Capítulo 13

Muchos policías apodaban a Dennis Ponds, el jefe de prensa de la policía de Sussex, «el Plasta». Se filtraban demasiadas historias a los medios de comunicación y el sospechoso principal siempre era su departamento.

Había sido periodista y parecía más un operador de bolsa de la City que un jefe de prensa. Con cuarenta y pocos años, el pelo negro y liso peinado hacia atrás, cejas grandes y con vida propia, y una predilección por los trajes elegantes, tenía la ardua tarea de mediar en las relaciones cada vez más frágiles entre la policía y los ciudadanos.

Mientras bebía de la botella de agua mineral, Roy Grace lo miró desde su mesa, y sintió empatía por aquel hombre. Ponds no tenía la confianza de muchos policías y la prensa siempre sospechaba de sus motivos. No era un trabajo en el que cualquiera pudiera salir ganando. Un jefe de prensa de la policía había acabado en un sanatorio; otro, Grace lo recordaba bien, andaba todo el día echando tragos de una petaca.

Ponds acababa de dejar toda la colección de periódicos de la mañana sobre la mesa de Grace y ahora estaba sentado delante de él, retorciéndose las manos.

– Al menos hemos logrado que no salga en portada, Roy -dijo disculpándose, levantando las cejas como dos cuervos preparados para alzar el vuelo.

Habían tenido suerte; un artículo sobre Carlos y Camila ocupaba la mayor parte de la portada. Era un reflejo de los tiempos modernos que el torso sin cabeza quedara relegado a unas pocas líneas en las páginas interiores de algunos periódicos y que no se mencionara en absoluto en otros. Pero, como en la media página del Daily Mail abierta delante de él, el titular «Dos muertos en una persecución policial» había salido en todos y cada uno de los periódicos nacionales.

– Has hecho lo que has podido -dijo Grace; a diferencia de muchos de sus compañeros, el comisario reconocía la importancia de las relaciones públicas.

– Has llevado bien la rueda de prensa -dijo el Plasta-. Lo mejor que podemos hacer es añadir la historia del torso hoy. He convocado una conferencia para las dos. ¿Te va bien?

– Listo para machacarlos -replicó Grace.

– ¿Puedes adelantarme algo para ofrecerles?

Grace jugueteó con el tapón de la botella, enroscándalo, luego volviéndolo a desenroscar.

– No hemos obtenido ninguna identificación positiva a partir de las huellas. Estamos a la espera de un informe de ADN del laboratorio. Mientras tanto, estamos comprobando las listas de desaparecidos.

– ¿Vamos a decirles que no hay cabeza?

– Todavía no quiero que lo sepa nadie. Sólo voy a decir que el cuerpo presenta graves mutilaciones, lo que dificulta la identificación.

– Creía que yo era el único que adulteraba la verdad por vosotros.

Grace sonrió.

– Es obvio que has sido un buen profesor.

– ¿Alguna pista importante? -preguntó Ponds, arqueando las cejas como alas en pleno vuelo.

– Vamos, Dennis. Ahora pareces tú el periodista.

– Me gustaría darles algo con lo que puedan entretenerse.

– Hay varias identificaciones positivas posibles.

– Sí, pero he oído que la más probable es una chica de Brighton, una abogada en prácticas. ¿Es cierto?

– ¿Dónde has oído eso? -le preguntó Grace, asombrado por la información.

El jefe de prensa se encogió de hombros.

– Es lo que corre por ahí.

– ¿Por dónde? ¿Quién coño te lo ha dicho?

Ponds miró fijamente al comisario.

– Tres periodistas distintos ya han llamado a mi despacho.

Grace recordó la conversación de la tarde anterior con Branson, por el móvil, cuando Glenn especuló con quién podría ser la joven. ¿Los había escuchado alguien? Era casi imposible: los nuevos teléfonos enviaban señales digitalizadas, codificadas.

