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Ted Cannon siempre había tenido el sueño ligero, y mucho más durante los meses en que Joan estuvo enferma y él estaba pendiente del más mínimo cambio en su respiración. Se alegró de que le asignaran uno de los pocos camarotes individuales del barco. Tenía la mitad de espacio que los otros, pero era muy cómodo y tenía una terraza privada. La única desventaja era una puerta que comunicaba con el camarote de al lado.

Muy conveniente para una familia que viajara con niños, pero no tanto para dos grupos distintos que no querrían oír la televisión de los vecinos.

Ted sabía que al ocupante del otro camarote, Crater, aquel tipo de aspecto tan enfermo, se lo habían llevado a la enfermería después de que se cayera durante la cena. Pero justo cuando Ted se preparaba para acostarse, oyó el murmullo de la televisión de Crater. «Me alegro -pensó-. Eso es que no se ha hecho nada. Por otra parte ya me puedo olvidar de dormirme enseguida y sin pensar. Y como deje la televisión encendida mucho tiempo, lo tengo claro.»

El barco seguía balanceándose, y apetecía mucho meterse en la cama bajo las mantas. La noche anterior, a esa misma hora, pensaba que había sido un error apuntarse al crucero, pero lo cierto es que se había divertido bastante. Ahora, solo en la oscuridad, sonrió al recordar los sucesos del día. En la cena no le había importado ir visitando las distintas mesas entre plato y plato, como le habían pedido. Le gustaba hablar con la gente. Y los pasajeros eran muy agradables y auténticos, pensó, como los Ryan, que estaban a bordo por haber recaudado fondos para la investigación de una enfermedad rara que le había costado la vida a su hijo. Pensando en que los Ryan habían canalizado su dolor en algo positivo y útil, Tom se acordó de lo que le dijo a él su hijo: que se estaba dejando hundir en la autocompasión. Bill no lo expresó con esas palabras, por supuesto, sino con mucho tacto, pero era lo que había querido decir. Y tal vez tenía razón. De hecho, pensó Tom incómodo, Joan sí lo habría dicho justamente con esas palabras. Ella no habría tolerado que siguiera sintiendo pena de sí mismo.

En el camarote de al lado habían apagado la televisión, pero se oía el ruido de cajones al abrirse y cerrarse. Y luego voces. Tal vez alguien estaba ayudando a Crater a prepararse para pasar la noche, pensó Ted, volviéndose hacia un lado y subiendo más la manta para taparse las orejas.

Cuando ya empezaba a dormirse, pensó en lo mucho que le alegraba haber preguntado a Maggie Quirk sobre Ivy Pickering. Maggie era una mujer graciosa que sabía reírse de sí misma. Y no llevaba anillo, así que seguramente no estaba casada. Le había dicho que pensaba salir a correr un poco a las seis de la mañana. Si la tormenta amainaba, él también saldría a correr.

Ted solía madrugar, pero para asegurarse de no quedarse dormido, encendió la luz y puso la alarma para las cinco y media.

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