28

En las oficinas de Randolph Media reinaba una atmósfera de final de curso. Era el viernes anterior al puente del mes de junio (Lisa estaba desconcertada, porque en Inglaterra el puente había sido la semana anterior), pero no solo eso: además se había extendido la noticia de los anuncios de L'Oréal, Jack Devine no estaba en la oficina, y acababa de llegar una caja de champán destinada al premio de un concurso convocado por Colleen. («¿De qué región de Francia procede el champán? Envíanos una postal a… La ganadora recibirá doce botellas del mejor…»)

Lisa miró la caja de champán, miró su reloj (eran las cuatro menos cuarto) y miró a sus empleados. Llevaban tres semanas trabajando mucho y lo cierto era que Colleen empezaba a tomar la forma de algo decente. De pronto Lisa recordó la importancia de mantener alta la moral de los trabajadores. Y para ser franca tenía que admitir que le apetecía una copa y sospechaba que podía producirse un motín si se servía champán para ella sola.

Carraspeó con mucho teatro y, con voz alegre, dijo:

– ¡Ejem! ¿A alguien le apetece una copa de champán? -Inclinó la reluciente cabeza hacia la caja con gesto de complicidad, y en cuestión de segundos todos se dieron cuenta de lo que había querido decir.

– Pero ¿y el concurso? -preguntó Ashling.

– Cállate, imbécil -susurró Trix, y dirigiéndose a Lisa con tono adulador dijo-: Me parece una idea excelente. Podemos celebrar tu éxito con el contrato de L'Oréal.

No hubo que insistir más. La noticia («Lisa dice que podemos bebernos el champán del concurso, Lisa dice que podemos bebernos el champán del concurso!») se extendió como la brisa por la oficina. Todos dejaron lo que estaban haciendo y se relajaron. Hasta Mercedes parecía contenta.

– Pero si no tenemos copas -observó Lisa, consternada.

– No te preocupes.

Antes de que Lisa se lo pensara mejor, Trix cogió una bandeja llena de tazas de café sucias y se las llevó al lavabo. Era la primera vez en seis meses que lavaba las tazas. Volvió volando; no se entretuvo aclarando bien las tazas, porque el exceso de espuma podía atribuirse al champán.

– Me temo que no está muy frío -dijo Lisa con gentileza ofreciéndole una taza desportillada con la leyenda «Los windsurfistas lo hacen de pie» llena de espumoso champán a Kelvin, que la cogió con una mano llena de anillos.

– ¡Qué más da! -dijo Kelvin, entusiasmado.

Estaba encantado de que lo hubieran incluido en la celebración, aunque no trabajara para Colleen.

El reducido grupo de empleados administrativos esperaba ansiosamente en su rincón sin saber si lo iban a invitar también. Todos suspiraron aliviados cuando Lisa descorchó otra botella y se les acercó con unas tazas que llevaban estampadas respectivamente las leyendas «Las secretarias lo hacen sentadas» y «Las bailarinas lo hacen de puntillas» y dos «No apto para menores».

– A su salud, señora Morley.

Lisa le dio la taza «No puedo creer que no sea mantequilla» a la sobreprotectora secretaria personal de Jack.

– Salud -murmuró la señora Morley con recelo.

Cuando todos estuvieron servidos, Lisa levantó su taza y dijo:

– Por vosotros. Gracias por el empeño con que habéis trabajado estas tres semanas.

Ashling y Mercedes se miraron, incrédulas. Habrían jurado que Lisa ya estaba borracha. Entonces todos empezaron a beber, excepto Trix, porque ella ya se había terminado su taza. Y los demás no tardaron en alcanzarla. Se hizo el silencio, y todos miraron alternativamente la espuma que quedaba en el fondo de sus tazas vacías (que seguía chisporroteando y burbujeando como si fuera material radiactivo) y las diez botellas que quedaban.

Lisa rompió el silencio preguntando con inocencia, como si la idea acabara de ocurrírsele:

– ¿Abrimos otra?

– No estaría mal -dijo Trix, fingiendo que le traía sin cuidado.

– Sí, ¿por qué no? -La primera taza había ablandado considerablemente a la señora Morley.

Pero cuando Lisa estaba quitando el tapón, se abrió la puerta de la oficina y todos se pusieron en tensión. ¡Mierda!

