Capítulo 77

Roy Grace se marchó de casa de Harry Frame sintiéndose muy deprimido y cansado de repente, a pesar de la última lata de Red Bull y las pildoras de cafeína que había tomado hacía menos de media hora. Era demasiado pronto para tomar más. Esperaba con todas sus fuerzas que el clarividente tuviera, súbitamente, uno de sus momentos de inspiración.

Luego, le sonó el teléfono. Respondió esperanzado. Era el sargento Branson, alegre como siempre.

– ¿Animado, perro viejo?

– Estoy muerto -dijo Grace-. ¿Qué noticias hay?

– Alguien del equipo del sargento Gaylor ha revisado los papeles de Reggie D'Eath. Han encontrado un pago mensual fijo a una empresa llamada Escarabajo Entertainment con cargo a su tarjeta Barclay. La cantidad asciende a mil libras.

– ¿Mil libras? ¿Al mes?

– Sí.

– ¿De dónde saca tanto dinero alguien como D'Eath?

– De proporcionar niños a hombres ricos como actividad suplementaria.

– ¿Dónde tiene la sede la empresa? -preguntó Grace.

– Esa es la mala noticia. En Panamá.

Grace se quedó pensando un momento. Había ciertos países en el mundo en los que la ley garantizaba a una empresa confidencialidad absoluta frente a cualquier investigación. Recordaba de un caso anterior que Panamá era uno de ellos.

– Eso no va a ayudarnos mucho a corto plazo. ¿Mil libras al mes?

– Es pasta gansa -dijo Branson-. ¿No podríamos conseguir una orden judicial para obligar a todas las empresas de tarjetas de crédito a decirnos quién más está pagando mil libras al mes a Escarabajo Entertainment?

– Sí, en estas circunstancias, con vidas en peligro, sí que podríamos, pero no nos servirá de nada. Obtendremos una lista de directores nominales de algún bufete de abogados de Panamá que nos mandarán a la mierda en cuanto nos acerquemos.

¿Cuántos suscriptores tenían? No harían falta muchos para conseguir un negocio lucrativo. Un negocio que se esforzarían muchísimo en proteger.

QUERIDÍSIMO CLIENTE, esperamos que le haya gustado nuestro pequeño espectáculo extra. Recuerde conectarse el martes a las 21.15 para ver nuestra siguiente Gran Atracción: un hombre y su mujer juntos. ¡Nuestro primer ASESINATO DOBLE!

Por mil libras al mes, querrían obsequiarlos con un regalito, ¿verdad? Sólo había que meter a un pederasta en una bañera de ácido de vez en cuando.

– ¿Sigues ahí, perro viejo?

– Sí. ¿Tienes algo más?

– Tenemos una imagen del señor Bryce en su Espace, justo pasada la medianoche, llenando el depósito en una gasolinera Texaco en Pyecombe. Es de una cámara de seguridad.

– ¿Salen otros vehículos en la cámara?

– No.

– ¿Y no han encontrado nada útil en el Espace?

– Los forenses están examinándolo con lupa. De momento, nada.

– Estoy volviendo al centro de investigaciones -dijo Grace-. Tardaré unos veinte minutos.

– Tendrás un café esperándote.

– Necesito un expreso cuádruple.

– Yo también.

Grace siguió conduciendo, abandonó la carretera de la costa y cogió la del interior que atravesaba Kemp Town, pasó por delante del colegio pijo de chicas, Saint Mary's Hall, del hospital del condado de Sussex, luego por el edificio de fachada gótica victoriana del colegio público mixto, el Brighton College. A su izquierda, a cierta distancia, vio a un hombre musculoso con un andar chulesco que entraba en un quiosco. Había algo en él que le resultaba familiar, aunque en ese momento no se le ocurrió qué.

Pero bastó para hacerle dar la vuelta. Se detuvo al otro lado de la calle, apagó el motor y se quedó observando.

Al cabo de menos de un minuto, el hombre salió de la tienda, con un cigarrillo en los labios y una bolsa de plástico llena de periódicos que sobresalían por encima, y se dirigió a un Volkswagen Golf negro aparcado con dos ruedas sobre la acera y los cuatro intermitentes encendidos.

Grace lo examinó detenidamente a través del parabrisas. El andar era muy extraño, un bamboleo curioso que le recordó la forma de caminar de algunos tipos duros de las fuerzas armadas…, como si la calle fuera suya.

Vestido con camiseta, vaqueros y mocasines blancos, el tipo llevaba el pelo de punta engominado y lucía una pesada cadena de oro alrededor del cuello. ¿Dónde diablos lo había visto? Y, entonces, su memoria casi fotográfica -a veces- se accionó y supo exactamente dónde y cuándo había visto a aquel hombre. Anoche. En las imágenes de la cámara de seguridad del Karma Bar.

