En la cama de Clodagh se iban acumulando prendas de ropa descartadas. ¿El vestido negro ceñido? Demasiado provocativo. ¿Los pantalones orientales y la túnica? Demasiado pija. ¿El vestido transparente? Demasiado transparente. ¿Y los pantalones blancos? No, él ya la había visto con ellos. ¿Los pantalones militares con zapatillas de deporte? No, se sentía ridícula con ellos. De todas las prendas modernas que se había comprado en los dos últimos meses, esos pantalones eran el peor error.
Por un instante la nube de ansiedad provocada por la ropa se retiró, y Clodagh se vio asaltada por una repentina e inoportuna idea, más abstracta:
«¿Qué estoy haciendo? Nada» -se dijo-. No estaba haciendo nada. Había quedado con una persona para tomar café. Con un amigo que casualmente era un hombre. ¿Qué problema había? Aquel no era un país islámico donde podían lapidarte por haberte dejado ver en público con un hombre que no fuera tu marido o tu hermano. Además, él ni siquiera era su tipo. Ella solo pretendía distraerse un poco. Solo buscaba un poco de diversión inocente.
Pero echó la cabeza hacia atrás y sacudió su hermoso cabello; se sentía contenta y estimulada, y la recorría un ligero hormigueo.
Al final se decidió por unos pantalones negros y una camiseta rosa ceñida. Se plantó ante el espejo e intentó mirarse a través de los ojos de él. Era evidente que él la tenía en muy buen concepto, y ella se sentía guapa e impactante.
A tomar un café, se recordó con firmeza al salir a la calle. Nada más. ¿Qué hay de malo en eso? Y arrinconó el sentimiento de culpa y los nervios que le revolvían el estómago.
Ashling entró corriendo en el pub. Llegaba tarde otra vez.
– ¡Marcus! -dijo, jadeante-. Lo siento mucho. En el último momento a Lisa se le ha ocurrido pedirme que metiera en el ordenador mi artículo sobre la hípica. Por lo visto quiere ir preparando el número de noviembre.
Puso los ojos en blanco con gesto de desprecio, y afortunadamente Marcus la imitó. O sea que no estaba excesivamente cabreado por haber tenido que esperar casi media hora en el Thomas Reid.
– Me tomo un vodka con tónica cuádruple y nos vamos a comer algo, ¿vale? ¿Te apetece otra cerveza?
Marcus se levantó y dijo:
– Siéntate, trabajadora incombustible. Ya voy yo a buscártelo. ¿De verdad lo quieres cuádruple?
Ashling se dejó caer en la silla, agradecida.
– Gracias, Marcus. Con uno doble ya tengo suficiente.
Cuando Marcus regresó con la copa de Ashling, se sentó a su lado y dijo:
– Por cierto, quería recordarte que el 16 me marcho a Edimburgo. Al festival.
– ¿El 16 de agosto? -dijo Ashling, horrorizada. Recordaba vagamente que Marcus se lo había comentado mucho tiempo atrás-. Pero si solo faltan dos semanas… Oye -añadió, desesperada y temerosa-, lo siento muchísimo, Marcus, pero no podré ir contigo. No te puedes imaginar la cantidad de trabajo que tenemos, de verdad. Estamos todos hechos polvo, y hay tantas cosas que hacer para preparar la fiesta de presentación, por no hablar de la revista en sí…
Marcus adoptó una expresión dolida.
– Quizá podría arreglar un fin de semana -dijo Ashling, ansiosa-. Aunque Lisa dice que vamos a tener que trabajar todos los fines de semana. A lo mejor, si se lo pido bien…
– No te molestes.
Ashling no soportaba a Marcus cuando se ponía así. Normalmente era encantador, pero cuando se sentía inseguro o poco respaldado se volvía frío y agresivo, y ella detestaba los enfrentamientos.
– Lo intentaré -prometió-. De verdad. Haré cuanto esté en mi mano.
– No te molestes.
– Mira -continuó Ashling con voz temblorosa-, a finales de agosto ya no estaré tan liada. Podríamos hacer una escapada juntos, pasar una semana en Grecia o algo así.
»Anímate -insistió con dulzura; pero él seguía sin reaccionar-. Venga, payaso. Eres uno de los mejores humoristas de Irlanda. ¡Cuéntame un chiste!
Marcus casi salió disparado de la silla.
– ¡Que te cuente un chiste! -gritó con una furia inesperada-. ¡No estoy trabajando! ¿Te pido yo que escribas un artículo sobre los orgasmos fingidos cuando sales a tomar algo por la noche? ¿Verdad que no?
Ashling se quedó de piedra.
Entonces él se tapó la frente con una mano y dijo:
– Ostras, perdona. Lo siento.
– Entiendo -dijo Lisa con cortesía glacial-. Sí, volveré a llamar. -Colgó bruscamente y gritó-: ¡Capullos de mierda!
Bernard chascó la lengua y dijo «Esa lengua», pero nadie más se inmutó.
– ¡El agente de Ronan Keating -gritó Lisa, aunque nadie demostró ningún interés- está reunido! Por enésima vez. Faltan tres semanas para el día D y todavía no tenemos carta de famoso.
