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Ivy Pickering buscaba su sitio en una de las mesas del grupo de Lectores y Escritores, ardiendo de emoción al saber que había un ladrón entre ellos. Le encantaba leer novelas policíacas, pero estar viviendo un caso real era un golpe de suerte increíble. Estaba deseando contárselo todo a su madre por e-mail antes de irse a la cama.

Había comenzado una animada discusión sobre el robo de los disfraces de Santa Claus. El camarero tenía que hacer verdaderos esfuerzos para terminar con el pedido.

– ¿Estás segura de esto no es cosa tuya, Ivy? -bromeó Maggie Quirk, su compañera de camarote-. Tú querías fingir un misterioso asesinato a bordo, pero era demasiado complicado. Además, no sería apropiado. Estamos aquí como invitados.

Los ojos castaños de Maggie chispeaban. Era una mujer de talla mediana y pelo corto castaño que caía en ondas en torno a su agradable rostro. Sus labios se curvaron en una fácil sonrisa. En su voz se percibía cierto tono irónico, adquirido después del fracaso de su matrimonio «perfecto». Tres años atrás, el día que cumplía los cincuenta, el «regalo sorpresa» de su marido consistió en pedirle el divorcio porque necesitaba más emociones en su vida. Cuando se recuperó de la conmoción, Maggie se dio cuenta de que era el mejor regalo de cumpleaños que había recibido jamás.

– Ese petardo lleva aburriéndome diez años -comentó entre risas a sus amigos-, y al final el que me dejó fue él.

Maggie era subdirectora de banco y desde aquel momento decidió aprovechar al máximo su tiempo libre. Se unió al grupo de Lectores y Escritores y ahora estaba encantada con el crucero.

– Maggie, no nos hace falta un asesinato misterioso -respondió Ivy-. ¿No sería divertido intentar averiguar quién se ha llevado los trajes de Santa Claus y por qué?

– El pobre director del crucero parece bastante desconcertado. Seguramente solo habría ocho disfraces desde el principio -apuntó Tommy Lawton, el vicepresidente del grupo, mientras probaba su salmón ahumado.

Pero Ivy estaba convencida de que habían robado los disfraces, y decidida a averiguar qué había pasado. Así tendría una excusa para pasar tiempo con los Reilly y los Meehan.

Todos coincidieron en que los aperitivos y entremeses estaban deliciosos.

– La comida es buenísima -comentó Maggie mientras se llevaban los primeros platos-o Y todavía sabe mejor porque es gratis.

El camarero empezó a servir las ensaladas.

– ¿Es que se les ha olvidado ponerlas antes del primer plato? -preguntó Lawton perplejo.

– No, señor -contestó el camarero con altanería-o Así es como se sirven en París.

– No he estado nunca en París -declaró alegremente Lawton-. Puede que vaya si me toca la lotería.

Ivy sabía que si se comía la ensalada no le quedaría sitio para el postre, de manera que se levantó y susurró juguetona:

– No digáis nada interesante hasta que vuelva.

Al salir del salón saludó deliberadamente a los Santa Claus que estaban en las mesas que había en su camino. Sabía que la noche siguiente tendría uno sentado a su propia mesa. Estaba deseándolo. Esperaba que fuera Bobby Grimes, el que había advertido a todo el mundo que tuvieran cuidado con la cartera.

A menos, por supuesto, que el comodoro le prohibiera llevar el traje de Santa Claus. Después de aquel estallido tal vez le habrían echado del grupo.

En cuanto salió del servicio, Ivy decidió hacer una visita rápida a la capilla de Reposo. Estaría bien incluir una descripción de ella en el e-mail que enviaría a su madre esa noche. En ese momento no habría nadie y tendría la oportunidad de echar un buen vistazo en paz.


– Este maldito traje pica -se quejó Bala Rápida-. Si no me lo quito, me voy a volver loco.

Estaban sentados en la oscuridad, detrás del altar, protestando ambos del hambre que tenían.

– Pues quítatelo -le espetó Highbridge.

Bala Rápida se levantó, se quitó la chaqueta y los pantalones y los tiró al suelo. Vestido solo con los calzoncillos, se puso a estirar los brazos y dar saltos. En ese preciso instante se abrió la puerta de la capilla y se encendió la luz.

Por un momento Ivy y Bala Rápida se quedaron mirando.

– ¡Aaaaaaaaaaaah! -gritó Ivy.

Antes de que Bala Rápida pudiera moverse, Ivy ya estaba corriendo por el pasillo y a continuación bajó la escalera a la carrera sin dejar de gritar.

– ¡Buena la has liado! -exclamó frenético Highbridge, poniéndose el gorro y la barba-. Vístete. Hay que largarse de aquí.

En el salón, los pasajeros estaban a punto de llevarse el segundo susto de la tarde. Las cabezas se volvieron al oír los gritos de Ivy, que nada más aparecer en la puerta chilló:

– ¡He visto el fantasma de Louie Gancho Izquierdo! ¡Está en la capilla de Reposo, preparándose para otra pelea! ¡ ¡Está con nosotros en el crucero!!

Se produjo un instante de silencio hasta que el grupo de Lectores y Escritores de Oklahoma estalló en carcajadas.

– ¡Esa es nuestra Ivy! -exclamó uno de ellos.

Las risas se contagiaron a otras mesas.

– ¡Es verdad! -protestó Ivy-. Está en la capilla. ¡Venid a verlo!

Con una sola excepción, todo el mundo siguió riéndose.

Eric, en cambio, se levantó de un salto y se volvió hacia el comodoro.

– Voy a ver qué pasa.

Weed agarró a Eric de la manga para volver a sentarlo.

– No digas tonterías. Esa mujer está chiflada. Anda, disfruta del postre.

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