Capítulo 65

Cleo le sonrió, su rostro delicado y hermoso a la luz de las velas. Se oía el jazz melodioso de fondo. Roy Grace sentía su respiración cálida y dulce en su cara, vio mechones de su pelo alborotado en sus mejillas.

– No ha estado mal -le susurró ella.

– ¿Para un policía?

Cleo le dio un puñetazo juguetón. Luego, le cogió la cara entre las manos y le dio un beso en la boca. Estaba tan cómodo en la cama, Cleo le hacía sentir tan cómodo, estaba tan bien con ella, como si la conociera desde hacía años, como si fueran las almas más gemelas del mundo.

Le acarició la piel, notaba una intensa sensación de bienestar en su interior; se sentía absoluta, maravillosamente en paz. Estaba, al menos en este fugaz momento, en un lugar que nunca creyó que pudiera volver a encontrar. Entonces recordó que antes le había sonado el móvil, el pitido de un mensaje al que no había hecho caso y que tendría que haber abierto, y miró el reloj de la mesita de noche, que emitía una tenue luz azul.

La 1.15 de la madrugada.

«¡Mierda!»

Se dio la vuelta, buscó a tientas en el suelo, encontró su teléfono y se lo acercó a la oreja mientras pulsaba la tecla de recuperación de mensajes.

Era Glenn, para decirle que lo llamara si recibía el mensaje antes de medianoche y que si no esperara hasta la mañana. Volvió a dejar el móvil en el suelo, aliviado.

– Me alegro de que hayas venido -murmuró Cleo.

– Ha sido por el Glenfiddich, nada más. No he podido resistirme.

– O sea que realmente es usted tan superficial, ¿verdad, comisario Roy Grace? -le pinchó-. ¿Hace lo que sea por una copa gratis?

– Así es. Y tal vez sentía un poco de curiosidad por tu prometido. ¿Hasta qué punto me convierte eso en superficial? -Respiró hondo de repente cuando Cleo le cogió los testículos.

– ¿Sabe lo que dicen, comisario? -Apretó suavemente.

– ¿Qué dicen? -respondió jadeando de placer, y sólo un poco de dolor.

– Que cuando tienes las pelotas de un hombre en la mano, luego vienen su corazón y su mente.

Grace soltó el aire brusca, deliciosamente, cuando Cleo aflojó un poquito la presión.

– Bueno, cuéntame tus planes para el resto de la noche -le susurró Grace.

Ella incrementó la presión, luego le besó otra vez.

– No estás en muy buena posición para negociar, ¡tenga los planes que tenga!

– ¿Quién está negociando?

– ¡Tú!

Cleo le soltó, se dio la vuelta para levantarse de la cama y salió de la habitación. Grace vio cómo su cuerpo esbelto y desnudo, sus largas piernas, su trasero firme, redondo, pálido e increíble, desaparecían por la puerta. Entonces, se puso las manos detrás de la cabeza y se recostó en una almohada blanda y mullida.

– ¡Con mucho hielo! -gritó.

Cleo regresó al cabo de unos minutos con dos vasos tintineantes y le dio uno. Se metió en la cama junto a él, levantó su vaso y brindó con Grace.

– ¡Arriba, abajo, al centro y pa' dentro! -dijo sacudiendo la cabeza. Luego se bebió medio vaso.

Grace levantó el suyo.

– ¡Pa' dentro! -respondió él y dio un gran trago. El mañana estaba a millones de kilómetros. Los ojos de Cleo, fijos en los de él, brillaban.

– Entonces, ¿sólo ha venido porque quería saber lo de mi prometido? ¿Ha sido ésa la única razón, comisario Grace?

– ¡No me llames así!

– ¿Y cómo quieres que te llame? ¿El polvo del final del universo?

– Estaría bien -dijo sonriendo-. Si no, con Roy también me conformo.

Cleo se llevó el vaso a los labios, luego se acercó a Grace, lo besó sensualmente en la boca y empujó un cubito de hielo con sabor a whisky entre sus labios.

– ¡Roy! Es un gran nombre. ¿Por qué te pusieron Roy tus padres?

– No se lo pregunté nunca.

– ¿Por qué no?

Él se encogió de hombros.

– No se me ocurrió.

– ¿Y tú eres detective? Creía que lo preguntabas todo.

– ¿Por qué te pusieron Cleo a ti?

– Porque… -Soltó una risita-. En realidad, me da vergüenza contarlo, fue porque las novelas preferidas de mi madre eran El cuarteto de Alejandría. Me pusieron el nombre de uno de los personajes, Clea, sólo que mi padre lo deletreó mal en el registro. Puso una «o» al final en lugar de una «a», y así se quedó.

– No conozco El cuarteto de Alejandría.

– ¡Venga, tienes que haberlos leído!

– Debí de tener una infancia con muchas carencias.

– ¿O disipada?

– ¿Sabías jugar al póquer a los doce años?

– ¡A eso me refería! Dios santo, ¡necesitas que te eduquen! El cuarteto de Alejandría son cuatro novelas escritas por Lawrence Durrell. Son unas historias preciosas, todas conectadas. Justine, Balthazar, Mountolive y Clea.

– Deben de serlo si…

– ¿Si qué?

– Si tú fuiste el resultado.

Volvió a sonarle el teléfono. Y esta vez, contestó, de muy mala gana.

Al cabo de dos minutos, aún de peor gana, estaba de pie junto a la cama poniéndose los calcetines deprisa y con torpeza.

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