Capítulo 66

– Te asustas con facilidad, ¿verdad, Kellie?

Deslumbrada por la luz enfocada a sus ojos, Kellie se revolvió pese a las ataduras que la inmovilizaban, intentando echarse hacia atrás en la silla, tratando de alejarse de las patas inquietas del asqueroso escarabajo negro que el americano gordo y bajito le acercaba a la cara.

– ¡Noooo! ¡Por favor, noooo!

– Sólo es una de mis mascotas. -El hombre le lanzó una mirada lasciva.

– ¿Qué quieres de mí? ¿Qué quieres?

De repente, apartó el escarabajo y cogió una botella de vodka.

– ¿Un traguito?

Kellie giró la cara. Estaba temblando. De miedo. De hambre. Por la abstinencia. Las lágrimas resbalaban por sus mejillas.

– Sé que quieres un trago, Kellie. Bebe, vamos, te sentirás mucho mejor.

Ansiaba desesperadamente esa botella, quería llevársela a los labios y bebérsela entera, pero estaba decidida a no darle esa satisfacción. Por el rabillo del ojo, al resplandor de la luz, aún veía las patas que se movían.

– Bebe un traguito.

– Quiero a mis hijos -dijo Kellie.

– Creo que quieres más el vodka.

– ¡Vete a la mierda!

Vio una sombra, luego sintió un bofetón furioso en la mejilla. Gritó de dolor.

– No voy a tolerar ese lenguaje de una zorra como tú. ¿Te queda claro?

– ¡Vete a la mierda!

El siguiente golpe fue tan fuerte que tumbó de lado a Kellie y la silla. Cayó contra el suelo duro con una sacudida; el dolor le recorrió el brazo, el hombro, todo el cuerpo. Se echó a llorar.

– ¿Por qué me haces esto? -dijo entre sollozos-. ¿Qué quieres de mí? ¿¡Qué quieres!?

– ¿Qué tal si me obedeces un poco? -El hombre acercó el escarabajo a su cara, tanto que percibió su olor acre. Notó que las patas le tocaban la cara.

– ¡¡¡Noooooooooo!!! -Kellie se retorció, rodando por el suelo con la silla; le dolían todos los huesos del cuerpo-. ¡¡¡Noooo, noooo, noooo!!! -Se le estaba acelerando la respiración, engullía el aire, histérica. De repente, se enfureció con Tom. ¿Dónde estaba? ¿Por qué no había ido a buscarla, a rescatarla?

Entonces se quedó quieta, exhausta, mirando hacia arriba, hacia la luz deslumbrante, y la oscuridad.

– Por favor -suplicó-. No sé quién eres. Sólo quiero estar con mis hijos. Con mi marido. Por favor, déjame marchar.

Aquello tenía que estar relacionado con el e-mail que había visto Tom, del que había informado a la policía. Estaba segura.

– ¿Por qué estoy aquí? -preguntó, como buscando la confirmación.

Silencio.

– ¿Estás enfadado conmigo? -gimoteó.

De repente, la voz del hombre era dulce.

– Sólo porque te estás portando mal, Kellie. Lo único que quiero es que colabores.

– ¡Entonces, desátame, joder!

– Creo que eso no es posible en estos momentos.

Kellie cerró los ojos, intentaba desesperadamente pensar con claridad, resistirse a la terrible tentación del alcohol, de beber sólo un traguito de ese Stoli. Pero no iba a darle al americano gordo esa satisfacción. Nunca, de ninguna de las maneras, no, no, nunca, nunca.

Entonces, el ansia se apoderó de su cerebro.

– Por favor, ¿puedo beber un trago? -preguntó.

Al cabo de unos momentos, tenía la botella en los labios y bebía el líquido ávidamente. El efecto que tuvo en ella fue casi instantáneo. Dios santo, qué bien sabía. Quizá se había equivocado con aquel hombre, tal vez, después de todo, era bueno.

– ¡Muy bien, Kellie! Sigue bebiendo. Sienta bien, ¿verdad?

Ella asintió con gratitud.

– ¿Lo ves? Lo único que quiero es ser bueno contigo. Si tú eres buena conmigo, yo seré bueno contigo. ¿Hay algo que no hayas entendido?

Ella negó con la cabeza. Entonces, se sintió desposeída cuando el hombre apartó la botella bruscamente.

De repente, volvía a pensar con claridad. Entonces, todas las películas de miedo que había visto comenzaron a reproducirse en su mente a la vez. ¿Quién diablos era ese hombre? ¿Un asesino en serie? ¿Qué iba a hacerle? El miedo se retorció dentro de ella como un animal salvaje. ¿Iba a violarla? ¿A torturarla?

«Voy a morir, aquí, en la oscuridad, sin volver a ver nunca más a Jessica ni a Max ni a Tom.»

¿Cómo se hablaba con una persona así? En las películas había visto que los prisioneros intentaban establecer una relación, un vínculo, con sus captores. Les resultaba mucho más difícil hacerte daño si llegaban a conocerte un poco.

– ¿Cómo te llamas? -preguntó.

– Creo que no debes preocuparte por eso, Kellie.

– Me gustaría saberlo.

– Ahora voy a marcharme un rato. Con un poco de suerte, tu marido estará pronto contigo.

– ¿Tom?

– ¡Eso es!

– ¿Tom va a venir?

– Tom va a venir. No querrás que te vea ahí tirada en el suelo, ¿verdad?

Ella negó con la cabeza.

– Voy a levantarte. ¡Quiero que quedes bien delante de la cámara!

– ¿La cámara?

– Eso es.

– ¿Qué cámara? -preguntó. Estaba un poco bebida y arrastraba las palabras.

– ¡Vas a ser una estrella!

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