Capítulo 56

Roy Grace, sentado en el área de trabajo del MIR Uno junto a la mayoría de los miembros de su equipo, repasaba los informes de los últimos incidentes registrados en el ordenador. Eran las ocho menos cuarto del domingo por la noche y, aunque seguía sin tener hambre, se notaba tembloroso por la falta de azúcar o por haber tomado demasiada cafeína, o por ambas cosas; cada vez le costaba más trabajo concentrarse en sus tareas.

Cleo Morey tampoco le ayudaba. Cada pocos minutos, pensaba en el mensaje que le había enviado aquella mañana.

Estaba consultando las últimas actualizaciones sobre Reggie D'Eath cuando notó un golpe en la espalda.

– ¡Eh, viejo!

Alzó la vista. Era Branson, que había salido de la sala hacía un rato y regresaba con una enorme caja de donuts del supermercado que había al otro lado de la carretera. Repartió uno a cada miembro del equipo.

Grace cogió el suyo, se alejó de la mesa y decidió que necesitaba estirar las piernas. Branson se unió a él mientras caminaba por la sala y salía al pasillo.

– ¿Estás bien, viejo? Tienes una pinta horrible.

Grace dio un mordisco al donut y se lamió el azúcar de los labios.

– Gracias.

– Bueno, un pajarito me ha dicho que tú y Cleo Morey estuvisteis muy acurrucaditos en el Latin en los Lanes anoche.

Grace lo miró sorprendido.

– ¿Ah, sí?

– ¿Es ella la que te está volviendo loquito?

– ¡Dios mío, qué pequeña es esta ciudad!

– ¡Es un planeta pequeño, tío!

– ¿Cómo has sabido quién era?

El sargento se dio un golpecito en la cara con el dedo.

– Algo que me enseñaste tú, he seguido una de las primeras normas para ser un buen detective: crear una red de informadores.

Grace meneó la cabeza, medio risueño, medio molesto.

– Eso era antes de que cambiaran las reglas. De los pasillos estériles. Toda esa mierda.

– ¿Has visto la película Police? Gérard Depardieu interpreta a un poli que presiona a sus informadores para hacer una redada antidroga. Una peli genial.

– No la he visto.

– Es muy buena. Me recordó a ti. Aunque él tiene la nariz más grande.

– ¿Me parezco a Gérard Depardieu?

Branson le dio una palmadita.

– Qué va, te pareces más a Bruce Willis.

– Eso está mejor.

– Pareces el hermano menos agraciado de Bruce Willis. O quizá su padre.

– Tú sí que sabes cómo hacer que un hombre se sienta mejor consigo mismo. Tú te pareces…

– ¿A quién? ¿A Will Smith?

– Más quisieras.

– Bueno, cuéntame más acerca de lo tuyo con la señorita Morey.

– No hay nada que contar. Fuimos a cenar.

– Una cena de negocios, claro.

– Por supuesto.

– ¿Incluso en el asiento trasero del taxi? -le presionó Branson.

– ¡Santo cielo! ¿Es que todos los putos taxistas de Brighton y Hove son informadores tuyos?

– Que va, sólo un par. Tuve suerte. En cualquier caso, no son informadores. Sólo tienen los ojos abiertos por mí.

Grace no sabía si estar orgulloso de su protegido por haberse convertido en un detective tan competente o si enfadarse con él.

– Bueno, dime, ¿Le gustó tu ropa nueva? -le preguntó Branson, que interrumpió sus pensamientos.

– Me dijo que necesitaba un estilista nuevo y que tú eras un desastre.

Branson pareció tan dolido que a Grace le dio pena.

– Tranquilo, en realidad, no dijo nada.

– ¡Mierda, eso es aún peor!

– Tenemos dos homicidios y una mujer desaparecida. ¿Podemos cambiar de tema?

– ¡No cambies de tema! ¡Cleo Morey! Es guapísima. Si no estuviera felizmente casado…, ya me entiendes. Pero ¿cómo puedes no pensar en lo que hace, tío?

– No se trajo a ninguno de sus cadáveres al restaurante, así que fue fácil.

Branson sacudió la cabeza y dejó de sonreír.

– Venga. Quiero detalles. No te andes con remilgos conmigo. Cuenta.

– No tengo por qué andarme con remilgos. Tiene novio, ¿vale? En realidad, está prometida. Por algún motivo, olvidó mencionarlo.

– Estás de coña.

Grace sacó el móvil y le enseñó a Branson el mensaje que había recibido aquella mañana: «Ahora no puedo hablar. Acaba de llegar mi prometido. C. Besos».

– Ese tipo es historia -declaró Branson al cabo de un momento.

– Me lo ha mandado este mediodía. Aún no me ha llamado.

– Ha puesto «Besos». Confía en mí, está acabado.

Grace se metió el resto del donut en la boca. A pesar de no tener apetito, estaba tan bueno que podría haberse comido otro.

