Capítulo 34

Prohibida la entrada a la sala mientras dure la fascinante secuencia del bloqueo del escritor Después de que Chic y Big Brontell se marcharan, no pude avanzar en el texto porque no sabía cómo avanzar en el caso. Me quedé sentado a mi mesa, contemplando el cursor que parpadeaba, atrapado sin remedio en mi presente.

Seis cabellos listos para la prueba del ADN, un caso de asesinato -tal vez dos- en juego, y ni un solo criminalista en el horizonte. El modo en que yo había conseguido esos pelos -forzar la entrada de un domicilio privado, agresión con lesiones- me había comprometido mucho. Ahora era carne de arresto, de proceso judicial, de venganza por parte de un psicópata. No podía alegar defensa propia en la cuchillada que le había asestado con mi boli, teniendo en cuenta que yo mismo había provocado la situación y, de hecho, en cualquier razonable estado republicano Mort podría haberme pegado un tiro impunemente.

Cambia de chip, amigo. Haz procesar esos cabellos por otro medio. Eres escritor, tienes amigos, conoces gente rara, expertos en cosas extrañas… soborna a algún criminalista de un laboratorio perdido… llama al profe de ciencias que dirija el grupo de CSI del instituto de Mocosos y Mimados más cercano no me adoraban exactamente Perdido en su propia tragedia privada, Lloyd no estaba dispuesto a ayudar. Cal me había dejado claro que no podía seguir investigando en mi nombre. Kaden y Delveckio ya no me tenían mucho cariño antes de que yo desoyera sus últimas advertencias convirtiéndome en incompetente ladrón de cabellos, y sin duda se relamerían pensando en ceñir otra vez mis muñecas con esas pulseras de acero negro.

Revise la lista de asesores que guardaba en mi PalmPilot, confiando en haber pasado a alguno por alto. ¿Cómo plantearía la cuestión? «le arranqué unos pelos de la cabeza a un sospechoso de asesinato y pensaba si podría usted analizarlos. Por cierto, soy Andrew Danner. Seguro que me recordará de la prensa amarilla.»

Sí, vale, y los griegos esculpían bustos de hogareños/as atenienses. Mi sensación de aislamiento menguó al pensar en Caroline. Recordé cómo me había cogido la mano unos instantes mientras la acompañaba a su coche, como si estuviera haciendo una prueba. Las películas actuales y la publicidad glorificaban unos estándares de belleza irrazonables, pero existía una fina línea divisoria entre perfección y blandenguería. Con el aspecto físico, como con la personalidad, yo prefería cien veces lo sorprendente a lo clásico.

Ha llamado Jackie Collins. Exige que le devuelvas la frase La bruma vespertina se había adueñado del Valle, convirtiendo en moretones las colinas del norte. Había oscurecido deprisa y el sol se había escondido ya detrás de los Santa Susana. Empuñé la pistola cargada, buscando algo que pudiera tranquilizarme. Había prometido llevar el arma a Parker Center, pero ahora mi ojo morado suscitaría demasiadas preguntas. Además, a la luz de mi tango de pasillo con Mort, no quería quedarme sin un arma. Ahora mismo, Frankel podía estar en la loma, oculto en las pendientes cubiertas de hiedra, observándome con aquel brillo diabólico a la espera de pasar a la ofensiva.

En el vestíbulo, Xena vigilaba a ronquidos mientras digería las salchichas sureñas que yo le había freído hacía un rato.

Sonó mi móvil, cosa que agradecí, y al abrirlo me llegó la voz de Preston. Le había dejado un mensaje-resumen con las últimas novedades.

– ¿Qué ocurre? -preguntó ansioso.

¿Puedes ayudarme? -No lo sé.

– Lee más adelante.

– Estoy liado.

– Por supuesto. Voy para allá.

– Mira, no sé si estoy de humor para atenciones de editores.

– No estarás de humor para eso -dijo-, pero parece que lo necesitas Pero Preston ya había colgado.


El cursor continuaba parpadeando, a la espera de mi siguiente movimiento.

Tu siguiente movimiento, aunque complicado, está bastante claro. Tienes que hacer que analicen un cabello conseguido ilegalmente, no en vano eres el terco protagonista de la historia ¿ Cómo puedes encarar ese reto de un modo propio de ti? de un modo que haga uso de quien tú eres, o, mejor de un modo que sólo tú puedas poner en práctica


– Cuéntame -dije.


Levanté la vista de las hojas salpicadas de anotaciones en rojo, y miré a Preston.

– ¿Instituto Mocosos y Mimados?

– Iba a poner Harvard-Westlake pero me he quedado en blanco, no me salía el nombre -dijo.

