El lunes por la mañana Lisa se presentó en el trabajo a las ocho en punto. Quería demostrar desde el principio cómo las gastaba. Pero se llevó un chasco: el edificio estaba cerrado. Se quedó un rato esperando junto a la puerta, y finalmente fue a tomarse un café. No fue tarea fácil. Aquí no era como en Londres, donde las cafeterías abrían las puertas al amanecer.
A las nueve en punto, cuando salió de la cafetería, había empezado a llover. Protegiéndose el cabello con un brazo, se dirigió a buen paso hacia las oficinas, con mucha dificultad, pues la acera estaba mojada y temía resbalar con los zapatos de tacón. De pronto se detuvo y se oyó gritarle a un joven que pasaba con un anorak:
– ¿Es que en este miserable país nunca para de llover?
– No lo sé -contestó él, nervioso-. Solo tengo veintiséis años.
Una chica que dijo llamarse Trix la recibió en la puerta. Llevaba una minúscula combinación transparente y tenía la carne de gallina, y saltaba de un zapato de plataforma a otro para entrar en calor. Al ver a Lisa su rostro se iluminó de admiración, y apagó rápidamente el cigarrillo que tenía en la mano.
– Hola, qué tal -masculló mientras expulsaba el humo de la última calada-. ¡Qué zapatos tan bonitos! Soy Trix, tu secretaria particular. Antes de que me lo preguntes, me llamo Patricia, pero no intentes llamarme así porque no respondo a ese nombre. Me llamaba Trixie hasta que unos vecinos míos se compraron un caniche y le pusieron ese nombre, así que ahora me llamo Trix. Antes era la recepcionista y chica para todo, pero gracias a ti me han ascendido. Por cierto, todavía no tengo sustituta… El ascensor está por aquí.
»He de admitir que la mecanografía no es mi especialidad -prosiguió Trix, ya en el ascensor-. Pero soy un hacha mintiendo, más de sesenta palabras por minuto. Puedo decirle a cualquiera con quien no quieras hablar que estás en una reunión sin que sospechen nada. A menos que a ti te interese que sospechen. También se me da muy bien la intimidación, ¿sabes?
Lisa no lo dudó.
Aunque tenía veintiún años y era muy mona, Trix mostraba una actitud agresiva que a Lisa le resultaba familiar. De cuando ella era más joven.
La primera sorpresa del día fue que Randolph Media Irlanda solo ocupaba una planta, cuando las oficinas de Londres llenaban una torre de doce plantas.
– Tengo que llevarte a ver a Jack Devine -dijo Trix.
– Es el director ejecutivo de Irlanda, ¿verdad? -dijo Lisa.
– Ah, ¿sí? -dijo Trix con sorpresa-. Supongo. En fin, es el jefe, o al menos eso cree él. Yo no le aguanto sus tonterías.
»Tendrías que haberlo visto la semana pasada -continuó, bajando la voz-. Parecía un oso con el culo irritado. Pero hoy está de buen humor; eso significa que ha vuelto con su novia. Se llevan unos líos… A su lado, Pamela y Tommy parecen los Walton de Waltons' Mountain.
Pero a Lisa todavía le esperaban otras sorpresas. Trix condujo a Lisa hasta una oficina de planta abierta con unas quince mesas. ¡Quince! ¿Cómo podía dirigirse una revista desde quince mesas, una sala de juntas y una pequeña cocina?
De pronto la invadió un inquietante temor.
– Pero… ¿dónde está la sección de moda? -preguntó.
– Allí.
Trix señaló la percha que había en un rincón, de donde colgaba un espantoso jersey color melocotón que evidentemente tenía algo que ver con Punto Gaélico, un vestido de dama de honor y varias prendas de hombre.
¡Dios mío! El departamento de moda de Femme ocupaba toda una habitación. Estaba lleno de prendas de todas las tiendas importantes, y significaba que Lisa no había tenido que comprarse ropa durante varios años. ¡Iba a tener que hacer algo! Su mente se puso a trabajar inmediatamente, planeando hablar con sus contactos en el mundo de la moda; pero Trix iba a presentarle a los dos empleados que ya habían llegado.
– Te presento a Dervla y Kelvin. Trabajan en otras revistas, así que no son subordinados tuyos. No como yo -añadió con orgullo.
