Eric sabía que si se encontraba a Alvirah Meehan en una cubierta desierta, la tiraría por la borda. De no ser por ella, Bala Rápida y Highbridge seguirían a salvo en su camarote, y él estaría mucho más cerca de su gran recompensa. Pero tal como iban las cosas, ya no le darían la segunda mitad de su paga cuando los hombres de Bala Rápida y Highbridge los recogieran en Fishbowl Island. Y suerte tendría si ninguno de ellos, una vez a salvo fuera de Estados Unidos, no escribía una carta a las autoridades explicando exactamente cómo habían logrado salir del país.
De pronto se le ocurrió otra cosa. Si se tropezaba con Dudley en una cubierta desierta, sería un placer incluso mayor tirarle al agua. Todo eso le pasaba por la mente mientras se veía obligado a abandonar temporalmente la búsqueda de sus dos polizones para ir a ver a Crater. Agarrado a la barandilla bajó a la carrera un tramo de escalera detrás de otro hasta la enfermería en las entrañas del buque. A medida que bajaba, el bamboleo del barco se iba mitigando, pero a pesar de todo estuvo a punto de perder el equilibrio en el pasillo junto a la enfermería.
Contaba con que la sala de espera estuviera vacía, y le decepcionó verla llena de pasajeros en busca de algún parche para el mareo. Bobby Grimes, cuyo ebrio estallido había sido la comidilla de la fiesta de cóctel, tenía la cabeza entre las manos.
Nada más ver a Eric exclamó:
– ¡Sabía que tenía que haberme quedado en casa!
«Y ojalá te hubieras quedado», pensó Eric mientras atravesaba la pequeña sala de recepción y abría la puerta que daba a la consulta de Gephardt y las salas de tratamiento. La enfermera detrás de la mesa estaba ordenando la medicación. Tenía el aspecto de un perro guardián. Al ver a Eric frunció el ceño con expresión de desaprobación.
– Mi tío quiere que hable con Crater -informó Eric-. ¿En qué habitación está?
– En la segunda de la derecha. El doctor Gephardt está con él.
La puerta de la habitación estaba abierta.
– Esta inyección le aliviará esos espasmos de la espalda, señor Crater -decía el médico, junto a la cama-. Y también le ayudará a dormir.
– Yo quiero volver a mi camarote -protestó el enfermo con voz adormilada.
– Esta noche no -replicó el médico con firmeza-. Tiene muy mal la espalda y estamos en plena tormenta. Lo que menos le convendría ahora es volver a caerse. Aquí está en la parte más estable del barco y además podemos tenerle en observación.
Crater intentó incorporarse, pero volvió a tumbarse de inmediato gimiendo de dolor.
– ¿Lo ve? -exclamó el médico, triunfal-. El medicamento empezará a hacer efecto en unos minutos. Ahora relájese.
Eric llamó a la puerta para anunciar su presencia y luego se acercó a la cama.
– Señor Crater, lamentamos muchísimo su accidente. Pero está en buenas manos con el doctor Gephardt.
– Esas niñas horribles -se quejó Crater-. ¿Quién me puso en esa mesa?
– Eso da igual-intentó calmarle Eric-. De ahora en adelante solo se sentará a la mesa del comodoro. Es de lo más entretenido, ya verá.
– Así es -convino el doctor Gephardt-. Señor Crater, usted mismo ha dicho que los espasmos de la espalda no suelen durarle mucho, así que esperamos darle de alta lo antes posible. Pero ahora mismo no puede moverse. Claro que siempre podemos llamar a su helicóptero cuando pase la tormenta, si le parece que estará más cómodo en su casa.
A Crater se le ensombreció el semblante.
– ¿Dónde está mi móvil? -preguntó, mientras ya se dormía.
El médico hizo una seña a Eric para que salieran de la habitación. Mientras se dirigían al despacho de Gephardt, a Eric se le encendió una luz en la mente.
– Parece muy solo -comentó solícito-. ¿ Viaja con alguien?
– No. La verdad es que no lo entiendo. Es cierto que tiene espasmos en la espalda, pero no está tan enfermo como aparenta. Su cuerpo tiene una musculatura sorprendente y todos sus signos vitales son perfectos. No entiendo tampoco por qué llevaba maquillaje gris en la cara. Tiene la piel rojiza, pero ese maquillaje le da aspecto de cadáver.
Eric echó un vistazo a la mesa de Gephardt, donde estaba el historial de Crater con el número de su camarote junto al nombre.
– ¿Le va a mantener aquí esta noche entonces? -preguntó.
Gephardt asintió con expresión solemne.
– Por lo menos hasta mañana. Ya sé que preferiría volver a su camarote, pero con la inyección que le he puesto estará dormido hasta mañana por la mañana. -Entonces sonrió-. ¿Te quieres creer que la madre de las niñas Deitz ya les ha obligado a hacer diez tarjetas para él? El hombre las rompió sin verlas siquiera.
Eric se echó a reír, fingiendo compartir aquel momento con el médico.
– Bueno, Eric, si me perdonas tengo una sala llena de pacientes.
Por un instante a Eric le irritó que le despachara un imbécil como Gephardt, a pesar de que él mismo estaba deseando salir de allí a toda prisa. Pero el enfado se le pasó enseguida. Ahora por lo menos tenía un plan.
Moviéndose incluso más deprisa que antes, subió la escalera hasta el Lido. El bar estaba casi vacío.
– ¿No ha venido mucha gente al bufet esta noche? -preguntó a un camarero.
– No con este tiempo.
– Pensé que encontraría aquí a algún Santa Claus -comentó Eric, haciéndose el indiferente-. En la cena había tanta gente hablando con ellos que no han tenido ocasión de comer mucho.
– Vinieron dos, pero muy temprano. Ni siquiera habíamos abierto. Se llevaron queso y uvas.
A Eric se le aceleró el pulso. Tenían que ser Bala Rápida y Highbridge.
– ¿Se sentaron aquí?
– No, se llevaron la comida y salieron por detrás. -El camarero miró la mesa del bufet-. Estamos empezando ya a recoger. ¿Puedo traerle alguna cosa?
– No, gracias -se apresuró a contestar Eric-. Hasta otra.
Sabía que parecería un loco si salía por la puerta trasera al exterior, con la que estaba cayendo, de manera que se dirigió hacia los ascensores, los pasó de largo y salió por una puerta lateral a la cubierta. El aguacero le empapó de inmediato el uniforme. Se puso a gatas para que los camareros no lo vieran pasear bajo la lluvia como un chiflado y se dirigió hacia la popa. Si Bala Rápida y Highbridge estaban allí escondidos, tendría que hacerles saber que se hallaba allí cerca.
Llegó a la zona deportiva y empezó a cantar «Santa Claus is coming to town».