El seminario de Lectores y Escritores de Oklahoma llevaba en pleno apogeo desde las nueve de la mañana. Los grupos mantuvieron animadas discusiones sobre el arte de escribir novela negra, retrocediendo hasta famosos escritores como sir Arthur Conan Doyle y Agatha Christie.
A las once y media Bosley P. Brevers, autor de una exhaustiva biografía de Louie Gancho Izquierdo, tenía que dar una charla sobre su tema favorito, y mostrar diapositivas de la vida de Louie en el pequeño salón de actos cerca del comedor.
Regan y Jack se habían encontrado Con Nora y Luke en cubierta y habían decidido asistir. Regan había comunicado a sus padres su creciente sospecha de que Tony Pinto podría ir de polizón en el barco.
Vieron entre el público a Ivy Pickering y a Maggie Quirk, sentadas algo a la izquierda una fila detrás de ellos. Regan enarcó las cejas. Ivy, que parecía de esas que jamás se habrían molestado en ponerse ni polvos en la nariz, llevaba un favorecedor maquillaje y una chaqueta de lino azul que resaltaba sus ojos azul lavanda. Menuda diferencia con su aspecto del día anterior, cuando entró gritando en el comedor, pensó Regan.
En el escenario estaban presentando a Brevers. El director del seminario alabó sus cinco años de investigación sobre el tema y advirtió que mientras trabajaba en el libro ostentaba también el puesto de director en un laureado instituto. Brevers, un hombre bajito de unos sesenta y cinco años, de cuerpo menudo y cabello blanco, se acercó al atril. Hizo los típicos comentarios sobre lo honrado que se sentía de hablar allí y lo emocionante que era participar en el crucero de Santa Claus, sobre todo cuando existía la posibilidad de que el fantasma de Louie Gancho Izquierdo estuviera presente. Esperó unas risas que no llegaron.
– Pues sí -prosiguió con una tos-. Vamos a empezar. -Carraspeó-. Louie Gancho Izquierdo nació en la pobreza de la Cocina del Infierno -comenzó, mostrando una diapositiva de un niño de dos años sentado en la escalera de una casa junto con su madre.
– De la miseria a la riqueza -susurró Luke a Nora-. Allá vamos.
Nora le hizo una mueca.
Los primeros diez minutos de conferencia incluyeron una serie de diapositivas en las que Louie Gancho Izquierdo aparecía realizando cualquier clase de trabajo, empezando desde los ocho años. En una foto, él y su hermana María habían montado un negocio de limpiabotas en la esquina de la Décima A venida y la calle Cuarenta y tres, en Nueva York. María sostenía orgullosa un cartel que rezaba: CINCO CÉNTIMOS POR ZAPATO. QUEDARÁN COMO NUEVOS.
– Un empresario emprendedor -susurró Luke-. Casi todo el mundo lleva dos zapatos.
Siguieron pasando diapositivas.
– Aquí está Louie con doce años, transportando una enorme barra de hielo. Tenía que su birla cinco pisos, pero jamás se quejó -explicó Brevers-. El valiente pequeño no sabía que estaba desarrollando los músculos que lo convertirían en un campeón del boxeo. Mientras otros, incluido su amigo de la infancia, Charley- Boy Pinto, se entregaban a una vida criminal…
Regan y Jack se inclinaron a la vez en sus sillas.
– ¿Pinto?
– Louie se llevó una buena decepción cuando su querida hermana, María, se casó a la edad de quince años con Pinto. Ni él ni sus padres volvieron a dirigirle la palabra. Charley Boy se pasó los últimos quince años de su vida en una prisión federal. Pero antes había enseñado a su hijo todo sobre su «negocio». Ese hijo, Anthony, se convirtió en el conocido gánster Bala Rápida Tony Pinto, un hombre peligroso del que habrán oído hablar en las noticias recientemente. Aunque lo más probable es que no llegara a conocer a su tío, el campeón de boxeo y autor de best sellers, se le parece mucho, como advertirán.
Las dos fotografías aparecieron juntas en la pantalla. Regan oyó una exclamación a su espalda y se volvió a tiempo para ver a Maggie e Ivy levantarse para marcharse.
Los cuatro Reilly las siguieron.
Ivy temblaba: y Maggie estaba muy pálida.
