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Viernes, 23 de diciembre


A las siete de la tarde del 23 de diciembre caía una suave nevada sobre Nueva York. La gente recorría las calles de Manhattan haciendo las compras de última hora o en dirección a alguna fiesta. En la festiva sala Grill del restaurante Four Seasons, en la calle Cincuenta y dos, al lado de Park Avenue, brindaban con vino Alvirah y Willy Meehan, ganadores de la lotería, y sus buenos amigos: la escritora de suspense Nora Regan Reilly y su esposo Luke, director de una funeraria. Esperaban la llegada de la única hija de Nora y Luke, Regan, y su reciente marido, Jack, que también por casualidad se apellidaba Reilly.

Las dos parejas se habían conocido exactamente dos años antes, cuando a Luke lo secuestró el descontento heredero de uno de sus clientes fallecidos. Alvirah era una mujer de la limpieza que había ganado cuarenta millones de dólares en la lotería y se había convertido en detective aficionada. Se presentó a Regan y la ayudó en su frenética investigación para salvar a Luke. Durante aquel proceso Regan conoció a Jack, que era jefe de la Brigada Especial de Policía de Manhattan, y se enamoraron. Como Luke observó irónicamente: «No hay mal que por bien no venga».

Ahora Alvirah, con su corpulenta figura elegantemente envuelta en un vestido de fiesta azul oscuro, ardía de impaciencia por extender a los cuatro Reilly la invitación que había recibido, pero intentaba dar con la manera de convertido en una oferta que no pudieran rehusar.

Willy, su esposo desde hacía cuarenta y tres años, que con su pelo blanco, su rostro alargado y su amplia barriga era la viva imagen del legendario político Tip O'Neill, no había podido ayudarla durante el trayecto en taxi desde su casa en Central Park South.

– Cariño, lo único que puedes hacer es invitarlos -le había dicho-. Y ellos aceptarán o no.

Ahora Alvirah miró a la menuda Nora, al otro lado de la mesa, tan elegante como siempre con un vestido negro de engañosa sencillez, y a Luke que con sus casi dos metros de estatura se alzaba sobre ella como una torre, con el brazo extendido sobre el respaldo de su silla. «Siempre lo pasamos de miedo cuando vamos juntos de viaje», pensó. Pero enseguida se dio cuenta de que lo que para ella era diversión para los demás podría tratarse de «demasiadas emociones».

– ¡Ah, aquí están! -exclamó Nora.

Regan y Jack habían aparecido en la escalera y tras saludar con la mano se acercaron a la mesa.

Alvirah suspiró encantada. Le gustaba mucho aquella joven pareja. Regan tenía los ojos azules y la piel pálida de su madre, pero era diez centímetros más alta que Nora y había heredado de la familia de su padre el pelo negro. Jack medía algo más de uno ochenta, y con su pelo rubio, los ojos color avellana y su mentón firme desprendía un aire de seriedad y seguridad en sí mismo que había convencido a Alvirah desde el primer momento de que era el hombre adecuado para Regan.

Jack se disculpó por haberlos hecho esperar.

– Es que han llegado a la oficina unos cuantos asuntos de última hora. Pero bueno, podía haber sido peor. Me alegra poder deciros que desde ahora mismo y durante dos semanas Regan Reilly Reilly y yo estamos libres.

Era lo que Alvirah necesitaba. Esperó a que el comodoro sirviera vino a los recién llegados y luego alzó su copa en un brindis.

– Por unas maravillosas vacaciones juntos. Tengo una sorpresa magnífica para vosotros, pero primero tendréis que prometerme que vais a decir que sí.

– Alvirah -se alarmó Luke-, conociéndote no puedo prometer nada parecido sin saber muchos más detalles.

– Ni yo -convino Willy-. Os cuento de qué va la cosa. No tuvimos más remedio que asistir a una subasta benéfica. ¿Os tengo que explicar más? Vosotros mismos habéis tenido que asistir a unas cuantas. En cuanto empezó la subasta después de la cena, supe que íbamos a tener problemas: Alvirah tenía esa expresión tan suya…

– Willy, era por una buena causa -protestó la mujer.

– Todas son buenas causas. Desde que ganamos la lotería hemos estado en la lista de todas las buenas causas conocidas por la humanidad.

– Es cierto -admitió Alvirah riéndose-. Pero esta vez fui porque la subasta la presidía el hijo de la señora Sweeney, Cal. Yo solía ir a limpiar a casa de la señora Sweeney los martes, y Cal es miembro del consejo de administración del hospital local y necesitan ayuda. En fin, el caso es que me dejé llevar un poco, lo confieso, y acabé ganando un crucero por el Caribe para dos. Luego ya no volví a saber nada, y no me había dado cuenta de que era un crucero de Navidad. Hemos tenido un año tan ajetreado que la verdad es que se me había olvidado, hasta esta tarde, que me llegó una carta del director del crucero. Por lo visto ha habido algún descuido, y resulta que el crucero es la semana que viene. El barco sale el veintiséis de diciembre y vuelve el día treinta.