¡Era la cita de Janie Stretton!

A Grace se le aceleró el corazón. El Volkswagen arrancó. Memorizó la matrícula, le dio unos segundos de ventaja, dejando que pasaran un taxi y una furgoneta de British Telecom y, luego, se incorporó de nuevo a la carretera. Mientras marcaba el número del centro de investigaciones en su móvil volvió a dar la vuelta. Contestó al primer tono Denise Woods, una de las indexadoras, una joven muy seria y eficiente.

– Hola, soy Grace. Necesito una comprobación de matrícula enseguida. Estoy siguiendo al vehículo en estos momentos. Es un Volkswagen Golf, matrícula Papa-Lima-Cero-Tres-Foxtrot-Delta-Oscar.

Denise le dijo que lo llamaría enseguida.

A poca distancia, el Volkswagen, que seguía delante del taxi y de la furgoneta de British Telecom, se detuvo en un semáforo.

Cuando se puso verde, el Golf giró a la izquierda y entró en Lower Rock Gardens, en dirección al paseo marítimo. Los otros dos vehículos siguieron de frente. Grace se quedó parado un momento, luego giró a la izquierda, y se mantuvo tan alejado como se atrevió.

«¡Vamos, Denise!»

El semáforo al final de la Calle, en el cruce con Marine Parade, estaba verde y el Golf giró a la derecha y cogió la carretera de la costa. Grace cruzó en ámbar, dejando que un Ford Focus y luego un viejo Porsche lo adelantaran, pero sin perder de vista al Golf.

Mientras el coche sorteaba una rotonda delante del Palace Pier, le sonó el móvil. Era Denise. El coche estaba registrado a nombre de una empresa llamada Bourneholt International Ltd., con dirección en un apartado de correos de Brighton. No se había denunciado la desaparición ni el robo del vehículo, y el coche tampoco había despertado el interés de ninguna investigación policial.

– Bourneholt International Ltd. -dijo Grace-. Me suena el nombre. -Entonces recordó de qué-. Denise, rápido, echa un vistazo al registro de la furgoneta accidentada anoche. Espero.

El Golf continuó hacia el oeste por el paseo marítimo y pasó por delante de la fachada pintada recientemente del hotel Royal Albion. Luego, mientras se aproximaban al hotel Old Ship, el Golf se desplazó al carril exterior y puso el intermitente derecho.

Para su alivio, un Mercedes Clase S azul que tenía delante también señalizó su intención de girar a la derecha. Más arriba, vio que el Golf pasaba por delante del hotel, giraba a la derecha y bajaba al enorme aparcamiento subterráneo de Bartholomew Square. El Mercedes también hizo lo mismo. Grace estaba justo detrás, esperando en la rampa.

Denise volvió al teléfono.

– Es el mismo propietario, Roy. Bourneholt International Ltd.

Cerró los puños, emocionado.

– ¡Genial!

La barrera automática se levantó y Grace avanzó, esperó a que el tique saliera de la máquina y lo cogió.

– ¡Bienhecho!

Pero no hubo ninguna señal.

La barrera volvió a subir y Grace entró. Justo en ese momento, un BMW Serie 3 salió marcha atrás de una plaza y le bloqueó el paso.

El coche dio marcha atrás despacio; un hombre nervioso que retrocedía muy lentamente, centímetro a centímetro.

«¡Vamos!», gritó Grace para sus adentros.

Después de lo que pareció una eternidad, el BMW avanzó, luego subió por la rampa de salida. Grace aceleró. Todas las plazas de la planta estaban ocupadas. Bajó por la rampa hasta el siguiente nivel. También estaba lleno. Igual que la siguiente planta. Pero mientras la recorría a toda velocidad, un monovolumen Ford Galaxy lleno de niños, con una madre nerviosa al volante, salió marcha atrás y le cerró el paso.

«Dios santo, mujer, quítate de en medio.»

No tuvo más remedio que esperar. Y esperar. Y esperar.

Por fin llegó al nivel 4 y vio varios espacios libres. Aceleró, buscando el Golf, y entonces lo vio. Aparcado en una plaza.

El conductor no estaba.

Grace frenó detrás, maldiciendo.

Oyó un bocinazo detrás de él. Por el retrovisor vio un Range Rover. Levantó un dedo, avanzó unos metros, luego entró en el primer espacio libre que vio, apagó el motor y se bajó del coche de un salto. Se dirigió corriendo a la salida, subió los escalones de dos en dos y salió a una gran plaza abierta con un restaurante japonés en medio, el hotel Thistle en un lado e hileras de tiendas en los otros dos.

