A las cuatro en punto de la tarde, el Royal Mermaid salió del puerto de Miami dando comienzo al crucero de Santa Claus.
Para entonces el comodoro, agotado, sintió algo de alivio después de acribillar a Dudley a preguntas; quería saber cómo podían salir mal tantas cosas antes incluso de zarpar. Al ver que no obtenía ninguna respuesta satisfactoria del igualmente agotado director, se dirigió al puente y se quedó junto al capitán Horacio Smith mientras ponía en marcha los motores. Era tranquilizador estar en presencia de Smith. Este, después de la jubilación forzosa en una línea de cruceros pequeña pero excelente, había aceptado encantado a sus setenta y cinco años la oferta de estar al mando del Royal Mermaid.
– ¿Todos a bordo, comodoro? -preguntó Smith.
– Menos uno -contestó Weed sombrío, sin saber que en realidad llevaban dos pasajeros de más-. Espero no tener que ponerme a servir las mesas yo mismo.
Al lado de Smith, que todavía no había cometido ninguna tontería, el comodoro empezaba a recuperar el buen humor. Todos los viajes inaugurales tenían sus altibajos, pensó. Le había decepcionado la expresión angustiada de Eric cuando supo que tenía que renunciar a su camarote para trasladarse con su tío. La noche anterior se había mostrado muy ansioso por pasar esos días juntos, recordó el comodoro. Cualquiera habría pensado que se habría alegrado de estar todavía más cerca de él, de poder pasar más tiempo con él. En fin.
Weed se volvió para ver cuánta gente había acudido a la ventana que permitía a los pasajeros observar al capitán mientras maniobraba el barco. Otra desilusión. Solo había un observador, Harry Crater, un individuo de aspecto enfermizo. De hecho parecía a punto de caer desplomado, pensó el comodoro.
Cuando estuvo charlando con él en la fiesta, fue un alivio enterarse de que era dueño de un helicóptero y que si sufría alguna urgencia médica podría hacerlo acudir de inmediato. Weed no le deseaba ningún mal, pero tal vez si tuviera algún problema médico sin importancia que requiriera el helicóptero, sería una noticia digna de aparecer en los medios. Así se pondría de manifiesto la capacidad de la empresa de responder a emergencias al contar con pista de aterrizaje de helicópteros en el propio barco. El comodoro tomó nota mental de señalárselo a Dudley.
Weed hizo un saludo marcial.
Harry Crater, desde la ventana, saludó también, con el débil movimiento de un brazo fuerte oculto tras una chaqueta dos tallas más grande. A él lo único que le importaba era el helipuerto, y eso era evidentemente satisfactorio para su plan.
Se acordó de apoyarse en el bastón y se alejó arrastrando los pies.
El comodoro se lo quedó mirando. Tal vez su salud le estuviera fallando, pero era evidente que mantenía elevado el ánimo. «Espero que este crucero le siente bien -se dijo-. ¿Cuánto bien habrá hecho él este año por el resto de la raza humana? Tengo que preguntárselo a Dudley.»
– ¿Le gustaría pulsar el botón? -le preguntó el capitán, con una chispa en los ojos.
– ¡Desde luego! -Weed, como un niño con un volante de juguete, descargó la mano sobre el botón de la bocina.
¡Tuuuuuut tuuuuuuuuut!
– ¡Allá vamos! -exclamó alegremente- ¡Ya no hay vuelta atrás!