– ¡Pero si solo quedan tres días! Pues sí que te han dado tiempo- comentó Jack-. ¿Y vais a ir? Si no, seguro que podéis protestar para que os pongan en otro crucero, porque toda esta precipitación es culpa suya.

– Pero es que es un viaje muy especial-explicó ansiosa Alvirah-. Se llama el «Crucero de Santa Claus», y todos los que van en el barco han ganado el pasaje pujando en una subasta de caridad, o lo han recibido por pertenecer a un grupo que haya realizado una gran labor social este año. También se han sorteado billetes entre los que han demostrado haber hecho una donación generosa a alguna fundación reconocida.

– ¿Me estás diciendo que nadie ha pagado el billete? -preguntó incrédulo Luke, mientras aceptaba la carta que le ofrecía el camarero-. ¡Pues la compañía esa debe de estar forrada!

– Tengo el folleto, con muchas fotos y todos los detalles del viaje. -Alvirah se lo sacó del bolso-. El barco es precioso, y nuevo. Bueno, casi nuevo, se ve que lo han restaurado de proa a popa. No os lo vais a creer, pero hasta tiene un helipuerto y una pared de escalada, como los tras atlánticos nuevos. Y lo mejor es que el director siente tantísimo no habérmelo notificado a tiempo que para compensarnos nos permite invitar a cuatro amigos y nos ha ofrecido otros dos camarotes de lujo con terraza, como el nuestro.

Alvirah miró radiante a los cuatro Reilly.

– Quiero que vengáis todos al crucero con nosotros.

– ¡Pero eso es imposible! -se apresuró a replicar Nora, meneando la cabeza y mirando a Luke en busca de apoyo.

– Esto… es que pensábamos tomarnos la semana que viene de descanso y…

Luke carraspeó intentando buscar una excusa mejor.

– ¿Y qué mejor descanso que un crucero? -insistió Alvirah-. Pensadlo. Ahora en enero os vais los dos al sur de Francia. Regan, ya sé que Jack y tú habéis quedado con unos amigos para esquiar en el lago Tahoe en fin de año. ¿Qué tenéis pensado para los cuatro días después de Navidad que sea mejor que un crucero por el Caribe?

Era una pregunta retórica…

– Regan -prosiguió Alvirah-, Jack acaba de decirme que tiene dos semanas de vacaciones. ¿Qué tenéis que hacer el dia después de Navidad y los tres días siguientes?

– Nada en absoluto -contestó Regan-, Jack, nunca hemos hecho un crucero juntos, yo creo que sería divertido.

– Según las predicciones para la semana que viene, en el área de Nueva York va a hacer un frío de helado a glacial, o al revés, no sé, lo que sea más frío -les animó Willy. Sabía que en las dos horas que habían pasado desde que llegó la carta, Alvirah ya se había hecho ilusiones de que los Reilly los acompañaran al crucero-, Vamos a alquilar un avión privado para ir a Miami el día veintiséis -añadió, esperando que Alvirah no le delatara confesando no saber nada de ese plan-. Pensadlo. Un barco precioso, acompañados de buena gente… Podremos bañamos en la piscina en pleno diciembre, sentamos a leer en la cubierta… Seguro que habrá un montón de gente leyendo tus libros, Nora. ¿Qué me dices?

– Que parece demasiado bueno para ser verdad -contestó Nora, pero al cabo de un momento añadió-: Lo que sí es cierto es que siempre lo hemos pasado muy bien con vosotros, y la verdad es que me encantaría pasar unos días con mi niña y mi reciente yerno.

Alvirah sonrió triunfal. Era evidente que los Reilly se apuntarían al crucero. Nora y Regan ya estaban ilusionadas y Luke y Jack acabarían por ceder, aunque fuera de mala gana. Mientras brindaban por el crucero, Alvirah se alegró de no haber mencionado que el día anterior, en otro almuerzo benéfico, le había leído el futuro una vidente contratada como entretenimiento para recaudar más fondos. En cuanto le echó las cartas, la adivina abrió los ojos de tal manera que los párpados le desaparecieron.

– Veo una bañera -susurró-. Una bañera muy grande. Usted no está ahí segura. Escúcheme. Su cuerpo no debe estar rodeado de agua. Hasta después de fin de año, limítese a ducharse.

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