– ¿Quién coño ha hablado con ellos? -dijo Grace, cuya ira aumentaba en su interior, señalando con la botella al techo-. Dennis, esa chica muerta, sea quien sea, tiene una familia. Quizás un marido, una madre, un padre, hijos, que la querían. No estamos en situación de ponernos a especular.

– Ya lo sé, Roy, pero tampoco podemos mentir a la prensa.

– Mira, ¿no puedes entender que todos aquellos que tengan a un ser querido que haya desaparecido y que encaje con su descripción van a aferrarse a cada palabra impresa, a todo lo que se diga en televisión o por la radio? -dijo Grace pensando como siempre en Sandy-. No me dedico a dar esperanzas a la gente, sino a encontrar a criminales.

Dennis Ponds escribía frenéticamente en un bloc de taquigrafía.

– Eso es bueno -dijo-. Esa última frase. ¿Puedo utilizarla en nuestro comunicado de prensa?

Grace se quedó mirando un momento al hombre. Qué típico era eso de un responsable de prensa. Frases que quedaran bien en un titular. En realidad, era lo único que quería Ponds. Asintió y miró la hora; quería pasarse por el centro de investigaciones y dar instrucciones a su equipo. Luego, tenía que asistir a la autopsia, que sería a las diez.

Había otro motivo por el que deseaba presenciar la autopsia, y no tenía nada que ver con la pobre joven cuyos restos el patólogo seguía descuartizando en estos momentos. Tenía que ver con otra joven del depósito, con la que tenía una cita esta noche.

Debajo de la montaña de papeles que tenía sobre la mesa, estaba la revista para hombres FHM. Grace tenía la esperanza de poder arañar unos minutos esta mañana para echar un vistazo a la revista y ver las últimas tendencias en moda masculina. Glenn Branson seguía burlándose de su ropa, de su peinado, incluso de su maldito reloj. Su fiel y viejo Seiko -que le había regalado Sandy- era demasiado pequeño, al parecer, demasiado de «ayer»; emitía señales equivocadas sobre él. Seguramente incluso daba mal la hora.

¿Cómo diablos se podía ser moderno? ¿A sus casi treinta y nueve años valía la pena siquiera intentarlo? Entonces pensó en Cleo Morey, y notó una especie de vuelco en el estómago por la emoción. Y sí, se dio cuenta de que sí. Valía muchísimo la pena.

Dennis Ponds se quedó cotorreando durante lo que pareció una eternidad, pero Grace lo soportó porque sabía que en este momento necesitaba tener a Ponds de su lado, y aquélla era una buena forma de forjar vínculos. Además, Ponds le comentó un rumor interesante sobre la jefa, la subdirectora, Alison Vosper, y luego se quejó del inspector jefe Gary Weston, el superior inmediato de Grace, quien, dijo Ponds, parecía más interesado en las carreras de caballos y en los canódromos que en supervisar, y que la gente comenzaba a notarlo y a hablar.

Fuera cual fuera la verdad, no era inteligente por parte de su ambicioso jefe permitir que su reputación se mancillara. Como amigo, tal vez debiera decirle algo, pero ¿cómo? Y, además, Grace sabía -pero no quería reconocérselo a sí mismo- que a veces sentía celos del estilo de vida de Gary Weston, de su adorable familia, de sus modales naturales, de su ascenso fluido de rango a rango. Intentaba recordar quién había dicho que «Cada vez que un amigo mío triunfa, muere algo dentro de mí». Porque, lamentablemente, era verdad.

Por fin, Dennis Ponds se fue. Cuando la puerta se cerró, Grace cogió la revista y comenzó a hojearla. Al cabo de unos minutos, regresó el pesimismo. Había veinte looks distintos en veinte páginas diferentes. ¿Cuál le daría un aspecto moderno y elegante para la cita? ¿Y cuál le haría parecer un perdedor?

Sólo había un modo de averiguarlo, pensó, resignándose a un grave desprestigio.

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