– ¿Se trata de otra de tus corazonadas?

El sargento lo miró de reojo.

– No me equivoco siempre.

Hoy Cleo no estaba de guardia. Si lo estuviera, Grace asistiría a la autopsia de Reggie D'Eath esta tarde, aunque no hacía falta porque habían nombrado a otro detective como inspector jefe del caso.

– Ya veremos -dijo él.

Grace recordó una expresión que solía utilizar su madre: «El tiempo dirá». El destino. Ella creía mucho en el destino, pero Grace nunca había compartido totalmente esa creencia. La había ayudado a pasar los días mientras se moría de cáncer. Si uno creía que existía un poder superior que tenía toda su vida planeada, en cierto sentido tenía suerte. Las personas que tenían una profunda fe religiosa eran afortunadas; podían abdicar todas sus responsabilidades en Dios. A pesar de la fascinación que sentía Grace por lo sobrenatural, nunca había sido capaz de creer en un Dios que tenía un plan para él.

Volvió a entrar en la sala y se dirigió al área de trabajo. En la gran pizarra blanca estaba la fotografía que había tomado esta mañana de Reggie D'Eath en su cuarto de baño, además de una foto de Kellie Bryce: la foto que Branson había mandado a la prensa, a todas las comisarías de policía y a todos los puertos del Reino Unido.

A la mañana siguiente, Cassian Pewe, el asqueroso y arrogante inspector de la Met, comenzaría a trabajar con él en los casos sin resolver. Y era evidente que si no obtenía pronto algún resultado en el caso de Janie Stretton, la subdirectora encargaría a Pewe que se convirtiera en su sombra.

– Glenn, ¿hasta qué punto estás seguro de que ese Tom Bryce no ha matado a su esposa? -preguntó Grace a Branson.

Siempre que una mujer desaparecía en circunstancias extrañas, el principal sospechoso era el marido o el novio, hasta que quedaba descartado.

– Como te he dicho en la reunión de hace una hora, estoy muy seguro. Le he grabado mientras le interrogaba antes de enseñarle las imágenes de la cámara de seguridad, y puedo pedirle a un especialista que analice la cinta, pero no creo que sea necesario. Habría tenido que dejar a los niños solos en casa en mitad de la noche, matar a su mujer, llevar el cadáver a algún lugar, luego ir hasta Ditchling Beacon, incendiar el coche y caminar ocho kilómetros para llegar a casa. No lo creo.

– Entonces, ¿dónde está ella? ¿Crees que puede haberse fugado con un amante?

– Creo que no habría incendiado el coche; además, se habría llevado el bolso y algo de ropa, ¿no te parece?

– Podría ser una buena tapadera, incendiar el coche.

Branson se mantuvo firme.

– No. Imposible.

– Me gustaría ver a ese señor Bryce. Vamos a pasarnos por su casa.

– ¿Ahora? ¿Esta noche? Podemos pasarnos, pero está bastante afligido, intenta arreglárselas con sus hijos. He organizado turnos de agentes de Relaciones Familiares para que estén con él. Preferiría ir mañana por la mañana, si su mujer no ha aparecido.

– ¿Has hablado con los padres de la canguro?

– Sí. Estaban en la cama cuando la chica llegó a casa. Ella les pegó un grito para decirles que había vuelto, sobre la 1.45. Oyeron un coche que se marchaba, eso es todo.

– ¿Los vecinos?

– No hay muchos en esa calle, en «La colina de la abundancia». Los he interrogado. Nadie vio ni oyó nada.

– ¿Has comprobado todas las cámaras de Tráfico?

– Estoy esperando. Han estado revisando todas las imágenes desde la 1.00 hasta la hora en que entró el aviso. Por ahora, no hay nada.

– ¿Has averiguado algo de ellos como pareja?

– He hablado con los vecinos de al lado, una pareja de ancianos. El hombre mide como diez metros y la mujer fuma tanto que apenas la veía en la habitación. Parece que ella tenía cierta amistad con la señora Bryce, Kellie. Les hace de canguro en caso de emergencia, cosas así. Lo que me ha dicho es que tienen problemas económicos.

Grace levantó una ceja, aquello despertó su interés.

– ¿Ah, sí?

– Nunca lo dirías a juzgar por la casa que tienen. Tienen una barbacoa enorme, parece el centro de control de Houston, debe de haberles costado una pasta. Tienen una cocina muy chic, tele de plasma, todo lo más.

– Seguramente por eso tienen problemas económicos -dijo Grace-. ¿Podría haber incendiado ella el coche para cobrar el seguro?

Branson frunció el ceño.

– No se me había ocurrido. ¿Alguna vez saca alguien tajada de la indemnización del seguro del coche?

– Vale la pena averiguar si lo tienen en propiedad o si lo están pagando a plazos; si han intentado venderlo hace poco. La Unidad de Delitos Tecnológicos tiene una copia del disco duro de su portátil. Diles que comprueben si ha puesto algún anuncio para vender el coche en alguna página web, tipo Autotrader. Podrían haber planeado juntos la desaparición.

