Capítulo 64

Chris Willingham se quedó mirando al hombre histérico con manchas de vómito en la camiseta que le gritaba desde la puerta del salón e intentó desesperadamente recordar de su reciente curso de formación cómo enfrentarse a una situación como ésta.

– ¡¡Tiene que hacer algo!! ¡¡Por favor, tiene que hacer algo!! ¡¡Tiene que ayudarme a encontrar a mi mujer!!

«No alces la voz», recordó. Eso era lo primero. Así que, con voz suave dijo:

– ¿Qué ha sucedido exactamente?

– ¡¡Está gritando!! ¡¡Está muerta de miedo, joder!! ¿¿Vale?? -Tom Bryce entró en la habitación y lo cogió por los hombros-. ¡¡Tiene que hacer algo, joder!!

Al joven agente de Relaciones Familiares le entraron arcadas al oler el vómito.

– Dígame, señor Bryce, ¿qué ha pasado? -dijo manteniendo la voz baja.

Tom Bryce se dio la vuelta y salió de la habitación.

– ¡Venga, venga a ver! ¡Está en mi ordenador!

El agente subió las escaleras y siguió a Tom hasta el pequeño estudio flanqueado de libros y archivos y marcos de fotos de su mujer y sus hijos. Vio un portátil sobre la mesa, la tapa abierta, la pantalla en negro. Tom Bryce pulsó la tecla de retorno y apareció la bandeja de entrada de su correo electrónico.

El hedor a vómito aún era más fuerte allí dentro, y Willingham, concentrándose en la pantalla, intentó con cuidado no pisar el estropicio de la moqueta. Observó a Bryce sentarse, mirar la pantalla, fruncir el ceño y, luego, bajar el cursor.

– Estaba aquí -dijo Tom-. Estaba aquí, un e-mail con un puto documento adjunto. Dios santo, ¿dónde cono está?

Willingham no dijo nada; Tom pareció tranquilizarse un momento. Entonces, volvió a perder los nervios.

– ¡¡Estaba aquí!!

Tom miraba la pantalla con incredulidad. El puto e-mail había desaparecido. Tecleó una tras otra, a modo de búsqueda, las palabras que recordaba del mensaje. Pero no apareció nada. Se hundió hacia delante, y sostuvo la cabeza entre las manos, sollozando.

– Por favor, ayúdeme. Haga algo, por favor, encuéntrela, haga algo, por favor. Dios mío, tendría que haberla oído.

– La ha visto, ¿en la pantalla?

Tom asintió.

– Pero ¿ahora no está?

– Nooooo.

Willingham se preguntó si aquel individuo estaría loco. ¿Se lo estaba imaginando? ¿Estaba perdiendo la chaveta por culpa de la presión?

– Cuéntemelo todo desde el principio, ¿de acuerdo, señor?

Intentando mantener la calma, Tom le explicó exactamente lo que había visto y lo que había dicho Kellie.

– Si ha recibido un e-mail -dijo el policía-, tiene que estar en algún lugar en el ordenador.

Tom buscó en la carpeta de mensajes borrados, en la de correo basura, luego en el resto de carpetas de la base de datos de su correo electrónico. Había desaparecido.

Y comenzó a preguntarse, sólo por un momento, si lo había imaginado.

Pero el grito no. Imposible.

Se volvió hacia el agente.

– Seguramente pensará que han sido imaginaciones mías, pero no. Lo he visto. Sea quien sea esa gente, son muy hábiles con la tecnología. Ya me ha pasado antes. Esta semana he recibido mensajes que luego han desaparecido y me han borrado toda la base de datos.

Willingham estaba allí inmóvil, sin saber qué creer o hacer. El hombre estaba muy mal, pero no parecía loco, sólo en estado de choque. Había pasado algo, eso seguro, pero según sus limitados conocimientos de informática, los e-mails no desaparecían así como así. Podía ser que quedaran mal archivados; a él le había pasado.

– Vamos a intentarlo otra vez, señor. Repasemos todos sus archivos, uno por uno.

Era más de medianoche cuando terminaron. Y tampoco lo habían encontrado.

Tom lo miró, implorante.

– ¿Qué vamos a hacer?

El agente estaba pensando.

– Podríamos llamar a la Unidad de Delitos Tecnológicos, pero dudo que haya alguien a estas horas un domingo por la noche. ¿Y si probamos con el servicio técnico de su proveedor de acceso a Internet? Puede que den servicio las veinticuatro horas. -Entonces frunció el ceño-. Yo, mm… De hecho, pensándolo mejor, tengo que consultar primero con el comisario Grace.

– Déjeme intentarlo -dijo Tom.

El agente buscó el número y lo marcó. Una voz grabada lo puso en espera. Al cabo de diez minutos de una música horrible, una voz humana se puso al aparato, era un acento indio, servicial y con ganas de ayudar. Después de diez minutos más esperando, que le parecieron diez horas, el hombre regresó y le informó de que no había podido encontrar ni rastro del e-mail o del documento adjunto.

Tom colgó el teléfono, furioso.

En un tono que le decía que el agente de Relaciones Familiares era cada vez más escéptico, Willingham preguntó:

– ¿Cuáles han sido las palabras exactas de su mujer?

Intentando desesperadamente pensar con claridad, Tom reprodujo las palabras de Kellie con toda la precisión que pudo recordar.

– Ha dicho: «No hables con la policía. Haz exactamente lo que te digan, si no le tocará a Max y luego a Jessica. Por favor, haz exactamente lo que te digan. No debes decírselo a la policía. Si lo haces, lo sabrán».

– ¿A quiénes se refiere?

– No lo sé -dijo Tom, que sentía una impotencia absoluta.

Willingham sacó su radio digital. Al instante, Tom la tapó con la mano.

– ¡¡No!!

Se produjo un largo silencio entre ellos. Entraron varios mensajes más y el filtro del correo basura los borró. Tom comprobó las carpetas. Nada.

– Creo que tendría que presentar un informe sobre lo ocurrido.

– ¡No! -le espetó Tom.

– Será seguro, señor. Sólo voy a introducirlo en el sistema de la policía.

– ¡¡No!!

Desconcertado por la vehemencia del hombre, el agente levantó las manos.

– De acuerdo, señor, ningún problema. -Hizo una mueca-. ¿Qué le parece si preparo una taza de té para cada uno, o de café, y pensamos qué hacer?

– Café -dijo Tom-. Un café me vendría bien, gracias. Solo, sin azúcar.

El policía salió del estudio. Tom siguió mirando fijamente la pantalla; toda su vida residía en algún punto más allá de aquel horizonte.

Entró un nuevo e-mail. Era de postmaster@escarabajo.tisana.al. Lo abrió al instante:

¡Felicidades, Tom! ¡Aprendes deprisa! Ahora sal de casa, coge el coche de Kellie, ve en dirección norte por la A 23 London Road y espera a que te llame. No me gusta que no sigas mis instrucciones y hables con la policía. Si dices una palabra, sólo UNA palabra a tu nuevo mejor amigo, ese policía novato ama de llaves, no volverás a ver con vida a tu mujer, amigo mío. No intentes contestar a este mensaje. Y no te molestes en buscar la cámara oculta, la tienes delante.

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