Capítulo 41

Cuando Clint Karaghiosis llegó a Dakota amp; Dakota poco antes de las nueve, Bobby le cogió por el hombro le hizo dar media vuelta y le condujo de nuevo hacia los ascensores.

– Conduce tú mientras te pongo al corriente de lo acontecido durante la noche. Sé que tienes otros casos entre manos, pero el asunto Pollard está cada vez más candente.

– ¿Adonde vamos?

– Primero a los laboratorios Palomar. Nos han telefoneado. Tienen listos los resultados de las pruebas.

Sólo quedaban unas cuantas nubes en el cielo y éstas se hallaban muy lejos, hacia las montañas, moviéndose como las veías hinchadas de grandes galeones navegando rumbo este. El día era la quinta esencia de la California meridional: azul, tibio, todo verde y fresco… y un tráfico de hora punta tan enmarañado que podía transformar a un ciudadano ordinario en un psicópata echando espumarajos por la boca y anhelando apretar el gatillo de un arma automática.

Clint evitó las autopistas pero incluso las carreteras de segundo orden estaban abarrotadas. Cuando Bobby hubo relatado todo cuanto había ocurrido desde que se vieran por última vez en la tarde del día anterior, se hallaban todavía a diez minutos de Palomar, pese a las preguntas ocasionales del sorprendido Clint (flemático, como en todas sus reacciones, pero sorprendido a pesar de todo) sobre el claro descubrimiento de que Frank podía «teletransportarse».

Por fin, Bobby cambió de tema, porque hablar demasiado rato sobre fenómenos psíquicos a un tipo tan impasible como Clint le hacía sentirse tan zoquete que hubiera perdido toda noción de la realidad. Mientras avanzaban poco a poco por la Bristol Avenue dijo:

– Recuerdo los tiempos en que podías ir por cualquier parte del Orange County sin quedar atrapado entre los coches.

– No hace tanto.

– Y recuerdo cuando no tenías que ponerte en la lista de espera de un agente inmobiliario para comprar una casa.

– Sí.

– Y recuerdo cuando los naranjales se extendían por todo el Orange County.

– Yo también.

Bobby suspiró.

– Fíjate, diablos, estoy parloteando de los viejos tiempos como un tentetieso. Dentro de poco, hablaré de lo bonito que era todo cuando todavía había dinosaurios.

– Sueños -dijo Clint-. Cada cual tiene su sueño, y el que predomina entre la mayoría de las personas es el sueño californiano, de modo que no cesan de venir aquí, incluso aunque hayan venido ya tantas veces que el sueño haya dejado de ser asequible, por lo menos el sueño original, que fue el iniciador de todo. Desde luego, un sueño debiera ser inasequible o, al menos, estar fuera de nuestro alcance. Cuando es demasiado fácil, carece de significado.

Bobby quedó sorprendido ante la larga parrafada de Clint pero le sorprendió aún más que el hombre hablara de algo tan intangible como los sueños.

– Tú eres californiano, de modo que, ¿cuál es tu sueño?

Tras un momento de vacilación, Clint respondió:

– Que Felina pueda oír algún día. Hoy día se progresa mucho en el campo médico, hay nuevos descubrimientos, tratamientos y técnicas a cada momento.

Mientras Clint doblaba a la izquierda desde Bristol para entrar en la bocacalle donde se alzaban los laboratorios Palomar, Bobby pensó que ése era un sueño excelente, quizás incluso mejor que el suyo y el de Julie sobre la oportunidad de sacar a Thomas de Cielo Vista y procurarle una nueva vida dentro de una familia.

Dejaron el coche en el aparcamiento, junto al inmenso edificio de cemento donde se alojaban los laboratorios Palomar. Mientras caminaban hacia la puerta principal, Clint dijo:

– ¡Ah, por cierto! La recepcionista de aquí cree que soy marica, lo que me tiene sin cuidado.

– ¡Cómo!

Clint fue hacia dentro sin decir más, y Bobby le siguió hasta la ventanilla de recepción. Una atractiva rubia estaba sentada ante el mostrador.

– Hola, Lisa -dijo Clint.

– Hola. -Ella subrayó la respuesta masticando fuertemente su chicle.

– Dakota amp; Dakota.

– Lo recuerdo. Tu material está listo. Voy a por él.

Diciendo esto, la joven miró a Bobby y sonrió. El le devolvió la sonrisa aunque la expresión de ella se le antojaba un poco peculiar.

Cuando Lisa volvió con dos sobres grandes cerrados, uno con la palabra MUESTRAS y el otro ANÁLISIS, Clint entregó el segundo a Bobby. Ambos se retiraron a un rincón apartado del mostrador.

Bobby abrió el sobre y hojeó los documentos de su interior.

– Sangre de gato.

– ¿Hablas en serio?

– Sí. Cuando Frank despertó en aquel motel estaba Cubierto con sangre de gato.

– Sabía que no era un asesino.

– Tal vez el gato opine de otro modo sobre eso -dijo Bobby.

– ¿Y qué es la otra materia?

– Bueno… Aquí hay un montón de términos técnicos…, pero se viene a decir en definitiva que es lo que parece. Arena negra.

Volviendo al mostrador de recepción Clint dijo:

– Escucha, Lisa, ¿recuerdas haberme hablado de una playa de arena negra en Hawai?

– Kaimu -respondió ella-. Ese lugar es dinamita pura.

– Sí, Kaimu. ¿Y es la única?

– ¿Quieres decir playa con arena negra? No. Está Punaluu que es también un lugar precioso. Ambas están en la isla grande. Supongo que habrá más en las otras islas porque hay volcanes por todas partes, ¿no es así?

Bobby se reunió con ellos en el mostrador.

– ¿Qué relación tienen los volcanes con eso?

Lisa se sacó el chicle de la boca y lo puso en un envoltorio de papel.

– Bueno, según he oído decir, la lava hirviente fluye hacia el mar y cuando encuentra el agua hay enormes explosiones que esparcen trillones y trillones de esas minúsculas cuentas negras, y luego al cabo de un largo período las olas agrupan las cuentas hasta que se transforman en arena.

– ¿Hay playas de ésas por todo Hawai? -preguntó Bobby.

Ella se encogió de hombros.

– Probablemente. Escucha, Clint, ¿es amigo tuyo este tipo?

– Sí -dijo Clint.

– Quiero decir, ya sabes, ¿amigo íntimo?

– Sí -respondió Clint, sin mirar a Bobby.

Lisa guiñó un ojo a Bobby.

– Oye, haz que Clint te lleve a Kaimu porque te diré una cosa… Es verdaderamente fantástico ir a una playa negra de noche y hacer el amor bajo las estrellas, porque, para comenzar, es suave, y sobre todo porque la arena negra no refleja la luz lunar como la dorada. Te da la impresión de estar flotando en el espacio, todo negro alrededor, y eso agudiza los sentidos, si sabes lo que quiero decir.

– Parece terrorífico -repuso Clint-. Cuídate, Lisa. -Y se encaminó hacia la puerta.

Cuando Bobby se volvía para seguir a Clint, Lisa le dijo:

– Haz que te lleve a Kaimu, ¿oyes? Pasaréis un rato estupendo.

Fuera, Bobby dijo:

– Escucha, Clint, necesito una explicación.

– ¿No la oíste? Esas menudas cuentas de cristal negro…

– No estoy hablando de eso. ¡Vaya, te estás riendo entre dientes! No te he visto nunca reír entre dientes. Y creo que no me gusta.

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