«En realidad, el Hombre Torcido no tenía nombre. Los demás podían llamarlo como quisieran, pero era una criatura tan antigua que las formas en que los hombres lo llamaban no tenían ningún significado para él: Tramposo, el Hombre Torcido, Rumple…
»Oh, pero ¿cómo era aquel nombre? Da igual, da igual…»
De El libro de las cosas perdidas, capítulo XXIX
Sobre Rumpelstiltskin
La figura más importante en El libro de las cosas perdidas, aparte de David, es el Hombre Torcido. En la novela, le debe parte de su ascendencia a Rumpelstiltskin, el enano que hila la paja para convertirla en oro y ayuda a la hija de un molinero pobre, aunque, a cambio, le pide que le entregue a su primer hijo; la muchacha sólo podrá librarse del trato si averigua su nombre. Pero en el libro también se dice que el Hombre Torcido es un tramposo, y ese nombre también cuenta con su carga mitológica.
Los tramposos son seres que rompen las reglas, como el dios noruego Loki (que engaña al ciego Hod para que mate a su hermano gemelo Balder con una ramita de muérdago), Reynard el Zorro en los cuentos populares franceses, o el cuervo y el coyote en las historias de los indios norteamericanos. Estos personajes suelen romper las reglas robando o, como su nombre indica, haciendo trampas.
El tramposo es un arquetipo importante, una criatura traviesa, a veces maliciosa, que supera los retos del mundo a través del engaño. A pesar del daño que causa, consigue que aquellos que se encuentran con él se enfrenten a sus propias deficiencias y a las deficiencias de la sociedad en la que viven. En otras palabras, mientras lo hace todo pedazos, conduce a la creación de otras estructuras mejores. En cierto sentido, representa esa parte de la psique humana que está libre de convenciones, la imaginación que nos permite hacer frente a los problemas y superarlos.
El Tramposo también cambia de forma, como el Héroe de las mil caras de Joseph Campbell hecho realidad. Es un superviviente, nacido y renacido, y, de este modo, simboliza una mitología de la creación que se vincula al cristianismo y la posibilidad de la vida eterna. Suelen asociarlo con los símbolos de los relojes y el tiempo (un reloj de arena, en el caso de El libro de las cosas perdidas), y también se le relaciona con los cuentos, que son los que, en esta novela, le proporcionan gran parte de su poder.
Orígenes
Aunque la versión más conocida de Rumpelstiltskin sigue siendo la de los Hermanos Grimm, publicada por primera vez por ellos en 1812, existen versiones inglesas, italianas y suecas, y el personaje ha recibido distintos nombres: Titeliture, Panzimanzi, Whuppity Stoorie y Purzinigele, entre otros. Saber hilar era una prueba matrimonial en algunas comunidades rurales, y los Grimm alteraron algunos aspectos del material original para darle a su versión del cuento un giro inesperado, si se me permite el pésimo juego de palabras. En algunas versiones orales del cuento, el problema de la chica no es que fuese incapaz de cumplir la promesa de convertir la paja en oro, sino que sólo podía hilar oro. Si lo miramos desde cierta perspectiva (siempre que excluyamos el deseo de Rumpelstiltskin por hacerse con el hijo de la chica), es posible ver al enano como una figura amable, y algunas interpretaciones del cuento le permiten escapar indemne al final.
Rumpelstiltskin también resulta ligeramente problemático en el sentido de que muestra mucho engaño y codicia, incluso en los personajes por los que se supone debemos sentir cariño. Al fin y al cabo, es el molinero pobre el que mete a su hija en el lío al mentir al rey, y el rey es tan codicioso como para poner a su futura esposa a hilar cada vez más paja. De hecho, podría decirse que la única persona de la historia que no es culpable de ningún tipo de engaño es el mismo Rumpelstiltskin, porque siempre deja claro lo que quiere, e incluso siente algo de lástima por la muchacha y la deja intentar adivinar su nombre, aunque, dado el trato que habían cerrado, no tenía por qué hacerlo.
En El libro de las cosas perdidas, el Hombre Torcido es una versión mucho más malvada de este personaje, aunque cuente con varios de los rasgos que identifican a los tramposos de los mitos. Sin embargo, a pesar de su malevolencia, es él quien obliga a David a reconocerse responsable de su hermano Georgie, el niño que había invadido su vida.
Pueden encontrarse distintas interpretaciones del cuento en Kissing The Witch («The Tale of the Spinster»), de Emma Donoghue; Disenchantments («Rumpelstiltskin»), de William Hathaway; y Transformations («Rumpelstiltskin»), de Anne Sexton.
Rumpelstiltskin
Los Hermanos Grimm
Érase una vez un molinero que era pobre, pero que tenía una hija muy guapa. Sucedió que tuvo que ir a hablar con el rey y, para darse importancia ante el monarca, le dijo:
– Tengo una hija que puede hilar la paja y convertirla en oro.
– Ese arte me complace -contestó el rey-; si tu hija es tan hábil como dices, tráela mañana a palacio y la pondré a prueba.
Cuando le llevaron a la muchacha, el rey la condujo a una habitación que estaba llena de paja, le dio una rueca y un carrete, y le ordenó:
– Ahora ponte a trabajar, y, si mañana por la mañana temprano no has convertido esta paja en oro, morirás.
