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El comodoro, todavía con el pijama de rayas blancas y azules, estaba sentado en el suelo del salón de la suite con las piernas cruzadas, en un intento de lograr la paz interior. También se estaba preparando para las noticias locales de Miami, que estaban a punto de aparecer en su televisión por satélite. A esas alturas lo de la paz interior era un sueño imposible. Se había imaginado que ser dueño del Royal Mermaid le proporcionaría el solaz que había ansiado después de tres matrimonios fracasados y la muerte de su querida madre. Pero no tuvo esa suerte.

Todavía no había comido nada esa mañana. Eric había vuelto a la suite para contarle el accidente de Alvirah Meehan justo cuando Willson llegaba con el desayuno. ¿Qué más podía salir mal?, se preguntó. Como respondiendo a su pregunta, sonó de pronto en la televisión la insistente música dramática de las noticias de las ocho.

– Buenos días -saludó con optimismo un guapo presentador de cara de botox, sonriendo a la cámara-. Hoy, veintisiete de diciembre, nuestro primer titular de la mañana se refiere a la búsqueda de Bala Rápida Tony Pinto, que se ha intensificado. Varios testigos han declarado verle cerca de la frontera de México y Canadá, pero todas las declaraciones han resultado ser pistas falsas. Su esposa, en su mansión de Miami, sigue insistiendo en que está muy preocupada por «su Tony», como suele llamarle. Según su declaración, cuando se despertó ayer por la mañana, él ya no estaba en casa. Teme que el estrés de su inminente juicio le haya trastornado, y ahora pueda haber perdido la memoria de su vida anterior y esté desorientado y necesitado de ayuda. Ha ofrecido una recompensa de mil dólares a cualquiera que ofrezca alguna información que ayude a localizar el paradero de su marido.

– ¡Mil dólares! ¡Venga ya! -masculló el comodoro. En ese momento llamaron a la puerta-. ¡Adelante! -bramó.

Dudley entró en la sala, pero el comodoro le hizo una señal para que guardara silencio.

– … La señora Pinto ha distribuido folletos por toda la ciudad con una fotografía de Bala Rápida en la que aparece con el Premio al Ciudadano Distinguido que recibió de un grupo desconocido.

¿Tendría que salir corriendo y esconderse para escapar de sus problemas?, pensó el comodoro sombrío. Había creído que la vida en el mar sería despreocupada y gratificante…

– Y ahora -prosiguió el locutor- Bianca García nos ofrece nuevas noticias sobre el crucero de Santa Claus que salió del puerto de Miami hace menos de veinticuatro horas. ¿Bianca?

La cámara enfocó a Bianca, que a pesar de haber dormido solo dos horas nunca había tenido los ojos más brillantes. En su mente ya se veía en el Rockefeller Center presentando el programa Today.

– Pues sí, Adam, tengo que decir que es un extraño crucero el que tenemos ahora en alta mar, y la inesperada tormenta que azotó el barco esta noche es el menor de sus problemas…

El comodoro quiso levantarse, pero le hormigueaban las piernas y los pies. Perdió el equilibrio y se cayó torpemente hacia un lado.

Bianca resumió rápidamente su anterior reportaje:

– … Y anoche después de las noticias hablé con uno de mis contactos en el barco. Por lo visto hubo más sorpresas. Dos trajes de Santa Claus fueron robados de una sala cerrada con llave, y una mujer del grupo de Lectores y Escritores entró dando gritos en el comedor durante la cena, declarando haber visto el fantasma de Louie Gancho Izquierdo en la capilla. Hace unos instantes me ha llegado la noticia de que la famosa ganadora de la lotería Alvirah Meehan se cayó en cubierta esta mañana mientras intentaba alcanzar a uno de los Santa Claus del crucero, que al parecer huía de ella. ¡Qué grosero! Y yo que pensaba que era un crucero precisamente para gente solidaria. ¿Qué está pasando? Anoche comenté que tal vez viajaba a bordo el fantasma del primer propietario del barco, Angus MacDuffie, Mac. Esta mujer en cambio sostiene que el fantasma que vio era el de Louie Gancho Izquierdo. -Aparecieron en la pantalla fotografías de los dos hombres-. Es increíble. Ambos son hombres corpulentos vestidos con calzones de cuadros. Yo, personalmente, creo que se trata del fantasma de MacDuffie.