– Hay un pequeño salón por ahí -indicó Nora-. Vamos.
– No quiero crear problemas -dijo Ivy-. Esto sería terrible para el comodoro. Ya sabía yo que la persona que vi se parecía mucho a Louie Gancho Izquierdo. Pero al ver las dos fotografías juntas lo tuve muy claro. ¡El hombre que vi en la capilla es Tony Pinto, sin duda! ¿Es un gánster? ¿Por qué lo buscan ahora?
– Se escapó de su casa de Miami para no ir a juicio -le explicó Regan.
Ivy notó que se le debilitaban las rodillas y cogió a Maggie de la mano.
– ¿Tú también le viste?
– Creo que sí -contestó Maggie con voz queda. Luego miró a Regan y a Jack-. ¿Qué van a hacer?
– Si se difunde la noticia, cundirá el pánico. No estamos seguros del todo de que Pinto esté a bordo, y si lo está, no sabemos si va armado. Así que por la seguridad de todos, esto no puede salir de aquí -declaró Jack con firmeza.
– ¿Y para qué iba a querer subir a este barco? -preguntó Ivy.
– Porque si llega a Fishbowl Island, ya no lo pueden enviar a Estados Unidos para ser juzgado -aclaró Regan.
– Entonces más valdría dar media vuelta y volver a Miami -chilló Ivy.
– Podrían anunciar que el barco necesita unas reparaciones -sugirió Nora.
– ¡Entonces la gente se pondrá nerviosa pensando que podemos hundimos! -exclamó Ivy.
– No, si dicen que solo son unos ajustes sencillos del motor -insistió Nora-. La mitad de los barcos grandes suelen tener pequeños problemas en su primera travesía. La gente lo entenderá.
– El único problema -terció Luke- es que si Tony Pinto está a bordo y cuenta con llegar a Fishbowl Island, ¿qué va a hacer cuando vea que damos media vuelta?
No había respuesta a esa pregunta.
– Ahí está Dudley -dijo de pronto Regan, y echó a correr para detenerlo-. Necesitamos hablar con usted ahora mismo. Estamos en el salón del piano. ¿Dónde está el comodoro?
– El comodoro está en la entrada del comedor, invitando a los pasajeros a la ceremonia del atardecer.
– Vaya a por él.
Dudley no necesitó preguntar por qué.
– Ahora mismo, Regan.
Y salió corriendo. Un momento después volvía seguido del comodoro, de Alvirah y Willy.
A Regan no le sorprendió ver a Alvirah. Tenía un olfato de sabueso para saber dónde estaba el meollo del jaleo.
El comodoro se le iluminó el semblante al ver a Ivy. Su mirada solo duró unos segundos antes de que esta exclamara:
– Lo siento, Randolph, pero el hombre que vi la otra noche es un criminal. ¡Y está en este barco!
– ¿Qué? -barbotó el comodoro.
Se había quedado pálido.
Regan cerró la puerta del salón e informó a todo el mundo de la situación.
– ¡Esto no lo superaremos nunca! -gimió el comodoro-. Pero nuestra primera prioridad es la segundad de los pasajeros. ¿Qué sugieren que hagamos?
– Tenemos que volver a Miami y hacer desembarcar al pasaje para que la policía pueda efectuar un exhaustivo registro del barco sin que ninguna persona inocente corra peligro -contestó Jack.
– ¿Y qué decimos a los pasajeros? -quiso saber el comodoro.
– Que hay un pequeño problema en el motor y que volvemos a Miami para reemplazar unas piezas, y que luego, navegaremos por las aguas de Miami hasta el jueves.
– Siempre podemos prometer a los pasajeros otro crucero gratis -saltó Dudley algo histérico.
– Tú ya puedes cerrar el pico -le espetó el comodoro-. Ya me has metido en un buen lío con tu idea del crucero. De ahora en adelante, las sugerencias te las callas.
Dudley pareció encogerse.
– Yo… pensaba… -comenzó-. Solo intentaba ayudar.
Echó de menos aquel momento en que pensó que caerse del muro de escalada iba a ser lo peor que le pasaría en aquel barco. Se preguntó si habría algún puesto libre de trabajo en otras líneas de crucero después de fin de año.
