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No cabía duda, ya no era tan dura como antes, tuvo que admitir Alvirah. Le dolía muchísimo la cabeza, y ahora el resto de su cuerpo le estaba haciendo saber que se había llevado un buen golpe. Ante su insistencia, Willy había bajado al gimnasio donde había reservado una cinta para las diez en punto. Para entonces Winston le había llevado a Alvirah té, fruta y tostadas, e incluso Willy admitió que, aparte de la venda y del enorme chichón de la frente, su mujer parecía estar bien.

– Venga, Willy, vete -le apremió Alvirah-. De verdad que tengo que pensar un poco. Pero primero pon la tele, que quiero ver qué está pasando en el mundo exterior.

– Está bien -accedió él-. Volveré en menos de una hora. Ese Winston anda siempre por aquí, así que si te sientes mal, aunque sea solo un poco, por favor, llámale.

El estado del mundo no había cambiado mucho en las veinticuatro horas pasadas desde que vio las últimas noticias. Era una semana de fiesta y la mayoría de los políticos habían dejado de insultarse unos a otros para tomarse unas vacaciones. Las ventas del primer día de rebajas habían batido récords. Por otra parte, ese año se habían devuelto más regalos que en los últimos diez. «Eso demuestra la cantidad de basura que regala la gente solo para quitarse de encima el compromiso», pensó Alvirah.

Empezaba a adormecerse cuando apareció en pantalla la imagen de Bala Rápida Tony Pinto.

– ¡Madre mía! -exclamó.

Recordaba haber leído sobre él cuando vivía en Nueva York y solía aparecer en los titulares del Post y el Daily News. Tenía que admitir que le encantaba leer sobre el personaje. Era tan pintoresco… Pasaba alguna que otra temporada en la cárcel por algún delito menor, pero jamás pudieron condenarle por ninguna de las acusaciones más graves. Todo el mundo sabía que era un asesino. Tenía la reputación de acabar con cualquiera que se interpusiera en su camino.

– A continuación -anunció el presentador-, las últimas noticias sobre la búsqueda del mafioso Bala Rápida Tony Pinto, que desapareció ayer de su domicilio de Miami. Pero primero…

Alvirah hizo caso omiso de los cuatro anuncios de quince segundos de varios medicamentos, totalmente concentrada en el sorprendente parecido entre Tony Pinto y Louie Gancho Izquierdo.

– ¿Será posible? -se preguntó en voz alta-. Me parece que es más que posible -concluyó.

Tenía que hablar con Regan y Jack. Si Bala Rápida iba en el barco de camino hacia su libertad, ¿había ya intentado matar a alguien? Se le había acusado muchas veces de asesinato, aunque nunca pudieron probar nada. ¿Y por qué querría matar a Crater? Y si había intentado matarle, ¿quién sería el siguiente?

– Pinto vive en Miami -dijo al micrófono-. Está desesperado por salir del país. Este barco zarpaba de Miami el mismo día que él desapareció. Se parece mucho al individuo de los carteles, el mismo hombre que Ivy y Maggie creyeron ver. Pero si está a bordo, alguien habrá tenido que ayudarle, y ese alguien ahora le está escondiendo. Tal vez se trate de la misma persona que robó los trajes de Santa Claus. Pero ¿quién?

La sospecha que albergaba su mente se iba convirtiendo rápidamente en certeza.

– Desde el primer momento pensé que había algo raro en Eric -dijo-. Está nervioso. Empiezo a pensar que tiene algo gordo que ocultar.

En ese momento sonó el teléfono. Era Eric.

– Señora Meehan, espero que se encuentre mejor.

– Sí, estoy mejor.

– Es por lo de la baraja de cartas que me enseñó anoche el señor Meehan. Se me había olvidado por completo. Uno de los otros oficiales pasó por mi camarote a tomar una copa la noche antes de que embarcaran. Las cartas son suyas. Debió de dejárselas allí cuando fuimos a cenar, y seguro que Winston las metió en el cajón pensando que eran mías. ¿Puedo pasar por su camarote a recogerlas?

Alvirah no creyó ni una palabra.

– Ahora mismo estoy acostada y Willy no está. Ya te llamaré más tarde. O si me das el nombre de ese oficial, Willy estará encantado de ir a devolvérselas.

– No será necesario, porque esta noche está libre de servicio. Ya pasaré yo más tarde.

«Seguro», pensó Alvirah mientras colgaba el teléfono. «Ya verás cuando se lo cuente a Jack y a Regan», se entusiasmó, descolgando de nuevo para volver a llamar.

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