» Veamos, MacDuffie era un excéntrico. Se pasaba el día entero en el barco, incluso después de que acabara en el jardín de la finca que había heredado de sus padres. Tanto su padre como su madre eran coleccionistas sin medida, amantes de todo lo antiguo, desde una escultura griega hasta una gastada tabla de fregar, y jamás tiraban nada. La casa estaba tan abarrotada de objetos que se consideraba en constante peligro de incendio. El yate fue la vía de escape de MacDuffie. Adoraba el mar y disfrutaba de la amplitud del espacio abierto. Él mismo declaró que jamás dejaría ese barco, y yo sostengo que todavía sigue a bordo.

» ¿Cuál de estos dos fantasmas anda rondando el barco? ¿Louie Gancho Izquierdo, a quien se rinde un homenaje, o Mac MacDuffie, quien aseguró que el barco siempre sería suyo? Envíen sus e-mails con sus opiniones. Mientras mis espías sigan enviando datos desde el Caribe, les mantendré informados…

Winston había entrado en la habitación durante el reportaje, con café recién hecho y dos tostadas de pan integral, esperando que su jefe recobrara el apetito.

– ¡Esa mujer me va a enterrar! -exclamó el comodoro.

– Venga, señor -quiso calmarle Winston-. Ya verá como las cosas tienen otra luz después de un café. Sabe que el café de la mañana le da alegría y optimismo.

– Winston, tú siempre sabes lo que necesito -contestó el comodoro, mirando ceñudo el televisor, donde ahora salía un anuncio de ambientador.

– Comodoro Weed -saludó animadamente Dudley-. He enviado un comunicado de prensa anoche y otro esta mañana. Estoy seguro de que cambiarán la visión de las cosas.

– ¿Has obtenido alguna respuesta?

– Todavía no, pero…

El comodoro movió la cabeza.

– Mi pobre madre -suspiró, alzando la taza de café-. Sus cenizas deben de estar dando saltos dentro de esa caja.

Dudley miró la vitrina. El cofre de plata con las cenizas estaba totalmente inmóvil, pero algo en su cabeza empezó a dar saltos. Se volvió hacia Winston.

– Yo también tomaré un café, gracias. Luego, si no te importa, me gustaría hablar con el comodoro en privado.

Winston se puso muy tieso.

– Tengo que ir a la cocina a buscarle una taza grande -resopló-. Ya sé que es como usted la prefiere -añadió con condescendencia.

– Winston, te das cuenta de todo y no se te olvida nada -dijo el comodoro-. He tenido mucha suerte de dar contigo.

– Siempre es difícil encontrar un buen servicio – opinó Dudley.

Un momento más tarde Winston dejaba una taza grande delante de Dudley y servía el café en cafetera de plata. Cuando el director cogió la taza, estaba seguro de que el mayordomo la había puesto bajo el agua fría. El asa estaba helada. Por fin Winston desapareció y Dudley carraspeó.

– En primer lugar, señor, ¿dónde está Eric?

– Estaba aquí hace un momento. Se levantó temprano para ir a ver al señor Crater, luego vino a ducharse y vestirse y volvió a salir para ver a los demás pasajeros. Es muy trabajador. Me contó lo que le ha pasado a la señora Meehan, pero ¿cómo se ha enterado tan deprisa la locutora esa? Yo no sé quién le estará proporcionando la información desde el barco. ¿Y cuál de los Santa Claus es tan grosero?

Era evidente que Eric no le había contado a su tío la teoría del doctor Gephardt de que alguien había intentado asfixiar a Crater. Dudley creyó su deber informar al comodoro. Eso endulzaría la sugerencia que pensaba proponerle. De manera que agarró el toro por los cuernos y le relató la conversación que Alvirah había oído.

