Después de su noche de sexo, Lisa llegó muy dinámica a la oficina.
– Buenos días, Jack -dijo alegremente.
– Buenos días, Lisa.
Lo miró fijamente. No detectó ningún brillo en sus ojos; su expresión era la habitual. No había ninguna señal que indicara que le había molestado que se hubiera acostado con Wayne Baker, pero Lisa le había visto la cara antes de marcharse. Estaba picado; ella no tenía ninguna duda.
Así que… ¡manos a la obra! Llena de entusiasmo, Lisa decidió que quería poner todos los aspectos de la revista a punto, y ya. Hablaba de hacer un número piloto. Aquella prometía ser una semana muy dura.
– Quiero todas las secciones fijas preparadas: cine, vídeo, horóscopo, salud, columnas… Luego echaremos un vistazo a lo que todavía nos falta.
Llegaban muchos ejemplares para la prensa de libros que se iban a publicar en septiembre, así como vídeos y CD. En teoría, todos aquellos artículos gratis parecían emocionantes, pero en realidad no servían para nada si no eran lo que a ti te gustaba. Hubo una breve pero intensa discusión entre tres personas con motivo de un CD afrocelta, pero los demás no le interesaban a nadie.
– Gary Barloes. No -dijo Trix, dejándolo de nuevo en el montón-. Enya. Ni loca. -Lo dejó también-. David Bowie. Bah. ¿Woebegone? ¿Y estos quién demonios son? Puede que no estén mal. El cantante es guapo. ¡Me quedo este! -gritó dirigiéndose al resto del personal.
– ¿A alguien le importa que me quede este? -preguntó Ashling levantando un best seller.
– No creo -dijo Lisa con una risita burlona.
Pero no era para Ashling, sino para Boo; se aburría tanto que estaba dispuesto a leer cualquier cosa que cayera en sus manos.
Las guerras de los tipos de letra duraron toda la semana. Lisa y Gerry mantenían un aferrado pulso por el aspecto de la página de libros.
– Demasiados adornos y ningún contenido -protestó Gerry acaloradamente.
– ¡Pero si nadie lee libros! -le gritó Lisa-. ¡Por eso tenemos que conseguir que la página resulte sexy!
Todo salía mal. A Lisa no le gustó la ilustración que había encargado para la columna de la chica corriente de Trix. Según ella no era lo bastante «sexy». Gerry se cargó un archivo y perdió el trabajo de toda una mañana. Y el artículo que había escrito Mercedes sobre un salón de belleza acabó en la papelera porque el miércoles, a la hora de comer, se pasaron al depilarle las cejas a Lisa.
– He trabajado mucho en este artículo -se quejó Mercedes-. No puedes descartarlo así como así.
– No lo estoy descartando -le espetó Lisa-. Lo estoy eliminando. Si vas a trabajar en una revista, al menos podrías aprender la jerga.
El ambiente estaba cargado de tensión, y seguía llegando trabajo. Nadie tenía menos de tres proyectos a la vez encima de la mesa.
Ashling estaba tecleando los horóscopos New Age cuando Lisa dejó un montón de productos para el cabello en su mesa y dijo:
– Mil palabras. Que sea…
– No me lo digas. Sexy.
Ashling examinó aquellos cosméticos, esperando que se le ocurriera algún tema para el artículo. Había una mousse para dar volumen, una laca que prometía «levantar» las raíces, y un champú para dar cuerpo (tres productos para mujeres que querían una melena voluminosa y rizada). Pero también había una mascarilla alisadora, una crema suavizante y un acondicionador sin aclarado (estos, para mujeres que querían una melena lisa y pegada al cráneo). ¿Cómo podía reconciliar ambas cosas? ¿Cómo podía darle coherencia a su artículo? Ashling no sabía qué hacer. ¿Podías tener un cabello voluminoso y liso? ¿Podía vender la idea de que para tener el cabello voluminoso antes tenías que tenerlo liso, inventando así una nueva serie de preocupaciones para las mujeres con el cabello rizado? No, eso habría sido demasiado cruel: ejercer aquel tipo de poder tenía sus consecuencias. Suspiró y partió otro trocito de su bollo con chocolate blanco. Y entonces (quizá fuera el aporte de azúcar) tuvo una genial idea que, después del impasse, adquirió la trascendencia del descubrimiento de la ley de la gravedad. Su artículo empezaría así: «No importa lo que esperes de tu cabello…».
