Capítulo 19

Era un escarabajo negro, brillante y gordo, de cinco centímetros de longitud, con púas peludas en las patas, lomo estriado y que tenía una única antena; curvada que le salía de la cabeza.

Con delicadeza, Frazer Theobald lo cogió con unas pinzas y lo sostuvo en alto para que todos lo vieran. La criatura no se movía.

Grace, a quien nunca le habían gustado los escarabajos, retrocedió un paso más. La verdad era, en general, que no le entusiasmaba ningún bicho que se arrastrara; siempre le habían dado miedo las arañas y desconfiaba totalmente de los escarabajos. Y ésta era, Dios santo, una criatura realmente horrible.

Miró a Cleo y vio un destello de repugnancia en su rostro.

– ¿Qué es, exactamente? -dijo Branson con la voz temblorosa, señalando la mesa de disección, rescatando sin querer a Grace de realizar una pregunta potencialmente estúpida.

– El recto, por supuesto -dijo el patólogo con desdén.

Branson se apartó, asqueado. Luego, observó cómo Theobald se acercaba el escarabajo a la nariz, los pelos frondosos de su bigote se movieron, y casi se enroscaron en las púas peludas de las patas del escarabajo.

El patólogo inhaló profundamente.

– Formaldehído -anunció.

El hombre ofreció el insecto a Grace para que lo confirmara. El comisario combatió su asco y también lo olió. Al instante, percibió ese tufo que le recordó a las clases de disección de Biología, de cuando iba al colegio.

– Sí -coincidió. Luego, volvió a mirar la mesa de disección.

– Por eso no lo detecté en el examen visual del recto, lo habían introducido demasiado adentro.

Grace miró el cuello del tubo que había en la mesa, el esfínter de la joven muerta.

– Según tú, Frazer, ¿lo introdujeron antes o después de que muriera?

– No sabría decirte.

Luego, formuló la pregunta que todo el mundo tenía en los labios.

– ¿Por qué?

– Eso tenéis que averiguarlo vosotros -contestó Theobald.

Branson estaba al fondo de la sala, apoyado en la encimera junto al fregadero.

– ¿Recuerdas El silencio de los corderos?

Grace la recordaba bien. Había leído la novela, uno de los pocos libros que le habían hecho pasar miedo de verdad, y había visto la película.

– Todas las víctimas tenían una mariposa alojada en la garganta -dijo Branson-. Era una mariposa de la calavera.

– Sí -dijo Grace-. Era la firma del asesino.

– Entonces, quizás esto sea la firma de nuestro asesino.

Grace miró el escarabajo, que el patólogo seguía sosteniendo en alto. Por un instante, habría jurado que movía las patas, que esa cosa seguía viva.

– ¿Alguien sabe qué tipo de escarabajo es? -preguntó.

– ¿Un ciervo volador? -sugirió Cleo Morey.

– Con esa antena no -terció Darren, el ayudante de la técnico-. Estudié entomología en la carrera. No recuerdo que haya nada así en el Reino Unido. No creo que sea autóctono.

– ¿Alguien lo ha importado? -dijo Grace-. ¿Se han tomado la molestia de importarlo y luego introducirlo en el recto? ¿Por qué?

Hubo un largo silencio. Al final, el patólogo metió el insecto en una bolsa de plástico y la etiquetó.

– Tenemos que averiguar todo lo que podamos sobre él -dijo.

Grace estaba reflexionando. A lo largo de los años, había leído por necesidad todo lo que había podido encontrar sobre la mentalidad de los asesinos. La mayoría de los asesinatos se producían en el ámbito familiar, y los cometían personas que conocían a su víctima. Eran únicos en su género, con frecuencia se trataba de crímenes pasionales que se llevaban a cabo en un momento de acaloramiento; sin embargo, un pequeño porcentaje de asesinos eran los verdaderamente retorcidos que mataban por gratificación propia y pensaban que podían burlar a la policía, a veces hasta el punto de jugar con ella.

Éstos eran los asesinos que a menudo dejaban algún tipo de firma. Una provocación. «Ésta es mi pista; ¡atrápame si puedes, policía estúpido!»

Grace miró la hora. Sabía que había una persona que podría decirle, seguramente al instante, qué clase de escarabajo era. No tenía ni idea de si el dato sería realmente de ayuda o no, pero tal vez podía aportar alguna pista.

– Hay que ocultárselo a la prensa -dijo-. No quiero que nadie lo mencione por radio, ¿de acuerdo?

Todos asintieron. Comprendían su razonamiento. Con una pista tan poco habitual como aquélla, sabrían al instante que si alguien que pudiera describir aquello llamaba afirmando ser el asesino, era su hombre. Podía ahorrarles horas, si no días, descartando pistas falsas.

Grace le dijo a Branson que pusiera a uno de los miembros del equipo del centro de investigaciones a buscar otras víctimas de asesinato en cuya escena se hubiera encontrado un escarabajo. Luego, le hizo una pregunta estúpida al forense. Sabía que era estúpida, pero aun así tenía que formulársela.

– ¿No hay ninguna duda de que el escarabajo estaba muerto antes de introducirlo?

– No creo que nadie guarde una muestra de formaldehído en el recto -contestó el patólogo, con un tono ligeramente sarcástico. Señaló un pequeño frasco de cristal que había sobre la bandeja de disección y que contenía un líquido turbio-. Ahí no hay ningún rastro, es la mucosidad de las paredes del intestino.

Grace asintió y realizó un cálculo mental rápido. Si se marchaba en cuanto acabara la rueda de prensa, tendría tiempo de enseñarle el escarabajo al único hombre que, estaba seguro, podría identificarlo.

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