Capítulo 52

– Patatas -dijo Norman Potting de repente.

Los tres policías iban en el coche, Nick Nicholl era quien conducía. Se dirigían del pub de Rottingdean a Sussex House. A Grace, la cerveza después del paracetamol y la larga noche le estaban dando sueño.

– ¿Patatas? -repitió Nicholl.

– Me crié en una granja -dijo Potting-. Mi padre fumigaba los campos de patatas con ácido sulfúrico. Diluido, claro. Nunca me hizo ningún daño.

– ¿Ácido sulfúrico en las patatas? No hablarás en serio.

Las palabras «ácido sulfúrico» captaron la atención de Roy Grace.

– Mi amigo, yo siempre hablo en serio -contestó Potting-. El ácido mata los brotes y facilita mucho la recolección.

– ¿Y mata a quien se come las patatas? -preguntó Grace.

– Eso son gilipolleces -dijo Potting-, todo eso de los cultivos orgánicos. No hay nada de malo en utilizar unos pesticidas como Dios manda. ¡Mírame a mí!

– Te estoy mirando -dijo Nicholl, con los ojos en el retrovisor.

– ¡No me he puesto enfermo ni una sola vez en toda mi vida!

«Estás permanentemente enfermo», pensó Grace.

– En las manos adecuadas es inocuo -prosiguió Potting.

– No creo que Reggie D'Eath esté de acuerdo contigo -replicó Grace.

– ¿Darías a tus hijos patatas que han sido fumigadas con ácido sulfúrico? -le preguntó Nicholl a Potting.

– No tendría ningún problema -dijo.

– Pues yo sí -dijo el joven detective.

– ¿Cuántos hijos tienes? -le preguntó Potting tras unos momentos de silencio.

– El primero está en camino, cualquier día de éstos -dijo el detective-. ¿Y tú?

– Dos de mi primer matrimonio. Uno del segundo. Dos más del tercero. La segunda de mi tercer matrimonio, Suzie, tiene síndrome de Down. No es que vea demasiado a esos granujillas -dijo con añoranza.

Nicholl se quedó visiblemente afectado con la respuesta de Potting.

– ¿Síndrome de Down?

Potting asintió.

– Lo siento -dijo Nicholl.

Potting se encogió de hombros.

– Así son las cosas -dijo con tristeza-. Es buena chica, siempre está contenta. -Volvió a encogerse de hombros-. Todas las familias tienen algo, ¿no?

– ¿Sigues casado? ¿Con la tercera?

Potting puso cara larga.

– Me rendí. -Frunció la boca-. Estoy soltero, soy libre como el viento, como nuestro comisario Grace. Hazme caso, chico, es lo mejor.

– Yo estoy felizmente casado, la verdad -dijo Nick Nicholl.

– Eres un hombre con suerte -contestó Potting.

– Entonces, si buscamos a alguien que tenga ácido suficiente como para llenar una bañera, ¿deberíamos buscar a alguien que cultive patatas? -preguntó Grace, volviendo la cabeza.

– O a alguien que suministre a cultivadores de patatas -dijo Potting-. O empresas farmacéuticas. O fabricantes de ácidos cítricos y lácticos, y de aceites comestibles. De adhesivos, explosivos, gomas sintéticas. Tratamientos de aguas y vertidos. Pasta de papel. Curtido de pieles. Baterías de coche.

– Deberías ir a algún concurso de la tele -dijo Nicholl-. El ácido sulfúrico sería tu especialidad.

– Hace unos años tuve un caso. Un tipo de Croydon le echó ácido a su novia en la cara cuando ella lo dejó. Al parecer, es una práctica habitual en algún país de África.

– Qué majo -contestó Nicholl.

– Todo un encanto. Es lo que pasa con los negritos.

Ahora Grace se enfureció.

– Norman, por si no te has fijado tenemos a una persona negra en el equipo. Si haces un comentario racista u homófobo más, voy a tener que suspenderte. ¿Hay alguna parte que no hayas entendido?

– Lo siento, Roy -dijo Potting tras unos segundos de silencio-. Te pido disculpas. No he tenido mucho tacto. El sargento Branson es buena gente.

«¿Aunque sea negro?», tuvo la tentación de espetarle Grace, pero en lugar de eso dijo:

– Habrán hecho falta unos cuantos litros para llenar la bañera. Los vecinos tienen que haber visto algo, con todas esas malditas pegatinas de la patrulla de vigilancia. Te asigno dos tareas, Norman. Primero, descubre por el equipo de los interrogatorios puerta por puerta si en los últimos días alguien ha visto algún vehículo extraño por la calle. Segundo, descubre si hay proveedores, o usuarios, de grandes cantidades de ácido sulfúrico en la zona.

– ¿Antes o después de que acabe de revisar los libros de Barry y Claire Acompañantes Veinticuatro Siete, jefe?

– Tendrás que pluriemplearte, como el resto de nosotros, Norman.

Dos pitidos agudos le dijeron a Grace que había recibido un mensaje. Miró y vio que era de Cleo. Le subió la moral al instante. Luego, cuando lo leyó, se deprimió. O, mejor dicho, se hundió.

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