Cabía la posibilidad de que Jack se pusiera furioso si los pillaba bebiéndose en horas de oficina el champán destinado a un concurso. Pero no era Jack, sino Mai. Llevaba unos tacones altísimos y tenía unas caderas diminutas. Pero su cintura era aún más diminuta. Ashling se mareó de envidia y admiración.

A Mai le desconcertó el silencio absoluto que reinaba en la oficina, y el modo en que todos la miraron, con aire de culpabilidad.

– ¿Está Jack?

El silencio se prolongó.

– No -balbució la señora Morley secándose los labios por si el champán le había dejado bigote-. Ha ido a enseñarles modales a los del canal de televisión. -Se cruzó de brazos, triunfante, insinuando que en realidad era a Mai a la que Jack tendría que enseñar modales.

– Ah. -Mai hizo un mohín de desencanto con sus carnosos labios. Se dio la vuelta para dirigirse hacia la puerta, y su cascada de sedoso cabello osciló con un peso voluptuoso.

– Si quieres puedes esperarlo aquí -dijo Ashling, casi sin proponérselo.

Mai giró la cabeza y preguntó:

– ¿Está permitido?

– ¡Claro! Mira, ¿por qué no te tomas una copa?

En cuanto aquellas palabras salieron de su boca, Ashling se preparó para recibir una bronca de Lisa. No había estado demasiado fina invitando a la novia del jefe a unirse a aquella fiesta clandestina. Ashling sospechó que estaba un poco achispada.

Pero en lugar de ponerse furiosa, Lisa coincidió y dijo:

– Sí, tómate una copa.

El caso es que Lisa sentía tanta curiosidad por Mai como todos los demás. Seguramente más que los demás, dadas las circunstancias.

Mai aceptó la taza que le ofreció Lisa, y Ashling dijo con hospitalidad:

– Ven a mi mesa, y tráete una silla.

Trix y Lisa también se desplazaron hacia la mesa de Ashling, movidas por el interés que les despertaba la exótica Mai.

– Qué bolso tan bonito -comentó Lisa-. ¿Es de Lulu Guinness?

Mai soltó una carcajada sorprendentemente ruidosa.

– No; es de Dunnes.

– ¿Dunnes?

– Unos grandes almacenes -explicó Ashling, que se había puesto colorada-. Una especie de Marks & Spencer.

– Solo que más barato -agregó Mai con otra carcajada.

Pese a su delicado rostro, que semejaba una flor de loto, de pronto parecía muy ordinaria.

Mientras Lisa se paseaba por la oficina brindando con los empleados, Mai comentó con picardía:

– Qué ambiente de trabajo tan agradable. ¿Esto lo hacéis todos los días?

Sus palabras provocaron una carcajada general.

– ¿Todos los días? ¡Qué va! ¡Ni hablar! Solo en ocasiones especiales, en la víspera de un puente, por ejemplo.

– No se lo contarás a Jack, ¿verdad? -preguntó Trix.

Mai parpadeó expresando desprecio y dijo:

– ¿A Jack? ¡No!

– Y tú ¿dónde trabajas? ¿A qué te dedicas? -se atrevió a preguntar Trix.

Mai se apartó la voluptuosa melena de los hombros, agitó brevemente sus negras pestañas y de pronto volvió a convertirse en una criatura misteriosa e inescrutable.

– Soy bailarina exótica.

Aquella revelación sumió a la oficina en un breve silencio de perplejidad; luego todos se unieron para exclamar con displicencia:

– ¡Qué maravilla! ¡Qué interesante!

– ¿Verdad que está haciendo un tiempo fabuloso para eso? -Bernard el soso no lo había captado, como de costumbre.

– Qué bien -dijo Lisa con esfuerzo.

Se imaginaba que Jack y Mai debían de pegar unos polvos fabulosos, y estaba muerta de celos.

– ¿Qué es una bailarina exótica? -le preguntó la señora Morley a Kelvin al oído.

– Creo que implica bailar… ligera de ropa -le contestó él con diplomacia, para no herir su sensibilidad.

– ¡Oh, no! ¡Es una bailarina de striptease! -La señora Morley miró a Mai de arriba abajo con algo que de pronto parecía respeto.

