15

El jueves por la mañana llamé a la oficina de Paul Kruse en la universidad, sin realmente saber muy bien lo que le iba a decir. Estaba fuera, y la secretaria del departamento no tenía ni idea de cuándo iba a regresar. Busqué el número de su consultorio en el listín. Tenía dos lugares de trabajo: el de Sunset, y el que había alquilado para Sharon. No hubo respuesta en ninguno de los dos. La misma vieja canción… y yo me había hecho un virtuoso de tanto ejecutarla. Pensé en volver a llamar a las compañías aéreas, pero no me hacía ninguna gracia seguir sufriendo al teléfono. Al fin mis pensamientos fueron interrumpidos por un golpe a la puerta: un mensajero que llegaba con un talón de Trenton, Worthy y La Rosa y dos grandes paquetes, envueltos como para regalo, también de la firma de abogados.

Le di una propina y, cuando se hubo marchado, abrí los paquetes: uno contenía una caja de Chivas Regal, el otro una caja de Moët y Chandon.

Una propina para mí. Y, mientras me preguntaba por qué sería, sonó el teléfono.

– ¿Llegó ya? -me preguntó Mal.

– Hace un minuto.

– O-yee… ¿No es eso calcular bien? No te lo bebas todo de golpe.

– ¿Y a qué viene ese regalo, Mal?

– El motivo es que hemos logrado un acuerdo con una cantidad que alcanza las siete cifras. Todo ese talento legal se ha reunido y han decidido dividirse la cantidad a pagar entre ellos.

– ¿Moretti también?

– Especialmente Moretti. La compañía de seguros está poniendo la parte más grande. Llamó un par de horas después de tu intervención, Alex, ni siquiera jugó a hacerse el difícil. Y cuando él se derrumbó, los demás fueron cayendo como fichas de dominó. A Denise y al pequeño Darren les acaba de tocar la lotería, doctor.

– Me alegro por ellos. Trata de conseguir que los dos se busquen algo de ayuda médica.

– El ser ricos les va a ayudar; pero seguro, la presionaré. Por cierto, después de que llegamos a una cifra, Moretti me pidió tu número de teléfono. Estaba muy impresionado.

– Me siento halagado.

– Se lo di.

– Pierde el tiempo.

– Eso es lo que yo pensé, pero no era a mí a quien le tocaba decirle que se fuese a tomar por el culo. Hazlo tú mismo. Me imagino que lo disfrutarás.


A la una en punto fui a hacer otro intento de comprar vituallas. En la sección de verduras, mi carrito colisionó con el empujado por una mujer alta, de cabello castaño.

– Uf, lo siento -desenganché, me puse a un lado y fui hasta donde los tomates.

– No, la culpa es mía -me dijo, animosamente-. Esto se pone a veces como la autopista, ¿no?

El supermercado estaba casi vacío, pero le dije:

– Ya lo creo.

Me sonrió con unos dientes muy blancos y muy regulares y la miré mejor. A finales de los treinta o en el bien conservado principio de los cuarenta, con una espesa mata de cabello que rodeaba un rostro redondo, hermoso. Nariz respingona y pecas, ojos del color del mar encrespado. Llevaba unos pantalones muy cortos, de tela tejana, que promocionaban unas largas y morenas piernas de corredora, y una camiseta de manga corta color lavanda que hacía lo mismo por unos altos y agudos pechos. Alrededor de un tobillo se veía una cadenita de oro. Sus uñas eran largas y plateadas, las de los dedos índices llevaban incrustadas unas esquirlas de diamante.

– ¿Qué es lo que opina de esto? -me dijo, pasándome un melón cantalupo-. ¿Demasiado duro para estar maduro?

– No, no lo creo.

– Justo en su punto, ¿no es así? -Una amplia sonrisa, una pierna inclinada y descansando sobre la otra. Se estiró y la camiseta subió, mostrando un estómago plano y bronceado.

Giré el melón en mis palmas y le di un par de golpecitos con los nudillos.

– Justo en su punto. -Cuando se lo devolví, nuestros dedos se tocaron.

– Soy Julie.

– Alex.

– Te he visto antes por aquí, Alex. Compras montones de verduras chinas, ¿no?

Un palo de ciego y un fallo… pero, ¿por qué hacerla sentirse mal?

– Ya lo creo.

– Me encanta el bok choy -me dijo, mientras alzaba en una mano el cantalupo. Colocándolo en su carrito, pasó su atención a una piña envuelta en plástico-. Humm, todo parece tan bueno y maduro hoy. Ñamñam.

Yo metí en mi carrito unos tomates, seleccioné una lechuga y un manojo de chalotas y comencé a alejarme rodando.