El comodoro se quedó horrorizado.

– ¿Y por qué no me ha contado Eric todo esto?

– Supongo que quería protegerle, pero lo que yo pienso es que la información es poder.

– Eric es muy bueno. Pero ¿y si llega a filtrarse esta información?

– Puedo garantizarle que ni los Meehan ni los Reilly dirán nada. Voy a dar a Jack Reilly la lista de pasajeros y tripulación que me ha pedido. Van a comprobar todos los nombres en su oficina de Nueva York para ver si… -Dudley vaciló-. Para ver si hay alguna persona con problemas entre nosotros.

– Quienquiera que esté informando a esa periodista anda rondando por mi barco en busca de rumores -comentó asqueado el comodoro-. ¡Y eso que el crucero es gratis! ¡Nada de lo que hago sirve para nada!

– ¡Eso no es así! Y su santa madre nos va a ayudar.

– ¿Mi madre? -preguntó Randolph alzando la voz.

– Sí, señor. Seguro que esa periodista estará interesada en la emotiva noticia de que va a lanzar las cenizas de su madre al mar en este crucero.

– ¿Tú crees?

– Estoy seguro. Pero no podemos esperar a mañana por la mañana. Tiene que salir en las noticias de esta noche.

– ¡Pero el cumpleaños de mi madre es mañana! Ese es el día en que quería arrojar sus cenizas al mar.

– ¿A qué hora nació?

– A las tres de la madrugada.

– ¿No nació su madre en Londres?

– Sí.

– Entonces en esta parte del mundo todavía era el veintisiete de diciembre.

El comodoro se quedó pensando.

– ¿Tú crees que saldría un buen reportaje de su funeral en alta mar?

– Estoy convencido. Confíe en mí, señor. Cada vez sale más gente en estos cruceros con intención de esparcir las cenizas de sus seres queridos. A esta espantosa periodista le encantará tener una grabación de la ceremonia. A los espectadores les interesará mucho. Podemos celebrar la ceremonia hoy al atardecer. Y créame, acudirá mucha más gente por la tarde que si hace la invitación para mañana al amanecer.

El comodoro miró la vitrina de cristal.

– ¿Tú qué piensas, madre?

Dudley casi esperaba que de la urna saliera una cabeza como de una caja de sorpresas.

– ¿Dices que vendría más gente? -preguntó el comodoro.

– Mucha más, señor. Celebraremos la ceremonia al atardecer en la cubierta. Sus comentarios serán conmovedores, y breves, luego cantaremos unos himnos y por fin habrá un brindis con champán después de que eche usted los restos de su madre al mar.

El comodoro vaciló.

– ¿No será eso explotar el funeral de mi madre en mi propio interés?

– Es su madre -se apresuró a contestar Dudley-. Le alegraría muchísimo saber que le estaba ayudando a salir de este problema.

El comodoro reflexionó.

– Eso es verdad. Era una mujer muy altruista. Dices que deberíamos hacer la ceremonia en cubierta. ¿Y por qué no en la preciosa capilla que hice construir justo para eso?

– Es demasiado pequeña. Pienso asegurarme de que asistan todos los que están a bordo de este barco. Vamos a poner carteles y a anunciarlo por megafonía. Y durante el almuerzo, cuando estén todos reunidos, iré de mesa en mesa recordando a nuestros invitados que no deben perderse la ceremonia.

– Muy bien, Dud1ey. Creo que yo pasaré el día a solas con mi madre. Únicamente me quedan nueve horas con ella y… -Se le quebró la voz-. Y me gustaría aprovecharlas al máximo.

– Pero tendría usted que ir al almuerzo, señor. Su presencia es un indicativo de que todo va bien.

– Tienes razón una vez más, Dudley. -El comodoro se levantó-. Ya es hora de que me duche y me vista. Incluso cuando era un chaval a mi madre no le gustaba nada que andara por ahí en pijama.

– Yo voy a preparar los comunicados y a avisar a la tripulación. Solo le molestaré si es absolutamente necesario.

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