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La única vez que Eric dejó la capilla en toda la mañana fue para salir corriendo y llamar a Alvirah Meehan para preguntar si podía ir a por la baraja. Sabía que no debía dejar la capilla sin vigilancia hasta la hora de comer, cuando pensaba meter a Bala Rápida y a Highbridge a escondidas en su habitación en la suite de su tío. Allí estarían a salvo, dentro del armario, hasta las cuatro de la madrugada del día siguiente.

Entonces el plan consistía en que Eric los llevaría a la cubierta inferior, donde prepararían la balsa hinchable que Eric había escondido a bordo, y los dos hombres, con chalecos salvavidas, saltarían al agua. Sus hombres andarían cerca, listos para rescatarlos cuando el Royal Mermaid se hubiera alejado lo suficiente. «No me gustaría estar en su pellejo, en su mojado pellejo», pensó Eric. Pero era mejor que pasar una buena parte de su vida en prisión.

Sentado en la tercera fila de bancos, tuvo tiempo de sobra para preocuparse por lo que pasaría si descubrían a Bala Rápida y a Highbridge. Este era de esos que carraspean sin darse cuenta, con un ruido que resonaba en toda la capilla desierta. Pero solo había pasado una vez. Eric echó a correr por el pasillo para hacerle callar, pero Bala Rápida ya le había tapado la boca con su mano regordeta, advirtiéndole que le mataría si volvía a hacerlo. Eric no dudó por un momento de que la amenaza iba en serio. Bala Rápida Pinto era un asesino, antes que ninguna otra cosa.

Eric contaba los minutos hasta las doce, cuando sabía que su tío bajaría a comer. A las once llegó un empleado para limpiar la capilla y pasar la aspiradora.

– No hace falta -le dijo Eric.

– Pero me han pedido que deje la capilla reluciente. Puede que la gente quiera venir antes de la ceremonia de su abuela.

– Pues te esperas a mediodía para limpiar -ordenó Eric-. Y trae flores frescas para el altar.

– Desde luego.

Eric notaba el sudor en la frente. Sin duda el empleado habría levantado el paño del altar para pasar la aspiradora.

Temblaba al imaginarse el cepillo de la aspiradora chocando con Bala Rápida.

A las doce y cuarto el comodoro entró en la capilla.

– Qué sorpresa encontrarte aquí.

– Acabo de venir para decir una oración por la abuela. Hoy la tengo muy presente.

– ¡Ay, yo siento exactamente lo mismo! Pero ven, quiero que comas conmigo. Ivy, quiero decir la señorita Pickering, también estará en la mesa. Es una mujer encantadora.

Eric sabía que era una advertencia para que no volviera a ignorar a Ivy.

– Iré primero a asearme un poco -replicó.

Acompañó al comodoro hasta el ascensor, pulsó el botón y aguardó a ver la nuca de su tío antes de salir corriendo de nuevo por el pasillo. Tal como temía, tropezó con Winston, que iba de camino a su habitación. Tenía dos horas libres durante el almuerzo.

– ¿Puedo traerle algo antes de irme? -preguntó el mayordomo.

– No, dentro de un momento iré al comedor.

Eric entró en la suite y se quedó junto a la puerta hasta asegurarse de que Winston se había marchado. Luego corrió de vuelta a la capilla.

– Vamos. Yo me quedo ante la puerta de los Meehan, para distraerlos si salen. Vosotros ya podéis correr hacia la suite, y sin hacer ruido, si es posible. La puerta está abierta.

La precaución no fue necesaria. Los dos delincuentes entraron en la suite sin que nadie los viera. Eric entró detrás.

– No podemos correr ningún riesgo. Coged las bebidas y aperitivos que queráis de mi nevera. Y luego meteos en el armario y no salgáis de ahí. Yo volveré en cuanto pueda.

– No te olvides de mis cartas -le advirtió Bala Rápida.

Eric se echó un poco de agua en la cara y se peinó. Esta vez cuando se marchaba de la suite, Alvirah y Willy salían de su camarote.

– Hola -saludó-. ¿Les parece bien que pase a por las cartas antes de que cierren la puerta?

Alvirah tuvo que admirar la rapidez de Willy improvisando.

– Eric, ¿no te importa esperar hasta después del almuerzo? Es que estoy en mitad de un solitario y la verdad es que voy ganando y todo -bromeó.

Eric intentó reírse.

– Claro. No pasa nada.

Pero sí que pasaba. Algo iba mal, lo presentía. Los Meehan sabían que quería recuperar las cartas, así que ¿por qué había empezado Willy otro estúpido solitario?

No se creyó la historia, pero no podía hacer nada.

El recuerdo de lo que había dicho Alvirah sobre su afición de hacer de detective no dejaba de inquietarle mientras bajaban juntos en el ascensor.

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