– Abogado, ¿verdad?

Le sonreí y negué con la cabeza.

– Hum, veamos… arquitecto.

– No, soy psicólogo.

– ¿De verdad lo eres? ¡Me encantan los psicólogos! El mío me ayudó mucho.

– Eso es estupendo, Julie. -Comencé a empujar mi carrito, alejándome-. Me alegra haberte conocido.

– Escucha -me dijo-. Estoy en esa dieta limpiadora de una-comida-por-día, sólo al mediodía… montones de carbohidratos complejos, y aún no la he comido hoy. Estoy hambrienta, y hay un bar en la parte de atrás, en el que dan pasta, ¿te gustaría comer conmigo?

– Me encantaría, Julie, pero no puedo. Gracias de todos modos.

Esperó a que yo intentara algún seguimiento. Cuando no lo hice, se le mudó la faz.

– No es nada personal -le expliqué-, sólo es un mal momento.

– Seguro -dijo ella y apartó la cara con gesto despectivo. Mientras me alejaba, la oí murmurar-: ¡Joder, es que todos los que son guapos, son maricas!

A las seis vino a verme Milo. A pesar de que no tenía que regresar a la Comisaría hasta el lunes, estaba vestido como para trabajar: un ajado traje de tejido barato, una camisa de lavar-y-usar, una corbata atroz y botas del desierto.

– Me he pasado todo el día haciendo de detective -me dijo, tras cogerse una cerveza y comentarme que era un buen chico, por haber vuelto a llenar mi despensa-. La División de Hollywood, el forense, el Archivo Municipal, el Catastro y Seguridad. Tu doctora es un maldito fantasma. Desde luego, daría algo por saber lo que está pasando.

Se sentó a la mesa de la cocina. Yo me coloqué frente a él, y esperé a que acabase la cerveza.

– Es como si nunca la hubieran procesado a través de ningún sistema -me explicó-. Tuve que hacerme el despistado en Hollywood haciendo ver que buscaba otra cosa, mientras miraba si hallaba algún informe acerca de ella. Nada. Ni en papel, ni en el ordenador central. No pude hallar ni quién llamó la noche en que ella murió, ni quién le cogió la llamada. Nada tampoco en el forense…, ni informe de la autopsia, ni ficha de almacenamiento en el depósito, certificado de defunción, entrega a familiares. Quiero decir que hay asuntos con más o menos tapadera, pero esto parece cosa de la Dimensión Desconocida.

Se frotó la cara con la mano.

– Uno de los patólogos es un tipo al que Rick conoció en la Facultad de Medicina. Normalmente logro que me hable «off the record», que me dé los resultados antes de que escriba el informe final, que me haga especulaciones acerca de cosas que no puede poner en el informe. Pensé que, por lo menos, me podría conseguir una copia del informe. No ha habido manera. Hizo todo un teatro para mostrarme que no había informe, y me dejó claro que no debía pedirle favores referentes a este caso.

– ¿El mismo patólogo con el que habló Del?

– No. Ése era Itatani. Hablé primero con él, y lo mismo… El telón ha caído con fuerza sobre esto. Confieso que estoy intrigado.

– Quizá no fue suicidio.

– ¿Alguna razón para pensar eso?

– Tenía a mucha gente enfadada con ella.

– ¿Qué gente?

Le conté lo de las seducciones de los pacientes, sin mencionar el nombre de Leslie Weingarden.

– Muy bonito, Alex. ¿Y por qué no me lo contaste al principio?

– Es de una fuente confidencial. No puedo darte más detalles.

– Jesús. -Se levantó, caminó arriba y abajo-. Me pides que te cave un agujero, y no me das la pala. Jesús, Alex.

Se fue a por otra cerveza.

– Ya es bastante malo el volver a estar en el mundo real -me dijo-, sin encima tener que estar todo el día con las ruedas patinando.

– No fue mi intención el mandarte a dar palos de ciego…

– Zas, zas.

Luego agitó la mano.

– Pero, ¿a quién quiero engañar…? No lo he hecho por ti, lo he hecho por mí: por Trapp. Y aun así, no creo que en esto haya un gran gato encerrado. Ransom se mató ella misma. Era una mal ajustada… y lo que me has dicho lo corrobora.

Al borde del abismo. Asentí con la cabeza.

– ¿Has encontrado algo acerca de la hermana gemela?

– Nada. Otro fantasma. No hay ninguna Shirlee Ransom en nuestros archivos, ni en los de nadie. Si te acordases del nombre de ese hospital en el que la viste, podríamos buscar en los archivos de transferencia de negocios o en los de bancarrotas. Pero, incluso encontrándolo, el seguir la pista de los pacientes individuales sería un trabajo casi imposible.

