Bala Rápida y Highbridge salieron corriendo por el pasillo hasta la escalera más cercana. Bajaron casi sin tocar los escalones con los pies, entre el tintineo de los cascabeles de sus gorros.
Dos plantas más abajo encontraron una puerta exterior y salieron a una gran cubierta desierta con una hilera de hamacas. De inmediato estuvo claro que allí no había dónde esconderse.
Corrieron hacia popa, subieron una escalera de hierro y se encontraron en la piscina. En un extremo había un bar, y en el otro un ventanal de cristal daba a un salón tipo cafetería llamado el Lido, donde varios camareros estaban colocando unas fuentes sobre una larga mesa.
– Estarán preparando el bufet de medianoche -susurró Highbridge-. En estos cruceros la gente no hace más que comer.
– Menos nosotros -gruñó Bala Rápida-. Vamos a por algo de comida.
– Lo dirás de broma -protestó Highbridge.
– Un estómago vacío no es ninguna broma. Tú tranquilo. Haz como que tienes hambre. Sígueme.
Pasaron junto a la piscina, atravesaron las puertas dobles y se dirigieron a la mesa del bufet. Una escultura de hielo de Marlon Brando con uniforme naval y los pies metidos en un barreño hacía de húmedo centro de mesa.
– Lo siento, pero el bufet de medianoche no empieza hasta las once -les advirtió un camarero de camino a la cocina.
– Ya, bueno, es que acabamos de volver del Polo Norte y es demasiado tarde para cenar abajo -explicó Bala Rápida, intentando parecer alegre.
Pero sus palabras le Sonaron falsas incluso a él mismo, de manera que se echó a reír. Se dio cuenta de que la risa tampoco parecía sincera.
– Solo queremos algo para nosotros y los renos -añadió Highbridge-. Rudolph se pone muy temperamental si no come.
El camarero se encogió de hombros.
– Todavía no ha salido la comida caliente. Espero que a Rudolph le guste el queso.
Bala Rápida asintió con la cabeza y susurró entre dientes:
– Se acabó la charla. Ya volveremos más tarde. Cogemos lo que nos den y nos largamos de aquí pero ya.