Desesperada, apoyó la cabeza en la mesa, y entonces se dio cuenta de que Jack la estaba mirando. Jack levantó las cejas, como preguntándole «¿estás bien?». Lo hacía a menudo. Desde el día que Lisa se había derrumbado en su despacho, él le expresaba silenciosamente su apoyo en los momentos de tensión, como si compartieran un secreto. Era una especie de intimidad que nadie más percibía.
«Pero ¿de qué le servían a ella las cejas arqueadas? -se dijo, enojada-. Eran otras partes del cuerpo de Jack las que a Lisa le habría gustado ver levantadas. De acuerdo, él acababa de salir de una relación, y quizá necesitara tiempo para recuperarse. Pero ya había tenido… dos semanas para eso. ¿Necesitaba mucho más?»
Sonrió con tristeza. Ella tampoco estaba muy fina desde el episodio con Oliver. Le habría gustado volver corriendo a Londres, meterse en la cama con él y no salir nunca de allí. Oliver seguía sin llamarla, y era evidente que no pensaba hacerlo, pero la vida debía continuar…
– ¿Acusas la presión?-. Jack se sentó en la mesa de Lisa.
Aquello la ofendió profundamente.
– No, qué va -dijo suspirando-. Ya sabes, los famosos…
– Eres incansable -observó él con patente admiración-. ¿Necesitas descansar un poco? ¿Qué te parece si comemos sushi? Invito yo.
– Ojalá. -Las palabras escaparon de su boca cuando Lisa se imaginó comiendo sushi esparcido por el cuerpo desnudo de Jack.
– ¿Cómo dices? -dijo él con una risita deliciosamente lasciva.
– Nada.
Lisa lo miró como si nada, pero no pudo evitar esbozar una sonrisita de complicidad. Se miraron a los ojos un instante, y rápidamente se esfumó la tensión del coqueteo.
– ¿Me estás proponiendo que salgamos a comer? -preguntó Jack.
– Ah, no. Lo siento. No tengo tiempo. Pero podríamos encargar la comida, como la otra vez.
– Pídele a otro que te haga el trabajo sucio -le espetó Trix.
– Iré yo -dijo Jack, sorprendiendo a todos-. ¿Alguien más quiere sushi? ¿Tú, Ashling?
– No, gracias -contestó de mal humor; no le gustaba que la trataran con condescendencia.
– ¿Estás segura?
– Segurísima.
– ¿Aunque te traiga los más suaves y te enseñe a comerlos?
– No.
– De acuerdo. Ahora vuelvo -anunció Jack-. Y no te pongas nerviosa -le aconsejó a Lisa-. Todo está saliendo estupendamente.
Pese a que les decía a todos que su trabajo no valía nada y que la revista parecía «un cagarro», Lisa no podía negar que estaban avanzando. Las páginas de libros, películas, música y televisión ya estaban terminadas. Así como los horóscopos, el artículo sobre la chica corriente de Trix, el reportaje sobre habitaciones de hotel sexis, el reportaje de Ashling sobre el club de salsa, una excelente página gastronómica de Jasper French, una reseña sobre una actriz irlandesa que había protagonizado una polémica obra de teatro erótica, la columna del novelista titulada «Un día de mi vida», y la de Marcus titulada «Un mundo de hombres», que a todo el mundo le había encantado. Además del famoso reportaje de moda, por supuesto.
Las ocho primeras páginas de la revista estaban dedicadas a la presentación de cuatro promesas irlandesas: un diseñador de bolsos, un DJ, un preparador físico particular y un locuaz y atractivo ecologista. La lista de «In/Out» casi estaba terminada; Lisa la confeccionó casi toda en cinco minutos y se la pasó a Ashling para que la terminara. Según la lista de Lisa, el senderismo era in, y Hilfiger era out.
– ¿Es verdad eso de que el senderismo está de moda? -preguntó Ashling, sorprendida.
Lisa se encogió de hombros.
– No tengo ni idea. Pero queda bien con Hilfiger.
Aparte del contenido, el aspecto de la revista también era fantástico. Los colores, las imágenes y la composición eran diferentes de las de otras revistas femeninas, y Colleen parecía más atrevida y original. Lisa había llevado a Gerry a los límites de su paciencia, hasta que obtuvo un resultado que le satisfizo.
– ¿Dónde navegas? -preguntó Lisa mientras Jack ponía el sushi encima de su mesa.
– En Dun Laoghaire.
– Dun Laoghaire -repitió Lisa-. Nunca he estado allí.
– Te gustaría.
– Tendré que ir algún día.
– Te lo recomiendo.
¡Por el amor de Dios! ¿Es que en este país no saben lo que es una indirecta?
A lo mejor Jack no se fiaba de su combinación de dinamismo y atractivo, pensó Lisa. No sería la primera vez. Además estaba la complicación añadida de que trabajaran juntos. Y de que ella estuviera casada. Y de que él acabara de romper con su novia…
¡De acuerdo! Se dio cuenta de que no tenía más remedio que abrir la boca y decir:
– Podrías llevarme la próxima vez que vayas.
– ¿Te gustaría? -Lo dijo con tanto entusiasmo que Lisa comprendió al instante que había hecho bien tomando las riendas de la situación-. ¿Qué te parece el viernes por la noche? -propuso-. Podríamos dar un paseo por el muelle, y te enseñaría los barcos. Es muy tonificante después de un día en la oficina.
Hummm. Un paseo por el muelle. Un paseo. Lisa no era muy aficionada a los paseos. Aun así, dijo:
– ¡Perfecto!