– Dervla O'Donnell, encantada de conocerte. -Dervla, una mujer de cuarenta y tantos años, alta, con un elegante vestido, le estrechó la mano a Lisa y sonrió-. Yo soy Novias Hibernianas, Salud Celta e Interiores Gaélicos. -Lisa reparó de inmediato en que aquella mujer era una ex hippy.
– Yo soy Kelvin Creedon -se presentó un joven horrorosamente moderno, rubio teñido, con gafas Joe Ninety de montura negra. A Lisa no se le escapó el detalle de que las gafas solo eran de adorno, porque el cristal no estaba graduado. Calculó que tendría veintipocos años; rezumaba energía y juventud-. Yo soy Hib In, El Automovilista Celta, Bricolaje Irlandés y Keol, nuestra revista musical. -Le estrechó la mano a Lisa, lastimándosela con sus numerosos anillos de plata.
– ¿Qué queréis decir? -preguntó Lisa, desconcertada-. ¿Vosotros editáis todas esas revistas?
– Sí, y también redactamos los artículos.
– ¿Vosotros solos? -Lisa no podía creerlo. Miró alternativamente a Kelvin y a Dervla.
– Con la ayuda puntual de algún que otro colaborador -terció Dervla-. Claro que lo único que hacemos es transcribir comunicados de prensa.
– No está tan mal desde que cerraron El Consejero Católico. -Dervla había confundido la sorpresa de Lisa con preocupación-. Así me quedan los jueves por la tarde para hacer otras cosas.
– Y esas revistas, ¿son semanales o mensuales?
Dervla y Kelvin se miraron boquiabiertos, pero en silencio, sincronizando una inminente carcajada. Jamás habían oído nada tan gracioso.
– ¡Mensual! -exclamó Dervla, incrédula.
– ¡Semanal! -exclamó Kelvin.
Entonces Dervla reparó en el ceño de Lisa y se calmó.
– No, no. La mayoría salen dos veces al año. El Consejero Católico era semanal, pero las otras salen en primavera y otoño. A menos que se produzca algún desastre.
»¿Te acuerdas del otoño de 1999? -dijo mirando a Kelvin. Evidentemente Kelvin se acordaba, porque soltó otra carcajada.
– Tuvimos un virus informático -explicó el joven-. Lo borró todo.
– Entonces no lo encontramos gracioso…
Pero evidentemente, ahora sí.
– Mira.
Dervla llevó a Lisa hasta un estante en que había expuestas varias revistas. Le enseñó un delgado ejemplar titulado Novias Hibernianas, primavera 2000.
«Esto no es una revista -pensó Lisa-. Es un panfleto. Ni eso, un prospecto. Un simple memorándum. Demonios, no es más que un post-it.»
– Y esta es Patatas, nuestra revista gastronómica. -Dervla le entregó otro de aquellos folletos-. La edita Shauna Griffin, como Punto Gaélico y Jardines de Irlanda.
Acababa de llegar otro empleado. Tenía un aspecto tan soso que ni siquiera se lo podía calificar de anodino, pensó Lisa: mediana estatura, calva incipiente y con anillo de casado. Totalmente insulso. Ni siquiera se habría molestado en decirle hola.
– Este es Gerry Godson, el director de arte. No habla mucho -dijo Trix-. ¿Verdad que no, Gerry? Parpadea una vez para decir sí, y dos para decir vete a la mierda y déjame en paz.
Gerry parpadeó dos veces y mantuvo una expresión glacial. Luego sonrió abiertamente, le estrechó la mano a Lisa y dijo:
– Bienvenida a Colleen. Hasta ahora yo trabajaba para las otras revistas, pero ahora voy a trabajar exclusivamente para ti.
– Y para mí -le recordó Trix-. Yo soy su secretaria personal, la que dará las órdenes.
– Horror -bromeó Gerry.
Lisa hizo un esfuerzo y sonrió.
Trix dio unos golpecitos en la puerta de Jack y la abrió. Jack levantó la cabeza. En reposo, tenía un semblante ligeramente triste y abatido, y sus ojos de azabache ocultaban secretos. Pero al ver a Lisa, Jack sonrió como si la hubiera reconocido, aunque era la primera vez que se veían. Se animó inmediatamente.
– ¿Lisa? -Ella tuvo una sensación extrañamente agradable al oír su nombre pronunciado por él-. Pasa y siéntate. -Se levantó y rodeó la mesa para estrecharle la mano a Lisa.