– ¡Al fin! -exclamó, inmensamente aliviada.
– ¿Qué pasa? -preguntó Jack desde la fotocopiadora.
– ¡Estaba tan preocupada! -Ashling hizo un ademán abarcando todos aquellos botes y tubos-. Hay muchas cosas pero no hay ningún patrón. Y todo ha encajado al darme cuenta de que cada mujer espera algo diferente de su cabello.
– Cada mujer espera algo diferente de su cabello -repitió Jack jovialmente-. Muy profundo-. Está a la altura de la teoría de la relatividad de Einstein. El tiempo no es absoluto… -dijo burlón-, sino que depende del brillo del cabello del observador en el espacio. Y el espacio tampoco es absoluto, sino que depende del brillo del cabello del observador en el tiempo. ¡Menudo trabajo hacemos aquí!
Ashling titubeó; no sabía si debía sentirse ofendida, pero Jack se le adelantó.
– Lo siento -dijo con repentina humildad-. Lo decía en broma.
– Eso es precisamente lo que me preocupa -le dijo Trix al oído a Ashling.
– ¿Has tecleado ya el artículo de Jasper French? -le preguntó Lisa a Trix.
– Sí.
Lisa se acercó a la mesa de su secretaria y revisó el artículo.
– Afrodisíaco lleva acento, ostra se escribe sin hache, y espárrago con dos erres. A ver si de vez en cuando utilizas el corrector.
– Nunca he tenido que corregir nada.
– Pues las cosas han cambiado. Colleen es una revista de alto nivel.
– Creía que éramos una revista sexy -replicó Trix, testaruda.
– Se puede ser las dos cosas a la vez. ¡Ostras! ¡Mercedes! ¿Cómo va tu artículo sobre los zapatos de talón abierto?
No era un trabajo excesivamente interesante, pero sí necesario. Y agotador.
Ashling estaba muerta de cansancio. En la oficina había mucha tensión, pero además ella soportaba la preocupación constante acerca de la brusquedad con que se habían despedido Marcus y ella el lunes por la noche. ¿Por qué no se había acostado con él? No podía decir que se estuviera reservando para la noche de bodas, admitió compungida. Sin embargo, a ella siempre le había costado adaptarse a los cambios, y hacía mucho tiempo que no se acostaba con nadie que no fuera Phelim.
Exhaló un suspiro cantarín y aceptó que la vida de la mujer moderna era muy dura. Antes, la norma era que tenías que esperar cuanto pudieras antes de acostarte con un hombre. En cambio, ahora la norma era que si querías retenerlo tenías que entregar la mercancía cuanto antes.
Marcus no la llamó ni el martes por la noche ni el miércoles por la noche, y aunque Joy no paraba de hablar de lo que ella llamaba la regla de los tres días, Ashling dijo:
– Pero ¿y si no vuelve a llamarme?
– Seamos realistas: cabe esa posibilidad. Los hombres actúan de modo misterioso. Lo que está claro es que no te va a llamar esta noche. Haz algo, aprovecha el tiempo. ¿No tienes que lavar nada? ¿Nada que pintar para contemplar cómo se seca la pintura? Porque esta es la noche ideal para hacerlo.
Ashling se prometió que si Marcus volvía a llamarla, se acostaría con él.
Durante la pausa para el desayuno de Ashling, mientras hojeaba con desgana el periódico, de pronto tropezó con su nombre. Aparecía en un artículo que hablaba del creciente éxito de los cómicos irlandeses en el Reino Unido. Las letras bailaban en la página: MaRcUs. Es mi novio. Ashling miró fijamente las pequeñas letras negras, animada por una intensa oleada de orgullo. Que desapareció rápidamente. Porque lo es, ¿no?
