un suspiro y, a regañadientes, dijo:
– Jack, te presento a mi amiga Clodagh. Va a pedir una ronda.
Jack le sonrió, le estrechó la mano y dijo:
– Encantado, Clodagh. -Y se empeñó en pagar aquella ronda.
Ashling no pudo evitar sentir celos. ¿Por qué Jack nunca era simpático con ella? Luego se concentró en Marcus, e inmediatamente se sintió mucho mejor. Antes de que empezara la actuación, a Marcus se le acercaron un montón de admiradores. O mejor dicho, admiradoras, la mayoría. Ashling las miraba y se sentía orgullosa de que Marcus fuera su novio. No podía evitar sentirse satisfecha de sí misma por haberlo cazado. «Él podía elegir a la que quisiera -pensó- y me eligió a mí.»
Aquella fue la noche de Clodagh, sin duda. Los cómicos, intimidados por Lisa, hartos de Joy y respetuosos con Ashling por ser la novia de Marcus, se apiñaban alrededor de Clodagh, que lucía su elaborado peinado nuevo, su hermoso rostro y sus ceñidos pantalones blancos. Ted se sentía muy desgraciado, pero era evidente que lo superaban en número.
Clodagh, abriendo brecha con un Red Square tras otro, se lo estaba pasando en grande. Durante uno de los descansos, Ashling le oyó decirle a un grupo de hombres: «Yo era virgen antes de casarme. -Guiñó un ojo y aclaró-: Mucho antes de casarme, quiero decir».
Todos rieron a carcajadas, y Ashling no pudo evitar pensar: Tampoco tiene tanta gracia. Pero apartó rápidamente aquel recelo de su mente: Clodagh no tenía la culpa de ser guapa. Y se alegraba sinceramente de que su amiga se lo estuviese pasando tan bien.
Entonces Clodagh cruzó las piernas y todos los ojos parpadearon ante aquel movimiento. Se soltó la sandalia con bordados del pie, con toda naturalidad, y la hizo oscilar de su largo dedo pulgar. Ashling vio cómo varios pares de ojos (todos masculinos) se movían a uno y otro lado al ritmo de la sandalia, ligeramente hipnotizados.
El número de Ted tuvo mucho éxito; cuando el cómico volvió a la mesa, radiante, Ashling vio cómo Clodagh le acariciaba el hombro y le decía: «¡Eres genial!».
Poco después Ashling vio a Clodagh sonriéndole a Jack Devine con la punta de la lengua asomando descaradamente entre los dientes. Después le hizo lo mismo a Bicycle Billy. ¡Oh, no! Era aquella sonrisa suya, con la que venía a decir «soy guapísima y lo sé» (o al menos eso creía ella). Pero en opinión de Phelim, era más bien una mirada lasciva de bruja de Benny Hill.
Cuando Ashling volvió a mirarla, Clodagh se había deteriorado notoriamente. Con la sensualidad de un gato cariñoso, frotaba el hombro a los demás con la mejilla y explicaba a todos con conmovedora tristeza: «Tengo dos hijos, por eso no salgo mucho».
Entonces abrazó a Lisa y dijo:
– ¡Estoy borracha! Es que no salgo mucho. -Clodagh se dio cuenta de que Ashling la miraba y exclamó-: ¡Oh, Ashling! Estoy borracha. ¿Estás enfadada conmigo?
Pero antes de que Ashling pudiera contestar, Clodagh se había dado la vuelta y, arrastrando las palabras, le explicó a Mark Dignan:
– Es que tengo dos hijos. Por eso no salgo mucho.
Marcus figuraba el último en el programa, y cuando le tocó subir al escenario Clodagh estaba hablándole al oído y riendo con Jack Devine. Ashling se sintió muy ofendida, porque estaba deseando fardar de lo bueno que era su novio.
– ¡Shhh! -dijo dándole un codazo a Clodagh y señalando el escenario.
– Lo siento -repuso Clodagh en voz demasiado alta.
Y a continuación se puso a gritar y reír a carcajadas a cada comentario de Marcus. Cuando, en medio de un aplauso calurosísimo, Marcus volvió a la mesa, Clodagh se lanzó a sus brazos declarando:
– ¡Has estado divertidísimo!
Marcus se la quitó de encima como pudo y la sentó junto a Ashling. Luego se sentó él también, le apretó la mano a Ashling y le dirigió una sonrisa cómplice.
– Es verdad -murmuró Ashling-. Has estado divertidísimo.
– Gracias -replicó él en voz baja, y ambos compartieron un momento de mutua e íntima consideración que se alargó más de lo razonable.
