Capítulo 72

Por el color apergaminado de la cara de Alfonso Zafferone, Grace supuso que el joven detective no iba a mostrar su arrogancia durante un buen rato. No recordaba haber estado, en toda su carrera, en una sala llena de gente tan callada.

Dennis Ponds tenía los ojos muy abiertos y la mirada perdida, como si acabaran de decirle que iba a ser el siguiente en entrar en la bañera.

Fue Norman Potting quien por fin rompió el silencio. Tosió, se aclaró la garganta y luego dijo:

– ¿Hay que suponer que se trata de una película snuff, Roy?

– Bueno, no es su puto álbum familiar -le espetó Glenn Branson.

No hubo ninguna risa ahogada. Nada. Una de las indexado-ras miraba hacia abajo, a la mesa, como si le diera miedo levantar los ojos, por si había más.

– Dennis -dijo Grace-, voy a grabarte una copia en tu portátil para que se la lleves al director del Argus. No se lo enseñes todo, pero asegúrate de que sea consciente de a qué nos estamos enfrentando. Quiero que publique fotografías del señor y la señora Bryce en la portada de la edición del mediodía de su periódico. Tenemos un día y medio para encontrar a estas personas. ¿Lo ha entendido todo el mundo? Van a matarlos y a grabarlo en vídeo.

Branson respiró hondo, luego espiró sonoramente.

– Tío, ¿quién ve esta mierda?

– Muchas personas normales y corrientes con mentes enfermas -dijo Grace-. Podría ser alguno de los que estamos en esta sala, o tu vecino, tu médico, tu fontanero, tu párroco, tu asesor hipotecario. El mismo tipo de gente que reduce para ver qué ha pasado en un accidente de coche. Mirones. Todos tenemos un poco de eso dentro.

– Yo no -dijo Branson-. Yo no podría ver algo así.

– ¿Estás diciendo que todos somos asesinos en potencia? -preguntó Nick Nicholl.

Grace recordó algo que le había dicho una noche en un bar un psicólogo de perfiles que había dado una conferencia sobre películas snuff, en una convención sobre homicidios en Estados Unidos.

– Todos tenemos la capacidad de matar, pero sólo un pequeño porcentaje de nosotros tenemos la habilidad de vivir con ello. Pero muchos de nosotros sentimos curiosidad. Nos gustaría experimentarlo a través de otra persona. Las películas snuff nos permiten hacer eso, experimentar el asesinato de un ser humano. Pensadlo -dijo-. La gente normal no tiene oportunidad de matar a alguien en realidad.

– Yo podría haber matado a mi suegra tranquilamente -dijo Potting.

– Gracias, Norman -dijo Grace, para silenciarlo antes de que siguiera. Luego, se volvió hacia Glenn Branson-: Tom Bryce se marchó de su casa en mitad de la noche en un Renault Espace. No habría mucho tráfico. No sabemos adónde iba. No sabemos cuánta gasolina tenía el vehículo. Quiero que suspendas la búsqueda de la cabeza de Janie Stretton y que todos los policías, agentes especiales y agentes de la escena del crimen se pongan a visionar todas las cintas de cámaras de seguridad -policiales, civiles, de gasolineras, de aparcamientos- en un radio de cincuenta kilómetros.

– Enseguida.

Luego, dirigiéndose al sargento Barker, dijo:

– Don, quiero que alguien revise todos los archivos personales de Reggie D'Eath, extractos de cuentas, de tarjetas de crédito…

– Ya estamos en ello.

– Bien.

Grace miró la hora. Tenía una reunión a las nueve y media con Alison Vosper, y luego tenía que llegar como fuera a una cita que había concertado a las diez en la otra punta de la ciudad.

– Os veo a todos otra vez aquí a las seis y media. ¿Sabéis todos lo que tenéis que hacer? ¿Alguna pregunta más?

En circunstancias normales, habría muchas. Esta mañana no hubo ninguna.

Luego sonó un teléfono. Contestó una secretaria, que se lo pasó al cabo de unos momentos a Glenn Branson. Todos se quedaron mirándolo como si presintieran que iba a haber noticias.

Branson le pidió a la persona que llamaba que esperara un momento, tapó el teléfono con la mano y dijo:

– Han encontrado el Renault Espace de los Bryce en un camino de tierra cerca de la A 23 en Bolney.

– ¿Vacío? -dijo Grace. Ya sabía la respuesta a la pregunta, pero aun así la formuló.

– Quemado.

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