Me dejaron a solas en aquella sala durante una hora y tres cuartos. El primer rato lo pasé sentado en la silla con la foto, que ellos habían tenido la consideración de dejar allí para que me hiciese compañía. En el reverso ponía «Kasey Broach, 22/1, 2.07 horas». Los inspectores no habían perdido tiempo en ir por mí. Cuando no pude soportar más la espeluznante fotografía, no me quedó otra cosa que hacer que contemplar mi reflejo deformado en el espejo. La distorsión amplificaba mi pelo erizado sobre el surco de la cicatriz, o quizás ése era realmente mi aspecto.
Mi videocámara digital tenía una memoria de ciento veinte horas, lo cual significaba que había estado grabando sin parar desde que la había conectado, captando todos mis movimientos en la cama. Para bien o para mal, allí estaría la respuesta. Yo durmiendo apaciblemente o bien levantándome sonámbulo para ir a matar.
Al cabo de un rato moví de nuevo la mesa y la silla hasta el centro de la sala. Mientras caminaba me sorprendí pasándome los dedos por mi cicatriz escondida. Cuando fue la hora en punto, le dije al espejo que orinaría en el rincón si alguien no me llevaba al baño. Un momento después la puerta se abrió y un guardia novato con cara de pocos amigos me acompañó por el pasillo y luego de vuelta a la sala.
Kaden y Delveckio volvieron por fin, trayendo sillas y cara de dispepsia, al menos Kaden; por lo que yo sabía de Delveckio, ésa era su expresión normal. Al ver sus caras, sentí ni más ni menos que alborozo: yo no había sido.
Se sentaron enfrente de mí. La carpeta que Kaden dejó sobre su regazo tenía una marca de sudor de la mano.
– Hemos visto la filmación -dijo-. El laboratorio opina que seguramente no está trucada. No hay problemas técnicos en la continuidad.
Suspiré eternamente. Sentí tal alivio que casi se me fue la cabeza.
Kaden estaba hablando.
– Pero podría usted tener un cómplice. O el forense quizá se equivocó al determinar la hora de la muerte. Estuvo usted fuera de cámara durante media tarde y la primera parte de la noche.
– Tengo coartada. Estuve en casa de un amigo por la tarde, y luego vino a verme mi editor.
– Sigue sin convencerme -dijo Kaden-. ¿Por qué un inocente (inocente pese a que toda la evidencia física en el lugar del delito apunta nada más que a él) habría de tener una sólida coartada?
– Porque pensé que podía haberme cortado yo el pie estando dormido, y me preocupaba la posibilidad de estar perdiendo la chaveta.
Kaden rio:
– ¿Perdiendo?
– Empecemos de nuevo. -Le tendí la mano-. Me llamo Drew.
Kaden se quedó mirándola como si fuera a escupirla, pero al cabo de un momento asintió con la cabeza. Delveckio hizo lo propio, de mala gana.
– De acuerdo. No os caigo bien, y a mí tampoco me gustáis mucho. -Miré a Delveckio-. Especialmente tú.
– ¿Y por qué yo?
– La bromita del insulto era francamente mala. Kaden hace más poses pero impresiona más, de modo que supongo que tiene derecho a ello. Pero resulta que… -hice una pausa teatral- tenéis un caso por resolver. Puede que dos. Yo estoy metido en esta investigación. De manera peculiar, además. Me encuentro aquí, y sin abogado, de modo que sacad partido de la situación.
– ¿Sabe qué me disgusta todavía más que los listillos de Hollywood? -dijo Kaden-. Pues reabrir casos que ya había cerrado.
– Si mi caso está cerrado, ¿quién mató a Kasey Broach?
Al oír el nombre de la víctima se quedó un momento perplejo, pero luego sus ojos se posaron en la foto.
– Pues no lo sé, Danner. Alguien que tiene tu mismo pelo, tu misma sangre y que usa tu papelera. Así que adivina a quién iremos a buscar cuando termine este rollo de la videocámara y tengamos otra vez un posible móvil.
A buen seguro, no al tipo que me había colgado el mochuelo.
Miré el cadáver de Kasey Broach preguntándome qué conexión tendría conmigo, si es que tenía alguna. O con Genevieve. Tal vez existía una conexión entre Broach y la familia Bertrand. O quizá sólo la habían asesinado para tenderme una trampa. ¿Quién podía tener motivos para verme entre rejas? Quiero decir, aparte de los dos inspectores a los que ahora me enfrentaba. ¿Acaso Genevieve estuvo saliendo realmente con alguien, y ese alguien consideraba que yo no debía ir por la calle impunemente? Quizá Luc Bertrand había contratado a alguien para destruirme por cualquier medio. Difícil de creer, con aquella mirada suya de besugo, pero bueno, tampoco era fácil creer lo del tumor. Seguí dándole vueltas, acordándome de un agente literario al que había despedido, de un tipo al que le rompí accidentalmente la nariz en una pista de baloncesto, de una carta estrafalaria que me había enviado un lector anónimo después de publicarse Chainer's Link.