La profunda aprensión de Lisa disminuyó notablemente. Aquel tipo no estaba nada mal. ¿Alto? ¡Sí! ¿Moreno? ¡Sí! ¿Buen sueldo? ¡Sí! Era director ejecutivo, ¿no?, aunque se tratara de una empresa irlandesa.
Y tenía un excitante aire poco convencional. Aunque llevaba traje, daba la impresión de que solo por obligación, y tenía el pelo más largo de lo que en Londres se habría considerado aceptable.
¿Qué más daba que tuviera novia? ¿Cuándo había sido eso un impedimento?
– Estamos todos muy emocionados con Colleen -le aseguró Jack. Pero Lisa detectó una pizca de hastío en aquella afirmación.
La sonrisa había desaparecido del rostro de Jack, que volvía a estar serio y pensativo. A continuación procedió a enumerarle a los miembros de su «equipo».
– Está Trix, tu secretaria personal, y luego la directora adjunta, una chica que se llama Ashling. Parece muy eficiente.
– Eso tengo entendido -repuso Lisa secamente. Las palabras exactas de Calvin Carter habían sido: «Tú pones las ideas, y ella hará el trabajo pesado».
– Luego está Mercedes, que básicamente será la editora de moda y belleza, pero que también participará en otras secciones. Antes trabajaba en Ireland on Sunday…
– ¿Qué es eso?
– Un periódico dominical. También está Gerry, nuestro director de arte, que hasta ahora ha trabajado en las otras publicaciones. Igual que Bernard, que se encargará de todos los asuntos administrativos, contables, etcétera, de Colleen.
Entonces Jack se detuvo. Lisa se quedó esperando a que siguiera hablando del resto del personal, pero Jack no lo hizo.
– ¿Ya está? ¿Un equipo de cinco personas? ¿Cinco? -No podía creerlo. ¡Pero si en Femme su secretaria tenía secretaria!
– También cuentas con un generoso presupuesto para colaboradores -prometió Jack-. Podrás encargar trabajos y recurrir a asesores, tanto regulares como excepcionales.
La histeria se apoderó de Lisa. ¿Cómo había podido acabar así, en aquella espantosa situación? ¿Cómo? Ella tenía un proyecto vital. Siempre había sabido adónde iba y siempre había llegado a donde se había propuesto llegar. Hasta ahora, cuando inesperadamente la habían desviado a aquel páramo cultural.
– Entonces, ¿de quién… de quién son las otras mesas?
– De Dervla, Kelvin y Shauna, que llevan las otras revistas. También está mi secretaria personal, la señora Morley; Margie, de publicidad (es fabulosa, ¡un auténtico Rottweiler!); Lorna y Emily de ventas y las dos Eugenes de contabilidad.
A Lisa le costaba respirar, pero tuvo que reprimir el impulso de ir corriendo al cuarto de baño, taparse la boca con las manos y gritar con todas sus fuerzas, porque Ashling, la directora adjunta, llegaba en ese momento a la oficina.
– Hola -dijo Ashling, sonriendo con recelo a Jack Devine.
– Hola. -Jack hizo un gesto con la cabeza, mostrando mucha menos simpatía de la que había mostrado al recibir a Lisa-. Creo que no os conocéis. Lisa Edwards, Ashling Kennedy.
Ashling se quedó un momento parada; luego sonrió encantada, admirando sin disimulo el impecable cutis de Lisa, su chaqueta entallada, sus relucientes medias de diez denier.
– Encantada de conocerte -dijo con vivacidad nerviosa-. Estoy entusiasmada con el proyecto de esta revista.
A Lisa, en cambio, Ashling no le impresionó en absoluto. Había convertido lo ordinario en un arte. Es muy fácil dejarse el pelo tal cual, ni liso ni rizado, pensó Lisa con sarcasmo. Nadie nace con una melena peinada y reluciente, hay que currárselo. El maquillaje de Trix, por ejemplo, no era precisamente discreto, pero al menos demostraba voluntad.
Entonces llegó Mercedes, y Lisa tampoco supo qué pensar de ella; se limitó a constatar que era una mujer elegante y discreta.
Solo le quedaba conocer a Bernard, que resultó el peor de todos. El chaleco de punto rojo que llevaba sobre la camisa y la corbata era, evidentemente, una reminiscencia de cuando aquella combinación estuvo de moda y, francamente, Lisa no necesitaba saber nada más de él.
