Capítulo 73

Grace entró a las nueve y media en punto en el despacho de Alison Vosper, que llevaba un traje que transmitía autoridad y eficiencia, como siempre. Y, como siempre, estaba nervioso. Aquella mujer le daba miedo, no podía evitarlo; su actitud mordaz -y el poder que ejercía sobre él- le afectaban. Y no le ayudaba saber que estaba decidida a dispararle con su nueva arma secreta: el comisario Cassian Pewe.

Sentada a su mesa inmaculada, exudando un perfume intenso pero nada sexy, vestía una chaqueta negra que le hacía los hombros enormes y una blusa color marfil con cuello de puntilla. Como esperaba una cara de pocos amigos, Grace se sorprendió cuando la subdirectora lo recibió con una sonrisa. Vosper desenroscó el tapón de un botellín de agua mineral y, con bastante delicadeza, bebió un sorbo.

– Buenos días, Roy -dijo con una voz aún más cordial que su sonrisa. Le indicó que ocupara una de las hermosas sillas georgianas de madera tallada que había enfrente de su mesa-. Siéntate.

«¿Otra buena señal?», se preguntó Grace. Rara vez le pedía que se sentara en estas reuniones. ¿O se trataba de una señal muy mala?

Aún sonriendo -evidentemente, hoy tenía un humor dulce y no agrio- dijo:

– Bueno, parece que la Operación Ruiseñor está siendo un pequeño fracaso, de momento.

– Yo…, yo no iría tan…

Vosper levantó una mano para silenciar su defensa.

– Aún no tienes ningún sospechoso. No has encontrado la cabeza de la víctima. Un testigo potencial ha sido asesinado y dos más han desaparecido. Y anoche, de nuevo, tu equipo se vio implicado en una persecución a gran velocidad que acabó en un grave accidente. -Seguía sonriendo, milagrosamente, pero la calidez había desaparecido y la había sustituido un aparente desconcierto. Grace asintió.

– Las cosas no nos están saliendo bien -dijo-. Necesitamos un golpe de suerte.

Volvió a enroscar el tapón del botellín. Fuera, hacía una mañana agradable, pero el ambiente de la habitación era oscuro y opresivo.

– Estás movilizando una gran cantidad de recursos. Si al menos pudieras darme un resultado, pero parece que la situación no hace más que empeorar. ¿En qué punto estamos?

Grace la puso al día. Cuando acabó, esperó lo que sabía que se avecinaba: en el mejor de los casos, Vosper iba a meter a Cassian Pewe en el caso con él; en el peor, iba a retirarle de la investigación y Pewe lo sustituiría. Para su sorpresa, no sucedió ninguna de las dos cosas.

La subdirectora cogió un bolígrafo negro delgado del portaplumas de amonita que tenía sobre la mesa y dio unos golpearos con él en el cartapacio.

– No tienes hasta las nueve y cuarto de la noche de mañana, hay que ser realistas, ¿verdad? Si esta gente va a matar al señor y a la señora Bryce y después van a emitir las imágenes a sus clientes, sean quienes sean, van a hacerlo mucho antes. Ya podrían estar muertos.

– Ya lo sé.

Hubo un silencio breve. Grace bajó la mirada, y sintió los ojos de Vosper clavados en él. Cuando alzó la vista, vio comprensión en ellos. A pesar de la antipatía que la subdirectora sentía por él, al menos era lo bastante profesional para reconocer -y aceptar- que los problemas a los que se enfrentaba en este caso no eran necesariamente culpa suya. Pero a Grace le desconcertaba que aún no hubiera mencionado a Cassian Pewe. ¿Por qué estaba retrasando el momento?

– ¿Sigue… emm…, sigue en pie la reunión con Cassian? -preguntó con cierta vacilación-. Querías que quedara con él esta mañana.

– En realidad no, no sigue en pie -dijo ella. Luego, comenzó a dar golpecitos más fuertes y seguidos sobre el cartapacio, sin que pareciera ser consciente de ello.

– De acuerdo -dijo Grace, y se sintió un poco aliviado, pero se preguntó por qué había cambiado de opinión. Entonces se lo explicó.

– El comisario Pewe tuvo un accidente de tráfico anoche. Está en el hospital con la pierna rota.

Grace no sólo no podía creer lo que acababa de escuchar, tampoco podía creer lo que estaba viendo. Vosper sonreía otra vez. Era una sonrisa muy tenue, para ser justos, pero una sonrisa al fin y al cabo. Sonreía mientras transmitía la información de que su protegido había salido mal parado de un accidente de coche.

– Lo siento -dijo Grace-. ¿Qué pasó?

– Anoche, de madrugada, iba por el centro de Brighton en un taxi que chocó con una furgoneta que huía de la policía.

Al momento, Grace también sonrió; no pudo evitarlo. Humor negro. Con el tiempo y en su profesión, era inevitable.


En el coche, mientras se alejaba del despacho de Alison Vosper, Grace llamó al hospital del condado de Sussex para averiguar si el conductor de la furgoneta ya había recobrado la conciencia. Ahora mismo, aquel hombre era su mejor esperanza para llegar a los captores de los Bryce.

Prácticamente su única maldita esperanza.

Salvo por una posibilidad remota.

Se dirigió a casa de los Bryce, donde la detective Linda Buckley acababa de relevar al detective Willingham. La agente le preguntó a Grace si tenía sentido que siguiera en la casa. Al fin y al cabo, no había nada que hacer aparte de dar de comer al perro. Grace le sugirió que esperara algunas horas más por si aparecía Tom Bryce, lo cual, pensó con pesimismo, era improbable.

Fue al piso de arriba y entró en el dormitorio de los Bryce, luego bajó corriendo las escaleras. El pastor alemán estaba en el vestíbulo mirándolo de un modo extraño, como si supiera que era el hombre que podía devolverle a su dueño y a su dueña.

A pesar de las prisas, Grace se detuvo un momento, se arrodilló junto al perro y le acarició la frente.

– Hola -dijo-. No te preocupes; los traeré de vuelta. De algún modo. ¿De acuerdo? -Miró los ojos grandes y marrones del perro y, por un instante, sólo por un instante fugaz, sintió que aquel bello animal había entendido realmente sus palabras.

Quizá lo confundía el cansancio, o el estrés, o lo que fuera, pero mientras se marchaba de la casa y se alejaba a toda prisa en el coche, en dirección al extremo este de la ciudad, la expresión en la cara del perro permaneció con él, obsesionándole. Estaba tan triste, tan lleno de confianza. Por un momento, sintió que no hacía aquello sólo por el señor y la señora Bryce, y por sus hijos. También lo hacía por su perro.

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