– ¿Cómo puedo ayudaros? -pregunté-. ¿Por dónde empezáis?
– A día de hoy -dijo Delveckio- no tenemos nada que podamos revelar.
– ¿Genevieve y Kasey Broach tienen alguna cosa en común?
– Padres afligidos. Hermanas pequeñas desconsoladas… -Negó con la cabeza-. Yo me ocupé de informar al pariente más cercano, a Adeline. Ojalá hubiera tenido tu videocámara para que pudieras ver su reacción.
Me tragué las ganas de propinarle la reacción que se estaba buscando.
– Entonces, ¿no habéis encontrado nada que relacione a las víctimas?
Su sonrisita se difuminó y arqueó las cejas.
– Sólo a ti.
Kaden se levantó para marcharse, y Delveckio lo imitó con apenas un segundo de demora.
– ¿Habéis encontrado algo fuera de lo normal en su sangre? -pregunté.
Se detuvieron y Kaden giró lentamente sobre los talones.
– ¿Por qué lo preguntas?
– Dos días atrás, por la noche, me sentí muy mareado al despertar. Pensé que sería el estrés o alguna secuela del tumor, pero podría ser que me hubieran drogado para hacerme ese corte en el pie. -Me retrepé en la silla, cruzando los brazos-. Para sacarme sangre.
Delveckio miró a Kaden arqueando las cejas. Kaden dio dos solemnes pasos hacia la silla y se volvió a sentar.
– Entonces, si estabas drogado, ¿cómo es que te despertaste tan de golpe?
– Ni idea. Tengo una buena tolerancia a las sustancias tóxicas, secuela de mi disipada juventud. ¿Se podría analizar la muestra de sangre?
Kaden sacó un móvil de su bolsillo y marcó.
– Soy Kaden. Ponme con Wagner.
Se levantó y salió de la sala.
– ¿Lloyd Wagner trabaja en el caso?
Delveckio parecía molesto por tener que seguir con lo mío.
– Pues claro -dijo-. Trabajó en el primer asesinato, ¿no? Por eso lo llamaste, supongo. Como le conocías del juicio, pensaste que podrías sacarle jugo.
– Le conocía de antes. Lloyd me ha ayudado en varios proyectos.
– Ya, pues creo que deberías saber que no tiene interés en ayudarte nunca más.
La voz de Kaden se filtraba por las paredes, pero no pude distinguir lo que decía. Delveckio, mientras tanto, hacía todo lo posible por no establecer contacto visual conmigo.
– En la filmación -dije-, ¿os habéis fijado si… habéis visto si movía algo de la mesita de noche?
– ¿Cómo dices?
– ¿Un bote de cristal con algo dentro?
– Ya me imaginaba que esto se pondría más raro aún.
– ¿Lo habéis visto o no?
– No.
Así pues, mi tumor ya se había largado cuando monté la cámara en el rincón. Por tanto, debió de desaparecer más o menos a la hora del corte en el pie. Otra rareza que añadir al montón.
Kaden volvió a entrar.
– A estas alturas ya no estaría en tu corriente sanguínea -dijo.
– ¿El qué? -pregunté.
Kaden cambió el peso de pierna, una manera de contestar con evasivas.
– Vamos. Si es que alguien me drogó, al menos dime qué pudo correr por mis venas.
– Xanax y Sevoflurane. El alprazolam-no-sé-qué-más (eso es Xanax) es de corta duración. Lo otro también. Se trata de un gas anestésico. «Eliminación rápida del torrente sanguíneo», ha dicho el tipo.
– Entonces, ¿cómo lo detectasteis en Kasey Broach?
– Somos rápidos. El agente dio el parte por la radio de su coche patrulla. Supimos que el cadáver se parecía a Genevieve Bertrand y llamamos a la caballería para que nadie jodierá ninguna prueba. Nuestro perito criminalista acababa de dejar un informe de pruebas en Rampart, estaba a sólo unas manzanas de allí comiéndose un burrito. Salió pitando hacia la escena del crimen. Siempre sacan sangre nada más llegar.
Delveckio se humedeció los labios secos.
– Además, el metabolismo de Broach no funcionaba rápido cuando la encontramos.
– Pero ¿qué sentido tiene darle Xanax a alguien si luego te lo vas a cargar? -pregunté.
– No es el caso -dijo Kaden-. Pensamos que ella lo tomó antes de acostarse.
– Entonces ¿la atacaron mientras dormía?
– Había señales de lucha.
– ¿No hizo efecto el Sevofiurane?
– O se lo dieron más tarde.
– ¿Aguantar sus gritos y patadas y drogarla después? -dije. Kaden se encogió de hombros, de modo que añadí-: ¿Lucha de qué clase?
– Sábanas arrancadas del colchón, cosas caídas de la mesita de noche, el despertador se quedó sin pila a las diez veintisiete.
– Qué anticuado.
– ¿El qué, el despertador de pilas?
– No. La pista.
– Eres muy suspicaz.
– Mi suspicacia podría servir de algo.
– No vamos a invitar al principal sospechoso a que meta las narices en nuestra investigación.
