Nora y Luke se excusaron para no ir con el grupo al salón del plano.
– Anoche nos acostamos muy tarde y esta mañana nos levantamos muy temprano -explicó Nora-. Ya nos veremos en el desayuno.
Willy bostezó.
– Alvirah, tú tienes más energía que todo el pasaje junto. ¿Te importa si yo también me retiro?
Ivy, a quien se le había caído el alma a los pies ante la perspectiva de perderse su velada con las celebridades, se animó al oír contestar a Alvirah:
– Bueno, ve tú delante, Willy, que yo no tardaré mucho.
– Buscaré una mesa tranquila -prometió Dudley.
A la entrada del salón Ivy vio a una pareja sentada a una mesa junto a la ventana.
– Ah, ahí está mi compañera, Maggie -exclamó-. ¿ Quién es el Santa Claus que está con ella?
– Desde aquí no lo sé -contestó Dudley-. Pero me parece que es Ted Cannon. Es uno de los más altos.
– ¿Le gustaría invitarles a sentarse con nosotros? -ofreció Regan a Ivy.
– No -respondió ella con firmeza.
Apreciaba mucho a Maggie, pero su amiga se había reído con las mismas ganas que todo el mundo cuando ella les contó que había visto a Louie Gancho Izquierdo. Además, quería tener ocasión de hablar con Regan, Jack y Alvirah con la menor audiencia posible. Dudley no le importaba tanto, porque el pobre parecía exhausto.
El director les llevó hasta una mesa en un rincón e hizo un gesto ampuloso a Alvirah.
– Señora Meehan, ¿dónde le gustaría sentarse?
– Nunca dando la espalda a la puerta-bromeó ella-. No quiero perderme nada.
– Ni tú ni nadie del grupo -murmuró Regan.
Siempre se burlaba de Jack diciéndole que la única desventaja de estar con él era que a causa de su trabajo jamás se sentaba de cara a una pared. Eso significaba que si no podían sentarse lado a lado, la vista de Regan era únicamente Jack, lo cual, tal como él señaló, «era suficiente placer para cualquiera».
– Dudley, ¿por qué no se sienta usted a mi lado? -sugirió Alvirah-. ¡Uf! -exclamó cogiendo una silla-. El mar debe de estar agitándose.
– El mar es impredecible, señora mía-replicó Dudley con aires de entendido mientras la ayudaba a sentarse-. Como la mayoría de las damas -añadió alzando una ceja-. Los hombres nunca sabemos qué esperar. ¿No es cierto, Jack?
A Regan le divirtió la expresión de Jack. Sabía que no le habría gustado nada que Dudley se hubiera metido con él en el mismo saco. Jack ya había comentado que el director le parecía un pobre diablo.
Alvirah estaba arrepintiéndose de no haberse puesto el broche con el micrófono oculto. Muchas veces había recogido algún comentario que luego resultaba ser revelador si se escuchaba con atención.
En cuanto estuvieron todos sentados, apareció un camarero para tomar el pedido.
Alvirah se volvió hacia Dudley.
– Ha tenido usted un día bastante ajetreado, ¿verdad? -preguntó comprensiva-. ¿Se sabe algo del camarero que se tiró al agua en el puerto de Miami?
Dudley notó un ligero aleteo en el estómago. No había tenido el valor de ir a su oficina a leer el correo electrónico. Agradecía el hecho de que el sistema de comunicaciones del barco apenas captara los canales de televisión local. Sabía que la oficina del comodoro en Miami seguramente le habría contactado para discutir cualquier noticia del incidente que hubiera llegado a los informativos de la tarde. «Soy como Escarlata O'Hara -admitió de mala gana-. Siempre pensando en mañana.»
– No he oído nada más -pudo contestar con sinceridad-. Tal como anunció el comodoro, se trataba de una ofensa doméstica, nada más. El hombre se había retrasado en el pago de la pensión.
Ivy blandió el dedo.
