Lunes, 26 de diciembre
En la gélida mañana del 26 de diciembre, Alvirah, Willy, Regan, Jack, Nora y Luke se encontraron en el aeropuerto de Teterboro para embarcarse en el avión privado que Willy había alquilado para ir a Miami. En el camino charlaron sobre el día de Navidad.
Los cuatro Reilly habían ido a casa de los padres de Jack, en Bedford, donde se habían reunido sus seis hermanos con sus familias.
– Aquí solo somos dos hijos únicos con una hija única -se maravilló Nora-. Fue mucho más divertido celebrar la Navidad en un grupo así. La familia de Jack es genial. Todos son muy simpáticos.
Jack sonrió alzando una ceja.
– Te aseguro que no son siempre así. ¿Y vosotros qué hicisteis Alvirah?
– Pasamos un día maravilloso -contestó ella con pasión-. Fuimos a la misa del Gallo en Nochebuena, luego dormimos hasta muy tarde y después fuimos a cenar a un restaurante buenísimo del Upper West Side con la hermana Cordelia. Es la única hermana de Willy que vive en la zona. La invitamos a ella y a otras cinco o seis monjas, además de algunas personas que la hermana Cordelia conoce y que no tienen mucha familia. Al final éramos treinta y ocho y lo pasamos muy bien.
– ¿Treinta y ocho? -exclamó Jack-. Pues ya erais más de los que tenía mi madre
– Bueno, si hubiera tenido que cocinar yo, otro gallo les habría cantado -bromeó Alvirah-. Teníamos una sala para nosotros solos y terminamos cantando villancicos.
– Y menos mal que teníamos la sala para nosotros -terció Willy-. El año que viene la hermana Cordelia quiere montar un karaoke.
Alvirah se inclinó hacia Regan.
– Qué collar más bonito -se admiró-. Seguro que es un regalo de Navidad de Jack.
– Alvirah, cuando quieras un trabajo en mi oficina, ya sabes que es tuyo. -Jack sonrió-. El collar es en realidad un escudo en miniatura de los Reilly.
– Con diamantes y cadena de oro -dijo Alvirah-. Me encanta.
– Para una Reilly Reilly todo es poco -declaró Jack.
Cuando llegaron a Miami hacía un sol espléndido y el aire era cálido.
– ¡Aleluya! -exclamó Luke al salir del avión-. Esto es genial. Estos últimos días creí que iba a convertirme en un carámbano.
La limusina que Alvirah había pedido les esperaba nada más salir de la terminal.
– Tenemos tiempo de sobra para ir al barco -comentó-. ¿Qué os parece si almorzamos en el Joe's Stone Crab? Con que lleguemos al puerto a las tres estaremos a tiempo.
– Alvirah, el embarque empieza a la una -protestó Willy.
– Y dura hasta las cuatro. Que entren primero los más ansiosos, y así cuando lleguemos ya no habrá cola.
Todo iba exactamente según el plan, pensó Alvirah satisfecha mientras la limusina entraba en el muelle donde el Royal Mermaid acogía a los solidarios del año. Salieron del coche y mientras el chófer descargaba su equipaje se quedaron mirando el barco. De la proa colgaba una enorme corona de Navidad con las palabras SANTA CLAUS en el centro.
– Yo me esperaba un barco algo más grande -comentó Willy-. Pero supongo que pensaba en esos tras atlánticos gigantescos con sitio para miles de personas.
– A mí me parece encantador -se apresuró a opinar Nora.
– En el folleto ponía que el Royal Mermaid alberga a cuatrocientos pasajeros -informó Alvirah, haciendo un gesto desdeñoso con la mano-. Es más que suficiente.
Se les acercó un mozo de equipajes con un carro.
– Vayan directamente a la terminal, yo les llevo el equipaje.
Los tres hombres echaron mano a sus carteras.
– Yo me encargo -declaró Luke firmemente.
En la terminal había dos puestos de control.
– Espero que no me hagan quitarme las horquillas -murmuró Nora-. En el aeropuerto Kennedy, para ir a Londres, me obligaron y cuando subí al avión parecía Gravel Gerty.
