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Bianca Garcia era reportera de una cadena local de televisión de Miami desde septiembre. Joven, enérgica y ambiciosa, estaba decidida a hacerse un nombre en la industria. De momento solo le habían asignado historias tontas, la mayoría de las cuales únicamente merecían treinta segundos de emisión. Había ido a cubrir el crucero de Santa Claus esperando una tarde aburrida y nada en absoluto de que informar.

Pero cuando el camarero se tiró al agua y el equipo de Bianca lo grabó, supo que tenía la clase de reportaje que podía despertar gran interés. Fue toda una decepción comprobar que el caso no salió en el informativo de las seis por culpa de la noticia sobre un remolque de tractor que había derramado todos sus contenidos de productos lácteos por la autopista, bloqueando el tráfico en todas direcciones.

Aun así resultó que, como decía siempre su abuela, «a veces los contratiempos ocurren por una razón». La buena de la abuela. A sus ochenta y cinco años seguía siendo su mejor consejera.

Efectivamente, después de la emisión de las seis, el productor se le acercó:

– Bianca, estoy harto de la noticia de los huevos revueltos. Te voy a dar más tiempo en el espacio de las diez.

Bianca había seguido hablando con regularidad con su contacto en la policía durante toda la tarde, para averiguar si en la historia del camarero remojado había algo más, aparte de que se hubiera retrasado en el pago de su pensión. Y descubrió encantada que sí había algo más.

También había estado investigando la historia del barco.

A la espera de informar de lo que ahora era una noticia mucho más jugosa que la que tenía para la emisión anterior, Bianca se retocó el maquillaje a las diez menos cuarto y se cepilló la larga melena. Durante la pausa comercial, atravesó con un contoneo de caderas la sala de prensa, se sentó en el taburete a la derecha de la mesa del presentador y cruzó sus bien formadas piernas.

– Hola, Mary Louise -saludó con dulzura a la mujer que había presentado la emisión de las diez, El show de Mary Louise, durante la última década.

Bianca esperaba ocupar pronto su puesto para luego avanzar a mejores y mayores destinos.

Pero Mary Louise no era tonta. Ya se había librado de otras advenedizas ambiciosas, algunas de las cuales habían abandonado incluso el periodismo después de un breve período en la cadena. De hecho, ya había empezado el proceso de poner la zancadilla a esa irritante mocosa. Su sonrisa no era muy cordial.

– Hola, Bianca. Tengo entendido que tienes para nosotros una bonita historia de crucero.

– Estoy segura de que te gustará -prometió Bianca, mientras el productor señalaba a Mary Louise, indicando que se acababa la pausa publicitaria.

– Estamos en vacaciones -comenzó Mary Louise-, y nuestra reportera Bianca Garcia ha acudido hoy al puerto de Miami para desear un feliz viaje a un grupo muy especial de personas que partían a un… -La presentadora alzó los dedos para marcar en el aire unas comillas-. Un crucero de Santa Claus. Bianca, me han contado que ha habido cierta agitación…

Bianca dedicó a la cámara una radiante sonrisa.

– Desde luego, Mary Louise. No ha sido una despedida muy común. -Bianca hizo un breve resumen del crucero de Santa Claus explicando que pretendía honrar a las personas que habían hecho buenas obras durante el año-. Un grupo, el de Escritores y Lectores de Oklahoma, está celebrando lo que habría sido el octogésimo cumpleaños del legendario escritor de misterio Louie Gancho Izquierdo. Y hablando de escritores de misterio, también viaja una a bordo: Nora Regan Reilly.

Una fotografía de los Reilly y los Meehan apareció en la pantalla, mientras Bianca identificaba a los pasajeros famosos de a bordo.

Luego, con gran intensidad, Bianca lanzó la historia del camarero, Ralph Knox, que había intentado escapar de la policía saltando al agua.

– Los pasajeros corrían a las barandillas Y hacían apuestas sobre si podría escapar de la policía del puerto. Pero tranquilícense, no escapó. Al principio se pensó que Knox estaba buscado solo por haberse retrasado en el pago de la pensión a su esposa. Muchas de ustedes, señoras, ya saben cómo son esas cosas -comentó, luego señaló con la cabeza la mesa de la presentadora-. ¿Verdad, Mary Louise? -y sin esperar respuesta prosiguió-: Ha resultado que Ralph Knox es además un estafador de mucha labia que se especializa en captar el interés de mujeres adineradas en los cruceros. Hay siete órdenes de detención contra él hasta el momento. Está acusado de persuadir a sus víctimas para que inviertan cientos de miles de dólares en operaciones muy seguras que luego jamás se materializan.

Bianca hizo una pausa para tomar aliento.

– Y por si esto no fueran bastantes emociones para los pasajeros del crucero, el director, intentando hacer una demostración en el muro de escalada, sufrió una caída al romperse bajo su pie uno de los soportes y soltar el encargado la cuerda atada a su arnés.

En la pantalla apareció un vídeo de Dudley aterrizando de golpe en cubierta.