– No, hombre, no. ¡Qué voy a ser bailarina exótica! -dijo Mai con sorna, adoptando de nuevo aquel tono ordinario-. Lo decía en broma. Trabajo vendiendo teléfonos móviles, pero por mi aspecto la gente siempre piensa que soy una especie de gatita.

Volvió a desatarse un coro entusiasta: «¡Menuda lata! ¡Qué fuerte! ¡Hay que ver lo burra que es la gente!».

– A ver si lo he entendido bien. ¿No es bailarina de striptease? -preguntó discretamente la señora Morley a Kelvin, que negó con su cabeza rubia oxigenada.

Era difícil decir cuál de los dos estaba más desilusionado.

– A la gente le encanta poner etiquetas -se lamentó Ashling.

– Pues sí, la verdad -afirmó Mai, animada por la segunda taza de detergente y champán-. Nací y me crié en Dublín, y mi padre es irlandés, pero como mi madre es asiática, los hombres siempre dan por hecho que conozco todos esos trucos orientales en la cama. Pelotas de ping-pong y cosas así. O eso, o por la calle me llaman «piojosa». -Exhaló un suspiro y añadió-: Me deprime tanto lo uno como lo otro.

Echó un vistazo a Kelvin y Gerry, que la observaban lascivamente; luego se arrimó más a Ashling, Lisa y Trix y dijo con franqueza:

– Eso no quiere decir que no esté dispuesta a probar lo de las pelotas de ping-pong. No me importa experimentar, si el chico me gusta de verdad.

«Como Jack, ¿no?» A todos les habría gustado preguntárselo, pero nadie se atrevió. Ni siquiera Trix. Sin embargo, a medida que disminuía el número de botellas llenas y aumentaba el de botellas vacías, las lenguas se fueron soltando.

– ¿Cuántos años tienes? -preguntó Trix.

– Veintinueve.

– Y ¿cuánto hace que sales con Jack?

– Casi seis meses.

– No sé cómo lo aguantas. Siempre está de mal humor -comentó Trix.

– ¡Dímelo a mí! Desde que empezó lo de Colleen, no hay manera de hablar con él. Trabaja demasiado y se lo toma todo demasiado en serio; luego sale a navegar para relajarse, o sea que no le veo el pelo. ¡Supongo que vosotros tenéis la culpa de su mal humor!

– ¡Tiene gracia! -exclamó Trix-. Porque nosotros creíamos que la culpable eras tú.

Mai empezó a removerse en la silla.

– Lo siento. ¿Te estamos molestando? No hablaremos más de este tema -intervino Ashling, aunque a su pesar, pues encontraba fascinante aquella conversación.

– No, no pasa nada -repuso Mai con una sonrisa nerviosa, sin dejar de removerse-. Es que se me han subido las bragas. No lo soporto.

Lisa tragó saliva, impresionada por la belleza, el descaro y la insolencia de Mai. Estaba segura de gustarle a Jack, pero ahora entendía que él estuviera hechizado por Mai.

Cuando regresó Jack, todos habían bebido tanto que ya ni se molestaron en disimularlo.

– ¿Os lo estáis pasando bien? -preguntó Jack esbozando una sonrisa.

– Este fin de semana hay puente -anunció la señora Morley lanzándole una mirada desafiante. Ella no solía beber, y en la última hora y media había pasado por el recelo, la tranquilidad, un bienestar maravilloso, un arrepentimiento sensiblero, y por último, como era de esperar, la agresividad.

– Sí, ya lo sé -concedió Jack.

– Hola, Jack. -Mai sonrió mostrando todos los dientes-. Pasaba por aquí y se me ocurrió subir a saludarte.

Jack parecía abochornado.

Mai lo siguió a su despacho y cerró la puerta con firmeza.

Cuando Trix puso su taza contra la puerta y luego pegó la oreja a la taza, todos rieron. Pero no hacían falta tazas. La voz de Mai, chillona y furiosa, llegaba hasta las mesas más apartadas.

– ¿Cómo te atreves a ignorarme cuando vengo a verte? Si crees que voy a aguantar que…

A Jack no se le oía, pero debía de estar diciendo algo también, porque entre los arrebatos acusadores de Mai había breves pausas.

– Despejen las salidas -dijo Kelvin imitando a una azafata de avión.

La puerta del despacho de Jack no tardó en abrirse; Mai salió hecha una fiera, fue hacia la puerta y desapareció, dejando un gran vacío en la oficina. No se había despedido de nadie.