– ¿Ya está? -preguntó Clodagh-. ¿Ya no hay más chistes? ¿Tenemos que irnos a casa?
– ¡Qué va! -respondió Jimmy Bond, aterrado-. La barra está abierta hasta las dos.
– ¡Estupendo! -exclamó Clodagh, y derribó sin querer uno de los vasos que había en la mesa. El vaso cayó y lanzó un chorro de cerveza sobre los muslos de Bicycle Billy-. ¡Lo siento, lo siento! -exclamó Clodagh-. Lo siento mucho, de verdad.
– Pobrecilla -la compadeció Ted. Y los que estaban a la mesa dijeron al unísono:
– Es que no sale mucho.
Mark Dignan volvía en ese momento a la mesa, y, al contemplar la escena (Bicycle Billy frotándose las empapadas piernas con la manga de la chaqueta, y Clodagh disculpándose con voz pastosa) aclaró, antes de que alguien pudiera acusarla por su torpeza:
– Es que tiene dos hijos. Por eso no sale mucho.
A continuación Clodagh inició una larga conversación con una mujer sentada a otra mesa. Parecían estar resolviendo los problemas del mundo, pero Ashling aguzó el oído y lo único que les oyó fue: «Si no tienes hijos no puedes entenderlo». «Es verdad. Si no tienes hijos, no puedes entenderlo.»
Entonces Clodagh se levantó y fue al lavabo. Pasados diez minutos, y al ver que no regresaba a la mesa, Ashling la buscó por la sala con la mirada y la vio conversando animadamente con tres chicas. Cuando volvió a mirar, Clodagh estaba riendo con un hombre. Poco después Clodagh hablaba con dos chicos, y hacía unos complicados ademanes con los que parecía estar explicando cómo se sacaba la leche de los pechos. Pero parecía contenta (igual que los dos chicos), así que decidió dejarla en paz. Poco después Ashling fue a la barra y mientras pedía la ronda vio a Clodagh zigzagueando entre las mesas, tropezando finalmente con una y haciendo oscilar varios vasos.
– ¡Ostras! -exclamó en voz alta.
Dos hombres apoyados en la barra también observaban a Clodagh.
– Ha ido de un pelo -comentó uno al ver que los vasos no llegaban a caer al suelo.
– Sí -repuso el otro-. Es que tiene dos hijos, por eso no sale mucho.
– Perdone, ¿podría cambiarme un Red Square por un Red Bull? -preguntó Ashling al camarero, movida por un impulso. Consideraba que Clodagh ya había bebido suficiente.
Pero sorprendentemente, pese a lo borracha que estaba, Clodagh se dio cuenta de que habían intentado colarle una bebida sin alcohol, y se lo tomó muy mal.
– ¿Me toman por gilipollas, o qué? -protestó.
– ¿La llevamos a su casa? -le preguntó Marcus al oído a Ashling, que asintió agradecida.
– No pienso marcharme hasta haberme tomado otra copa -insistió Clodagh agresivamente.
Marcus le habló con dulzura, como si se dirigiera a un niño pequeño:
– Mira, Ashling y yo queremos irnos a casa, y podemos dejarte a ti en la tuya.
– No os preocupéis por mí -replicó Clodagh.
– Verás, es que nos gustaría que vinieras con nosotros en el taxi.
– Bueno -cedió Clodagh a regañadientes-. Pero solo porque me caes bien.
– ¿Necesitáis ayuda? -se ofreció Ted, esperanzado.
– No -contestó Ashling con firmeza-. Vamos a llevar a Clodagh a su casa, con su marido.
Clodagh le dio un fuerte abrazo a Ted, frunció los labios (Ashling sintió un escalofrío) y le dio un beso en la frente.
– Eres un cielo -dijo cariñosamente-. Prométeme que vendrás a visitarme.
– ¡Te lo prometo!
– Vámonos. -Ashling la cogió por el brazo, pero Clodagh se había dado la vuelta e intentaba alcanzar a alguien más.
– Hasta luego, Jack -cantó alegremente.
– Hasta luego, Clodagh. Ha sido un placer conocerte -dijo Jack sonriendo.
– Lo mismo digo -dijo ella con voz empalagosa-. Espero veros pronto a to… ¡Ay! ¡Ashling! ¡Me vas a arrancar el brazo!
Ashling la arrastró sin miramientos hacia la puerta.
En el asiento trasero del taxi, Clodagh protestaba amarga y largamente de lo aguafiestas que eran Marcus y Ashling, de que no quería irse a casa, de que se lo estaba pasando muy bien, de que tenía dos hijos y por eso no salía mucho… Y de repente enmudeció. Se había quedado dormida con la barbilla sobre el pecho.