– ¡Ay! -exclamó Bianca.

Luego hizo un breve resumen sobre los dos anteriores dueños del crucero. El barco se construyó por encargo de Angus MacDuffie, Mac, un excéntrico magnate del petróleo de Palm Beach, que al poco tiempo comenzó a tener problemas económicos. Aunque no podía mantener ya el barco, se negó a deshacerse de él, de manera que lo instaló en el enorme jardín de su ruinosa mansión, con la proa al mar.

En imagen apareció una fotografía de MacDuffie con la gorra de patrón de yate, la cara medio cubierta por unas gafas de sol y ataviado únicamente con unos pantalones cortos a cuadros y unas zapatillas deportivas.

– MacDuffie pasó los últimos años de su vida sentado en cubierta, escudriñando el horizonte con los prismáticos y dando órdenes a una tripulación inexistente -prosiguió Bianca-. Cuando exhaló el último aliento, estaba justo donde quería estar: en la cubierta de su barco. La frase que solía repetir, «Nunca -renunciaré al barco», avivó los rumores de que su fantasma seguía a bordo.

»El barco pasó a ser propiedad de una pequeña compañía que pretendía destinarlo a entretenimiento de sus clientes. Efectuaron las reformas necesarias para que pudiera navegar, realizaron una pequeña travesía de prueba y por desgracia lo encallaron. La compañía se deshizo de él poco después. Los ejecutivos de la junta directiva se echaron la culpa unos a otros de aquella compra, pero se defendieron emitiendo una declaración en la que aseguraban que MacDuffie había echado una maldición al barco puesto que no quería que nadie más lo disfrutara. Llegaron a afirmar que no les sorprendería que su fantasma siguiera allí.

– El último y actual propietario es el comodoro Randolph Weed, quien, ignorando la historia de la infortunada embarcación, ha proclamado que es «una dama otrora orgullosa que solo necesita cariñosos cuidados».

Cuando ya concluía su reportaje, Bianca preguntó con emoción:

– ¿Estará en lo cierto el comodoro Weed, o es posible que Angus MacDuffie esté surcando de nuevo los mares con los pasajeros del crucero de Santa Claus? De ser así, su bebida favorita, el gin-tonic, no le será servida por el camarero que saltó por la borda perseguido por la ley, dejando a su estela un río de champán y cristales rotos. Les mantendremos informados del progreso de este crucero de personas solidarias. Tal vez deban felicitarse por no haber ganado un pasaje en ese barco. -Y con una expresión divertida y un ensayado guiño, Bianca se inclinó ligeramente-. No lo olviden. Estoy encantada de oír lo que quieran decirme. Mi dirección de correo electrónico aparece en la parte inferior de la pantalla.

– Gracias, Bianca -dijo Mary Louise con condescendencia-. Ahora Sam nos va a contar lo que está pasando con esa tormenta en el Caribe. Por lo que hemos podido ver, los pasajeros del crucero pueden estar sufriendo al menos una parte…

Cuando Bianca volvió a su mesa, miró su e-mail. Había distribuido sus tarjetas pródigamente en la fiesta del crucero de Santa Claus, advirtiendo que agradecería el más mínimo cotilleo. Abrió el correo de una tal Loretta Marron, del grupo de Escritores y Lectores de Oklahoma, que había intentado retenerla con una larga historia sobre ella misma, cuando había sido editora del periódico de su instituto cuarenta años atrás.


Querida Bianca:


¡Noticia de última hora! Uno de los miembros de nuestro grupo, Ivy Pickering, jura haber visto el fantasma de Louie Gancho Izquierdo, el autor al que homenajeamos en este crucero. Por lo visto estaba en la capilla, dando saltos como si se estuviera preparando para un combate. Envío adjunta su fotografía. Al principio pensé que era una broma, pero ahora muchos empezamos a dudar. ¿Estará el fantasma de Louie Gancho Izquierdo en el barco? Ya han desaparecido misteriosamente dos disfraces de Santa Claus de una habitación cerrada con llave.

¿Habrá tenido algo que ver Louie?

Seguiré en contacto. ¡¡Soy toda una Brenda Starr!!

LORETTA

Bianca estaba salivando. Había aprendido en Periodismo 101 que a todo el mundo le encantaban los artículos sobre los fenómenos paranormales. Y ahora tenía uno, y además ya había preparado el terreno al hablar del viejo MacDuffie. Descargó rápidamente la fotografía de Louie Gancho Izquierdo y lanzó una exclamación. Era un hombre fornido, sentado delante de una máquina de escribir, ataviado con unos pantalones cortos a cuadros y guantes de boxeo. Bianca cogió la foto del fornido MacDuffie en la cubierta del barco con sus pantalones cortos de cuadros y los prismáticos. Había dicho que jamás renunciaría al barco. Al demonio Louie Gancho Izquierdo. ¡Mac era el fantasma del barco!

Ya estaba redactando su siguiente artículo: «¿Viajará en el crucero de Santa Claus un polizón inesperado?».

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