En uno de los casos en que acababa de estar trabajando estaba involucrada una niña de cinco años como rehén de una malévola batalla por su custodia entre un productor de Hollywood y su cuarta mujer.
Durante dos años los padres, animados a seguir con la guerra por unos abogados que cobraban en tanto que ésta continuase, habían sido incapaces de llegar a un acuerdo. Finalmente, el juez se había hartado y me había pedido que le hiciese alguna recomendación. Yo había evaluado a la chica, y pedido que asignasen a otro psicólogo, para examinar a los padres.
El consultor que yo había recomendado era un antiguo compañero de estudios llamado Larry Daschoff, un agudo diagnosticador, cuya ética yo respetaba. Larry y yo habíamos seguido siendo amigos a lo largo de los años, recomendándonos a posibles clientes de nuestras respectivas especialidades, reuniéndonos de vez en cuando para comer o para una partida de frontón. Pero, como amigo, caía en la categoría de los no íntimos, por lo que me sorprendió que me llamase a las diez de la noche del viernes:
– ¿Doctor D? Habla el Doctor D -me gritó, tan jovial como siempre. Un huracán de sonidos rugía al fondo: neumáticos chirriantes y tiros de una tele puesta a todo volumen, compitiendo con lo que parecía ser el patio de una escuela en el descanso entre clases.
– Hola, Larry. ¿Qué pasa?
– Lo que pasa es que Brenda está en la Biblioteca de la Facultad de Derecho, empollando para su curso de postgraduada y dejándome a los cinco monstruos pequeños para mi solito.
– Las alegrías de ser padre.
– Ya, claro -el nivel del ruido creció. Una vocecilla gimió:
– ¡Papi! ¡Papi! ¡Papiii!
– Un segundo, Alex. -Colocó la mano sobre el micrófono, pero le escuché decir-: Espera hasta que haya acabado de hablar por teléfono. No, ahora no. Espera. Y si te molesta, mantente alejado de él. Ahora no, Jeremy, no quiero escucharlo. Estoy hablando por teléfono, Jeremy. Si no te tranquilizas, no habrá galletitas de cacao y te mandaré veinte minutos antes a la cama.
Volvió al aparato:
– Me he convertido en un fan instantáneo de la terapia aversiva, de la Jodida Doctora Anna Freud y Bruno Bettelheim. Probablemente, ambos se debieron de encerrar en sus cuartos para escribir sus libros, mientras otra persona cuidaba de sus hijos. Aunque, ¿llegó a tener hijos la vieja Anna? Me parece que se pasó toda la vida siéndole fiel a Papaíto. En cualquier caso, lo primero que voy a hacer el lunes es encargar media docena de porras eléctricas de esas para el ganado. Una para cada uno de ellos y otra para metérmela yo por el culo, por haber animado a Brenda a volver a la Facultad. Si a Robin se le ocurre alguna vez una idea creativa como ésa, cambia inmediatamente de tema de conversación.
– Seguro que lo haré, Larry.
– ¿Te encuentras bien, D?
– Sólo estoy algo cansado.
Era demasiado bueno como terapeuta, como para no saber que no se lo estaba contando todo. Y también era demasiado bueno como para proseguir con aquello.
– Hablando de otra cosa, D, he leído tu informe sobre el lío de los Featherbaugh, y estoy de acuerdo en todo. Con unos padres como ésos, lo que realmente seria mejor para el crío es quedarse huérfano. Quitando eso, estoy también de acuerdo en que algún tipo de estúpido arreglo de custodia conjunta será lo menos malo para el crío. ¿Quieres apostar sobre las posibilidades que hay de que lleguen a ponerse de acuerdo?
– Sólo si me dejas apostar a que no se pondrán.