Cuanto más pensaba en ello, más emocionado estaba Grace. «Problemas económicos», pensó. Quizás era una pista falsa, pero tenían que explorarla. A veces la gente urdía trucos ingeniosos para reducir sus deudas. Vio que Bella Moy cogía un Malteser; en el borde del teclado había un rastro de azúcar glas de su donut. Nick Nicholl estaba al teléfono, muy concentrado.

Norman Potting también estaba al teléfono, trabajando con la lista de clientes de BCA-247, sin duda provocando algunos disgustos, pensó Grace un poco malévolamente. No es que él tuviera autoridad moral respecto a la prostitución, pues a lo largo de los últimos nueve años había cogido el teléfono en alguna ocasión para llamar a uno de los números de los anuncios personales del Argus. Pero todas las veces había sentido la sombra de Sandy detrás de él.

Lo mismo le había ocurrido durante un breve romance que tuvo la única y desastrosa vez en que se había apuntado a unas vacaciones para solteros, cuando fue a la isla griega de Paxos.

Se abrió la puerta y apareció la cara alegre de Tony Case, el jefe de la unidad de apoyo de Sussex House.

– Se me ha ocurrido pasarme para ver si necesitabas algo, Roy -dijo.

– Gracias, Tony, creo que estamos bien. Te lo agradezco.

Case levantó un dedo para responderle.

– Es mi trabajo.

– Disfruta del resto del fin de semana -dijo Grace.

Tony Case miró la hora.

– ¿Las cuatro horas que quedan? Qué gracioso eres, Roy.

Mientras el policía de apoyo se marchaba por el pasillo, Grace miró las letras naranjas brillantes de la pantalla del ordenador y revisó las últimas actividades registradas sobre el asesinato de D'Eath. No tardó mucho en encontrar algo. Los interrogatorios puerta por puerta habían dado con un vecino alerta que había visto una furgoneta blanca aparcada delante de la casa de Reggie D'Eath sobre las siete de la tarde anterior. El vecino había anotado la matrícula de la furgoneta diligentemente.

Hizo doble clic sobre el registro para leer los detalles. El agente que había interrogado al vecino había comprobado la matrícula del vehículo, pero estaba limpio. El inspector jefe asignado al asesinato de Reggie D'Eath era el comisario Dave Gaylor, un policía que tenía mucha más experiencia que él. No había duda de que el equipo de Gaylor examinaría la furgoneta minuciosamente cuando la encontrara.

Nicholl se acercó y se agachó a su lado.

– Roy, acabo de recibir una llamada del encargado de un bar en el que estuve ayer, un local que se llama Karma Bar, en el club náutico. Estaban visionando unas cintas de la cámara de seguridad de hace un par de semanas. Intentan solucionar un problema que tienen con un par de camellos que operan en el bar. Cree que tiene imágenes de Janie Stretton.

Grace se emocionó de repente.

– ¿Cuánto puede tardar en llegar?

– El hombre prefiere que vaya yo, necesita las cintas. Ha dicho que puedo verlas enseguida.

– ¿Ahora?

– Sí.

Grace se quedó pensando. Nick Nicholl no llevaba demasiado tiempo en el Departamento de Investigación Criminal y aún le quedaba mucho por aprender. El joven detective era inteligente, pero podría escapársele algo, y aquello prometía ser la primera pista del caso. Si así era, obtener toda la información posible tenía una importancia crucial.

– Coge las fotografías que tenemos de ella -dijo Grace-. Iré contigo. -Se volvió hacia Branson y le dijo-: Iremos a ver al señor Bryce en cuanto vuelva.

– Se va a hacer muy tarde para él.

Era muy poco profesional, lo sabía, pero Glenn Branson no pudo evitar pensar en lo que le quedaba a él de domingo. Estaba deseando ver a sus hijos, aunque sólo fuera cinco minutos antes de que se acostaran.

– Glenn, si el señor Bryce no ha matado a su esposa, o no ha montado algún chanchullo con ella, no pegará ojo en toda la noche, confía en mí.

Branson se encogió de hombros a regañadientes, sabía que el comisario tenía razón, y miró la hora. Grace tardaría como mínimo una hora; tal vez, mucho más. Cuando se marcharan de casa de los Bryce serían las once como muy pronto. No le daba miedo enfrentarse a media docena de matones con navajas en un callejón oscuro de Brighton, pero a veces le aterraba su mujer y, en estos momentos, le aterrorizaba llamar por teléfono a Ari y decirle que seguramente no volvería a casa hasta medianoche.

Grace estaba tan entusiasmado con las imágenes del Karma Bar que, al revisar el resto del registro de los incidentes, se saltó, sin darse cuenta, el informe que el sargento Jon Rye había introducido hacía una hora, titulado «Conducción bélica».

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