– Dudley, llama al capitán Smith -ordenó el comodoro-. Sé que ya está en el comedor.
Dudley salió corriendo de nuevo. En menos de un minuto había vuelto con el capitán Smith, cuyo semblante no se inmutó cuando le explicaron la historia del probable polizón.
– Recuerdo que en la primera travesía de uno de mis barcos perdimos toda la energía durante una tormenta especialmente violenta, y las olas nos estuvieron batiendo sin piedad durante dos días…
– Sí, sí -le interrumpió el comodoro impaciente.
Dudley sabía que solo el capitán podía rivalizar con el comodoro a la hora de relatar hasta el último detalle de un evento sucedido años atrás.
– De manera que la historia de que tenemos un pequeño fallo en el motor es bastante verosímil-prosiguió el hombre-. Me voy directo al puente, para empezar a aminorar la velocidad del barco, y luego, hacia el final de la hora del almuerzo, lo detendré por completo. A continuación entraré en el comedor para informarle del problema a usted, comodoro.
El comodoro se había quedado pensativo.
– Y entonces yo les explicaré a los pasajeros lo que está pasando. Anunciaré también que en vista de las circunstancias, la ceremonia de mi querida madre empezará a las dos y media.
– Pero ¿no quería hacerla al atardecer? -terció Dudley.
– ¡Ya no! Si vamos a dar media vuelta, este es el punto más cercano al lugar donde había planeado dejar a mi madre.
El capitán Smith los dejó con un asentimiento de cabeza sin decir una palabra más.
Alvirah debatía consigo misma. ¿Debía advertir al comodoro de que no dijera nada a Eric sobre Tony Pinto? ¿Pero cuál podría ser la razón? ¿Debería explicarle que Eric andaba buscando una bajara de naipes que bien podría tener relación con Tony Pinto? ¿Que había misteriosos rastros de patatas fritas en la alfombra de su camarote, patatas que él jamás habría comido? No le podía decir nada de eso, decidió por fin. Si Eric era culpable, su tío tendría tiempo de sobra para enterarse.
El comodoro irguió los hombros.
– Nuestros invitados están empezando a comer. Debo ir con ellos. Ivy, tiene un sitio reservado en mi mesa.
La tomó del brazo y la llevó hacia la puerta.
Los otros los vieron marchar.
– Un tipo con clase -comentó Luke.
– Esto podría ser la ruina de este barco -se apenó Dudley-. Está al borde de la ruina.
Nora suspiró.
– Bueno, más vale que vayamos a comer. -Se volvió hacia Maggie-. ¿Por qué no se sienta con nosotros? -y con una sonrisa irónica añadió-: Al fin y al cabo está con nosotros en esta conspiración.
– Gracias, pero Ted iba a sentarse a mi mesa para comer.
– Ahora volvemos -dijo Regan, encaminándose con Jack hacia la puerta.
– Tengo que llamar a mi oficina para contarles lo que está pasando -explicó Jack con tono tenso.
– Traed las cartas -pidió Alvirah-. Eric insiste en que se las demos.
– Muy bien.
Regan y Jack fueron hacia los ascensores mientras los otros entraban en el comedor. Quince minutos después, Regan y Jack volvían corriendo a la mesa.
– ¿Qué? -preguntó Alvirah, antes incluso de que se sentaran.
– Acabamos de enteramos de que hay una estrecha relación entre Bala Rápida y Barron Highbridge -susurró Regan-, el estafador de Greenwich, que estaba a punto de ser condenado. Highbridge desapareció anoche, y su ex novia está segura de que la llamó desde Miami. Un recadero suyo es primo de Bingo Mullens, el tipo que según la policía organizó la fuga de Bala Rápida.
– ¿Cómo es ese Highbridge? -preguntó Alvirah
– Alto y delgado.
– ¡Como el Santa Claus de un cascabel que me dejó tirada en la cubierta! -exclamó Alvirah.
Jack se sacó las cartas del bolsillo para ponerlas sobre la mesa.
– Ya puedes devolver esto a Eric. En mi oficina están bastante seguros de que son números de cuentas bancarias en Suiza. Están trabajando en ello y pronto lo sabremos.
– La cuestión es -dijo Alvirah-: ¿qué hacían esas cartas en el camarote de Eric?