Mientras Regan guardaba la ropa, Jack conectó su ordenador. Estaban de acuerdo en que ninguno de los dos quería estar desconectado del mundo exterior mucho tiempo. Aunque habían dejado Nueva York esa misma mañana, ya sentían que su vida cotidiana estaba a un millón de kilómetros.
Los titulares del día saltaron a la pantalla:
«¡ FAMOSOS CRIMINALES FUGADOS !».
Jack lanzó un silbido al leer la noticia.
El capo de la mafia Bala Rápida Tony Pinto y el estafador Barron Highbridge se cuentan entre los desaparecidos. Los dos hombres, pertenecientes a dos mundos muy diferentes, debían presentarse ante el tribunal esta mañana. Gozaban de un permiso de Navidad para visitar a sus familias, pero es evidente que no se quedaron a la sobremesa. Las autoridades encontraron en la palaciega mansión de Pinto en Miami a su esposa dormida en la cama, con la tobillera de seguridad de Pinto. «No sé cómo ha llegado hasta aquí -explicó-. Tengo el sueño muy pesado. ¿Dónde está mi Tony?»
En la propiedad de Highbridge, en Greenwich, Connecticut, las luces del árbol de Navidad seguían encendidas, pero no había nadie en la casa. Su madre, de ochenta y seis años, que según declaró el propio Highbridge sufría una enfermedad terminal, se encontraba de viaje por la Riviera francesa con un grupo de amigas. «Nos lo estamos pasando de miedo. Nos llaman "Las Chicas de Oro"», comentó por teléfono. «Fue un gran error que el jurado declarara culpable a mi hijo. Tiene muy buen corazón. Ha hecho ganar mucho dinero a mucha gente a lo largo de los años… No, yo estoy bien, ¿por qué lo pregunta?»
La compañera sentimental de Highbridge desde hace años se encuentra en Aspen con el actor Wilkie Winters. «No tengo nada que hacer con un delincuente», comentó, haciendo ostentación de algunas de las joyas que Highbridge le regaló.
Regan, que leía sobre el hombro de Jack, jugueteaba con el collar que su marido le había regalado por Navidad.
– Espero no tener que decir nunca eso de ti -bromeó.
Jack la miró un momento, y luego ambos volvieron a leer.
Gracias a la intachable reputación de su adinerada familia, Highbridge, de cuarenta y cuatro años, consiguió atraer a numerosos inversores para su proyecto Ponzi. Se le condenó por estafarles millones de dólares. Estaba a punto de recibir la sentencia y se esperaba que alcanzara un mínimo de quince años de prisión. El juicio de Bala Rápida Tony Pinto, acusado de ordenar el asesinato de algunos rivales en el negocio de la construcción, iba a dar comienzo el 3 de enero.
Jack meneó la cabeza.
– Estos tíos sabían que no tenían escapatoria. Yo traté con Tony cuando estaba en Nueva York, pero no conseguimos suficientes pruebas para presentar a un gran jurado. Me alegré de que uno de sus hombres le acusara.
Regan se sentó en la cama.
– Seguramente se dirigirán a algún país que no contemple la extradición. Pero habrán tenido que entregar los pasaportes como condición a la libertad bajo fianza.
– Con tanta seguridad como hay ahora no pasarán con pasaportes falsos -comentó Jack-. Voy a ver qué saben de esto en la oficina.
Marcó el número en su móvil internacional y Keith, su mano derecha, contestó al primer timbrazo.
– Jack, pero ¿tú no estás de vacaciones? -exclamó nada más oír la voz de su jefe.
– Pues sí, pero también estoy navegando por internet y veo que Bala Rápida Tony Pinto se ha fugado. Nunca entenderé por qué no lo dejaron en la cárcel, porque existían muchas posibilidades de que se fugara. ¿Has oído algo de él o de Barron Highbridge?
– Un informador sostiene que Pinto intentó contactar con alguien que pudiera sacarle del país. Los federales tienen cubiertos los aeropuertos. Es posible que alguno de ellos, o los dos, se dirijan a alguno de esos puntos caribeños que no tienen tratado de extradición con Estados Unidos.
– ¿Es Fishbowl Island uno de ellos? Es nuestra única parada.
– Espera, que tengo una lista. Voy a echarle un vistazo.
– Al cabo de un momento se oyó la risa de Keith-. ¿Sabes qué? Que Fishbowl Island está en la lista. Así que estate atento por si ves a Tony.
– Eso haremos. ¿Alguna otra noticia?
– No, jefe. Relájate y pásatelo bien con tu mujer. ¿Qué tal es el barco, por cierto?
– No preguntes -dijo Jack riendo-. Uno de los camareros saltó por la borda cuando estábamos todavía en el puerto. Lo detuvieron por no pagar la pensión a su mujer. Y el director del crucero se cayó del muro de escalada.
– Pues parece que este fin de semana estarías más seguro esquiando.
– Puede. Oye, mantenme al corriente de cualquier cosa que pueda interesarme.
– O sea, de todo -se burló Keith-. Seguro que vamos a tener más noticias de Pinto.
Jack miró la fotografía de Pinto que acababa de aparecer en pantalla.
– No me gustaría que se escapara. Este es de los peores.
Justo cuando apagaba el móvil se oyó un anuncio por los altavoces.
– ¡Atención, pasajeros del crucero de Santa Claus! Les habla el comodoro Weed. Vamos a realizar un simulacro reglamentario de emergencia. Todos los pasajeros deben asistir, sin excepción. Recuerden que este ejercicio puede salvarles la vida. Cojan sus chalecos salvavidas y por favor no tropiecen con las cintas. Los miembros de la tripulación les dirigirán al comedor, donde recibirán instrucciones generales. Luego les llevarán a su estación de embarque. Que nadie se ponga nervioso, este ejercicio no es más que una precaución.
Regan abrió el armario, sacó los dos chalecos salvavidas y tendió uno a su marido.
– ¿Crees que será la única vez que tengamos que ponérnoslos? -preguntó de broma.
– Tal como van las cosas, yo no estaría muy seguro -contestó Jack, mientras le ayudaba a pasarse el chaleco por la cabeza-. Mira, el naranja fosforescente te sienta hasta bien.
– Mentiroso. Anda, vamos.