Una vez dicho aquello, él mismo cerró la puerta con llave y la dejó sola, así que la hija del molinero pobre se sentó y, por muchas vueltas que le dio, no supo qué hacer. Se asustó cada vez más, hasta que se puso a llorar sin remedio.
De repente, la puerta se abrió y por ella entró un hombrecillo.
– Buenas tardes, señorita molinera -le dijo el recién llegado-. ¿Por qué lloras?
– Ay, tengo que hilar esta paja y convertirla en oro -respondió la muchacha-, pero no sé cómo hacerlo.
– ¿Qué me darás si lo hago por ti? -le preguntó el enano.
– Mi collar.
El hombrecillo cogió el collar, se sentó delante de la rueca y, ris, ris, ris, tres vueltas, y se llenó el carrete; después puso otro y, ris, ris, ris, tres vueltas, y lo llenó también. Así siguió hasta que se hizo de día, tuvo hilada toda la paja y los carretes quedaron llenos de oro.
El rey apareció muy temprano, y, cuando vio el oro, se mostró asombrado y encantado, pero su corazón sólo sintió crecer la codicia. Hizo que llevaran a la hija del molinero a otra habitación más grande, también llena de paja, y le ordenó que la hilara en una sola noche si le tenía aprecio a su vida. La muchacha no sabía qué hacer y empezó a llorar, pero entonces se abrió la puerta y apareció el hombrecillo, diciendo:
– ¿Qué me darás si convierto esta paja en oro para ti?
– El anillo que llevo en el dedo -respondió la chica.
El enano cogió el anillo, empezó de nuevo a hacer girar la rueca y, cuando despuntó el día, ya había convertido toda la paja en oro reluciente.
El rey no cabía en sí de gozo cuando vio el oro, pero seguía sin tener suficiente, así que llevó a la hija del molinero a otra habitación aún más grande llena de paja y le dijo:
– También tendrás que hilar esto en el transcurso de una noche, pero, si lo logras, serás mi esposa.
«Aunque sea la hija de un molinero -pensó el monarca-, no encontraré una mujer más rica en todo el mundo.»
Cuando la muchacha se quedó sola, el enano apareció por tercera vez y preguntó:
– ¿Qué me darás si también hilo toda esta paja para ti?
– No tengo nada más que darte -respondió ella.
– Entonces debes prometerme que, si te conviertes en reina, me entregarás a tu primer hijo.
«¿Quién sabe si eso sucederá?», pensó la muchacha. Como no sabía de qué otra forma salir de aquel atolladero, le prometió al enano lo que le pedía, y, a cambio de su promesa el hombrecillo volvió a convertir la paja en oro.
Cuando el rey llegó a la mañana siguiente y vio que todo estaba acorde a sus deseos, la tomó en matrimonio, y la guapa hija del molinero se convirtió en rema. Un año después, la joven dio a luz a un precioso niño y no volvió a pensar en el enano, pero de repente, el hombrecillo entró en su dormitorio y le dijo:
– Ahora debes cumplir tu promesa.
La reina, horrorizada, le ofreció al enano todas las riquezas del reino si no se llevaba a su hijo, pero el enano contestó:
– No, para mí es más preciado algo vivo que todos los tesoros del mundo.
Entonces la reina empezó a lamentarse y llorar, tanto que el enano sintió lástima de ella.
– Te daré tres días -le dijo-. Si en ese tiempo descubres mi nombre, podrás quedarte con tu hijo.
Así que la reina pensó durante toda la noche en todos los nombres que había oído, y envió a un mensajero para que recorriese el país a lo largo y ancho preguntando por todos los nombres posibles. Cuando el enano llegó al día siguiente, ella empezó con Gaspar, Melchor y Baltasar, y dijo todos los nombres que sabía, uno tras otro; pero el hombrecillo siempre respondía:
Ese no es mi nombre.
El segundo día, la reina había mandado preguntar los nombres de los habitantes de todo el vecindario, y le repitió al enano los más raros y curiosos.
– Quizá te llames Shortnbs o Sheepshanks o Laceleg-le dijo, pero la respuesta del enano siempre era la misma.
– Ése no es mi nombre.
El tercer día, el mensajero regresó y anunció:
– No he sido capaz de encontrar ni un solo nombre nuevo, pero, al acercarme a una gran montaña al final de un bosque, donde el zorro y la liebre se dan las buenas noches, vi una casita, y delante de la casa había una hoguera encendida, y alrededor de la hoguera saltaba un hombrecillo bastante ridículo, que daba brincos a la pata coja y gritaba:
Hoy hago pan, mañana cerveza
y pasado tendré al hijo de la reina.
Ja, qué suerte, porque todos desconocen
que Rumpelstiltskin es mi nombre.
Os podéis imaginar la alegría de la reina al oír el nombre. Poco después, el hombrecillo entró en su cuarto y preguntó:
– Bien, señora reina, ¿cómo me llamo?
– ¿Te llamas Conrad? -fue la primera pregunta de la reina.
– No.
– ¿Te llamas Harry?
– No.
– Entonces quizá te llames Rumpelstiltskin.
– ¡Te lo ha dicho el diablo! ¡Te lo ha dicho el diablo! -gritó el hombrecillo; en su ira, metió tanto el pie derecho en la tierra que se le coló toda la pierna, y entonces se puso tan furioso que tiró de la pierna izquierda con ambas manos y se partió en dos.
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