– No puedo acordarme porque nunca lo supe, Milo. ¿Y si mirásemos en los archivos de la Medi-Cal?

– Me dijiste que la Ransom era rica. ¿Por qué iba a estar su hermana acogida a la asistencia médica del Estado?

– Sus padres eran ricos, pero eso fue hace años. El dinero se acaba. Además…

– Además -añadió él-, con todas las mentiras que contaba, ya no sabes qué creer.

Asentí.

– Desde luego mentía. Como en eso de ser dueña de la casa de Jalmia. El lugar es propiedad de una gran empresa, tal cual te dijo esa agente inmobiliaria. Una empresa de gestión llamada Western Properties, que es propiedad de un holding, que es propiedad de una empresa de ahorros y préstamos, que es propiedad de la Magna Corporation. Creo que ahí se acaba el organigrama, pero no lo juraría.

– La Magna -dije-. ¿No es ésa la empresa de Leland Belding?

– Lo fue hasta que murió. Ni idea de quién es ahora el propietario. -Bebió cerveza-. El viejo multimillonario ermitaño. Ése era un tipo al que uno se podía imaginar dando el telonazo que han dado a este caso, pero lleva enterrado… ¿cuánto? ¿Cinco años?

– Algo así. ¿No hubo quien dijo que no había muerto?

– ¿Quién? ¿El tipo que escribió ese libro lleno de mentiras? Se mató después de que descubriesen su engaño, lo que es una buena indicación de que tenía algo de lo que avergonzarse. Incluso esos chalados que ven conspiraciones por todas partes no se creen ésta. De todos modos, sea quien sea su propietario, la empresa sigue viva… El funcionario me dijo que es una de las principales propietarias de terrenos al oeste del Mississippi…, millares de parcelas. La casa de la Ransom resulta ser una de ellas. Con este tipo de propietario, ya puedes entender lo de la venta rápida.

Se acabó la cerveza y se levantó a por una tercera.

– ¿Cómo está tu hígado? -le pregunté.

– Como una rosa. Mamá. -Deliberadamente, tragó como un gorrino-. De acuerdo, ¿dónde nos encontramos? Magna, los archivos de la Medi-Cal para la hermana. Muy bien, creo que puede valer la pena intentarlo, por si así la encontramos, aunque no sé qué demonios sacaremos de encontrarla. ¿Estaba muy impedida?

– Muchísimo.

– ¿Podía hablar?

– No.

– Maravilloso. -Se limpió la espuma de los labios-. Si deseo entrevistar vegetales, siempre puedo ir a un restaurante vegetariano. Lo que voy a hacer es ir a Jalmia y hablar con los vecinos, quizá fue alguno de ellos el que hizo la llamada, y sepa algo acerca de ella.

– ¿Acerca de ella y Trapp?

– Eso estaría muy bien.

Se fue a la sala de estar, conectó la televisión, puso los pies en alto y vio las noticias de la tarde. Al cabo de unos momentos ya estaba dormido. Y yo estaba recordando una instantánea en blanco y negro y pensando, a pesar de todo lo que él había dicho, en Shirlee Ransom. Me fui a la biblioteca y llamé a Olivia Brickerman.

– Hola cariño -me dijo-. Ahora mismo acabo de llegar y he empezado a atender al Príncipe Alberto.

– Si te he interrumpido a mitad de algo…

– ¿Cómo? ¿Ahora a las ciruelas y los cereales hinchados con leche se les llama algo? Espera un segundo y estaré contigo.

Cuando volvió a ponerse al aparato dijo:

– Ya está, ya le he preparado su comida.

– ¿Cómo está Al?

– Sigue siendo el alma de la fiesta.

Su esposo, un gran maestro y antiguo columnista especializado en ajedrez del Times, era un hombre de cabello y barba canos, que tenía el aspecto de un profeta del Antiguo Testamento y del que se sabía que podía pasarse días enteros sin hablar.

– Lo sigo teniendo en casa por el ardiente sexo que me da -añadió-. Y, dime, ¿cómo estás tú, hermoso?

– Muy bien, Olivia. ¿Y qué me dices de ti? ¿Aún sigues disfrutando de un trabajo en el sector privado?

