El camarote de Regan y Jack estaba en el extremo opuesto del pasillo del de Luke y Nora, una cubierta más abajo del camarote de Alvirah y Willy.
Los seis habían ido a inspeccionar las dos habitaciones de los Reilly, las encontraron satisfactorias y subieron juntos al anterior camarote de Eric. Se morían de curiosidad. La habitación se encontraba en una sección separada del barco, en el mismo pasillo que la suite del comodoro, un área donde normalmente no se alojaría ningún pasajero.
La puerta estaba abierta.
– Hola -saludó Alvirah.
Un hombre calvo de espalda tiesa ataviado con un oscuro uniforme de mayordomo pasaba un trapo por una mesilla.
– Buenas tardes, señora -contestó, con una ligera inclinación-. ¿Es usted la señora Meehan?
– Así es.
– Yo soy Winston. Seré su mayordomo durante el crucero y me encargaré encantado de su absoluta comodidad. Estoy dispuesto a servirle cualquier cosa, desde el desayuno en la suite hasta un chocolate caliente por la noche. Querría añadir mis disculpas por cualquier inconveniencia que haya podido experimentar debido al error en las reservas.
– No hay problema -le aseguró Alvirah con vehemencia, mirando admirada en torno a la sala-. Vosotros tenéis unos camarotes muy bonitos -dijo a los Reilly-, pero este es increíble.
– Es genial-convino Regan. No se le había pasado por alto la expresión de Eric Manchester cuando le dijeron que tenía que renunciar al camarote. «Ya entiendo por qué no le hizo ninguna gracia -pensó-. Pero era algo más que eso. Parecía angustiado.»
La puerta del armario estaba abierta y Nora echó un vistazo al interior.
– El armario es casi otra habitación -comentó.
– Con el equipaje de Alvirah, va a necesitar todo el espacio del que pueda disponer -replicó Willy-. Ah, ahí están nuestras maletas.
Un mozo acababa de llegar sin aliento a la puerta.
– Bueno, nos marchamos para que os acomodéis -dijo Luke-. Que no se os olvide que hay un simulacro de emergencia a las cinco en punto.
Winston echó un rápido vistazo de último minuto al camarote y movió la cabeza.
– ¿Cómo se me ha pasado esto por alto? -murmuró entre dientes, agachándose para recoger varias patatas fritas hechas migas en el suelo junto al sofá-. Pensaba que Eric era un obseso de la comida sana… -Al incorporarse añadió-: Creo que ya está todo listo. Si necesitan cualquier cosa, utilicen el teléfono, por favor. -Miró a los Reilly y resopló-. Tal vez deberíamos dejar en paz a los Meehan para que deshagan el equipaje.
Su voz era de lo más británica y pretenciosa, como un mayordomo de película.
– Pues sí -replicó secamente Jack.
«Y se hace llamar mayordomo -pensó-. Venga ya. No hace falta que nadie nos diga que es el momento de marcharse.»
– ¿Qué prisa hay? -masculló Luke.
– Nos vemos abajo después de la simulación de emergencia -se apresuró a decir Alvirah, intentando cubrir la arrogancia de Winston-. ¿Verdad que es maravilloso estar ya en camino?
Los demás siguieron a Winston al pasillo. El mozo puso con esfuerzo las maletas de Alvirah en la cama. La bolsa de WilIy era una maravilla de eficiencia. Con excepción de otra bolsa más pequeña, contenía todo lo que necesitaba. Alvirah abrió el cajón de la mesilla y guardó allí las pastillas de calcio. Había oído que el calcio se absorbía mejor si se tomaba por la noche. En el cajón encontró una baraja de cartas.
– Anda, mira, Willy. ¿Te acuerdas de lo que nos gustaba jugar a las cartas? Estos últimos años lo hemos dejado.
– Eso es porque has estado muy ocupada resolviendo crímenes -replicó Willy.
Las cartas estaban sujetas con una goma elástica. Willy les echó un vistazo.
– Le preguntaré a ese tal Eric si son suyas. Ya le habrá molestado bastante que le quitáramos el camarote -declaró, metiéndoselas en el bolsillo-. Bueno, si nos dejan mucho tiempo en el bote salvavidas con esto del simulacro de emergencia, siempre podremos echar una partidita.