Pero no había ni rastro del hombre de andares chulescos y pelo de punta.

Había tres salidas más por las que hubiera podido subir. Grace las recorrió todas, una a una, pero el hombre se había esfumado.

Grace maldijo, pensó detenidamente, de pie junto a la primera salida, la más cercana al Golf y a su coche. No creía que el hombre hubiera advertido que le seguía. Pero quién podía saber cuánto tiempo pasaría hasta que regresara al coche. Podían ser cinco minutos, cinco horas…

Entonces, tuvo una idea.

Marcó el número de su destino anterior, la comisaría central de Brighton, y pidió que le pasaran con un viejo compañero, Mike Hopkirk, un inspector de división de Brighton. Para su alivio, Hopkirk estaba allí.

Hopkirk era perro viejo, tenía muchos años de servicio a sus espaldas; infundía un gran respeto en el cuerpo y caía muy bien. Grace había elegido con sumo cuidado a quién llamar para esta tarea. Para poner todo en marcha a la velocidad que necesitaba, Hopkirk era su hombre, si accedía a hacerlo.

– ¡Roy! ¿Cómo estás? ¡No dejo de ver tu nombre en los periódicos! ¡Me alegra ver que tu traslado a Sussex House no ha mermado tus ganas de cabrear a la gente!

– Muy gracioso. Oye, luego charlamos. Necesito un favor… y lo necesito ya. La vida de dos personas está en juego, tenemos motivos para creer que las han secuestrado y que sus vidas corren peligro inminente.

– ¿Tom y Kellie Bryce? -dijo Hopkirk para sorpresa de Grace.

– ¿Cómo diablos lo sabes? -Se le olvidada lo perspicaz que era Hopkirk.

El rugido de un camión que pasaba ahogó la contestación de Hopkirk. Tapándose una oreja con la mano y apretando el móvil contra la otra, Grace gritó:

– ¿Perdona? ¿Puedes repetirlo?

– ¡Salen en portada del Argus!

El jefe de prensa lo había logrado. Genial.

– De acuerdo, Mike, esto es lo que quiero: necesito que cierres el aparcamiento de Bartholomew Square durante una hora, para que me dé tiempo a registrar un coche que está ahí.

Oyó lo que parecía un montón de aire aspirado hacia adentro muy deprisa.

– ¿Cerrarlo?

– Necesito una hora.

– El mayor aparcamiento de Brighton, en pleno día. Cerrarlo, ¿te has vuelto loco?

– No, necesito que lo hagas, ahora, ya mismo.

– ¿Con qué motivo, Roy?

– Una amenaza de bomba. Has recibido una llamada de un grupo terrorista.

– Mierda. Hablas en serio, ¿verdad?

– Vamos, es una mañana tranquila de lunes. ¡Despierta a las tropas!

– ¿Y si la cosa se tuerce?

– Me las cargo yo.

– No te las cargarás tú, Roy me las cargaré yo y lo sabes.

– Pero ¿lo harás?

– ¿Bartholomew Square?

– Bartholomew Square.

– De acuerdo -dijo, no parecía muy convencido, pero se resignó-. Cuelga el teléfono. ¡Lo necesito!

Grace también necesitaba el suyo. Llamó a Sussex House para que se presentaran allí de inmediato un equipo del SOCO y un agente acompañado por alguien de Tráfico que fuera capaz de abrir la cerradura y el sistema de seguridad de un Volkswagen Golf.

Luego llamó a un inspector llamado Bill Ankram, que era el responsable del despliegue del equipo local de vigilancia. Gracias a un golpe de suerte extraño, Ankram tenía buenas noticias para él.

– Hoy íbamos a seguir a alguien por el centro de Brighton y el trabajo se ha cancelado, el tipo no ha aparecido. Estaba a punto de retirar al equipo y dedicar la tarde a un entrenamiento.

– ¿Con qué rapidez podrían cubrir tus hombres el aparcamiento de Bartholomew Square? -preguntó Grace.

– Dentro de una hora. No estamos lejos.

Grace ultimó los detalles y le dio el número de la matrícula del vehículo y la posición exacta del Golf. Luego, llamó al centro de investigaciones y ordenó que enviaran por fax y por correo electrónico la fotografía del conductor del Volkswagen a Ankram.

Después, habló con Nicholl y le dijo que tendría que ir a ver al agente de la Met él solo. Mientras hablaban, se produjo una explosión de pitidos ensordecedora.

Era como si todos los vehículos de emergencia de Brighton y Hove hubieran encendido sus sirenas a la vez.

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