– Ahora que el espectáculo ha terminado, me marcho -anunció Kelvin colgándose la mochila naranja hinchable de los hombros-. Tengo setenta y dos horas maravillosas por delante.

Todos recogieron sus cosas y se escabulleron, excepto Jack y Ashling. Jack se quedó porque esperaba una llamada de Nueva York; Ashling, porque había quedado con Joy a las seis y media y no valía la pena que se fuera a casa. Mientras esperaba siguió trabajando, porque le estaba confeccionando una base de datos a Lisa e iba bastante atrasada por culpa de la improvisada fiesta.

– Déjalo, doña Remedios -gruñó Jack-. Mañana es fiesta. Además, debes de estar cansada: de todos modos tendrías que rehacerlo el martes.

– Tienes razón. -Ashling estaba lo bastante sobria para saber que estaba borracha-. No me aclaro.

– Vete a casa -le ordenó él.

De todos modos, ya eran casi las seis y media. Ashling recogió su bolso y, tímidamente, preguntó:

– ¿Haces algo este fin de semana, JD? -Lo hizo porque había bebido, por supuesto.

– ¿JD? -preguntó Jack con curiosidad.

– Bueno… Jack, señor Devine, o como quieras. -Ashling lamentaba que se le hubiera escapado el apodo con que se refería a su jefe-. ¿Haces algo?

– No lo sé -dijo él con hosquedad-. El domingo iré a ver a mis padres. Lo demás depende del tiempo que haga. Si no puedo salir a navegar, me quedaré en casa viendo vídeos de Star Trek.

– ¿De Star Trek? Pues… «larga vida y prosperidad» -dijo Ashling, intentando imitar el saludo vulcaniano formando una uva con los dedos.

Jack se quedó mirándola con cara de pocos amigos.

– Ilógico, capitana Kennedy. Este fin de semana no habrá prosperidad.

– ¿Por qué no?

– Supongo que no se te habrá escapado el detalle de que mi novia tiene un cabreo de mil demonios -admitió, apenado.

Ashling no pudo evitarlo. Las palabras salieron de su boca sin que ella se diera cuenta. La culpa la tenía el alcohol.

– ¿Por qué te peleas tanto con Mai? Es encantadora. ¿No podrías esforzarte un poco más? Ella dice que no te ve el pelo porque siempre estás navegando. Quizá si no salieras a navegar tan a menudo… -Se dio cuenta de que se había pasado de la raya y supuso que Jack se pondría furioso, pero él se limitó a reír, aunque de manera desagradable. Ashling recordó entonces que en las riñas de enamorados siempre había dos versiones-. ¿Qué pasa? ¿No es verdad?

Jack esperó un momento y dijo:

– No es que yo quiera criticar a alguien que no está presente para defenderse, pero…

– Entonces ¿no sales a navegar?

– Sí.

– Pero… -Ashling creía que empezaba a entenderlo-. ¿Ella dice que no le importa que vayas, y luego se enfada?

– Algo así -admitió Jack de mala gana.

– Claro -dijo Ashling-. Es que aunque ella diga que no le importa, no es verdad. Intenta hablar con ella y ser simpático. -Se le iluminó la mirada. El problema ya estaba resuelto.

– Doña Remedios -dijo él sacudiendo la cabeza con indulgencia-, ¿por qué siempre tienes que arreglarlo todo?

– Pero si yo solo…

– Doña Remedios -repitió Jack, risueño-. Me lo pensaré. ¿Y tú? ¿Piensas ir a algún sitio este fin de semana?

– No. -En cuanto Ashling se convirtió en el centro de atención, se puso tímida-. Saldré con mis amigos, lo de siempre…

«A lo mejor salgo con Marcus Valentina -pensó-, pero eso no pensaba decírselo a Jack.»

– Que te lo pases bien -dijo él.

Ashling fue hacia la puerta, y de pronto Jack le gritó:

– ¡Doña Remedios! ¡Un momento! ¿Tú también miras vídeos de Star Trek?

Ashling giró la cabeza y contestó:

– No.

– Me lo imaginaba.

– No tengo nada contra ellos.

– Ya, eso dice todo el mundo -murmuró Jack.

– A mí me gusta más Doctor Who.

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