– No tenéis por qué invitarme a nada. Sólo necesito ver fotos de la escena del crimen. Ver el cadáver, cómo lo dejaron. Puede que algo me haga recordar…
– ¿Recordar? -Kaden me miró y luego le dio un golpecito a Delveckio con la carpeta-. Andando.
– Lo creáis o no, os juro que no tengo ni idea de lo que pasó la noche del veintitrés de septiembre. Y lo creáis o no, quiero saber si yo la maté. Vosotros necesitáis respuestas. Sois interrogadores profesionales. Imagino que sabéis cómo sacarme lo que os interesa sin desvelar lo que no os interesa desvelar.
Kaden me miró y luego se rio y tiró la carpeta a la mesa. Los papeles salieron disparados. Los extendí sobre la superficie. Había copias de cada fotografía hechas a láser, con muy buena resolución.
El cuerpo desnudo de Kasey Broach había sido abandonado bajo una rampa de acceso a la autovía. Estaba boca arriba, con la barbilla levantada y vuelta hacia un lado como si quisiera apartarse el pelo de la cara. En la cadera derecha tenía un feo rasguño, y la piel de su pómulo derecho parecía hendida. Sus muñecas estaban atadas con cinta adhesiva, sus tobillos con una cuerda blanca. De las grietas en el asfalto a su alrededor sobresalían malas hierbas. Al fondo se veían los restos de una cerca de cadena, algunos eslabones caídos de tres estacas que quedaban en pie. Una ruina de cupé con los neumáticos rajados, las ventanillas reventadas, el techo caído sobre los reposacabezas, el capó sembrado de excrementos de ave. Detrás del coche, en la parte inferior de la rampa, un grafitero había abandonado una obra a medio hacer.
En primer plano se veían los brazos de Broach con señales de que las moscas habían empezado ya su trabajo. De alguna manera, eso ponía de relieve su muerte; estaba tan indefensa que ni siquiera podía apartarse una mosca a manotazos.
Miré a Kaden.
– ¿Y eso de que el asesino reprodujo exactamente todos los detalles? ¿Me estabais tomando el pelo? Ese tipo secuestró a una mujer, la drogó, trasladó el cuerpo, la desnudó, le ató las muñecas y los tobillos y la tiró en un lugar público.
– Hay una cantidad alarmante de similitudes -dijo Delveckio-. Y en cuanto a diferencias, bien, normalmente observamos cierta evolución a medida que el asesino gana en experiencia, a medida que aprende de errores previos.
– Se os olvidó mencionar eso cuando estabais tirando abajo la puerta de mi casa. ¿Y por qué está desnuda?
– El asesino se ha envalentonado -sugirió Kaden, mirándome de hito en hito-. Podría formar parte de alguna fantasía suya.
– O bien la desnudó para el lavado con lejía -observó Delveckio-, lo cual significa que él sabía que analizaríamos el cadáver en busca de elementos biológicos extraños.
– ¿Y…? ¿Fue violada?
Delveckio negó con la cabeza.
– ¿Qué encontrasteis?
– ¿Aparte de tu sangre y tus cabellos? -Kaden consultó su libreta, dando unos golpecitos con el bolígrafo-. Ah, aquí lo tengo: nada que sea de tu puta incumbencia.
– Si tiene magulladuras en muñecas y tobillos, eso indica que la ataron antes de darle la cuchillada, ¿no?
Los inspectores intercambiaron miradas exasperadas pero guardaron silencio. Un buen trabajo policial, eso de tenerme a mí a dos velas.
– El Sevoflurane. La mantuvieron con vida, a diferencia de Genevieve. ¿Indicio de tendencias sádicas? -Les devolví sus miradas-. Pestañead dos veces si me acerco a la verdad. ¿Y los rasguños en la cadera y la mejilla? ¿Eso es de cuando la arrojaron del vehículo?
Delveckio torció el gesto, pero Kaden se limitó a sonreír.
– Tenemos cierta experiencia con cadáveres, ¿sabes? -dijo-. Quizá tanta como tú. -En ese momento sonó su móvil. Kaden lo miró y luego hizo una seña a Delveckio al tiempo que se ponía de pie-. No eres de los nuestros. Tú no eres poli, sino un jodido escritor. Y además, según el primer veredicto, un asesino. Cuando necesitemos tu ayuda, te preguntaremos.
Mientras me daban la espalda, tapando la vista desde el espejo, aproveché para ponerme en el regazo algunas de las copias que había sobre la mesa. Fue algo pura y extrañamente instintivo.
Robar pruebas de una sala de interrogatorios en Parker Center. Estaba dando un paso adelante en el terreno de lo que no debe hacerse.
Kaden se detuvo al llegar a la puerta, frustrado su mutis teatral, y volvió por las fotos (salvo unas cuantas, se entiende). Salió al pasillo en compañía de Delveckio e hizo señas a uno de sus subalternos, al que yo no podía ver.
– Quiero una declaración completa -le dijo-. Luego lo sueltas.
La puerta se cerró y yo me quedé a solas con mi reflejo y unas fotos de la escena de un crimen remetidas dentro del pantalón.