A las diez en punto el equipo de Colleen, Jack y su secretaria personal, la señora Morley, se reunieron en la sala de juntas para hacer una primera toma de contacto. A Lisa le sorprendió que la señora Morley no fuera una perfumada y eficiente señorita Moneypenny, sino un ogro de más de sesenta años con cara de malas pulgas. Más adelante Lisa se enteró que Jack la había heredado cuando sustituyó al anterior director ejecutivo. Habría podido contratar a otra secretaria, pero por algún extraño motivo decidió no hacerlo, y por consiguiente la señora Morley le tenía mucha devoción. Demasiada devoción, según el resto del personal.
Mientras la señora Morley levantaba acta, Jack repitió una vez más las instrucciones: Colleen tenía que ser una revista sexy y atrevida dirigida a irlandesas de entre dieciocho y treinta años. Tenía que ser imparcial, sexualmente abierta y divertida. Pidió a todos que pensaran bien los artículos.
– ¿Qué os parece una sección sobre cómo ligar en Irlanda? -saltó Ashling, nerviosa-. Podríamos presentar a una chica que un mes va a una agencia matrimonial, otro mes se dedica a navegar por Internet, otro mes va a montar a caballo…
– No es mala idea -dijo Jack de mala gana.
Ashling esbozó una sonrisa vacilante. No sabía si podría soportar muchas situaciones como aquella, porque las ideas no eran precisamente su fuerte. La idea de crear esa sección se la había sugerido Joy, porque Joy esperaba que la utilizaran como conejillo de Indias. «Me paso la vida intentando ligar -le había dicho-. No estaría mal que me pagaran por ello.»
– ¿Alguna otra idea? -preguntó Jack.
– ¿Qué os parece una carta de un famoso? -terció Lisa-. Buscamos a un irlandés famoso, como… -Se quedó a media frase, porque no conocía a ningún irlandés famoso-. Como… como…
– Bono -propuso Ashling-. O una integrante de los Corrs.
– Exacto -dijo Lisa-. Unas mil palabras, sobre los vuelos en primera clase, las fiestas con Kate Moss y Anna Friel. Algo con glamour y subido de tono.
– Muy buena idea.
Jack estaba contento. En cambio, Lisa estaba horrorizada. De pronto la agobiaba el tamaño de la tarea que tenía por delante. ¡Poner en marcha una revista en un país que no era el suyo!
– Y ¿qué os parece una carta de alguien que no sea famoso? -propuso Trix con su voz ronca-. Ya sabéis: soy una chica normal y corriente, anoche me emborraché, le pongo cuernos a mi novio, odio mi trabajo, me gustaría ganar más dinero, el otro día robé un esmalte de uñas en Boot's…
Los demás asintieron con entusiasmo hasta que Trix llegó a lo del esmalte de uñas; entonces dejaron de asentir y se quedaron callados. Todos lo habían hecho alguna vez, pero nadie estaba dispuesto a admitirlo.
Trix se dio cuenta enseguida y se recuperó con aplomo.
– Mi madre no puede ver a mi novio (a ninguno de los dos), me he teñido el pelo y me he quemado el cuero cabelludo… Cosas así.
– No está mal -dijo Jack-. ¿Y tú, Mercedes? ¿Tienes alguna idea?
Mercedes había estado garabateando en su bloc de notas, con la mirada perdida.
– Voy a exhibir a cuantos diseñadores irlandeses sea posible. Iré a las fiestas de licenciatura de las escuelas de moda…
– ¿No será muy provinciano? -la interrumpió Lisa con mordacidad-. Si queremos que nos tomen en serio tenemos que hablar de los diseñadores internacionales.
¡No estaba dispuesta a ponerse diseños de aficionados hechos de cualquier manera por los colegas de Mercedes en sus dormitorios! Las revistas de verdad, como Femme, hacían reportajes fotográficos con prendas exquisitas que les enviaban los gabinetes de prensa de las marcas internacionales. La ropa era prestada, pero muchas veces se perdía después de una sesión de fotografías. Naturalmente, siempre se le echaba la culpa a las modelos (a ver, ¿acaso no tenían que financiar su adicción a la heroína?). Y si las prendas «extraviadas» aparecían en el armario de Lisa, nadie se enteraba. Bueno, en realidad se enteraba todo el mundo, pero no podían hacer nada al respecto. Y aquel era un beneficio extra al que Lisa no estaba dispuesta a renunciar.
Mercedes se quedó mirando a Lisa con desdén. Y esta, para su sorpresa, se sintió intimidada.
– ¿Algo más? -preguntó Jack.
