Capítulo 18

Me reuní con Chic en una zona de Compton que había sido revitalizada, lo cual quería decir que los adictos al crack parecían mejor alimentados.

Se inclinó hacia mi ventanilla y dijo:

– El padre de Genevieve invirtió en una empresa propietaria de una boutique donde una vez Kasey Broach compró jabón. Ambas compraron neumáticos en el mismo proveedor, Broach personalmente, y Genevieve a través de su mecánico en el concesionario Lexus.

– ¿Qué nos da eso?

– Nada importante que anotar en el marcador. -Sonrió-. El tipo de la base de datos es muy bueno sacando información, pero no necesariamente buena información. Veremos qué más puede averiguar. No creo que saquemos muchas conexiones entre las dos; lo que sería cojonudo es que saliera algo entre Broach y tú. Si además vincula a Genevieve, perfecto. -Mientras cruzábamos la calle, Chic señaló hacia un almacén con un gesto de la barbilla-. Ahí tiene su estudio de arte el chico en cuestión.

– ¿Su estudio de arte?

– Eso he dicho. Y procura no hacerme ruborizar llamándolo grafiti.

– ¿Cómo quieres que lo llame?

– Arte de aerosol.

– Oh, por supuesto.

Al entrar nos topamos con una mujer obesa sentada detrás de un mostrador, soplándose unas uñas que eran el doble de largas que sus manos. Levantó la vista y arqueó las cejas como si la hubiéramos pillado desnuda en un probador.

– Mi amigo Engelbert Humperdinck está buscando a Bishop -dijo Chic, señalándome-, pero no quería venir solo porque tiene miedo de que lo metáis en una marmita de caníbales.

– ¿Uno de los negros?

– Exacto.

– Déjeme ver. -Se apartó del mostrador y desapareció por una puerta metálica. Su voz sonó a través de las paredes-. ¡Bish! ¡Vienen a verte! -No nos llegó la respuesta, pero ella añadió-: Pues otro día te sientas tú en la recepción, majo.

Volvió a salir y aguantó la pesada puerta para que pasásemos. Me miró de arriba abajo.

– ¿Es poli o viene a comprar?

– Es escritor -dijo Chic.

La mujer soltó un bufido.

– ¿De qué restaurante?

Entramos en el almacén propiamente dicho. Aparte de una mesa metálica en el rincón, varias cajas de cartón y un orondo negro desnudo, la sala estaba vacía. El hombre nos ofrecía su generoso trasero mientras trabajaba en un lienzo de enormes dimensiones, lleno de manchones, colgado de la pared del fondo. Sus dedos chorreaban pintura, que a su vez le resbalaba por las carnosas pantorrillas.

Miré a Chic, que se encogió de hombros. Cruzamos la enorme sala admirando las ampliaciones que adornaban las paredes. Eran fotos de grafitis pintados en trenes, vallas publicitarias e incluso varios coches de policía. Las cajas de cartón estaban llenas de botes de pintura, boquillas, filtros, gafas de visión nocturna salpicadas de pintura.

Chic carraspeó, pero Bishop no se dio la vuelta. Cogió un rodillo de un recipiente con pintura morada y se lo pasó desde las piernas hasta el cuello. Luego, emitiendo un rugido de oso, se lanzó hacia delante embistiendo el lienzo y dejando una gran marca morada. Retrocedió unos pasos, se limpió con una toalla húmeda y se puso un pantalón de chándal.

– Interesante técnica -comentó Chic-. Es como…

– ¿Una chorrada? -dijo Bishop con voz estruendosa-. Claro que lo es. Pero me dan tres de los grandes en la galería. No es como para pensárselo, si te pagan esa pasta por una impresión de tu paquete, digo yo.

– Si yo pudiera sacarme tres de los grandes por algo relacionado con mi paquete -dije-, no me lo pensaría, desde luego.

Se rio.

– ¿Tienen intenciones de comprar, caballeros?

– En realidad, sólo queríamos hacerle un par de preguntas.

Saqué del bolsillo trasero de mi pantalón una copia del grafiti de la autovía. Previamente, le había dado unos pases mágicos ampliando la imagen de manera que el cadáver quedara fuera del encuadre.

Bishop miró la foto y dijo:

– Yo no fui.

– Entiendo lo que siente -dije-, pero no somos polis ni fiscales, y nos tiene sin cuidado que sea ilegal.

– No; quiero decir que eso no lo he hecho yo. -Abarcó con un amplio gesto las fotografías circundantes-. ¿Ve ese número, el ciento tres? Ahí, siempre en la esquina inferior derecha.

Examine las fotos. Los números tenían relieve, casi como en esos carteles que si los miras fijamente durante veinte minutos producen una imagen en tres dimensiones, o directamente migraña.

– Eso es porque nací en el ciento tres de Watts, ¿vale? -Bishop señaló la copia que yo tenía en la mano-. Ahí no sale el número. Además, yo nunca utilizo Verde Amazona ni Vincapervinca Metálico. No son de mi paleta. Eso es que algún pipiolo me mordió la pieza.

– ¿Traducido para blancos?

– Soy un autor de fama. Por eso habéis sabido cómo localizarme. Pero éste es un pipiolo, un chaval que está empezando. Muerde mis obras (copia mi trabajo) para hacer curríulum.

– ¿Sabrías decir qué chaval hizo este grafi…?

Chic me cortó:

– … pieza de arte de aerosol?

– Claro. Su nombre está ahí, que no se entera. -Escondidas entre las burbujas de color había dos letras en hipercaligrafía abstracta: «WB»-. West Manchester Boulevard, al lado del Forum. El chaval es de ahí. De Inglewood. Junior no lo hace mal. Hace pintadas en rampas de autopista y almacenes. No usa matrices ni aerosoles, dibuja la cola de la Q muy retorcida.

Había pronunciado la J de Junior a lo hispano.

– ¿Es mexicano? -preguntó Chic.

– Nuestra comunidad no entiende de razas. Lo que nos importa es el arte.

– ¿Sabe dónde podemos encontrarle?

– Sí. El chico me envía cartas de admirador.

Bishop fue hasta la mesita metálica y se puso a hurgar en los cajones, tirando envoltorios de chocolatina al suelo. Finalmente sacó una carta arrugada de un cajón lleno de correspondencia. Contenía una Polaroid de una persiana metálica de almacén transformada en país de las maravillas. La carta rezaba así:

Querido Bish:

Eres el mejor. Aqui tienes una pintada que hize inspirándome en lo tuyo en la línea roja del metro. No es tan buena pero algún dia espero hacerlo igual de vien que tu. Cuando sea mayor pienso pintar la casa blanca, hasta la ultima columna. Ja ja ja. Quiza cuando salga de la condicional podre conoserte y que me espliques cosas.

¡Eres el rey!

Junior Delgado

Le di la vuelta al sobre. En el remite constaba un sitio llamado Hope House con una dirección en la Sexta Oeste. Cogí mi Bic y copié las señas en una libreta de poli que Cal me había regalado hacía años.

– Tengo que verme con un distribuidor en el restaurante -dijo Chic-. ¿Crees que podrás ir a visitar a Junior sin que un negro grande te coja la mano?

– No sé. -Miré a Bishop-. ¿Quiere cogerme la mano?

Bishop soltó una risita.

– Lo siento, estoy comprometido.

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