Pero todo el grupo pasó sin incidencias hasta llegar a la zona de salidas, donde una hilera de empleados iban registrando a los invitados. Pronto se hizo evidente que la mayoría de los pasajeros ya habían embarcado, puesto que no había colas en ninguno de los mostradores. Tres hombres con blazers azules, pantalones blancos y gorras con cintas doradas acababan de subir por la pasarela de embarque. El de mayor edad se acercó a ellos nada más verlos.
– ¡Bienvenidos! ¡Bienvenidos! ¿Quién de ustedes es Alvirah Meehan? -preguntó-. Nos preocupaba mucho que hubiera cambiado usted de opinión. Habría sido una gran desilusión no tenerla a bordo.
– Desde luego, una gran desilusión -repitió otro.
– Yo soy Alvirah, Y este es mi marido, Willy, y nuestros amigos…
Y procedió rápidamente a presentarlos,
– Y yo soy Randolph Weed, su anfitrión, Pero mis amigos me llaman comodoro, y me encanta. Y este es mi sobrino, Eric Manchester, y el director del crucero, Dudley Loomis. Vamos a inscribirles. La fiesta de inauguración empieza en veinte minutos, y salimos a las cuatro,
– ¿A las cuatro? -preguntó Alvirah-. Según la información que me mandaron, era a las seis, Aquí mismo la tengo…
Dudley saltó a la acción, No tenía muchas ganas precisamente de ver su firma en la carta que Alvirah estaba a punto de sacar. Cuando la escribió estaba reventado.
– Vamos a registrar sus nombres -les apremió, llevándoles al mostrador donde esperaban seis empleados,
Luke y Nora se acercaron a uno de ellos y Jack y Regan a otro. El comodoro y su sobrino rondaban con aire protector en torno a Alvirah Y Willy.
– Lo vamos a pasar estupendamente -aseguraba Weed-. Un fascinante grupo de personas juntas en alta mar durante cuatro días. Les prometo que van a disfrutar cada momento…
La empleada introdujo los nombres de Alvirah y Willy en el ordenador, frunció el ceño y se puso a teclear.
– Vaya -murmuró por fin.
No podía haber ningún problema, pensó Dudley. No podía ser.
– No entiendo cómo ha podido pasar esto -dijo la chica.
– ¿El qué? -preguntó Dudley, intentando mantener la sonrisa mientras que la expresión del comodoro se tornaba severa.
– El camarote asignado a los Meehan ya está ocupado. Y el resto del barco está lleno, -La chica miró al comodoro, a Dudley y a Eric-. ¿Qué vamos a hacer?
– ¿No hay más camarotes? -preguntó Weed, mirando ceñudo a Dudley-. ¿Cómo ha podido ocurrir?
«Debí de contar mal -pensó Dudley-. Debería haberles dejado invitar solo a otra pareja.»
– Alvirah -comenzó Regan-, Jack y yo nos pasaremos un par de días en Miami y luego iremos en avión al lago Tahoe. No nos importa, de verdad.
– ¡De eso ni hablar! -rugió el comodoro-. De eso nada. Tenemos disponible uno de los camarotes más lujosos del barco, que seguro que encontrarán ustedes de su agrado. Está justo al lado del mío. -Randolph miró a Eric-. Mi sobrino puede pasar el crucero en la sala de invitados de mi suite. ¿Verdad, Eric?
Eric se puso pálido, pero solo podía decir una cosa:
– Desde luego.
– Mandaré que recojan tus cosas en un momento -añadió Dudley alegremente.
Aunque estaba nervioso por su error, era un placer exquisito causar molestias a Eric.
– Eric, lamento mucho echarte de tu camarote -se disculpó Alvirah-. Tómate todo el tiempo que quieras para recoger tus cosas. Mira, nosotros nos vamos derechos a la fiesta de inauguración a tomar una copa. Estaremos allí hasta que zarpemos y ya nos instalaremos después.
Eric logró esbozar una sonrisa.
– Más me vale empezar a hacer el equipaje para que puedan arreglar el camarote. Les veré más tarde.
Dio media vuelta y salió disparado,
– Su sobrino un joven muy agradable -comentó Alvirah al comodoro.