– ¿Qué os parece…? -dijo Ashling lentamente, insegura. Creía que se le había ocurrido una idea original, pero no estaba convencida-. ¿Qué os parece si incluimos un artículo firmado por un hombre? Ya sé que es una revista femenina, pero podríamos incluir una especie de diccionario de cómo funciona el cerebro de los hombres. ¿Qué quiere decir un chico realmente cuando dice «Ya te llamaré»? Es más -prosiguió, emocionada-, ¿qué os parecería incluir también la opinión de la mujer?
Jack miró a Lisa arqueando una ceja inquisitivamente.
– Eso está muy pasado -se limitó a decir ella.
– Ah, ¿sí? -repuso Ashling con humildad-. Vale.
– Hoy es 12 de mayo -dijo Jack, poniendo fin a la reunión-. La junta quiere el primer número en la calle a finales de agosto. A los que venís de publicaciones semanales os parecerá mucho tiempo, pero no lo es. Vais a tener mucho trabajo.
»Pero también os vais a divertir -añadió, porque tenía que decirlo. No sabía exactamente a quién pretendía convencer, pero desde luego a él mismo no-. Y si tenéis algún problema, siempre encontraréis mi puerta abierta.
– Lo cual no será de gran ayuda si no estás en tu despacho -replicó Trix con descaro-. Quiero decir -se apresuró a añadir al ver que el semblante de Jack se endurecía- que como a veces tienes que ir a la televisión para poner orden…
– Desgraciadamente -dijo Jack dirigiéndose a Lisa-, nuestro canal de televisión y nuestra emisora de radio operan desde otro local, a un kilómetro de aquí. Yo tengo mi despacho aquí por motivos de espacio, pero paso mucho tiempo allí. De todos modos, si me necesitáis y no me encontráis aquí, siempre podéis llamarme por teléfono.
– De acuerdo -dijo Lisa-. Y ¿a qué cifras de ventas aspiramos con Colleen?
– Treinta mil. Quizá no lo consigamos al principio, pero esperamos haber llegado a esa cifra en unos seis meses.
Treinta mil. Lisa estaba atónita. Si las ventas de Femme bajaban de los trescientos cincuenta mil ejemplares, empezaban a rodar cabezas.
A continuación Jack le enseñó a Lisa el presupuesto para colaboradores, pero había algo que no encajaba: faltaba un cero. Al menos uno.
Aquello era el colmo. Lisa se disculpó educadamente y fue al cuarto de baño, donde se encerró en uno de los cubículos. Se dio cuenta, no sin desconcierto, de que estaba llorando. Lloraba de desilusión, de humillación, de soledad, por todo lo que había perdido. No duró mucho, porque Lisa no era muy llorona, pero cuando salió del cubículo se paró en seco al ver que había alguien de pie junto a los lavabos. Era Ashling. Estaba allí plantada, con las manos cogidas a la espalda. ¡Entrometida!
– ¿Qué mano quieres? -le preguntó Ashling.
Lisa no la entendió.
– Elige una mano -insistió Ashling.
A Lisa le dieron ganas de pegarle una bofetada. Estaban todos locos.
– ¿Derecha o izquierda? -dijo Ashling.
– Izquierda.
Ashling reveló el contenido de su mano izquierda: un paquete de pañuelos de papel. Luego le mostró la mano derecha: una botella de bálsamo curalotodo.
– Saca la lengua. -Ashling vertió un par de gotas del líquido en la desconcertada lengua de Lisa-. Es para los sustos y los traumas. ¿Quieres un cigarrillo?
Lisa negó enérgicamente con la cabeza, pero luego flaqueó y, sin oponer resistencia, dejó que Ashling le pusiera un cigarrillo en los labios y se lo encendiera.
– Si quieres arreglarte el maquillaje -continuó Ashling-, tengo base y rímel. Seguramente no serán tan buenos como los que sueles usar tú, pero te servirán. -Ya había empezado a rebuscar en su bolso.
– ¿Te ha enviado alguien? -Lisa pensaba en Jack Devine.
Ashling negó con la cabeza.
– Nadie se lo ha imaginado. Solo yo.
Lisa no sabía si molestarse o no. No quería que Jack supiera que había llorado, pero por otra parte le habría gustado saber que le importaba…
– Normalmente no me pasan estas cosas -dijo adoptando un semblante grave-. No quiero que lo comentes con nadie.
– Ya está olvidado.