Capítulo 61

Tom, temblando de los nervios, estaba sentado en su estudio con un vaso de Glenfiddich, intentando centrarse en los e-mails que, como fuera, tenía que mandar acerca de la presentación de mañana por la mañana a su equipo; tenía que hacerlo esta noche. Cada dos minutos, clicaba el botón de enviar y recibir de su correo electrónico. Todo seguido de un largo trago de whisky.

A las once y veinte, el vaso estaba vacío y, como necesitaba otro, fue abajo. El agente Willingham estaba en la cocina, preparándose un café.

– ¿Quiere uno, señor Bryce? -le preguntó.

Tom levantó el vaso y, consciente de que arrastraba ligeramente las palabras, dijo:

– Gracias, pero necesito algo un poco más fuerte.

– No le culpo.

– ¿Quiere uno? -le ofreció Tom, abriendo la botella.

– Estoy de servicio, gracias, señor, no.

Tom se encogió de hombros como diciéndole «Allá tú», llenó el vaso hasta el borde de whisky, hielo y agua -pero, básicamente de whisky- y volvió arriba. Cuando se sentó a la mesa, vio que había entrado otro mensaje de postmaster@escarabajo.tisana.al, con un documento adjunto. El asunto decía, simplemente, «Mensaje de Kellie».

Le temblaba tanto la mano que apenas podía mantener el cursor sobre el documento adjunto. Hizo doble clic.

El documento pareció tardar una eternidad en abrirse. Luego, de repente, toda la pantalla quedó en negro… y apareció la cara de Kellie.

Apenas iluminada, como una artista actuando en un escenario bajo la luz de un solo foco, miraba al frente, desde la oscuridad. Todavía con el vestido de la noche anterior, estaba atada de pies y manos a una silla. Alrededor del cuello llevaba una cadena con un colgante de plata que Tom no había visto nunca. Tenía un moratón grande debajo del ojo derecho, donde parecía que le habían pegado, y los labios hinchados.

Hablaba con voz entrecortada, forzada, como si intentara recitar un guión memorizado.

Tom la miró, totalmente petrificado por el horror, como si aquello no fuera real, sólo una broma pesada, una pesadilla.

– Tom, por favor, mírame bien y escúchame -dijo Kellie, con la voz temblorosa-. ¿Por qué me has hecho esto? ¿Por qué no hiciste caso a las instrucciones y fuiste a la policía? Ahora me están castigando por tu estupidez.

Se quedó callada, las lágrimas resbalaban por sus mejillas manchadas de rímel. La imagen fue acercándose más y más a su cara; luego, aún más, enfocando hacia abajo, centrándose en el colgante del collar. Hasta que la joya ocupó toda la pantalla.

Y el diseño grabado en él era claramente visible. Era un escarabajo pelotero.

– No le hables a la policía de estas imágenes, cielo. Haz exactamente lo que te digan. Si no, le tocará a Max. Luego, a Jessica. No intentes hacerte el héroe. Por favor, haz lo que te digan. Es… -Se le entrecortó la voz-. Es la única posibilidad que tenemos de volver a vernos. Por favor, no se lo digas a la policía, por favor. Lo sabrán. Esta gente lo sabe todo.

La voz de Kellie le rasgó el alma.

La pantalla se quedó en negro. Luego oyó un sonido. Comenzó como un gemido débil, luego cada vez era más fuerte y agudo, más y más desgarrador. Se dio cuenta de que era Kellie. Estaba gritando.

Luego, silencio.

La película terminó. El documento adjunto se cerró.

Tom vomitó en la moqueta.

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