– En realidad, en este momento me siento bastante abandonada por el sector privado. ¿Te acuerdas cómo me metí en este grupo de privilegiados? ¿Que el chico de mi hermana Steve, el psiquiatra, queriendo rescatarme del infierno del funcionariado me montó este trabajo como coordinadora de subsidios? Bueno, durante un tiempo estuvo bien, nada demasiado estimulante, pero la paga era buena, no había borrachines vomitando sobre mi escritorio, y a la hora de la comida podía bajar caminando a la playa. Entonces, de repente, Stevie acepta un empleo en no sé qué hospital en donde curan a los drogadictos, allá en Utah. Y es que resulta que se aficionó al esquí, ahora es como una religión para él. «Me va la nieve cantidá, tía», así de mal habla el señor médico. Educado en Yale… El caso es que el tipo que lo ha sustituido es un auténtico cabrón, muy frío, que piensa que las asistentas sociales están a un peldaño por debajo de las secretarías. Ya estamos teniendo fricciones. Así que, si te enteras de que me he retirado definitivamente, no te sorprendas. Y basta ya de hablar de mí. ¿Qué tal te van a ti las cosas?

– Bien.

– ¿Qué tal está Robin?

– Muy bien -le dije-. Muy ocupada.

– Aún espero una invitación, Alex.

– Un día de éstos.

– Conque un día de éstos, ¿eh? Tú asegúrate de echar el nudo, mientras yo aún esté funcionando y pueda disfrutarlo. ¿Quieres oír un chiste cruel? ¿Qué es lo que tiene de bueno la enfermedad de Alzheimer?

– ¿Qué es?

– Que cada día tienes que conocer gente nueva. ¿No es cruel? El cabrón me lo ha contado. ¿Crees que lo habrá hecho con doble intención?

– Probablemente.

– Eso era lo que me imaginaba. ¡El muy hijo de puta…!

– Olivia, necesito que me hagas un favor.

– Y yo que pensaba que ibas tras de mi cuerpo…

Pensé en el cuerpo de Olivia, que se parecía al de Hitchcock, y no pude evitar el sonreír.

– Eso también -le dije.

– ¡Pura boquilla! ¿Qué es lo que necesitas, guapetón?

– ¿Aún tienes acceso al archivo de Medi-Cal?

– ¿Bromeas? Tenemos Medi-Cal, Medicare, Short-Doyle, Workman's Comp, CCS, AFDC, FDI, ATD… todos los archivos que puedas imaginarte, esto es una sopa de letras. Esta gente no se andan con chiquitas a la hora de hacer facturas: saben cómo sacarle hasta el último dólar a una petición legal. El cabrón volvió a la Universidad tras su período como médico residente, y sacó un Master en leyes.

– Estoy tratando de localizar a una antigua paciente: estaba impedida, necesitaba ayuda crónica, y estaba hospitalizada en una pequeña clínica de rehabilitación, en Glendale…, en el South Brand. El lugar ya no existe, y no puedo recordar su nombre. ¿Te suena alguna campanilla?

– ¿En Brand Boulevard? No. Hay montones de sitios que ya no existen. Las grandes empresas se lo están comiendo todo… Estos mismos chicos listos se han vendido a uno de los gigantes, de Minneapolis. Bueno, si ella está totalmente impedida, debería estar en la ATD, si sólo era parcial y trabajaba, podría ser en el FDI.

– La ATD -dije-. ¿Podría estar también en la Medi-Cal?

– Seguro. ¿Cuál es el nombre de esa persona?

– Shirlee Ransom, con dos es. Treinta y cuatro años de edad, nacida en mayo, el quince de mayo de 1953.

– ¿Diagnosis?

– Tenía múltiples problemas. Los principales probablemente fuesen neurológicos.

– ¿Probablemente? ¡Pensaba que era paciente tuya!

Dudé.

– Es un asunto complicado, Olivia.

– Ya veo. No estarás metiéndote otra vez en problemas, ¿verdad?

– Nada de eso, Olivia. Sólo sucede que en este tema hay compromisos de mantener la confidencialidad. Lamento no poder explicarte más. Así que si te es mucha molestia…

– Deja de ser tan buen chico. Al fin y al cabo, no me estás pidiendo que haga nada ilegal… ¿no?

– No.

– De acuerdo, en lo que se refiere a hacerme con los datos, nuestro acceso directo se limita a los pacientes tratados en California. Si tu señorita Ransom sigue siendo tratada en algún lugar de este estado, yo podré obtenerte los datos de inmediato. Si salió del estado, tendré que contactar al archivo central, en Minnesota, y esto llevará tiempo, quizás incluso una semana. En cualquier caso, si está recibiendo dinero del Gobierno, te conseguiré una dirección.

– ¿Así de fácil?

– Seguro, todo está en los ordenadores. Todos estamos en la lista de alguien. Incluso algún cabrón con un ordenador gigante tiene archivado lo que tú y yo hemos tomado para desayunar, cariño.

– La intimidad, el más caro de los lujos.

– Ya lo puedes decir -asintió ella-. Si supieras cómo empaquetarla y la pusieras en el mercado, te ibas a ganar un billón de dólares.

Загрузка...