Apuró el vaso y lo dejó en la mesa junto a la colección que él mismo había ido acumulando. Después de haber estado en su casa, ahora comprendía mejor por qué venía a verme a la menor oportunidad. Se desperezó y se levantó del sofá, aparentemente sin fijarse en el relleno que se le había pegado al pantalón. Bajó el volumen de la tele. Estaban dando las noticias y, menos mal, no hablaban de mí. Recogió sus diversos montones de papeles.

Antes de salir se detuvo a mi lado y dijo con aire de superioridad:

– Te corrijo a fondo porque me interesa lo que escribes.

– Con tu cariño podría calentarme las manos.

– Si puedo hacer algo más por ti, llámame.

– ¿Algo más?

– Claro. O «alguna cosa más», si te vas a poner quisquilloso.

– Déjalo.

Salió de la habitación dejando allí la botella de Havana Club; no quedaban más que unas gotas, de modo que no valía la pena esconderla. Me hundí en mi butaca de leer, la única que se había salvado de la ira mordedora de Xena, y apoyé los pies en el sofá. La sintonía de las noticias dio paso a un anuncio de Cadena de mando, un codiciado spot de quince segundos que mi editorial se había negado a concederme antes de ser juzgado por asesinato. El departamento de marketing había elegido una inquietante foto fija de mi cara (la expresión estaba a medio camino entre la mala leche y el estreñimiento), flotando misteriosamente sobre la cubierta de mi más reciente novela.

A continuación, por alguna estrafalaria lógica kármica, el familiar redoble de tambor que abría los créditos de La guerra de Aiden. Aquí estaba Johnny Ordean atajando a una mujer de la calle, allí esquivando un gancho lanzado por un árabe poco agraciado físicamente. Mucho más esbelto que cuando hizo de reverendo Derek Chainer, Johnny se detenía para un impactante primer plano en zoom como hacía cada semana (o cada noche, si tenías parabólica).

Me vino a la memoria la escena que había visto mientras estaba con Caroline en el bar: Johnny agachado junto a un cadáver, examinando el casquillo de bala que sostenía con un sujetapapeles: «Lleve esto enseguida al forense: el casquillo, no el perrito caliente».

Busqué en las hojas la nota final de Preston. Saqué el móvil del bolsillo y marqué. Oí de fondo el ritmo machacón de música de discoteca, y luego un tipo con fuerte acento de Brooklyn dijo:

– Teléfono de Johnny Ordean.

Desde que La ley de Aiden había sumado episodios suficientes como para ofrecerlo en formato DVD, Johnny había adoptado el amaneramiento de la inaccesibilidad, poniendo toda una serie de barricadas entre su persona y los demás.

– Vaya, qué raro -dije yo-. Estaba llamando a Johnny. Soy Andrew Danner.

– ¿Andrew Danner? ¿El…?

– Asesino, sí -dije-. El mismo que viste y calza.

Gritos de fondo, y luego Ja voz de Johnny, áspera y fuerte:

– ¿Drew? No me lo puedo creer. Qué tiempos, qué tiempos. ¿Mataste tú a esa tía?

– Dos veces.

– Drástico. -Johnny participaba activamente del mal argot que parecía inundar Los Ángeles cual marea roja, temporada sí, temporada no.

– ¿Cómo va todo?

– Muy bien. El programa funciona de coña. Está previsto hacer una secuela el año que viene.

¿La ley de Aiden en Omaha?

– Muy gracioso, tío. Se va a llamar Las reglas de Mary, y la hermana de…

– Oye, necesito que me hagas un favor. ¿Todavía tienes criminalistas en la lista de asesores?

– Sí, hay varios.

– Necesito que algún laboratorio especializado analice un cabello. Con eso quizá podría demostrar mi inocencia. -Naturalmente, eso no demostraría mi inocencia, pero yo trataba de entablar el tipo de diálogo al que Johnny estaba acostumbrado-. Necesito saber a quién pertenece el cabello.

– ¿Me estás hablando de una pista? -Ahora con notable excitación en su voz.

– Así es, Johnny. Una pista. ¿Puedes arreglarlo para que uno de tus asesores lo haga?

– Descuida. Les llevaré ese pelo y diré que quiero ver cómo funciona para una idea que estoy desarrollando. A ellos les encanta enseñarme las cosas que tienen en el laboratorio. ¿Para cuándo lo necesitas?

– Lo antes posible. No te imaginas cuan importante es.

– Tráemelo a Flux. Es una fiesta privada: haré que te pongan en la lista. Luego llamaré a uno de los asesores y le diré que lo analice esta misma noche.

– ¿En serio? ¿Puedes hacer que lo miren esta noche?

– Soy Johnny Ordean. No hay obstáculos para mí.

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