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– ¡Esto es de locos! -exclamó furioso Bala Rápida, acurrucado con Highbridge detrás del granero, con la lluvia cayéndoles encima desde todas direcciones-. Nos estamos empapando. Y cuando se haga de día, ¿qué vamos a hacer? Aunque dejara de llover, vamos a parecer dos pollos mojados. Será imposible andar por ahí con estos trajes de Santa Claus.

Highbridge añoraba su casa de Greenwich, con el jacuzzi en el dormitorio principal y sus vistas sobre Long Island Sound. Heredó tanto dinero que no necesitaba haber timado a los inversores, pensó. Pero fue divertido. Ahora, empapado y deprimido, con un traje de Santa Claus que picaba, se dio cuenta de que debería haber ido a un psicólogo para tratarse sus instintos criminales. Y la de dinero que malgastó con su ex novia caza fortunas, que ahora se deslizaba por las pendientes de Aspen con otro. Si no llegaba a Fishbowl Island, una cosa era segura: aquella chica no se ganaría un crucero como aquel visitándolo en la cárcel. La idea de cambiar su guardarropa de Armani por un traje de presidiario le provocó más ansiedad, si eso era posible.

– Eric nos estará buscando -dijo-. Como nos encuentren, también se juega el cuello.

De pronto las aspas del molino del hoyo nueve, que giraban como locas, se soltaron y salieron volando por los aires para aterrizar a pocos centímetros de sus pies.

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