Capítulo 88

El jueves por la mañana, con las manos aún vendadas y sufriendo el dolor atroz de las quemaduras del ácido, Tom Bryce fue a la oficina un par de horas.

Era evidente, por los saludos efusivos de sus trabajadores y por el montón de recortes de prensa que encontró sobre la mesa, que los titulares de portada que habían protagonizado él y Kellie, a nivel nacional durante los últimos dos días, no habían perjudicado en absoluto a BryceRight Promotional Merchandise. Los dos vendedores que tenía en la oficina, Peter Chard y Simon Wong, estaban desbordados; no recordaban la última vez que habían tenido tal nivel de solicitudes de información, tanto de clientes actuales como potenciales.

– Ah -añadió Chard, de pie frente a su mesa-, la buena noticia es que hemos entregado los Rolex a Ron Spacks. Los veinticinco. ¡El margen es la leche!

– No llegué a ver el resultado final -dijo Tom, un poco preocupado de repente. Si hubiera habido alguna cagada en el grabado de veinticinco Rolex, habría sido un desastre económico.

– ¡Tranquilo! Lo llamé ayer para comprobar que todo estuviera bien. Ha quedado encantado.

– Pásame el papeleo, ¿vale?

Al cabo de unos minutos, Chard le dejó la carpeta sobre la mesa. Tom la abrió y miró el pedido. El margen era fantástico, 1.400 libras de beneficio por reloj. Multiplicado por veinticinco. Eso eran 35.000 libras. Nunca antes había obtenido un beneficio así en ningún pedido, nunca.

Entonces, su júbilo se ensombreció. Kellie había accedido a ingresar en una clínica, para desintoxicarse. Después, volverían a comenzar de cero. Pero los sitios buenos costaban una fortuna; los mejores podían llegar a las dos mil libras a la semana, multiplicado por varios meses. Unas 30.000 o 40.000 libras, si realmente querían obtener un resultado. Y había que sumar el coste de la niñera de los críos mientras Kellie estuviera ingresada.

Al menos con este pedido tendría la pasta para cubrir estos gastos, y en los seis años que llevaba haciendo negocios con Ron Spacks, siempre le había pagado puntualmente: a siete días tras la entrega. Nunca se había retrasado ni un solo día.

– ¿Cuándo se entregaron? -preguntó Tom mirando el papeleo.

– Ayer.

– Un trabajo rápido -contestó Tom-. Cogí el pedido el pasado…

– ¡Jueves! -dijo Peter Chard-. Sí, bueno, encontré un proveedor que tenía existencias y le pedí al grabador que trabajara toda la noche.

– No llegué a ver el diseño; iba a mandármelo.

Chard pasó un par de hojas, luego señaló una fotocopia tamaño DIN-A4.

– Es una ampliación enorme. En realidad, es un micropunto, invisible a simple vista.

Tom bajó la mirada y vio el dibujo de un escarabajo, una criatura bastante elegante, pero con un aspecto ligeramente amenazador, con unas marcas extrañas en el lomo y un cuerno en la cabeza. Frunció el ceño.

– Es un escarabajo pelotero -dijo Peter Chard-. Al parecer, son sagrados en la mitología del antiguo Egipto.

– ¿En serio?

– Sí. Es un bicho asqueroso. También conocido como escarabajo estercolero.

– ¿Por qué querría grabar esto en un reloj?

Chard se encogió de hombros.

– Es un distribuidor de DVD, ¿verdad?

– Sí, muy importante.

– Quizás haya un sello discográfico con ese nombre. -El vendedor volvió a encogerse de hombros-. Es tu cliente… Pensé que lo sabrías.

De repente, un escalofrío le recorrió el cuerpo. Quizá debería mencionárselo al comisario Grace cuando hablaran, como, al menos, una coincidencia de la que podían reírse; sin embargo, decidió que sería prudente esperar primero a que Ron Spacks le pagara.

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