– De eso nada. -Se volvió a excusar, le dio un alarido a alguien para que bajase el volumen de la tele. No le hicieron caso, pero no volvió a insistir-. La gente está bien jodida, ¿no es así, D? ¿Y qué te parece esto como resumen de todo lo aprendido por uno, tras trece años de husmear en el interior de las mentes? Ya nadie quiere trabajar en hacer que algo funcione… Dios sabe que yo no soy ningún regalo, ni tampoco lo es Brenda, y si nosotros hemos podido seguir juntos todos estos años, cualquiera debería ser capaz de lograrlo.
– Siempre he pensado que vosotros dos sois la pareja perfecta.
– Sí, claro, una de tantas… -se echó a reír-. Estamos hablando de un matrimonio a la italiana: mucha pasión, muchos gritos. Lo cierto es que, básicamente, ella sólo me aguanta por mis proezas sexuales.
– ¿Es eso cierto?
– ¿Es eso cierto? -me imitó, en tono de burla-. D, has sonado como uno de esos malos comecocos de la tele, y no con tu habitual tono chisporroteante de persona culta y educada. ¿Seguro que te encuentras bien?
– Estoy muy bien. De veras.
– Si tú lo dices… De todos modos, volviendo a la razón por la que te he llamado: ¿te ha llegado la invitación para la gran fiesta de Kruse?
– Está decorando, con gran elegancia, el fondo de mi papelera. ¿Te parece esto lo bastante chisporroteante?
– No, ni por asomo. ¿Es que planeas no ir?
– Debes de estar bromeando, Larry.
– No sé. Podría ser divertido, al estilo del mondo bizarro… ver cómo vive la otra mitad del mundo, quedarnos al margen haciendo malintencionados comentarios analíticos, mientras reprimimos nuestra envidia burguesa.
Recordé algo:
– Larry, ¿no fuiste por un tiempo ayudante de investigación de Kruse?
– No por un tiempo, simplemente por un semestre… y, sí, me estoy mostrando resentido. El tipo ése era sórdido. Mi excusa es que yo estaba en la ruina… recién casado, trabajando como un esclavo en la tesina, y con el dinero de mi beca agotado a mitad del semestre.
– No lloriquees tanto, Larry, que era un chollete: os pasabais todo el día sentados, viendo películas guarras.
– No eres justo, Delaware. Estábamos explorando las fronteras de la sexualidad humana. -Se echó a reír-. En realidad nos pasábamos todo el día sentados viendo a los alumnos de primero viendo películas guarras. ¡Oh aquellos buenos y lujuriosos años sesenta…! ¿Te imaginas tratando de hacer algo así, hoy en día?
– Todo eso que se ha perdido la ciencia.
– Sí, una auténtica catástrofe. A decir verdad, D, aquello era pura mierda. Y Kruse logró colocarlo en la Facultad, porque se trajo su propia financiación… una donación privada, para estudiar los efectos de la pornografía en la excitación sexual.
– ¿Y logró descubrir algo?
– Su mayor descubrimiento fue que las películas porno ponen cachondos a los alumnos de primero.
– Eso ya lo sabía yo, cuando estaba en primero…
– Tú siempre fuiste un adelantado, D.
– ¿Y lo publicó?
– ¿Dónde? ¿En Penthouse? No, usó los resultados para sus conferencias de pago y se dedicó a hacer propaganda de la porno como un saludable modo de lograr una satisfacción sexual, etcétera, etcétera. Luego, en la «nueva moralidad» de los ochenta, dio un giro total… Supuestamente, volvió a «analizar» sus datos. Y comenzó a dar conferencias acerca de cómo la pornografía contribuía a provocar la violencia contra las mujeres.
– Es todo un prodigio de integridad, nuestro nuevo Jefe de Departamento…
– ¡Oh, sí!
– ¿Cómo ha logrado llegar tan alto, Larry? ¡Si sólo era un ayudante a tiempo parcial!
– Ayudante a tiempo parcial, con enchufes a tiempo completo.
– ¿Tienen algo que ver con el nombre que hay en la invitación…, el tipo ése de la donación, Blalock?
– Has dado en el clavo. Es una familia de mucha pasta… acero, ferrocarriles… una de esas familias que se ganan un centavo cada vez que respira alguien al oeste del Mississippi.