Cuando Dylan abrió la puerta, Marcus dijo:
– Le traemos a una mujer borracha. Firme aquí.
Entre los tres ayudaron a Clodagh a entrar en casa; luego Marcus y Ashling regresaron al taxi.
– ¿Tienes un bolígrafo? -le preguntó Marcus mientras circulaban por las calles oscuras en dirección al piso de Ashling.
– Sí.
– ¿Y una hoja de papel?
Ella ya la estaba buscando.
Con el rabillo del ojo, Ashling vio que Marcus anotaba algo en la hoja. Algo que se parecía mucho a «Le traemos a una mujer borracha. Firme aquí». Pero antes de que hubiera podido asegurarse de que era eso, él ya había doblado la hoja.
Al día siguiente, el teléfono de Ashling sonó a las ocho y cuarto. A aquella hora solo podía ser Clodagh, horrorizada. Y lo era, claro.
– Estoy despierta desde las seis -explicó con humildad-. Solo quería pedirte disculpas por lo de anoche. Lo siento mucho, de verdad. ¿Hice mucho el ridículo? Supongo que lo que pasa es que como tengo dos hijos no salgo mucho.
– Estuviste muy bien -dijo Ashling, adormilada-. Le caíste muy bien a todo el mundo.
«¿Clodagh?», preguntó Marcus moviendo los labios. Ashling asintió con la cabeza.
– Estuviste encantadora -dijo Marcus sin levantar la cabeza de la almohada-. Muy cariñosa.
– ¿Quién es? ¿Marcus? Qué simpático. Dile que me encantó su número.
– Le encantó tu número -dijo Ashling girando la cabeza hacia Marcus.
El alivio de Clodagh solo duró un instante.
– No sabes qué ganas tenía de salir, ni lo bien que me lo pasé, pero seguro que no me dejarás salir contigo nunca más. Hacía años que no me divertía tanto, pero lo he estropeado todo.
– No seas tonta. Puedes salir con nosotros cuando quieras.
– Cuando quieras -confirmó Marcus.
– Oye, Ashling… ¿Tienes idea de cómo llegué a casa?
– Te llevamos Marcus y yo en un taxi.
– Ah, sí -dijo Clodagh, más tranquila-. Ya me acuerdo. Bueno, la verdad es que no me acuerdo. Me acuerdo de haber visto actuar a los cómicos, pero prácticamente de nada más. Me parece recordar que le derramé una cerveza a alguien, pero creo que son solo imaginaciones.
– Sí, seguro.
– Lo peor es no acordarme de cómo llegué a casa. -Clodagh seguía castigándose-. Oh, Dios mío -dijo bajando la voz y reduciéndola a un gemido de incredulidad. Era evidente que acababa de recordar algo particularmente espeluznante-. Tengo la horrible sensación de que… No, no puede ser.
– ¿Qué pasa?
– Aquellas chicas con las que estuve hablando en el lavabo… Una de ellas estaba embarazada. Me parece que me ofrecí a enseñarle lo bien que se me habían curado los puntos de la episiotomía. Mierda, dime que no es cierto, por favor -gimió, desconsolada-. Son imaginaciones. Seguro.
– Seguro -mintió Ashling categóricamente.
– Bueno, y si no me lo imagino, fingiré que sí. La culpa de todo la tiene el Red Bull -exclamó-. ¡No pienso volver a probarlo jamás!
Cuando Ashling colgó, Marcus la besó y le preguntó:
– ¿Qué tal estuve anoche? ¿Te gusté?
– Pues…, no, no especialmente. -Ashling no lo entendía; no habían hecho el amor al llegar a casa.
– ¿Cómo que no? -preguntó él, angustiado.
¡Ostras! Ashling se dio cuenta demasiado tarde de que Marcus se refería a otra cosa.
– ¿En el escenario? Creía que te referías a la cama. Estuviste fantástico en el escenario, ya te lo dije.
– ¿Mejor que Bicycle Billy, «uno de los mejores cómicos de Irlanda»?
– Mucho mejor, ya lo sabes.
– Si lo supiera no tendría que preguntártelo.
– Mejor que Billy, mejor que Ted, mejor que Mark, mejor que Jimmy… Fuiste el mejor. -Ashling estaba deseando seguir durmiendo.
– ¿Estás segura?
– Sí.
– Pero ese gag de Jimmy, el de los hinchas de fútbol, era muy bueno.
– No estaba mal -dijo ella con cautela.
– ¿Qué nota le pondrías, en una escala de uno a diez.? -saltó Marcus.
– Un uno -dijo Ashling, bostezando-. Era una mierda. ¿Dormimos un poco?