El que Lisa, de repente, pusiera la directa hizo que el jueves ya estuviera todo el mundo de mal rollo. Lisa estaba discutiendo con la señora Morley cuando Jack, que parecía consternado, salió de su despacho.
– Señora Morley, ¿podría reservarme una mesa para comer? Para dos personas.
– ¿En el sitio de siempre?
Cuando venía algún jefazo de Londres, Jack siempre lo llevaba a comer filetes poco hechos acompañados con vino tinto en un club con paredes forradas de madera de roble y sofás de piel.
– ¡No, no! Un restaurante agradable, un sitio que pueda gustarle a una mujer. -Parecía indefenso y desamparado. Al final, tímidamente, admitió-: Se ve que hace seis meses que Mai y yo salimos juntos.
Lisa no pudo disimular su consternación. ¿Por qué se portaba bien con Mai? ¿Por qué no se habían peleado el otro día, cuando Mai fue a verlo a la oficina? Se dio cuenta, horrorizada, de que la conducta de Jack empezaba a seguir una pauta, y la seguridad en sí misma y el optimismo de que gozaba desde que se acostara con Wayne se desvanecieron sin dejar rastro.
– ¡Suerte que no he olvidado nuestro aniversario! -dijo Jack sonriente.
– ¿Cómo lo ha hecho? -preguntó la señora Morley.
– Bueno, en realidad me lo ha recordado ella -dijo él vagamente-. Oye, Lisa, ¿cómo se llama ese restaurante al que me llevaste? Seguro que le encantará.
– Halo -dijo Lisa, pero demasiado bajo.
– ¿Cómo dices?
– Halo -repitió ella, no mucho más alto.
– ¡Eso es! -Jack estaba encantado-. ¡Lleno de pijos! Comida sofisticada a precios escandalosos. Le encantará. Si me das el número, reservaré una mesa.
– De eso. nada -le atajó la señora Morley poniendo cara de buldog-. Eso me corresponde hacerlo a mí.
Lisa se marchó, temblando literalmente de rabia y rezando para que fuera demasiado tarde para reservar mesa en el Halo.
Media hora más tarde llegó Mai, que parecía una Barbie asiática. Cuando Lisa la vio, su rabia se transformó en depresión.
– Qué traje tan bonito -dijo Trix para hacerle la pelota a Mai.
– Gracias.
– ¿Es de Dunnes?
– Sí.
Mai adoptó una actitud distante, cosa que no había hecho el día que abrieron el champán. Por lo visto, la reciente devoción de Jack había cambiado las cosas. Estaba simpática y educada, pero era sin duda la novia de su jefe.
La señora Morley hizo un movimiento con la cabeza y Mai entró meneando sus inexistentes caderas en el despacho de Jack. La puerta se cerró con firmeza detrás de ella, y todos los empleados de la oficina interrumpieron su trabajo, aguzando el oído con la esperanza, con el ansia, con el vehemente deseo de oírlos pelear. Pero pasados unos segundos aparecieron Jack y Mai cogiditos de la mano. Observados por una ávida multitud, se dirigieron hacia la salida y desaparecieron. Aunque ya era evidente que no iba a pasar nada, la oficina permanecía en silencio.
– Me gustó más lo del otro día -comentó Trix con tristeza, expresando lo que pensaban todos.
Lisa, que estaba a punto de salir para ir a comer con Marcus Valentina, intentó tragarse los celos, la pena y el desconcierto. Estaba segura de que el interés que Jack demostraba por ella no era producto de su imaginación. Así que ¿de qué iba? No lo entendía. Tan pronto estaba discutiendo a grito pelado con Mai como se comportaba como si estuviera en el séptimo cielo. ¿Por qué? ¿Por qué? Aquellas preguntas sin respuesta no dejaron de darle vueltas en la cabeza hasta que llegó a Mao.