– Eso es lo bueno de no haber conocido a tu media naranja, que nunca he tenido que preocuparme por un ex marido vago. Cuando era pequeña, mi padre entregaba a mi madre su sueldo en un sobre cerrado todos los viernes, y ella le daba su asignación. Y todo funcionó muy bien hasta que mi padre pidió un aumento. -Ivy sonrió al camarero que le estaba sirviendo un martini de manzana. Luego bebió un sorbo con gran expectación-. Las cosas que pueden hacer con las manzanas -se regocijó-. Ay, debería haber esperado a que los sirvieran a todos. Es que estoy tan nerviosa… Pero con ustedes me siento a salvo. -En cuanto todos tuvieron su bebida, alzó la copa-. ¡Vamos a hacer un brindis!
– Salud -corearon todos.
La lluvia empezó de pronto a martillear en las ventanas.
– No me gustaría nada estar ahí fuera -comentó Regan.
El barco se bamboleaba mucho-. ¡Escuchad el viento! La tormenta ha llegado muy deprisa, ¿verdad, Dudley?
– Como ya les dije, el mar es impredecible, señora -sentenció Dudley aferrando su copa-. He visto muchas tormentas que nos han cogido por sorpresa, y si esta es como la mayoría de las otras, desaparecerá tan deprisa como vino. Y eso es lo que predigo.
– Siempre que no haya icebergs por aquí -comentó alegremente Ivy-. Yo ya he tenido bastantes sorpresas por hoy. Bueno, aquí viene Benedict Arnold,
– ¿Qué? -preguntó Regan perpleja.
– Mi compañera de camarote, Maggie.
Maggie Quirk atravesaba la sala en dirección a ellos, seguida de Ted Cannon, que se había quitado la barba y el gorro.
– ¡Huuuy! -exclamó Maggie agarrándose del brazo de Ted cuando el barco volvió a dar un súbito bandazo.
– ¡El barco no se ha movido, Maggie! -le dijo Ivy-. ¡Han sido imaginaciones tuyas!
Maggie sonrió.
– Ivy, lo siento. Al principio pensamos que te lo habías inventado todo, como tenías tantas ganas de representar un misterioso asesinato a bordo… Ahora todo el mundo sabe que algo te dio un susto de verdad.
– Desde luego están pasando cosas -convino Jack, levantándose a la vez que Dudley.
Se hicieron las presentaciones y se acercaron dos sillas a la mesa.
– Ted sabe que compartimos camarote y me ha preguntado por ti -explicó Maggie.
Alvirah advirtió el gorro que llevaba Ted en la mano.
– ¡Eso era! -exclamó.
– ¿Qué era qué? -preguntó Regan.
Alvirah rebuscó en su bolsillo.
– El cascabel que encontramos en la capilla. Es igual que los dos del gorro de Ted. -Se volvió hacia Dudley-. ¿Cuántos cascabeles llevan esos gorros?
Dudley vaciló un momento.
– Dos.
– Dudley, deberíamos inspeccionar los ocho gorros que llevan los Santa Claus, a ver si todos tienen dos cascabeles. Si es así, entonces podremos deducir que el que robó los trajes de Santa Claus estuvo en la capilla.
Regan se quedó mirando a Dudley. El director habría reconocido el cascabel, sin duda, pero no había dicho nada. Era evidente que no quería que nadie pensara que la persona o personas que robaron los trajes andaban merodeando por el barco. Y si ese fuera el caso, ¿estaría todo aquello relacionado con lo que Ivy vio en la capilla?
Otro bandazo del barco tiró las copas.
– Es hora de retirarse -anunció Jack, mientras todos se apartaban de la mesa empapada-. Tened cuidado. Me parece que la tormenta va a arreciar.
– No se preocupen -dijo Dudley, intentando mostrarse optimista-. En esta vieja bañera están todos a salvo.
Y Alvirah recordó de pronto las palabras de la vidente:
«Veo una bañera, una gran bañera. En ella no está usted a salvo…»,