– ¿Qué clase de enchufe tiene Kruse con él?
– Por lo que he oído decir la señora Blalock tuvo un crío con problemas, y Kruse era él terapeuta del niño. Debió de haber hecho algo bueno por él, porque Mami lleva años soltando dinero para el Departamento… bajo la condición de que lo administre Kruse. Así que lo han ido promocionando, le han dado todo lo que ha deseado. Y su última voluntad ha sido la de ser el Jefe del Departamento, así que, voilà, ahí tienes al ayudante a tiempo parcial.
– Cargos en venta -comenté-. No sabía que las cosas hubieran caído tan bajas.
– Tanto y aún más, Alex. Yo sigo dando esas charlas sobre terapia familiar, de modo que estoy lo bastante relacionado con el Departamento, como para saber que la situación financiera es desastrosa. ¿Recuerdas cómo acostumbraban a pasarnos por las narices la bondad de la investigación pura, cómo miraban por encima del hombro a cualquier cosa que les sonase a investigación aplicada? ¿Cómo Ratonero Frazier no paraba de decirnos que útil era una palabra obscena? Pues finalmente se les ha caído el pelo… ya nadie quiere dar dinero en donaciones para que se estudie el reflejo del parpadeo en las langostas decorticadas. Y, para acabarlo de arreglar, la matriculación de nuevos alumnos va a la baja… la Psicología ya no es una carrera universitaria de moda. Hoy en día todo el mundo, incluido mi primogénito, quiere hacer Empresariales, para tomar un atajo que lo lleve rápidamente a la felicidad y la buena vida. Lo que equivale a recortes en el presupuesto, despido de profesores, clases vacías. Han tenido congelada la contratación de personal durante los últimos diecinueve meses… y en esto se incluye a los mismísimos catedráticos. Kruse trae con él el dinero de los Blalock, así que puede comprarse el cargo. Según dice mi hijo mayor: el dinero canta, Pa. Y la mierda reina. ¡Joder! si incluso Frazier se ha subido al carro de los triunfadores…, lo último que he sabido de él es que estaba en el negocio de la venta por correspondencia, ¡comercializando cintas educativas sobre cómo dejar de fumar!
– Bromeas.
– En estas cosas no bromeo.
– ¿Qué sabe Frazier de cómo dejar de fumar? Lo que es más, ¿qué sabe él de nada humano?
– ¿Y desde cuándo ha sido eso importante? De todos modos, así están las cosas. Hablemos ahora del sábado: he logrado colocar a la totalidad de mis cinco encantos, por un período de tres horas del día de mañana. Podría emplear ese tiempo en hacer algo de músculo, ver un partido, o hacer alguna otra cosa comparablemente emocionante, pero la idea de ponerme guapetón y atiborrarme de tragos gratis y de canapés y tapas de haute-cuisine en algún palacete de Holmby Hills me apetece bastante.
– Seguro que los tragos son malos, Larry.
– Mejores que lo que estoy bebiendo ahora: zumo de manzana de ése que se hace con polvos. Tiene aspecto de orines. Pero es todo lo que me queda en la casa… me olvidé de ir de compras. Y he estado cebando a los críos con cereales azucarados durante los últimos dos días. -Suspiró-. Soy un hombre atrapado, D. Estamos hablando de fiebres caseras, en su estadio terminal. Ven a esa maldita fiesta e intercambia maledicencia cínica conmigo durante un par de horas, por favor. Yo responderé aceptando por los dos. Tráete a Robin, pavonéate con ella por toda la fiesta y demuéstrales a esos viejos ricos pedorreros que el dinero no lo puede comprar todo.
– Robin no podrá ir. Está fuera de la ciudad.
– ¿Negocios?
– Justo.
Pausa.
– Escucha, D, si tienes algún compromiso, no pasa nada…
Pensé en ello por un momento, consideré la perspectiva de otro día de soledad, y le dije:
– No, Larry. Estoy libre.
Y eso puso las ruedas en movimiento.