Diez minutos más tarde llegó Marcus. Alto, atlético, pero… ¡puaj! ¿Cómo podía Ashling…? Lisa esbozó una sonrisa de bienvenida, pero le resultó inusitadamente difícil desenterrar su habitual exceso de encanto.
– Hemos venido a comer, ¿no? -dijo Marcus casi con agresividad al sentarse enfrente de Lisa-. Lo que quiero decir es que me gustaría que disfrutáramos de la comida sin que me insistas todo el rato en que escriba la columna.
– Vale.
Lisa hizo un esfuerzo y sonrió, pero de pronto tenía la moral por los suelos. A veces su trabajo resultaba terriblemente humillante. Tenías que adoptar una actitud asquerosamente avasalladora, y tu piel tenía que ser más dura que la de un rinoceronte.
Se dio cuenta de que no le importaba que Marcus no hiciera la columna. ¿Qué más daba? No era más que una columna para una estúpida revista femenina. Aparte de unos someros comentarios sobre cuánto le gustaba la comida picante, Lisa dejó que la conversación quedara en un lúgubre suspenso.
Paradójicamente, cuanto más apagada estaba ella, más se animaba Marcus, y cuando iban por el segundo plato, Lisa se dia cuenta de lo que estaba pasando. Entonces empezó a sacarle el máximo partido a su reticencia.
– Dime, ¿qué tipo de artículo tenías pensado que escribiera? -preguntó Marcus.
Ella negó con la cabeza y agitó el tenedor.
– Disfruta de la comida.
– De acuerdo. -Pero poco después volvió a abordar el tema-: ¿Qué extensión te gustaría que tuviera?
– Unas mil palabras. Pero olvídalo, de verdad.
– Y ¿te has enterado de si podría distribuirse a otras publicaciones?
– Una de nuestras revistas australianas ha dicho que le encantaría publicarlo. Y también Bloke, nuestra revista masculina de Gran Bretaña. -Entonces entró a matar-: Pero Marcus, si no quieres escribir una columna, no pasa nada. -Sonrió con pesar-. Ya encontraremos a otro. No será tan bueno como tú, pero…
– Dime lo fantástico que soy -dijo él, sonriente-. Si me lo dices, la haré.
Sin inmutarse, Lisa dijo:
– Eres el tipo más gracioso que he visto en los tres últimos años. Tus números son una original mezcla de inocencia y perspicacia. Conectas estupendamente con el público y tienes un sentido del ritmo excelente. Firma aquí. -Sacó un contrato del bolso y se lo pasó.
– Un poco más -dijo él.
– Pese a que tus números tienen reminiscencias de Tony Hancock y… -¡Ostras! No se le ocurría nada más.
– ¿Woody Allen? -sugirió él-. ¿Peter Cook?
– Woody Allen, Peter Cook y Groucho Marx -prosiguió Lisa, sonriéndole con complicidad. Estaba convencida de que Marcus se sabía de memoria cada una de sus críticas-. Tu estilo es sin lugar a dudas vanguardista y modernista.
Confiaba en que Marcus lo encontrara adecuado. Porque si le pedía alguna explicación más de su gracia, lo único que Lisa podría decirle sería: «Tienes cara de bobalicón».
Cuando volvió a la oficina, Lisa se acercó a la mesa de Ashling y, con regocijo malicioso, anunció:
– ¿Sabes qué? Marcus Valentina ha accedido a escribir una columna mensual.
– ¿En serio? -balbuceó Ashling. El lunes por la noche parecía muy poco dispuesto a hacerlo. ¿Acaso no había…?
– Sí -dijo Lisa regodeándose-. Ha accedido.
Cuarenta minutos más tarde, Ashling, que hervía de rabia, se dio cuenta por fin de cuál debía haber sido su respuesta a Lisa. Debería haberle dicho fríamente: «¿Que Marcus va a escribir la columna? Debe de ser por la estupenda mamada que le hice anoche».
¿Por qué aquellas cosas nunca se le ocurrían en el momento adecuado? ¿Por qué siempre se le ocurrían al cabo de varias horas?